ORIENTE: EL APLASTAMIENTO DE LA TRADICIÓN
Rusia ha conocido en su historia algunos siglos en los que el ideal social no era la prosperidad, el éxito material, la fama, sino la santidad en el vivir. «La fe ortodoxa entraba en los pensamientos y en los caracteres dando una impronta decisiva a la conducta de la gente, a la estructura de la familia, a la vida cotidiana; definía el calendario de trabajo y de las cosas a hacer durante la semana y durante el año». La fe era la fuerza que unía a la nación y la sostenía. Sin embargo, el siglo XVII trae las reformas impuestas por el zar Pedro I, que sofocan el espíritu religioso sacrificándolo a la economía, al estado y a la guerra. Así, «se desarrolla el sutil veneno del laicismo que en el siglo XVIII invade los ambientes cultos y abre paso al marxismo. En vísperas de la Revolución, la fe se había resquebrajado también entre el pueblo».
Como Dostoyevski afirma, «la Revolución parte siempre del ateísmo». Y es así. Pero «el mundo no ha conocido antes un ateísmo organizado, militarizado, inmóvil en el odio como el marxista. El odio contra Dios es el motor y el impulso principal antes que cualquier aspiración política y económica». Así, los años 20 están marcados por una larga lista de mártires: sacerdotes ortodoxos, metropolitas y patriarcas, arzobispos y obispos, monjes y religiosas; todos perseguidos, torturados, asediados, ajusticiados. «Todos estos mártires cristianos han aceptado animosamente morir por su fe; sólo pocos han vacilado. El mundo ateo debe, por fuerza, intentar destruir la Iglesia». En decenas de millones de creyentes había sido obstruido el camino hacia ella. El bestial archipiélago Gulag fue ideado en base al mismo proyecto de corrupción moral.
Y, sin embargo, ha sucedido algo que ninguno de ellos calculaba. «La tradición cristiana ha sobrevivido y sobrevive a las iglesias arrasadas en cientos de miles, a la jerarquía humillada, a los creyentes encerrados en campos de concentración. Han sido obligados a callar; sin embargo, la fe se ha seguido expresando subterráneamente». No una floración libre y generosa, sino una defensa al límite de la muerte y de las arenas movedizas del aparato de propaganda. Pero, como sucede frecuentemente en las tribulaciones y el dolor, el conocimiento de la presencia de Dios ha alcanzado en la URSS un particular renacimiento en profundidad y claridad. Y aquí vemos el alba de la esperanza.
OCCIDENTE: LA ARIDEZ DE LA CONCIENCIA
La Primera Guerra Mundial empuja a la locura a una Europa floreciente, robusta y rica. La Segunda Guerra Mundial fue el derrumbamiento frente a la tentación diabólica del «hongo atómico». Ambas son «las trágicas manifestaciones del vicio de una conciencia que ha perdido la referencia a lo divino, a lo trascendente». «En este siglo ateo, sin aquella referencia, hemos encontrado el anestésico que nos ayuda a tratar con los caníbales (con aquella banda de caníbales que ha desgarrado Rusia): el comercio. Con los caníbales se establecen relaciones comerciales». La cima de la sabiduría contemporánea es, ciertamente, de dimensiones reducidas. «Algo así como si el torbellino triunfante del mal hubiera transformado los cinco continentes. El siglo XX está enflaquecido por este huracán del ateísmo y de la desintegración moral». La Europa actual, tan diferente a primera vista de la Rusia de 1913, se encuentra frente a la misma catástrofe, aunque ha llegado a ella por caminos diferentes. En Occidente, contrariamente a lo que sucede en la URSS, la fe es libre. Pero, caminando por su propio camino histórico, «se ha llegado hoy a una aridez de la conciencia religiosa. La gran ola del laicismo cada vez invade más Occidente; es decir: la fe está en peligro no porque se la extermine desde fuera, sino porque está corroída como conciencia, en su interior; y quizá este peligro es aún más terrible que la persecución y el exterminio».
Como consecuencia de esta lenta acción corrosiva, «Occidente se avergüenza de aducir como argumentos ideas y conceptos de eterno valor; se avergüenza de admitir que, más que en un sistema político, el mal está anidado en el corazón del hombre. Y olvida que los defectos del capitalismo son vicios fundamentales de la naturaleza humana. Así, cuanto más alto es el grado de bienestar alcanzado por la sociedad, tanto más el malestar, ese odio ciego, se exaspera». Este odio, así encendido y mantenido, «se extiende después a todo ser viviente, a la misma vida, al mundo y sus colores, sus sonidos, sus formas, al cuerpo humano. El arte cruel del siglo XX muere sofocado por este odio, porque el arte sin amor es estéril; es sólo una búsqueda artificial y presuntuosa y, en definitiva, autocomplaciente».
De este modo, «frente a esta decadencia moral, la sociedad occidental ha escogido la forma de existencia más cómoda: la jurídica». Los límites de los derechos y del justo derecho de cada hombre son definidos por un sistema de leyes». Pero una sociedad que no posee en todo y para todo más que una balanza jurídica, tampoco es verdaderamente digna del hombre. «Cuando toda la vida está penetrada de relaciones jurídicas, se crea una atmósfera de mediocridad moral que asfixia los deseos del hombre».
Por otra parte, se constata en la sociedad de hoy un «desequilibrio entre la libertad de hacer el bien y la libertad de hacer el mal. Occidente, que carece de censura, realiza, no obstante, una puntillosa selección, separando las ideas que están de moda de las que no lo están; y, si bien éstas no son prohibidas en modo alguno, no pueden expresarse verdaderamente ni en la prensa, ni en la televisión, ni a través de la enseñanza universitaria». Así, so pretexto de control democrático, se asegura el triunfo de la mediocridad.
LA NATURALEZA DEL HOMBRE: PUNTO DE ENCUENTRO
«La confusión del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto es lo que mejor prepara el terreno para el triunfo absoluta del mal absoluto en el mundo. Si el orden marxista ha podido mantenerse y reforzarse es precisamente porque ha sido calurosamente sostenido y justificado por la intelectualidad occidental». De este modo, frente a los macroscópicos acontecimientos mundiales, «podría parecer fuera de lugar que la llave de nuestro ser-o-no-ser esté en el corazón de cada individuo, en su elección real entre el bien y el mal».
El mundo, hoy, «está en vísperas de un giro en la Historia que no cede en importancia al de la Edad Media hacia el Renacimiento. Este giro exigirá de nosotros una amplitud de miras hacia una nueva forma de vida donde no se vea pisoteada nuestra naturaleza religiosa ( ... ) Esta visión es comparable al tránsito hacia un nuevo grado antropológico. Nadie en la tierra tiene más alternativa que la de mirar siempre más alto».
(Fuentes: «El ocaso del valor», discurso pronunciado en el acto de investidura de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Harvard -8/6/78- y «La milenaria fe popular es nuestro bien supremo», discurso con ocasión de la concesión del premio Templenton -10/5/83-).
El semanario «Il Sabato» acaba de presentar, como primicia mundial, recientemente algunos párrafos extraídos del tercer «nodo» (1), llamado Marzo del '17, de la Rueda Roja, la monumental trilogía de Alexander Solyenitsin, que él mismo define como un «romance histórico sobre la Revolución rusa». Queda así completa, tras la aparición de Agosto del '14 y Noviembre del '16, la gran obra dedicada a dicha Revolución, ocurrida entre finales de febrero y principios de marzo de 1917. Este tercer «nodo», que, de momento, sólo ha aparecido en ruso, cuenta la historia de la formación del gobierno provisional y del soviet de los trabajadores y de los soldados, y de la abdicación del zar Nicolás II. El gobierno provisional trató de gobernar el país hasta la convocatoria de elecciones y de una asamblea constituyente que decidiera sobre el futuro régimen de Rusia, que se había convertido en república tras la abdicación del zar.
Un colosal trabajo de recopilación e investigación históricas, de lectura de documentos, testimonios, memorias, periódicos de la época, de indagación en las relaciones entre los miembros del gobierno, entre ministros y funcionarios, ha permitido a Solyenitsin reconstruir día a día lo que sucedió hace 70 años. La historia de una Revolución que hubiera debido ser, en la intención de todos aquellos que la habían provocado -salvo en la del Partido Social Demócrata (los futuros comunistas y, en particular, la facción bolchevique)- una Revolución democrática y sin derramamiento de sangre.
Solyenitsin nos presenta todo el imperio: desde la familia real, hasta la corte, los ministros, el estamento militar, la oposición democrática, la sociedad civil, los campesinos, los obreros, los revolucionarios clandestinos más o menos extremistas. La mayor parte del material consultado por el autor es inédito y absolutamente desconocido, puesto que muchos testimonios le han sido proporcionados de archivos personales y de memorias que nunca tuvieron intención de ser publicadas. Este romance, de una extraordinaria amplitud y grandiosidad, inspirado en una apasionada búsqueda de la verdad -histórica y humana-, es una contribución única, un cuadro vivo y completo, inmenso, preciso y perspicaz de la realidad de aquellos días.
(l) El autor ha estructurado su obra en «nodos» o «puntos nodales» -concepto 'que pide prestado a la matemática- que indican que para trazar una curva basta con identificar sus puntos más importantes, quedando así definida toda la curva.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón