Como decíamos al principio, la historia narrada en estas páginas continúa todavía en el dolor y la esperanza. La primera fase de la guerra civil se concluía a finales de marzo de 1986 con la toma del poder por parte de los antiguos guerrilleros (de inspiración marxista) de Yowery Museveni. Los meses que siguieron fueron meses de calma. Pero duró poco. En agosto de 1986 estalló de nuevo la guerrilla en el norte del país alrededor de Gulu y de Kitgúm. Los miles de soldados del antiguo régimen, muchos huidos a Sudán y otros en sus poblados, se organizaron clandestinamente y a partir de agosto fueron ocupando toda la región. En la actualidad las fuerzas gubernamentales ocupan solamente los centros de Gulu, y Kitgúm las de la guerrilla. El gobierno ha obligado a cerrar la mayor parte de las misiones de la diócesis de Gulu (que tiene una extensión de unas tres veces Asturias). Son unas veinte misiones. Prácticamente, las misiones abandonadas han sido saqueadas. El caso más clamoroso ocurrió a finales de marzo. En un solo día y por una orden del gobierno, los misioneros combonianos que regentaban cuatro grandes misiones del distrito de Kitgúm fueron deportados por la fuerza. Una de estas misiones se llama Kalongo, donde se encontraba el hospital misionero más grande y conocido de Uganda, con sus dos escuelas de enfermeras y comadronas, centros de alimentación y educación sanitaria. El personal médico y misionero, juntamente con los alumnos y alumnas de estas escuelas y una larga caravana de enfermos, emplearon más de 24 horas para recorrer el largo calvario de 120 km. que los separaban de otra misión, llamada Lira. Mientras se alejaban de la misión pudieron ver el humo de los incendios del hospital, el vandalismo de los soldados y el saqueo de los almacenes. El alma y fundador de este hospital, el padre José Ambrosoli, conocido en toda Uganda y salvador de millares de vidas, murió dos semanas después en la misión de Lira de insuficiencia renal por no tener un helicóptero que le hubiese podido transportar a un hospital. Las carreteras minadas e inseguras impidieron su traslado. En esta situación de asedio viven actualmente varios grupos de misioneros y misioneras entre los que se encuentran los que pertenecen a la experiencia del movimiento. Estas personas, algunas de ellas casadas y con hijos, han decidido continuar su presencia en Uganda por la misma razón que impulsó en 1969 a los primeros que allí habían llegado: la fidelidad a una historia y la conciencia de una pertenencia.
Transcribo una carta del doctor Ivone fechada en Kitgúm el 22 de octubre de 1986 que habla por sí sola:
«Durante estos dos últimos meses hemos vivido momentos cada día más difíciles: el aislamiento debido al cierre de carreteras, el tener que dejar nuestras casas y vivir constantemente en medio del peligro,... El peligro de la guerra no es sólo la muerte física y material de las personas, sino también este proyecto de siembra de odios, de división entre las personas, de su separación, impidiendo toda unidad y comunión. Confieso que he tenido más miedo ahora que en febrero. He tenido miedo porque mi familia está aquí conmigo. He tenido miedo por su integridad física y también porque puede pasar lo impensable, como la separación en medio del caos. Esto nos pasó un día durante una de las batallas que aquí tuvieron lugar.
( ... ) Y, sin embargo, veo cómo el Señor nos da la paz incluso dentro de esta situación de guerra y a través de estos acontecimientos siempre penosos y difíciles ... Pertenecemos a un Hecho que es más grande que todas las guerras, y esto se demuestra en el hecho de que uno puede vivir estas situaciones con la paz en el corazón y la certeza de la unidad. Este Hecho liberador de Cristo se vuelve concretamente presente y tangible. Pertenecemos a una compañía que no tiene ya miedo de nada porque Él está presente y nos hace ver a diario que se preocupa de nosotros, dándonos cuanto nos sirve para vivir y no pidiéndonos más que aquello que podemos vivir (pero tampoco menos)
( ... ) Pertenecer al movimiento no es algo abstracto; significa pertenecer a aquellas personas y a aquella compañía donde vivo ( ... ) Para mí, es importantísimo vivir aquí con estas personas este momento porque es demasiado evidente cómo el Señor está haciendo cosas grandes en medio de nosotros. Pero también es importante para ellos nuestra presencia aquí. Es un motivo de esperanza que les empuja a vivir con interés y pasión la vida cotidiana que vence la pasividad fatalista del oprimido. Este es el motivo por el que continuamos trabajando en el hospital del gobierno. Cada día, enfermeros y enfermeras, los enfermos, la gente de la ciudad se fija en nuestra presencia aquí; no porque podamos hacer mucho, sino porque estamos aquí presentes. El Señor está fomentando en las personas una esperanza fuerte. Y nosotros somos conscientes del gran don que Él nos ha hecho cuando nos hizo encontrar el movimiento y la Iglesia. Tenemos que rezar continuamente para que la conciencia de que el encuentro con los otros pueda ser el encuentro con el Hecho que nos constituye y al que pertenecemos esté viva en nosotros. Tal conciencia es la respuesta de liberación a sus esperanzas. En definitiva ( ... ) éste es el motivo por el que mi familia, yo, y los demás amigos hemos decidido permanecer aquí. Digo que es muy importante permanecer aquí para mí, para la gente, y para el Señor. El buen Dios nos ha hecho ya entender que para Él es importante que nosotros estemos aquí y vivamos para que el movimiento esté presente y vivo, y esto me basta, porque para mí esto es todo.
No os preocupéis demasiado por nosotros. Rezad y haced rezar para que podamos vivir diariamente lo que hemos visto y experimentado como justo y verdadero por cada uno de nosotros».
Creo que esta carta del doctor lvone que trabaja en Kitgúm desde hace casi diez años, como director provincial de sanidad y responsable de la comunidad de médicos allí presentes, expresa el sentido de aquella presencia y las razones determinantes de una elección y de una misión. El libro que presentamos se continúa escribiendo con otros capítulos nuevos.
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