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Huellas N.7, Agosto 1987

NUESTROS DÍAS

Por encargo y a su medida

Francisco Lorenzo y Ana Martín

Bioética. ¿Dónde está la frontera entre el bien y el mal? Un problema que toca los fundamentos mismos del hombre. Un debate cultural de decisiva importancia donde es absolutamente imprescindible tomar una posición.

El diez de marzo fue oficial­mente publicada la instrucción va­ticana sobre bioética. Un docu­mento controvertido con gran eco en los medios de comunicación social.
Sin embargo, no ha habido un debate serio porque no ha existi­do una lectura seria. Para los que juzgan todo desde una ideología determinada, o para sectores que esperaban de él un «sí, vía libre», el documento parece dar el porta­zo al incesante avance del progre­so científico y negar el justísimo derecho de los padres a tener un hijo.
Quien lea el documento sin prejuicios, podrá encontrar una postura que valora estos dos pro­blemas situándolos en una pers­pectiva justa.
Frente a esto, la contestación de los medios de comunicación, in­cluso de la prensa y ambiente católicos, ha sido dura. Quizá porque no se ha llegado al fondo.

LA CIENCIA, EL NUEVO PROMETEO
¿Puede ser mala una ciencia que ha llevado al hombre a la luna, que salva cada día a más vidas gra­cias a adelantos técnicos, que ha permitido al hombre dominar los mecanismos íntimos de la vida? Para muchos el documento supone un freno a la ciencia. Lo que la ciencia puede conseguir, debe hacerse. Todo por el bien de la humanidad.
Dentro de un ambiente don­de la pregunta sobre el sentido de la ciencia está prohibida, el profe­sor Tescard, primer investigador francés que hizo nacer en 1982 a la primera niña a través de la téc­nica de la fecundación «in vitro» afirma: «Yo, Jacques Testard, in­vestigador en el campo de la pro­creación, he decidido acabar de una vez con esta carrera enloque­cida hacia la novedad científica».
Atreverse a llamar enloqueci­da a la ciencia supone automargi­narse ya que es ella la que marca el camino. Por supuesto, siempre en bien de la humanidad.
Pero, ¿dónde queda el hom­bre? En nombre de este progreso muchos se han visco sometidos a inhumanas jornadas de trabajo con salarios mínimos al inicio de la era industrial, o se ha permitido la construcción de sofisticados armamentos capaces de destruir varias veces el mundo.
«La ciencia sin la conciencia no conduce sino a la ruina del hombre», afirma la instrucción va­ticana. Creer en la neutralidad de la ciencia es ingenuo, si no tenden­cioso. Es necesario desvelar una serie de mitos científicos asumidos como algo intocable por la menta­lidad del mundo actual.
La instrucción no va contra la ciencia, y no niega los estupendos avances y resultados aplicables a la biomedicina: quiere diferenciar a la ciencia de la falsa ciencia. Esta última surge cuando pretende fijar toda la verdad de las cosas, dictan­do los confines del bien y del mal. De esta manera, el bien parece ser todo lo que favorezca el desarrollo indiscriminado de la ciencia como criterio último, sin percibir que ésta sólo es válida cuando se so­mete al hombre, irreductible a ser objeto científico.
Éste es uno de los pilares bá­sicos que mueven a la sociedad de hoy. Así, en la medicina, cuando la ciencia se convierte en la mirada única sobre la realidad se entien­de el bien como el perfecto funcio­namiento de órganos y tejidos en­samblados entre sí y el mal como la ruptura de este orden. Enton­ces, el fin de la medicina, regida por el valor último de la ciencia, criterio de eficacia y utilidad, se mide por la relación existente en­tre el número de cuerpos estro­peados y el número de cuerpos arreglados.
Sólo el que comprende glo­balmente al hombre y sabe que el hombre no pide una aspirina, sino un sentido para su enfermedad y para toda su vida, sabe que no me­rece la pena arreglar un cuerpo sino curar a una persona, porque lo que le ocurre al cuerpo le ocurre a toda la persona.
El bien y el mal radican en la verdad sobre el hombre, en una antropología. La instrucción parte de una antropología que recuerda al hombre quién es: no un ser me­dible, pesable, instintivo, cuantifi­cable bajo los parámetros de la psicología, sociología, estadística, biología... , que al final encierran al hombre en compartimentos es­tancos sin relación entre sí. Fren­te a esta visión reducida de la cien­cia actual, el documento nos re­cuerda la dignidad de la vida des­de el inicio hasta el fin, la digni­dad de ser concebido dentro de un ámbito de amor, la grandeza de la relación de los esposos y el valor inmenso del cuerpo como expre­sión de la persona entera.

PRACTICAS Y UTILES, ¿QUE TIENEN DE MALO?
Las nuevas técnicas han su­puesto un renacer de la esperanza para muchas parejas. El documen­to parece dar un duro golpe que cierra toda posiblidad. Intentemos entender las razones de quien hoy desea tener un hijo a toda costa. ¿No es el deseo de engendrar hi­jos algo profundamente humano? Sin duda alguna, sí. «La pareja es­téril pide ayuda no tanto y no sólo para tener un niño sino, sobre todo, para ser, a través del niño y con el niño, más completa y más feliz. Ciertamente, pueden existir otras motivaciones, pero en el fondo y fuera de toda duda estas personas quieren una mayor feli­cidad. El punto clave es ver cuán­to y con qué seguridad las técnicas para la superación de la esterilidad ofrecen esta felicidad a la pareja y al niño», afirma el doctor Campa­gnoli, responsable de la sección gi­necólogo-endocrinológica del hos­pital de Santa Ana de Turín.
Cualquier técnica ha de regir­se por el principio de obtener máximo beneficio con el mínimo riesgo. Esto se hace evidente en el campo de las nuevas técnicas para la superación de la esterilidad. Pero cuando la ciencia usa el cri­terio de sí misma, el beneficio ma­yor consiste en obtener un emba­razo cada vez que se intente esta técnica. Tantos intentos, tantos aciertos.
Cuando el hombre es el crite­rio, el máximo beneficio es el bien total de la pareja y del niño. En este punto es imposible dejar de afirmar que el hijo no es un pro­blema técnico a resolver, sino un misterio al que acoger. Los padres no están llamados a interrogar sino a responder a un don que les es dado.
«Donum vitae», el don de la vida, da nombre a esta instrucción. El hijo, como toda persona, no es algo sobre lo que se tiene derecho, porque es evidente que nadie tie­ne derecho sobre otro.
Es una experiencia central en la paternidad que el hijo crece, que el hijo «se va»; entonces, los pa­dres pueden aferrarse a él consi­derándolo como algo suyo, algo que han creado, y al comprobar que no responde por entero a sus deseos, sólo cabe la amargura. Sin embargo, este proceso, doloroso pero inevitable, de la separación, si es vivido con gratuidad, ayuda a los padres a reconocer que el hijo es algo que les es dado pero que no les pertenece.
Por otro lado, es una necedad ignorar que la propia técnica con­lleva la necesidad de desechar y, a veces, congelar embriones; es de­cir, en cierta manera, de seleccio­narlos. El hombre se erige así en dominador de otro hombre. Esta de sufrimiento psicológico al que están sometidas las parejas duran­te el largo proceso.
El encuentro conyugal, por otro lado, no es un medio para conseguir un fin (el hijo). El amor conyugal vale por sí mismo, ven­ga o no venga el hijo (al contrario de una cierta interpretación del Magisterio de la Iglesia). Reali­zándolo, los esposos hacen de sí una entrega total, no sólo de cuer­po, el uno para el otro. Pero esto no lleva implícito que venga el hijo necesariamente. Este es el lu­gar donde Otro más grande, si quiere, puede intervenir para dar la vida a un nuevo ser, porque no son el hombre y la mujer los que crean y poseen al hijo.
Es por esto por lo que la ins­trucción afirma que sólo el lugar digno de procreación es el matri­monio, y por lo que no es admisi­ble escindir los dos aspectos del acto sexual, el encuentro y la pro­creación.

HOMBRES MÁS SABIOS
Somos conscientes de que existen problemas serios para la adecuada comprensión del docu­mento, no precisamente de estilo y redacción. ¿Por qué cuesta tanto reconocer certezas evidentes? Hace unos años el hombre corriente reconocía esto con la misma naturalidad con la que veía que a cada día le sigue una noche. Hoy asistimos a lo que podemos llamar una anestesia del sujeto. Una anestesia que se ha realizado de un modo muy sutil, sin una aparente pérdida de la personali­dad, como les sucedió a las perso­nas expuestas a la radiación de Chernobyl. Aparentemente, no varió nada, pero interiormente la afectación era total. El resultado de esta anestesia es que el sujeto está dormido, o lo que es lo mis­mo, se ha debilitado en él la razón necesaria para tener certezas. Por­que el hombre no puede vivir sin certezas, y en especial sin tener certezas sobre cuestiones funda­mentales de la propia vida, que abarcan desde el momento mismo de la concepción hasta la muerte.
Pongamos un ejemplo. Al su­jeto que está despierto y reflexio­na sobre el acto sexual, se le hace cierto, evidente, que los dos aspec­tos (encuentro y procreación) es­tán tan íntimamente unidos que se podría decir que no son dos, sino uno. Es semejante a una moneda: tiene cara y tiene cruz, pero esen­cialmente es una moneda, ¿ a quién se le ocurriría separar la cara de la cruz? ...
Sin embargo, la ciencia hoy separa la cara y la cruz: de un lado, es posible la procreación sin encuentro, y de otro, es posible el en­cuentro sin procreación. Natural­mente, todo esto es posible; pero que sea posible no implica que sea inmediatamente bueno.
El problema principal, por tanto, está en el sujeto: que salga de la anestesia, que recupere el cri­terio original. Este es el punto al que nos llama la instrucción cuan­do nos invita a ser hombres más sabios, y la máxima sabiduría está en reconocer que lo importante es cada hombre, no la Humanidad futura. Toda la actividad humana, incluida la ciencia, si no sirve a este hombre, entonces ha enloque­cido y la solución simplemente técnica a la contingencia de pade­cer problemas de esterilidad con­duce a situaciones contraprodu­centes: situación psicológica de los padres, acogida y desarrollo del niño, desestabilización social, etc.
Este documento, elaborado por verdaderos expertos en huma­nidad, sin embargo, no olvida nada del hombre en su globalidad y concreción.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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