Bioética. ¿Dónde está la frontera entre el bien y el mal? Un problema que toca los fundamentos mismos del hombre. Un debate cultural de decisiva importancia donde es absolutamente imprescindible tomar una posición.
El diez de marzo fue oficialmente publicada la instrucción vaticana sobre bioética. Un documento controvertido con gran eco en los medios de comunicación social.
Sin embargo, no ha habido un debate serio porque no ha existido una lectura seria. Para los que juzgan todo desde una ideología determinada, o para sectores que esperaban de él un «sí, vía libre», el documento parece dar el portazo al incesante avance del progreso científico y negar el justísimo derecho de los padres a tener un hijo.
Quien lea el documento sin prejuicios, podrá encontrar una postura que valora estos dos problemas situándolos en una perspectiva justa.
Frente a esto, la contestación de los medios de comunicación, incluso de la prensa y ambiente católicos, ha sido dura. Quizá porque no se ha llegado al fondo.
LA CIENCIA, EL NUEVO PROMETEO
¿Puede ser mala una ciencia que ha llevado al hombre a la luna, que salva cada día a más vidas gracias a adelantos técnicos, que ha permitido al hombre dominar los mecanismos íntimos de la vida? Para muchos el documento supone un freno a la ciencia. Lo que la ciencia puede conseguir, debe hacerse. Todo por el bien de la humanidad.
Dentro de un ambiente donde la pregunta sobre el sentido de la ciencia está prohibida, el profesor Tescard, primer investigador francés que hizo nacer en 1982 a la primera niña a través de la técnica de la fecundación «in vitro» afirma: «Yo, Jacques Testard, investigador en el campo de la procreación, he decidido acabar de una vez con esta carrera enloquecida hacia la novedad científica».
Atreverse a llamar enloquecida a la ciencia supone automarginarse ya que es ella la que marca el camino. Por supuesto, siempre en bien de la humanidad.
Pero, ¿dónde queda el hombre? En nombre de este progreso muchos se han visco sometidos a inhumanas jornadas de trabajo con salarios mínimos al inicio de la era industrial, o se ha permitido la construcción de sofisticados armamentos capaces de destruir varias veces el mundo.
«La ciencia sin la conciencia no conduce sino a la ruina del hombre», afirma la instrucción vaticana. Creer en la neutralidad de la ciencia es ingenuo, si no tendencioso. Es necesario desvelar una serie de mitos científicos asumidos como algo intocable por la mentalidad del mundo actual.
La instrucción no va contra la ciencia, y no niega los estupendos avances y resultados aplicables a la biomedicina: quiere diferenciar a la ciencia de la falsa ciencia. Esta última surge cuando pretende fijar toda la verdad de las cosas, dictando los confines del bien y del mal. De esta manera, el bien parece ser todo lo que favorezca el desarrollo indiscriminado de la ciencia como criterio último, sin percibir que ésta sólo es válida cuando se somete al hombre, irreductible a ser objeto científico.
Éste es uno de los pilares básicos que mueven a la sociedad de hoy. Así, en la medicina, cuando la ciencia se convierte en la mirada única sobre la realidad se entiende el bien como el perfecto funcionamiento de órganos y tejidos ensamblados entre sí y el mal como la ruptura de este orden. Entonces, el fin de la medicina, regida por el valor último de la ciencia, criterio de eficacia y utilidad, se mide por la relación existente entre el número de cuerpos estropeados y el número de cuerpos arreglados.
Sólo el que comprende globalmente al hombre y sabe que el hombre no pide una aspirina, sino un sentido para su enfermedad y para toda su vida, sabe que no merece la pena arreglar un cuerpo sino curar a una persona, porque lo que le ocurre al cuerpo le ocurre a toda la persona.
El bien y el mal radican en la verdad sobre el hombre, en una antropología. La instrucción parte de una antropología que recuerda al hombre quién es: no un ser medible, pesable, instintivo, cuantificable bajo los parámetros de la psicología, sociología, estadística, biología... , que al final encierran al hombre en compartimentos estancos sin relación entre sí. Frente a esta visión reducida de la ciencia actual, el documento nos recuerda la dignidad de la vida desde el inicio hasta el fin, la dignidad de ser concebido dentro de un ámbito de amor, la grandeza de la relación de los esposos y el valor inmenso del cuerpo como expresión de la persona entera.
PRACTICAS Y UTILES, ¿QUE TIENEN DE MALO?
Las nuevas técnicas han supuesto un renacer de la esperanza para muchas parejas. El documento parece dar un duro golpe que cierra toda posiblidad. Intentemos entender las razones de quien hoy desea tener un hijo a toda costa. ¿No es el deseo de engendrar hijos algo profundamente humano? Sin duda alguna, sí. «La pareja estéril pide ayuda no tanto y no sólo para tener un niño sino, sobre todo, para ser, a través del niño y con el niño, más completa y más feliz. Ciertamente, pueden existir otras motivaciones, pero en el fondo y fuera de toda duda estas personas quieren una mayor felicidad. El punto clave es ver cuánto y con qué seguridad las técnicas para la superación de la esterilidad ofrecen esta felicidad a la pareja y al niño», afirma el doctor Campagnoli, responsable de la sección ginecólogo-endocrinológica del hospital de Santa Ana de Turín.
Cualquier técnica ha de regirse por el principio de obtener máximo beneficio con el mínimo riesgo. Esto se hace evidente en el campo de las nuevas técnicas para la superación de la esterilidad. Pero cuando la ciencia usa el criterio de sí misma, el beneficio mayor consiste en obtener un embarazo cada vez que se intente esta técnica. Tantos intentos, tantos aciertos.
Cuando el hombre es el criterio, el máximo beneficio es el bien total de la pareja y del niño. En este punto es imposible dejar de afirmar que el hijo no es un problema técnico a resolver, sino un misterio al que acoger. Los padres no están llamados a interrogar sino a responder a un don que les es dado.
«Donum vitae», el don de la vida, da nombre a esta instrucción. El hijo, como toda persona, no es algo sobre lo que se tiene derecho, porque es evidente que nadie tiene derecho sobre otro.
Es una experiencia central en la paternidad que el hijo crece, que el hijo «se va»; entonces, los padres pueden aferrarse a él considerándolo como algo suyo, algo que han creado, y al comprobar que no responde por entero a sus deseos, sólo cabe la amargura. Sin embargo, este proceso, doloroso pero inevitable, de la separación, si es vivido con gratuidad, ayuda a los padres a reconocer que el hijo es algo que les es dado pero que no les pertenece.
Por otro lado, es una necedad ignorar que la propia técnica conlleva la necesidad de desechar y, a veces, congelar embriones; es decir, en cierta manera, de seleccionarlos. El hombre se erige así en dominador de otro hombre. Esta de sufrimiento psicológico al que están sometidas las parejas durante el largo proceso.
El encuentro conyugal, por otro lado, no es un medio para conseguir un fin (el hijo). El amor conyugal vale por sí mismo, venga o no venga el hijo (al contrario de una cierta interpretación del Magisterio de la Iglesia). Realizándolo, los esposos hacen de sí una entrega total, no sólo de cuerpo, el uno para el otro. Pero esto no lleva implícito que venga el hijo necesariamente. Este es el lugar donde Otro más grande, si quiere, puede intervenir para dar la vida a un nuevo ser, porque no son el hombre y la mujer los que crean y poseen al hijo.
Es por esto por lo que la instrucción afirma que sólo el lugar digno de procreación es el matrimonio, y por lo que no es admisible escindir los dos aspectos del acto sexual, el encuentro y la procreación.
HOMBRES MÁS SABIOS
Somos conscientes de que existen problemas serios para la adecuada comprensión del documento, no precisamente de estilo y redacción. ¿Por qué cuesta tanto reconocer certezas evidentes? Hace unos años el hombre corriente reconocía esto con la misma naturalidad con la que veía que a cada día le sigue una noche. Hoy asistimos a lo que podemos llamar una anestesia del sujeto. Una anestesia que se ha realizado de un modo muy sutil, sin una aparente pérdida de la personalidad, como les sucedió a las personas expuestas a la radiación de Chernobyl. Aparentemente, no varió nada, pero interiormente la afectación era total. El resultado de esta anestesia es que el sujeto está dormido, o lo que es lo mismo, se ha debilitado en él la razón necesaria para tener certezas. Porque el hombre no puede vivir sin certezas, y en especial sin tener certezas sobre cuestiones fundamentales de la propia vida, que abarcan desde el momento mismo de la concepción hasta la muerte.
Pongamos un ejemplo. Al sujeto que está despierto y reflexiona sobre el acto sexual, se le hace cierto, evidente, que los dos aspectos (encuentro y procreación) están tan íntimamente unidos que se podría decir que no son dos, sino uno. Es semejante a una moneda: tiene cara y tiene cruz, pero esencialmente es una moneda, ¿ a quién se le ocurriría separar la cara de la cruz? ...
Sin embargo, la ciencia hoy separa la cara y la cruz: de un lado, es posible la procreación sin encuentro, y de otro, es posible el encuentro sin procreación. Naturalmente, todo esto es posible; pero que sea posible no implica que sea inmediatamente bueno.
El problema principal, por tanto, está en el sujeto: que salga de la anestesia, que recupere el criterio original. Este es el punto al que nos llama la instrucción cuando nos invita a ser hombres más sabios, y la máxima sabiduría está en reconocer que lo importante es cada hombre, no la Humanidad futura. Toda la actividad humana, incluida la ciencia, si no sirve a este hombre, entonces ha enloquecido y la solución simplemente técnica a la contingencia de padecer problemas de esterilidad conduce a situaciones contraproducentes: situación psicológica de los padres, acogida y desarrollo del niño, desestabilización social, etc.
Este documento, elaborado por verdaderos expertos en humanidad, sin embargo, no olvida nada del hombre en su globalidad y concreción.
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