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Huellas N.7, Agosto 1987

ENTREVISTA

Democracia, desarrollo, integración

Alberto Llabrés

Hace apenas unos días estuvo en Madrid Luis Enrique Marius, Secretario General Adjunto de la CLAT (Confederación Latinoamericana de Trabajadores). Para muchos estas siglas son algo novedosas; sin embargo, es una gran realidad en América Latina con arraigo prácticamente en todas sus naciones. Luis Enrique es uruguayo aunque actualmente vive en Caracas, donde trabaja. Este mismo trabajo es el que le obliga a viajar continuamente por toda América Latina contactando con los distintos dirigentes sindicales. Todo esto fue lo que nos animó a pedirle que nos concediera esta entrevista.

NUEVA TIERRA: -Democra­cia, desarrollo, integración: estos tres temas son la base fundamental del 9º Congre­so de la CLAT. ¿Cómo se entienden en el marco de América Latina?
ENRIQUE MARIUS: -En pri­mer lugar, intentamos pro­fundizar en un concepto de democracia que no se agote en momentos electorales. Nosotros hablamos de una democracia integral, que también sea económica, so­cial y cultural. Pero las situa­ciones de democratización en América Latina son muy frágiles. La cuestión de la de­mocracia se hace vulnerable en otro problema que es el del desarrollo económico y social. No es plausible pen­sar en una democratización estable sin solucionar los problemas económicos y so­ciales que hay. No se puede construir una democracia so­bre la miseria; se podrá compartir la riqueza, la produc­ción, las dificultades... pero nunca se puede compartir la miseria. El ser humano no ha nacido para compartir la miseria; eso sería reducirnos como seres humanos o aspi­rar a un futuro aún más ne­gativo que el que tenemos hoy. Yo creo que el compar­tir una situación, y así lo en­tiende la CLAT, es con el compromiso de superarla. Hablar pues de democracia nos lleva a la cuestión del de­sarrollo. Hasta ahora se han tratado de imponer modelos elaborados desde EEUU o desde otros centros de in­fluencia, utilizando América Latina fundamentalmente como un laboratorio. Así, se ensayó el «desarrollismo» en la época de los Kennedy y fue un fracaso; lo único que generó eso fueron unas me­jores condiciones para la ex­plotación por parte de las multinacionales y no un mejoramiento sustantivo de las condiciones de vida de los la­tinoamericanos. Después, vi­nieron distintos tipos de mé­todos: monetarismo, neoli­beralismo, cada uno con sus barnices. Frente a estos mo­delos con base estructuralis­ta provenientes de EEUU, se presentó como una alterna­tiva, el marxismo: el modelo soviético como la panacea del desarrollo económico. Nosotros sabemos que el modelo llamado socialista ha sido un fracaso. El mismo Fi­del Castro, después de la ex­periencia cubana, dice que no se le puede adjudicar al mar­xismo la culpa de los fraca­sos en Cuba, porque el mar­xismo tiene apenas 70 años de vida y por lo tanto es un modelo en experimenta­ción... Bueno, si está en ex­perimentación habría que analizarlo no sólo en la pers­pectiva cubana, sino también en la polaca: no es ningún tipo de experimentación, es un modelo acabado que se aplica con forceps. Cuando uno se plantea la necesidad de renovar un modelo, como lo plantea Fidel, porque se dice que es un modelo de proceso, de cambio, tiene que hacerse bajo condiciones de cambio. Las condiciones de cambio implican una au­tocrítica abierta. Una auto­crítica abierta es una de las condiciones de la democra­cia... Condiciones todas ellas que no existen en los países en los que se ha implantado un modelo socialista. Por lo tanto para nosotros tampoco son alternativa. Eso nos lle­va a pensar en un modelo al­ternativo de desarrollo. Un modelo alternativo que sea integral e integrado. Cuando decimos integral nos esta­mos refiriendo a que no aceptamos la categoría tradi­cional de desarrollo, en la lí­nea de considerarlo igual a crecimiento económico. Ha­blamos de desarrollo en re­lación a todas las dimensio­nes del hombre: la cultural, la espiritual, la social... Es decir, manteniendo coheren­cia con nuestra concepción: un desarrollo no para la so­ciedad sino para el hombre.
Pero este modelo integral de desarrollo no va a poder ser llevado adelante sino se hace en el marco de una in­tegración latinoamericana.

N.T.: -¿Cuáles serían las con­diciones de esa integración latinoamericana?
E.M.: -Para nosotros, lo más evidente es que ese modelo de desarrollo basado en la inte­gración misma sólo se pue­de hacer desde la recupera­ción de la identidad cultural latinoamericana. Dos ele­mentos son aquí importan­tes: el ser latinoamericano como centro de cualquier alternativa de desarrollo y el proceso histórico que ha ge­nerado ese hombre en su quehacer, su base cultural fundamental, que, por cierto, tiene una matriz indudable­mente cristiana. Hasta aho­ra se han dado pequeños in­tentos de integración, de go­bierno a gobierno, con esca­sos resultados, porque las in­tegraciones de arriba para abajo, aunque parezcan más rápidas son más lentas, y corren el riesgo de tergiver­sarse. Nosotros proponemos un método que vaya de aba­jo hacia arriba, poniendo en común vivencias, experien­cias, problemas... Es más se­guro, se camina hacia una unidad... Que no sea la socie­dad política, que sea la socie­dad civil la que asuma el planteamiento de la integra­ción; una integración hecha en común y a través de pe­queñas realizaciones prácti­cas, del propio esfuerzo de los pueblos.

N.T.: -En la práctica, ¿quiénes son los sujetos activos de esta recuperación cultural?
E.M.: -Hay mucha gente que está trabajando en esto. Gente que proviene de vivencias muy diferentes pero que en los últimos años ha tenido experiencias que les han mostrado que la cosa va por esta vertiente. De nuestra parte, hemos asumido este trabajo institu­cionalmente: no somos los únicos, pero sí somos quizás los que lo hacemos de forma más sistemática. Por otro lado, y hablando en general, nosotros rechazamos a quie­nes adjudican a la Iglesia un rol retardatario. Todo lo contrario, es una referencia en este proceso porque esa recuperación cultural está en el marco del pensamiento cristiano, de la tradición cris­tiana.
Posiblemente, nuestra no­vedad es que ubicamos este trabajo en el marco del mo­vimiento de los trabajadores. Algunos han querido ver una tendencia esquizofrénica que quiere meter forzada­mente toda la problemática cultural en el marco de los trabajadores. Nosotros en­tendemos que no es en abso­luto forzado. Si partimos de la mejor definición de cultu­ra, bueno, resulta que el tra­bajo es el más importante factor de culturización de un pueblo, porque trabajo es cualquier aportación del hombre a la comunidad, re­munerada o no.

N.T.: -Entonces, ¿qué es la CLAT? ¿Cuáles son las di­ferencias de vuestro movi­miento con respecto a lo que en Europa se entiende como sindicalismo?
E.M.: -Realmente, no utilizo el término «sindicato» porque es la peor palabra que pue­do utilizar en el caso nues­tro. El sindicato, tal y como se concibe en Europa, y tam­bién en algunos sectores de América Latina, está bajo los esquemas tradicionales de la lucha de clases como res­puesta institucional de la cla­se obrera. Cuando la CLAT nace en 1954 habla de movi­miento de trabajadores, asu­miendo el concepto de traba­jador, es decir, del hombre y del trabajo como algo funda­mental. La dignificación del hombre por el trabajo como elemento clave para el de­sarrollo del hombre y factor generador de cultura. Es un movimiento que agrupa obreros, campesinos, deso­cupados, minusválidos, ( ... ), para que la solidaridad sea una solidaridad institucional que no pueda jamás trans­formarse en paternalismo, ni en caridad tipo limosna, sino que sea asumida en for­ma responsable por una ver­dadera comunidad. Exigir a los gobiernos, pero no espe­rar de los gobiernos que sean los únicos que den solucio­nes. La CLAT es un movi­miento social con profunda raigambre y vocación políti­cas. Pero Política con mayús­cula, en su dimensión pro­funda de un cambio real. En Europa hay una gran crisis en el sindicalismo, una crisis de identidad. El sindicalismo fue llevado a un costumbris­mo en materia de reivindica­ción. Hoy entonces, ¿para qué existe el sindicato? No tiene ya mensaje. Marco entonces la dife­rencia: está en los paráme­tros de medida; si el hombre vale según lo que tiene, se acabó el sindicalismo euro­peo. La cuestión clave es ¿a qué sociedad aspiramos?

N.T.: -Ante una posición así, ¿cuál es la reacción? Aquí en Europa se tiende a con­cebir el poder político des­vinculado de cualquier va­lor, como una cuestión de gestión meramente. En América Latina, ¿hay una lucha abierta contra voso­tros por parte del poder po­lítico? ¿Cómo entiende un gobierno de allí lo que vo­sotros proponéis?
E.M.: -La CLAT surge en contra de una polarización, debida a la incidencia del imperialis­mo americano y soviético. Es una realidad que vive y se desarrolla como una alterna­tiva en medio de esta pola­rización. Por ahí aparecen los ataques más furibundos.
De cualquier modo, en los últimos tiempos han apare­cido otro tipo de ataques muy significativos, en los que se vincula la CLA T con el CELAM (Conferencia Episcopal Latinoamericana), en una supuesta conspira­ción para dividir a los traba­jadores de América Latina e introducir un integrismo de carácter religioso. Se nos acusa de intentar dar res­puestas católicas a proble­mas globales que en el pen­samiento de quienes nos ata­can deberían ser asumidas por toda la sociedad, y no a través de un mensaje «secta­rio» e «integrista» de tipo cristiano. Pero hay que ubicarlos también en el plano intelec­tual. Por ejemplo, la cues­tión de la Teología de la Li­beración. En algunos lugares me han llegado a decir: «Mira, ésta es una expresión más del clericalismo. Donde antes venía un padrecito conservador a decirnos que teníamos que hacer una cosa, ahora viene otro que dice que es progresista y nos dice que tenemos que hacer otra. Pero siempre son padrecitos que nos dicen lo que tene­mos que hacer».
En cierto modo hay un do­ble juego; desde fuera del movimiento cristiano existe una presión secularista, y desde dentro se constata una tensión clerical.

N.T.: -¿Cómo crees que es vis­ta la realidad latinoamerica­na desde el mundo occiden­tal?
E.M.: -Creo, sinceramente, que no se conoce. Se tiene una información, en parte, real, pero sólo de parte de la ver­dad y, además, muy manipu­lada. Y esto es así porque hay intereses. Por ejemplo: ¿por qué no sé habla de Hai­d?, ¿por qué se habla tanto de la revolución nicaragüen­se?
Casi todos los medios de comunicación están contro­lados por los sectores mar­xistas, que difunden las no­ticias que les interesan. Y los que no están controlados por ellos piensan que, en algu­nos temas, no les interesa mantener polémica; les bas­ta con la que sostienen acer­ca de las cuestiones internas.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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