Hace apenas unos días estuvo en Madrid Luis Enrique Marius, Secretario General Adjunto de la CLAT (Confederación Latinoamericana de Trabajadores). Para muchos estas siglas son algo novedosas; sin embargo, es una gran realidad en América Latina con arraigo prácticamente en todas sus naciones. Luis Enrique es uruguayo aunque actualmente vive en Caracas, donde trabaja. Este mismo trabajo es el que le obliga a viajar continuamente por toda América Latina contactando con los distintos dirigentes sindicales. Todo esto fue lo que nos animó a pedirle que nos concediera esta entrevista.
NUEVA TIERRA: -Democracia, desarrollo, integración: estos tres temas son la base fundamental del 9º Congreso de la CLAT. ¿Cómo se entienden en el marco de América Latina?
ENRIQUE MARIUS: -En primer lugar, intentamos profundizar en un concepto de democracia que no se agote en momentos electorales. Nosotros hablamos de una democracia integral, que también sea económica, social y cultural. Pero las situaciones de democratización en América Latina son muy frágiles. La cuestión de la democracia se hace vulnerable en otro problema que es el del desarrollo económico y social. No es plausible pensar en una democratización estable sin solucionar los problemas económicos y sociales que hay. No se puede construir una democracia sobre la miseria; se podrá compartir la riqueza, la producción, las dificultades... pero nunca se puede compartir la miseria. El ser humano no ha nacido para compartir la miseria; eso sería reducirnos como seres humanos o aspirar a un futuro aún más negativo que el que tenemos hoy. Yo creo que el compartir una situación, y así lo entiende la CLAT, es con el compromiso de superarla. Hablar pues de democracia nos lleva a la cuestión del desarrollo. Hasta ahora se han tratado de imponer modelos elaborados desde EEUU o desde otros centros de influencia, utilizando América Latina fundamentalmente como un laboratorio. Así, se ensayó el «desarrollismo» en la época de los Kennedy y fue un fracaso; lo único que generó eso fueron unas mejores condiciones para la explotación por parte de las multinacionales y no un mejoramiento sustantivo de las condiciones de vida de los latinoamericanos. Después, vinieron distintos tipos de métodos: monetarismo, neoliberalismo, cada uno con sus barnices. Frente a estos modelos con base estructuralista provenientes de EEUU, se presentó como una alternativa, el marxismo: el modelo soviético como la panacea del desarrollo económico. Nosotros sabemos que el modelo llamado socialista ha sido un fracaso. El mismo Fidel Castro, después de la experiencia cubana, dice que no se le puede adjudicar al marxismo la culpa de los fracasos en Cuba, porque el marxismo tiene apenas 70 años de vida y por lo tanto es un modelo en experimentación... Bueno, si está en experimentación habría que analizarlo no sólo en la perspectiva cubana, sino también en la polaca: no es ningún tipo de experimentación, es un modelo acabado que se aplica con forceps. Cuando uno se plantea la necesidad de renovar un modelo, como lo plantea Fidel, porque se dice que es un modelo de proceso, de cambio, tiene que hacerse bajo condiciones de cambio. Las condiciones de cambio implican una autocrítica abierta. Una autocrítica abierta es una de las condiciones de la democracia... Condiciones todas ellas que no existen en los países en los que se ha implantado un modelo socialista. Por lo tanto para nosotros tampoco son alternativa. Eso nos lleva a pensar en un modelo alternativo de desarrollo. Un modelo alternativo que sea integral e integrado. Cuando decimos integral nos estamos refiriendo a que no aceptamos la categoría tradicional de desarrollo, en la línea de considerarlo igual a crecimiento económico. Hablamos de desarrollo en relación a todas las dimensiones del hombre: la cultural, la espiritual, la social... Es decir, manteniendo coherencia con nuestra concepción: un desarrollo no para la sociedad sino para el hombre.
Pero este modelo integral de desarrollo no va a poder ser llevado adelante sino se hace en el marco de una integración latinoamericana.
N.T.: -¿Cuáles serían las condiciones de esa integración latinoamericana?
E.M.: -Para nosotros, lo más evidente es que ese modelo de desarrollo basado en la integración misma sólo se puede hacer desde la recuperación de la identidad cultural latinoamericana. Dos elementos son aquí importantes: el ser latinoamericano como centro de cualquier alternativa de desarrollo y el proceso histórico que ha generado ese hombre en su quehacer, su base cultural fundamental, que, por cierto, tiene una matriz indudablemente cristiana. Hasta ahora se han dado pequeños intentos de integración, de gobierno a gobierno, con escasos resultados, porque las integraciones de arriba para abajo, aunque parezcan más rápidas son más lentas, y corren el riesgo de tergiversarse. Nosotros proponemos un método que vaya de abajo hacia arriba, poniendo en común vivencias, experiencias, problemas... Es más seguro, se camina hacia una unidad... Que no sea la sociedad política, que sea la sociedad civil la que asuma el planteamiento de la integración; una integración hecha en común y a través de pequeñas realizaciones prácticas, del propio esfuerzo de los pueblos.
N.T.: -En la práctica, ¿quiénes son los sujetos activos de esta recuperación cultural?
E.M.: -Hay mucha gente que está trabajando en esto. Gente que proviene de vivencias muy diferentes pero que en los últimos años ha tenido experiencias que les han mostrado que la cosa va por esta vertiente. De nuestra parte, hemos asumido este trabajo institucionalmente: no somos los únicos, pero sí somos quizás los que lo hacemos de forma más sistemática. Por otro lado, y hablando en general, nosotros rechazamos a quienes adjudican a la Iglesia un rol retardatario. Todo lo contrario, es una referencia en este proceso porque esa recuperación cultural está en el marco del pensamiento cristiano, de la tradición cristiana.
Posiblemente, nuestra novedad es que ubicamos este trabajo en el marco del movimiento de los trabajadores. Algunos han querido ver una tendencia esquizofrénica que quiere meter forzadamente toda la problemática cultural en el marco de los trabajadores. Nosotros entendemos que no es en absoluto forzado. Si partimos de la mejor definición de cultura, bueno, resulta que el trabajo es el más importante factor de culturización de un pueblo, porque trabajo es cualquier aportación del hombre a la comunidad, remunerada o no.
N.T.: -Entonces, ¿qué es la CLAT? ¿Cuáles son las diferencias de vuestro movimiento con respecto a lo que en Europa se entiende como sindicalismo?
E.M.: -Realmente, no utilizo el término «sindicato» porque es la peor palabra que puedo utilizar en el caso nuestro. El sindicato, tal y como se concibe en Europa, y también en algunos sectores de América Latina, está bajo los esquemas tradicionales de la lucha de clases como respuesta institucional de la clase obrera. Cuando la CLAT nace en 1954 habla de movimiento de trabajadores, asumiendo el concepto de trabajador, es decir, del hombre y del trabajo como algo fundamental. La dignificación del hombre por el trabajo como elemento clave para el desarrollo del hombre y factor generador de cultura. Es un movimiento que agrupa obreros, campesinos, desocupados, minusválidos, ( ... ), para que la solidaridad sea una solidaridad institucional que no pueda jamás transformarse en paternalismo, ni en caridad tipo limosna, sino que sea asumida en forma responsable por una verdadera comunidad. Exigir a los gobiernos, pero no esperar de los gobiernos que sean los únicos que den soluciones. La CLAT es un movimiento social con profunda raigambre y vocación políticas. Pero Política con mayúscula, en su dimensión profunda de un cambio real. En Europa hay una gran crisis en el sindicalismo, una crisis de identidad. El sindicalismo fue llevado a un costumbrismo en materia de reivindicación. Hoy entonces, ¿para qué existe el sindicato? No tiene ya mensaje. Marco entonces la diferencia: está en los parámetros de medida; si el hombre vale según lo que tiene, se acabó el sindicalismo europeo. La cuestión clave es ¿a qué sociedad aspiramos?
N.T.: -Ante una posición así, ¿cuál es la reacción? Aquí en Europa se tiende a concebir el poder político desvinculado de cualquier valor, como una cuestión de gestión meramente. En América Latina, ¿hay una lucha abierta contra vosotros por parte del poder político? ¿Cómo entiende un gobierno de allí lo que vosotros proponéis?
E.M.: -La CLAT surge en contra de una polarización, debida a la incidencia del imperialismo americano y soviético. Es una realidad que vive y se desarrolla como una alternativa en medio de esta polarización. Por ahí aparecen los ataques más furibundos.
De cualquier modo, en los últimos tiempos han aparecido otro tipo de ataques muy significativos, en los que se vincula la CLA T con el CELAM (Conferencia Episcopal Latinoamericana), en una supuesta conspiración para dividir a los trabajadores de América Latina e introducir un integrismo de carácter religioso. Se nos acusa de intentar dar respuestas católicas a problemas globales que en el pensamiento de quienes nos atacan deberían ser asumidas por toda la sociedad, y no a través de un mensaje «sectario» e «integrista» de tipo cristiano. Pero hay que ubicarlos también en el plano intelectual. Por ejemplo, la cuestión de la Teología de la Liberación. En algunos lugares me han llegado a decir: «Mira, ésta es una expresión más del clericalismo. Donde antes venía un padrecito conservador a decirnos que teníamos que hacer una cosa, ahora viene otro que dice que es progresista y nos dice que tenemos que hacer otra. Pero siempre son padrecitos que nos dicen lo que tenemos que hacer».
En cierto modo hay un doble juego; desde fuera del movimiento cristiano existe una presión secularista, y desde dentro se constata una tensión clerical.
N.T.: -¿Cómo crees que es vista la realidad latinoamericana desde el mundo occidental?
E.M.: -Creo, sinceramente, que no se conoce. Se tiene una información, en parte, real, pero sólo de parte de la verdad y, además, muy manipulada. Y esto es así porque hay intereses. Por ejemplo: ¿por qué no sé habla de Haid?, ¿por qué se habla tanto de la revolución nicaragüense?
Casi todos los medios de comunicación están controlados por los sectores marxistas, que difunden las noticias que les interesan. Y los que no están controlados por ellos piensan que, en algunos temas, no les interesa mantener polémica; les basta con la que sostienen acerca de las cuestiones internas.
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