Este año ha sido distinto. Había invitado a cinco familias con las que hemos tenido relación durante todo el año. En una mesa se sentaban conmigo a cenar tres familias y en otra mesa se sentaban a cenar otras dos familias con uno de los voluntarios que también les han estado acompañando todo el año. De camino a la cena yo, que iba muy cansada físicamente, iba abierta al imprevisto, a dejarme sorprender por lo que ocurriera, no dando por hecho la experiencia vivida los años anteriores, tan llena de belleza, de bien y de gratitud. Este año ha vuelto a suceder, ha habido imprevistos que te sacan de tus esquemas. Los dos autobuses que teníamos contratados para recoger a las familias, adolescentes, jóvenes y niños que salían del madrileño barrio de Tetuán se retrasaban. Llegaron dos horas después. Uno de ellos, donde iban “mis” familias, nada más salir pinchó una rueda. Tuvo que parar en el arcén y esperar a la Guardia Civil. El otro autocar llegó a las diez de la noche (la cena comenzaba a las ocho). Este mismo autocar regresó a recoger a las familias que estaban en el autocar que había pinchado, que llegaron dos horas y media más tarde. La espera se me hizo larga y dura. Con un nudo en el estómago por la preocupación de que estuvieran bien.
Hoy, un día después, me ha costado levantarme, no solo por el cansancio, sino porque necesito volver a tener razones, estar acompañada de mis compañeros de trabajo, ver con ellos cómo lo han vivido. Necesito preguntar a las familias cómo están y entender sus emociones (no sé si de enfado y decepción o de agradecimiento pese a todo). Necesito saber que hay algo que no defrauda a pesar de la tempestad, necesito ver el sol, no solo saber que existe detrás de las nubes.
Es bonito y verdadero hacer cuentas con la realidad. Ayuda a entender. Me he levantado contrariada porque las cosas no han salido como yo esperaba y parecía que no merecían a pena. El “Te invito a cenar” de este año me había decepcionado aparentemente. Necesitaba estar con mis compañeros de trabajo y entender. Entendí a través de los ojos de una compañera que iba por primera vez y que, a pesar de llegar tarde, no ocultó su sorpresa al entrar y ver a todos los voluntarios preparados para servir, la gente que había, el cuidado con que se hacía todo... Entendí a través de los ojos de otra compañera que durante el tiempo de espera del autocar se puso a cantar villancicos. En ella había una mirada cómplice con algunos de los adolescentes: no pasaba nada porque habían estado juntos, como una gran familia. Entendí que, a pesar del pinchazo, todos estaban bien, y que Tú, Señor, me los volvías a regalar. Entendí que si estás acompañado por alguien que te quiere puedes estar tranquilo. ¡Gracias, Señor, por nacer de nuevo para y en cada uno de nosotros!
María (Cesal)
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