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Huellas N.01, Enero 2023

PRIMER PLANO

Casa Estela. «Esto es también para mí»

Gabriel Richi Alberti

Un deseo imposible dentro de una historia de gratuidad dio inicio a una casa que acoge a jóvenes que salen de residencias tuteladas de la Comunidad de Madrid, pero que sobre todo es una casa de amigos

Un sábado al mes. 11 de la mañana. Varios coches con amigos y padres con hijos van a algunas residencias de la Comunidad de Madrid a recoger menores tutelados para pasar con ellos el día en el campo. Un gesto de caritativa sencillo, guiado. Un gesto que, mes tras mes, educa a quien lo vive al amor verdadero, a la gratuidad como forma de todas las relaciones. Una gratuidad que comienza, poco a poco, a mirar con atención todo lo que pasa y a darse cuenta de necesidades que antes no se habían visto. Necesidades que son la voz de Otro que llama a seguirle.
Una de las menores habla un día con Meri: le cuenta su deseo de poder estudiar medicina. Algo completamente fuera del alcance de sus posibilidades y de los recursos que los entes públicos y privados pueden ofrecer. Una conversación como cualquier otra, de un sábado más de caritativa. ¿O no? Este gesto de caritativa, en el que participan Meri y algunos de sus amigos desde hace más de quince años, había ido poco a poco educándoles en la gratuidad y un envite como este no se podía dejar en paso.
Meri custodia esta provocación y, a medida que pasa el tiempo, crece la inquietud y no le deja tranquila. Empieza a hablar con sus amigos de su grupo de Fraternidad y con algún otro con el que suele confrontarse. Todos, sin excepciones, le dicen: «No estás sola, esto es también para mí». La educación de la caritativa, el encuentro con la necesidad de aquella chica, el reconocimiento de una llamada del Señor a seguirle con mayor radicalidad, el movimiento de la libertad de Meri… todo esto ha provocado que también el corazón de sus amigos se ponga en marcha y secunde el deseo de responder a esta necesidad. Pero ¿cómo?

No hay que inventarse nada. Lo primero fue preguntar a quien, desde hacía tiempo, conocía la realidad de los menores tutelados y, de un modo u otro, trabajaba con ella. Una primera sorpresa. Al salir de las residencias, una vez cumplidos los dieciocho años, las posibilidades son: empezar una vida independiente –alquilando una habitación y dejando de estudiar–, vida para la que la mayoría de estos menores no están preparados; volver a sus familias, en el caso de que existan, lo cual es muchas veces muy problemático; ir a vivir en pisos con otros chicos o chicas en sus mismas condiciones pero sin compartir la vida con ningún adulto; finalmente, en el caso de las chicas, un par de residencias de religiosas. No existe ninguna casa en la que puedan empezar a compartir la vida con un adulto que no sea un educador, sino alguien con el deseo de acompañarles en estos inicios de su mayoría de edad. Alguien, como muchas veces recuerda Meri, que te pregunte al llegar a casa: «¿Qué tal ha ido el día?».
Meri no está sola. De hecho, su grupo de Fraternidad se implica en primera persona a todos los niveles: desde pensar qué tipo de casa sería la más adecuada, dónde tendría que estar –fue muy claro desde el principio que era importante que estuviese cerca de las casas de los amigos, para que la referencia a las familias fuese inmediata–, cuántas plazas tenía que tener, qué tipo de propuesta de vida común se quería plantear, cómo buscar ayudas económicas… Fueron meses de gran ebullición que no hacían perder el origen de la casa: la gratuidad que se aprende en la caritativa.
Finalmente se encontró una casa adecuada, para cinco chicas más Meri. Pero no solo. La casa, en realidad, no se pensó como una simple casa de acogida, sino como la casa de un grupo de Fraternidad en la que se acogían chicas, gracias a la presencia de Meri y a la red de relaciones que sostienen la vida de la casa. Por eso, era importante tener un amplio patio y zonas comunes que permitiesen juntarse y compartir la vida. Cumpleaños, bodas de plata, escuelas de comunidad durante el verano, cenas y barbacoas, o el gusto de tomar una cerveza un domingo por la tarde con quien pueda… son algunos de los momentos comunes de la vida de la casa a los que siempre son invitadas las chicas que viven en ella.
Además del convenio con la Comunidad de Madrid, que asegura una base inicial para afrontar los gastos de la casa, muchas han sido las personas –amigos, familiares y hasta desconocidos– que han respondido personalmente y sostienen, mes a mes, las necesidades económicas. Fue muy significativo, por ejemplo, que a la hora de amueblar la casa alquilada, prácticamente no se daba abasto para ir a todos los sitios de los que llamaban para ofrecer camas, muebles, mesas, sábanas, menaje…

11 de febrero de 2017. Inauguración de la casa. Más de doscientas personas se juntan en Casa Estela para la bendición y la comida. Un caldo caliente –hacía mucho frío y llovía, menos mal que aparecieron unas carpas traídas por los amigos que permitieron a todos estar al resguardo–, comida en abundancia, pero, sobre todo, mucho agradecimiento y mucha curiosidad de qué camino se abría a partir de aquel momento. Antes de la inauguración se hizo muy claro a todos los que estaban implicados que una obra así no podía tener como fundamento sus propias capacidades. La lista de fragilidades y torpezas, también en la relación entre los amigos, que acompañaron los primeros pasos de esta aventura es casi interminable.
Desde aquel día han pasado catorce chicas, contando las que actualmente viven en la casa. Catorce chicas, catorce historias. Ninguna igual a la otra. Para algunas su paso por Casa Estela ha sido un bien inmenso y la amistad permanece; otras no encontraron el modo de dejarse ayudar; otras han estado de paso… Si en el origen de la casa no estuviese la gratuidad que se aprende en la caritativa, no habría podido durar hasta el presente.
La Casa permite a cada chica permanecer tres años: desde los dieciocho hasta los veintiún años. Para poder vivir en ella, es necesario que quieran seguir estudiando, ya sea una carrera universitaria o un grado de formación profesional. Además, es importante que puedan comenzar a trabajar y a tener un mínimo de solvencia económica que les permita también ahorrar. La casa no es una residencia y, como en cualquiera de nuestras casas, también las chicas son responsables de su cuidado y gestión. Compra, cocina, limpieza… en fin, lo que se dice una casa.
Meri se fue a vivir a Casa Estela. No trabaja en ella: vive, convive con las chicas. Y lo hace ofreciéndoles la posibilidad de participar en la trama de relaciones que acompañan a la misma Meri y que está en el origen inmediato de la casa. De hecho, el período del confinamiento y de los meses posteriores fue el más difícil. No solo por las condiciones que todos vivimos, sino por las dificultades que hubo para poder verse y encontrarse en la casa como había sido al principio. Casi dejó de ser la casa de aquellos amigos y se notaba. De ahí nace la idea de reformar completamente el garaje y convertirlo en un salón espacioso para volver a verse con normalidad y frecuencia. Y así lo están haciendo.
Un último detalle significativo. Ni Meri ni ninguno de sus amigos que están implicados en la vida de la casa han dejado de hacer caritativa. La implicación en una obra no “convalida” la caritativa. Al contrario: esta pequeña obra nace de la educación que reciben haciendo caritativa y no puede seguir adelante sin ella.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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