«Me impresiona que un hombre al que no he conocido tenga tanta importancia en mi vida». La experiencia de dos universitarias en la audiencia con el Papa
El viernes en el aeropuerto me encontraba sorprendentemente tranquila. Iba con el corazón inquieto, lleno de preguntas, con pinchazos incómodos, con las exigencias a flor de piel, incluso con cierto vértigo… pero todo ello envuelto por una paz que sabía que no me daba yo. Me echaba de menos así, viviendo con sencillez lo que se me pone delante, que durante ese fin de semana era más que evidente: seguir y estar disponible.
El lunes 10 de octubre algunos amigos universitarios prepararon un acto para adentrarnos más en la persona de don Giussani. Había entre nosotros muchos que no le habían escuchado antes, pero era imposible quedarse indiferente ante su provocación a vivir la vida con tanta intensidad. Personalmente, me impresiona que un hombre al que no he conocido tenga tanta importancia en mi vida. Ver y oír a un hombre tan enamorado de la vida y de Cristo invita a seguirle. Pero porque no es un hombre que apunte hacia sí mismo, sino que te señala más allá.
Un día cenando juntos, un amigo sacerdote nos preguntaba por qué habíamos decidido ir a Roma. Yo le conté que no había dudado en querer ir. Llegó el aviso, lo hablamos en casa y entonces empecé a buscar a más universitarios que fuesen a ir para vivir la experiencia juntos. Ha sido un momento histórico, y yo, por el camino que estoy haciendo y por cómo estoy creciendo, sé el bien tan inmenso que es y ha sido siempre para mí secundar cada propuesta.
La espera del sábado previa a la llegada del Papa fue preciosa. Bastaba levantar la mirada para quedarse en profundo silencio por la cantidad de personas allí reunidas. Miles de corazones a la espera, miles de miradas inquietas, miles de voces cantando a la vez: «Es realmente grande Dios, es grande nuestra vida». Pelos de punta. La misma sensación al escuchar al coro, la lectura de los textos, la voz de Giussani alzándose sobre la multitud. ¡Qué belleza pertenecer a un pueblo!
He vuelto a Madrid muy agradecida. Estos días se ha hecho evidente para mí lo que supone el seguimiento. La belleza y la correspondencia de uno que decide seguir a aquel que va por delante. Como nos escribió Tommaso en su primera carta, «¡nos esperan grandes cosas!».
Lucía
Debo partir de un agradecimiento inmenso ante todo lo que ha sucedido en mi vida el último año y medio, porque he vivido, hasta el día de hoy incluido, un desbordamiento de otro mundo que nunca me dejará de sorprender y no tengo tiempo en la vida, ni días, ni palabras suficientes para agradecer. La vida no ha dejado de crecer hasta el día de hoy, y la parte más fundamental es la gran compañía del CLU, el movimiento y la Iglesia, todo habla de la misma cosa y me señala al mismo sitio, a Cristo que ha venido y sé que no me quiero despegar nunca de Él. Justo cuando la vida está floreciendo al máximo y el CLU mismo está en ebullición de vida, yo me voy a Praga de Erasmus un cuatrimestre, parece incoherente cuando realmente he encontrado a la gente con la que quiero estar toda la vida. Llevo solo un mes en Praga y no paro de aprender muchísimo. He experimentado en mi propia carne que el movimiento es mi casa, y realmente no se trata de estar con mis mejores amigos y ya, porque aquí no conocía a nadie y la experiencia de pertenecer, de correspondencia, de respirar, de libertad y ser más yo, se da de la misma manera.
De todas formas, quiero contar lo que ha sucedido este fin de semana en Roma. Hice un trabajo personal en el avión para ser consciente de por qué iba, porque era peligroso ver a mis amigos españoles después de un mes y luego volver a Praga, pues iba a ser difícil despegarse. Sin embargo, últimamente se me ha ido recordando, por distintas personas y momentos, la importancia de vivir la memoria de Cristo. Es algo que no entiendo del todo pero me llama mucho la atención porque intuyo que es algo importante para mí. He reunido apuntes que tomé del testimonio de Jone, cosas que han dicho en la Escuela de comunidad en Praga, cosas que han dicho mis amigos y todo lo que he podido encontrar sobre cómo vivir la memoria para intentar entender. Fui muy seria con esto a la hora de ir a Roma y escribí: «pero si este finde sirve para vivir la memoria, no me puede interesar más». Y ha sido increíble, he disfrutado muchísimo. De nuevo ha sido tener delante lo más atractivo que he encontrado nunca. Una vez más puedo decir a boca grande lo agradecida que estoy de conocer el movimiento y formar parte de él. Qué suerte la nuestra, la existencia de don Giussani y del carisma. Y es que esto es lo único por lo que yo doy la vida, lo que más me hace moverme. La vida con esta gente tiene color, es más vida. Hablan del bello día. Y la Iglesia es imperfecta porque está formada por hombres, y eso me duele mucho y es algo difícil, pero al final lo más preciado del cristiano es Cristo, solo Él; y en realidad es muy sencillo, porque todo parte de un encuentro, un acontecimiento como el de Pedro y Andrés pescando en Galilea. Se encuentran con Jesús y lo dejan todo para seguirle. «Maestro, nosotros tampoco entendemos lo que dices, pero si nos alejamos de ti, ¿a dónde iremos? Solo Tú tienes palabras que dan sentido a la vida». Yo me identifico mucho con Pedro, que es un desastre y un cabezota, es imperfecto, como la Iglesia. Pero lo que a él le define es ese grito: «¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero!», tras la tercera vez que Jesús le pregunta: «¿Me amas?». Y este hombre es Padre de la Iglesia. Lo que le define es esto. Yo me puedo olvidar mil veces o traicionar en algún momento mi historia. Y soy un desastre absoluto, pero sé que lo que más me define al fin y al cabo es este grito de Pedro. «Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero».
Qué alegría más grande volver a ver esta Vida. Yo me quiero entregar totalmente a esto. Me voy detrás de estos, otra vez, me vuelve a conquistar. Es lo mejor que he conocido. Ahora vuelvo a Praga con la gente del Erasmus, a la universidad, a todo, y no puedo dejar esto fuera. No puedo.
Necesito entender más qué es esto que he encontrado, que me ha aferrado para siempre, necesito conocerlo más: qué es esto; quiénes son estos; quién es Él; por qué hay un CLU de 10 personas en Hungría, ahí que voy para conocerlos; por qué se casan algunos de ellos con 23-24 años; cómo es posible que exista esta unidad de la experiencia cristiana entre gente tan diferente en tantos lugares distintos del mundo; por qué mi hermana y su marido pueden vivir la muerte de su hija a los cuatro meses de embarazo con la certeza de que está en el Cielo y, aun viviendo con un dolor y un sufrimiento inimaginable, están siendo sostenidos y no desesperados; necesito conocer más a Quien nos llena de estos dones y de esta vida. De esta «fiebre de vida» como decía Enzo, como lo que vivo con mis amigos más queridos.
Ana
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