En la cárcel, el encuentro con ciertas personas le cambió la vida. Nació una amistad que le sigue acompañando, y que le ha llevado al atrio de San Pedro para saludar al Papa
Soy un Zaqueo del siglo XXI. Lo digo porque he quedado cautivado, tocado de lleno por un milagro. Los milagros no son solo lo que hacen los santos para sanar cuerpos. También los hay que sanan y salvan el alma. Eso es lo que me ha pasado a mí: el milagro de la redención, es decir, renacer como un hombre nuevo, reabrir el corazón para vivir de una manera auténtica con mis semejantes, sin todas las máscaras que llenaban mi vida. Ser redimidos significa poder vivir sin miedo. Y lo dice uno que tanto del miedo como de la libertad conoce su significado más profundo. El miedo vivido con la muerte siempre al lado. La libertad vivida entre los muros de una cárcel sin sentir su peso. Un encuentro te hace descender a las tinieblas más profundas para mirar al diablo a la cara; un encuentro te hace tocar vestiduras celestes porque tienes a Jesús a tu lado. El encuentro del mal, el encuentro del bien. Yo los he tocado a ambos. El encuentro del bien con personas que te dan todo sin querer nada a cambio. Entre otras muchas, hay cuatro a las que mi vida se ha ligado de manera indisoluble: Gigi, Giorgio, Monica y Paolo. Ellos han hecho posible todo lo que pasó ese sábado en la plaza de San Pedro. Nunca me han hecho sentir mi pasado como un peso y me acompañaron, a mí y a mi familia, a Roma. Mi mujer estaba detrás de mí, disfrutando de ese gran regalo: estar en el atrio y poder saludar de cerca al Papa. La noche anterior, todos me preguntaban cómo me sentía, si estaba emocionado. No respondía porque sentía la serenidad que ellos me infundían con su abrazo. El sábado, a medida que me iba acercando a San Pedro, me iba invadiendo una paz que colmaba mi corazón. Jesús estaba a mi lado. Sentado al lado de mi querido amigo Carrón, esta serenidad colmaba aún más todo mi ser. Mirar esa plaza llena de gente, la mayoría jóvenes, me llenaba el corazón de alegría. La presencia de esos jóvenes significa que la Iglesia siempre seguirá adelante, como desde hace dos mil años. Cuando el Papa llegó a la plaza estalló la emoción, los gritos de adultos y jóvenes me llevaron también a mí, no a emocionarme, sino a conmoverme, llegando al cénit cuando Francisco se encontraba ya a pocos metros. Estaba tan cerca que daban ganas de ir a abrazarlo y ayudarle, pero debía quedarme en mi sitio. Después de los laudes, los cantos, los videos de Giussani, el saludo de Prosperi, los testimonios de Rose y Hassina, ese era el mayor regalo por los cien años del nacimiento de Giussani: el Papa pidiéndonos ir juntos hacia metas más altas. Llegó el momento de saludarle, de poder darle la mano. Me acerco, le beso y, mientras me sonríe, le digo al oído: «Soy el Zaqueo del siglo XXI». Creo que me entendió porque cambió su expresión. Entonces estalló mi conmoción, aunque no se veía el brillo de mis ojos, bien ocultos tras mis gafas oscuras. Gracias, querido don Giussani, por permitir todo lo que me ha sucedido. Gracias Gigi, por estar siempre. Gracias Monica, Giorgio, Paolo y los amigos de Padua que nos han acogido y acompañado todos estos años.
Calcedonio
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