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Huellas N.10, Noviembre 2022

PRIMER PLANO

Un viaje que no acaba

Cada uno con las preocupaciones y esperanzas de su propio país. Algunos hasta cruzaron el océano para estar ese día en Roma. Varios testimonios de los miles de personas que viajaron desde más de sesenta naciones para participar en la audiencia

Cuba
Desde que recibí la noticia de la invitación a participar en la audiencia con el papa Francisco, con motivo del centenario del nacimiento de Giussani, mi primer pensamiento fue de asombro ante un regalo tan grande en desproporción a mi sencilla contribución al movimiento. Me pareció también que sería casi imposible poder participar, debido al poco tiempo que había para los trámites de embajada exigidos a los cubanos para salir del país. Pero cuando comenzaron a aparecer nuevas situaciones que parecían desfavorables para los trámites, como por ejemplo el paso de un huracán por Cuba, me encomendé en manos del Señor, porque solo Él, que conoce todo, sabe lo que es mejor para cada uno. En todo momento me encomendaba a Dios y pedía constantemente que se hiciera Su voluntad, ya que son muchos los obstáculos y desafíos con los que me encontraba en el camino, como dificultades de transporte y cortes de electricidad que impedían hacer los trámites a tiempo.
Sentía temor por lo que podría pasar. Era mi segundo viaje al extranjero, por primera vez viajaba sola y consideraba que el idioma sería una barrera importante. Los temores se fueron esfumando mientras el Señor, a través de rostros concretos, me regaló la compañía de tantos amigos, y me sentí en todo momento acompañada y mirada de un modo diferente. Además, iba ganando en la conciencia de que el viaje había sido y seguía siendo cuidado, planificado, rezado y pensado hasta el último detalle por los amigos de la secretaría, nuestro amigo Javier, el padre Rafael con amigos de su fraternidad, Giampiero o Paloma, entre otros. ¡Y luego el rostro del Papa! Sus palabras disiparon también mis temores por las dificultades que atraviesa CL.
Poco antes de partir, Mónica, una amiga peruana, me decía que mi participación en la audiencia sería la posibilidad de ver en acto el cuerpo y el pueblo que somos. Y verdaderamente ha sido así, he tenido la oportunidad de verificar la evidencia de la pertenencia a un pueblo, dentro del gran pueblo de la Iglesia. Esta conciencia libera de muchas cerrazones que amenazan en las circunstancias tan duras de mi país y de la Iglesia local. Mientras espero otros bienes que el Señor pueda tener reservados para mí luego de esta experiencia, estoy disfrutando ya el bien de una serenidad inexplicable en mi regreso a una realidad tan desafiante y doliente en mi país, y una alegría de fondo en medio de tantas adversidades, con la memoria de una experiencia de vida excepcional.
Las palabras del Papa, de Davide y de los demás amigos, escuchadas en la compañía de este pueblo nuestro, han renovado en mí la memoria de la frescura de mis inicios en CL en Cuba, una frescura muy necesaria para mí para poder caminar en el lodo de tan graves circunstancias en las que vivo. Igualmente, ha sido liberadora la experiencia de ver en el Papa al sucesor de Pedro que nos mira, nos guía y nos corrige. No puedo más que dar gracias por haber conocido desde 2012 la bella, diversa y educadora experiencia del movimiento y haberme encontrado en la plaza de San Pedro junto a más de 60.000 personas de diversas culturas que, como yo, han ido al encuentro del Santo Padre cautivados por el carisma de don Giussani.
Regreso con la certeza de que a través de nuestras circunstancias el Señor nos salva cotidianamente, incluso a través de los mensajes recibidos de amigos con los que compartí esos días, que me agradecen el regalo. Una de ellos me dijo que mi “sí” le ayuda a ella a caminar. ¡Cuántos regalos!
Idelvis, Matanzas


Rusia
Para mí, estar el 15 de octubre en la plaza de San Pedro significaba decir “sí” a Cristo, que volvía a dirigirse a mí personalmente a través del papa Francisco –que estos meses se ha convertido para mí, que soy ortodoxa, en un apoyo y en un punto de referencia en medio del drama de mi vida–. Rezando y escuchando al Papa junto a los amigos de Ucrania, me daba cuenta de que se me ha dado todo lo necesario para vivir, porque Cristo está aquí y ahora en medio de nosotros. Su Presencia es lo único que me da la verdadera alegría, que no depende del lugar ni de las personas o circunstancias de la vida. Pero, al mismo tiempo, doy gracias por tener este lugar, estas personas, estas circunstancias que me ayudan a descubrir y a convencerme de que solo Él es capaz de abrazar todo nuestro dolor y vencer cualquier división humana, generando con su Presencia entre nosotros una «unidad impensable para el mundo».
He vuelto a Rusia con el corazón desbordante de agradecimiento, con la profunda convicción de que quiero seguir perteneciendo a esta compañía, diciendo “sí” cada día a Cristo en el lugar en el que me pone, en las circunstancias que me da. Por esto vale la pena vivir.
Darina, Vladimir

Ecuador
Cuando me preguntan a qué me dedico, digo que en términos generales lo que hago es tratar de curar la casa común; en términos técnicos trabajo en el movimiento Laudato Sí como coordinadora de capítulos de lengua española.
Podría decirse que este ha sido mi primer viaje sola y el más largo, pues todo empezó con la noticia de que gané la beca de pasaje de avión para participar del evento de la Economía de Francisco (del 22 al 24 de septiembre) en Asís. Decidí prolongar el viaje hasta el 16 de octubre para poder asistir a la audiencia de CL con el Papa porque deseaba comprender mejor el carisma del movimiento, pero estar en Italia casi un mes representaba un gasto económico fuerte para mí. Varias veces me decía a mí misma: «¿qué has hecho?». Pero ya no había vuelta atrás. Entonces, una amiga lo gestionó todo desde Quito para que yo pudiera alojarme con gente del movimiento en Florencia, Milán y Roma. No conocía a nadie pero he aprendido qué significa ser acogido.
Soy una persona muy curiosa, quiero verlo todo y no perderme nada, sobre todo si estoy en un lugar donde jamás he estado. Pero hubo días en que no fui a ningún sitio turístico porque había planes cotidianos (como ir al supermercado) con estos nuevos amigos que me acogían, y yo me sentía plenamente feliz. No tenía ansiedad por estar en otro lugar que no fuera junto a la compañía de mis nuevos amigos. Ahí fue donde entendí mejor y viví el carisma que don Giussani ha dejado al movimiento.
La realidad sorprende. Una audiencia o la lectura de un gran libro no te cambia, cambia el encuentro con personas que viven su humanidad, que hacen realidad lo que dicen esos libros o las palabras de amor del Papa. Me fue dada la oportunidad de ser testigo de esta humanidad tan bella. ¿Qué es lo que hace que alguien acoja a un desconocido en su hogar? ¿Qué es lo que hace que alguien se deje acoger por un desconocido? ¡No es un “qué”, es un “quién”!
Alguien ha querido que esté presente en todos estos momentos, no solo en uno, en todos. De la misma manera que Alguien quiere que viva toda mi realidad, toda, no solo un momento sino todos los momentos, de manera plena y completa, con todo lo que soy y con quienes me rodean.
Ana Belén, Quito

Indonesia
Soy un sacerdote de la archidiócesis de Kupang, Timor-Indonesia. Actualmente estoy en Roma haciendo el doctorado de Filosofía en la Universidad Urbaniana. El 15 de octubre estaba en la plaza de San Pedro en nombre de toda la comunidad de CL en Indonesia. Conocí el movimiento en 2007, en Sicilia, gracias a don Carmelo y sus amigos. Dos años antes, conocí a una monja en Kupang que me había hablado de él. Por aquel entonces, el obispo me pidió que siguiera como capellán a la asociación de estudiantes de la Universidad Católica indonesia, que aún sigue siendo un “laboratorio” para la mayoría de los políticos católicos de mi país. Estando con ellos, me daba cuenta de que la fe tenía poco que ver con su compromiso. Una tarde, volviendo a casa tan cansado como siempre, me encontré con una monja. Cruzamos un par de palabras y me dijo: «Cuando vayas a Roma, busca el movimiento de CL». Me llevé esas palabras a Italia y las “custodié” durante dos años. Después de mi encuentro en Palermo, mi historia en el movimiento empezó a tejerse como una cadena de amistades, siempre llena de sorpresas. En septiembre, cuando Davide Prosperi escribió una carta previa a la audiencia, la traduje para todos mis amigos indonesios. Me conmovió. Nos invitaba a renovar nuestro seguimiento al Papa y nuestro amor apasionado por la Iglesia, el lugar donde Cristo ha puesto su morada. He vivido mucho tiempo en el extranjero y sé muy bien qué es el deseo de “volver a casa”. Es una necesidad existencial de todo ser humano. Decir “casa” es decir el origen de mi identidad. Sé de dónde vengo, sé a dónde quiero volver, vaya donde vaya, en cualquier parte del mundo. Sé que alguien me espera “en casa” y eso me conmueve. Esta dinámica me ayuda a comprender mi relación con Dios. Jesús, que se hizo hombre y ahora vive en la Iglesia, es el origen de mi ser. Y yo deseo volver siempre a Él porque Él garantiza mi existencia, sin Él en su Iglesia yo no soy nada. Allá donde vaya, llevo este deseo en mi corazón. Don Giussani, con su vida, testimonió este deseo de encontrar a Cristo y se ha hecho compañero de camino, mío y de muchos. Cuando llegué por la mañana a la plaza, percibí el mismo deseo en los miles de personas que estábamos en la fila, cada uno con su propia historia, cargados de alegrías y esperanzas. O tal vez de pesos y fatigas. Pero todos con los ojos fijos hacia adelante, dispuestos a mirar lo que iba a suceder. Todo lo que pasó y lo que escuché en la audiencia me hacía volver a las palabras de aquella monja. Me venían a la mente los rostros de muchos alumnos a los que he acompañado en Kupang, algunos de los cuales hoy ocupan cargos importantes en la promoción del bien común para nuestra sociedad. Me estalla el deseo de que lo que guíe su testimonio sea el encuentro y la familiaridad con Cristo. Una esperanza y una oración con la que doy gracias a don Giussani, auténtico misionero que entregó su vida para que todos le conozcan y den testimonio de Él.
Leonardus, Kupang

Paraguay
Con mucho sacrificio, de todo tipo, en un momento de nuestra vida familiar muy intenso, viajé con mi esposo para ir a la audiencia. Fuimos directo a Milán a la tumba de don Giussani. A mis 46 años, era mi primera visita a Italia, y recordaba la pregunta de Giussani: ¿cuál sería la reacción de una persona que abriera los ojos por primera vez al mundo en la edad adulto? Sería de asombro. Esa es la palabra que define mis siete días en Italia, días de asombro que culminaron en la plaza de San Pedro, donde en mis ojos no entraba la cantidad de gente que veía detrás, y tampoco en mi cabeza y corazón podía caber tanta gracia. Estoy segura de que jamás podré dimensionar el bien inmenso que alcanzó a mi vida. Estar allí con mi esposo y mis amigos era lo más cerca que estado de experimentar el cielo: Cristo encarnado en la persona del Papa y un pueblo entero al que pertenezco, mis amigos de todo el mundo, mi esposo, el primer rostro de amistad que tengo a diario. Lo tenía todo a la vista y aun así soy perfectamente consciente de que jamás podré entender en profundidad que me ha alcanzado el milagro más grande del mundo, que me acerca el cielo, tan palpable como aquellas horas en la plaza.
Vanesa, Asunción


Portugal
El 15 de octubre, después de la audiencia, estaba comiendo en Roma con mis amigos de Lisboa y sonó mi teléfono: un número desconocido. Algo que normalmente habría dejado pasar, pero mi corazón estaba tan lleno de lo que había sucedido que respondí. Era un sacerdote de las islas Azores que quería conocer mejor el movimiento y me contó un poco su historia. Era amigo del padre João Seabra (fallecido el pasado 3 de junio, ndr), que siempre le hablaba de CL. Lleno de curiosidad, empezó a seguir al movimiento en la web y en redes sociales, y poco a poco iba sintiendo la necesidad de conocer más, de encontrarse con la gente, de participar en la Escuela de comunidad. Por él mismo pero también por los jóvenes y las familias que viven en su entorno y que perciben la falta de propuestas, la necesidad de algo que incida en su vida. Había leído los textos de don Giussani y quería profundizar. ¡Así que quedamos en vernos en Lisboa! Allí, en la plaza del Risorgimento, con el Vaticano a mis espaldas, los ojos se me llenaron de lágrimas. ¿Quién eres Tú, oh Cristo, que has llenado mi vida con el encuentro con CL y que lo reavivas esta mañana en el encuentro con el Papa? ¿Quién eres Tú que no dejas de llamar a quien quieres?
Luisa, Lisboa

España
Mi camino en el movimiento ha estado marcado por una gran resistencia de mi parte y un atractivo al que no me puedo negar. Mis padres conocieron el movimiento antes que yo, cuando era adolescente. Los veía reunirse y alguna vez los acompañé, recuerdo que a veces decían alguna frase interesante, pero de una frase interesante no se vive. Yo quería tocar con mi banda de rock y la idea de reunirme todas las semanas con gente de la iglesia no me entusiasmaba.
A los 18 años me fui a estudiar a otra ciudad y mi madre me insistía para que contactara con la gente de CL allí. Fui a algunos encuentros, pero pasaba lo mismo, no terminaba de corresponderme lo que veía, mejor dicho, cómo lo veía, yo quería más libertad y pensaba que estar en la Iglesia era seguir normas.
Llegó mi último año de la carrera y ya podía sostenerme con mi trabajo como músico, lo cual es un gran logro en cualquier parte del mundo, pero especialmente en Venezuela. Tenía 23 años, tocaba con músicos que admiraba y con los que empezaba a tener amistad, pero crecía en mí una sensación de vacío, un malestar cuyo origen no identificaba bien pero no me dejaba disfrutar de nada.
Un amigo de CL no dejaba de invitarme a cosas y accedí nuevamente a ir, encontré gente que vivía con una apertura a las cosas, con entusiasmo y alegría, y verlos así me hacía notar cómo yo vivía sumergido en la queja. Empecé a contagiarme poco a poco de esa apertura que ellos tenían ante las cosas, me contaron que en el Meeting habían hecho una exposición sobre rock y me impresionó que esta gente valorara la música que me gustaba, me invitaron a hacer nuestra propia exposición al respecto y apostaron por mí, que fuese protagonista.
Me molestaba que el movimiento, la iglesia, respondiera al vacío que sentía y me hiciera sentir mejor, hubiese preferido que bastase con leer algo una vez y ya, para seguir haciendo lo que me daba la gana. Pero tenía que volver constantemente, cantar canciones que no me gustaban, contar frente a desconocidos lo que vivía. El problema es que todo eso me ayudaba muchísimo, pero no era la imagen que tenía de mi vida ideal, yo esperaba estar bien por mí mismo sin pedirle ayuda a nadie y esta gente compartía demasiado.
Este atractivo me fue venciendo mientras pasaron los años, experimenté la amistad, la caridad, la gratuidad, una belleza que me hacía vivir más agradecido que lleno de quejas. En esos años la crisis en el país se profundizaba, faltaba el dinero, la comida, la ropa, el agua, la electricidad… pero mi vida, gracias a esta compañía, la sentía más verdadera, más libre y más alegre.
Aprendí que es necesario mirar y seguir a personas en cuya vida se vea lo que uno desea, y poner la propia vida delante de ellos, gente que no viva presa de la queja, que tenga el corazón libre, abierto al otro, con un horizonte más amplio. Empecé a seguir a Carrón y él me indicaba que siguiera al Papa, una figura que antes sentía totalmente desconectada de mi vida.
Llegó el año 2021, ya tengo más de 30 años y junto a mi esposa estábamos preparando nuestro viaje a España para emigrar, acompañados por nuestros amigos que nos ayudaban a discernir si este paso lo dábamos siguiendo los signos del Señor o si eran nuestros caprichos manipulando los hechos para justificar una decisión. Yo, consciente de que en Venezuela había encontrado un tesoro, tenía miedo de dar este salto a otro país y perderlo, perder esta compañía, esta manera de vivir. Llegamos a Madrid y fuimos abrazados por la misma presencia que nos sostuvo siempre, pero hecha carne en otras caras y otros nombres. Mi corazón descansaba porque, aunque la migración no saliera bien y tuviésemos que volver, este viaje ya había servido para verificar que mi vida está en sus manos y eso ha demostrado ser mucho mejor de lo que puedo imaginar.
En este contexto empezó a crecer en algunos la preocupación por lo que nos pedía el Dicasterio como movimiento, por la dimisión de Carrón, y yo que estaba feliz de estar en un pueblo tan vivo y hermoso, sentía que no había razón para preocuparse, pero en el fondo pensaba: les tocará a las diaconías resolver lo que haya que resolver. Hasta ahí llegaba mi juicio, yo vivo una vida grande y hay un problema burocrático que no me toca a mí.
Este último año, luego de muchas más evidencias de cómo el Señor nos sostiene y nos cuida, logré ir a la audiencia con el Papa el pasado 15 de octubre. Estuve allí haciendo silencio, cantando, sonriendo y a veces hasta llorando entre un pueblo inmenso del que agradezco ser parte. De pronto el Papa dice que la Iglesia y él mismo espera mucho más del movimiento, y me sentí como si me hablase directamente a mí. ¿Cómo respondo a esta historia que me ha sucedido, que me ha rescatado respondiendo a mi corazón inquieto y quejumbroso, que por lo tanto responderá a tantos corazones más, qué pide el Señor de mí?
Gracias a una amiga en Escuela de Comunidad, me di cuenta de que me estaba saltando un paso. Hace un año, lo que la Iglesia nos pedía me parecía un problema ajeno, pero hoy, lo que el Papa pide al movimiento lo sentí mío de inmediato y sin cuestionarlo, un reclamo a mí en primera persona. ¿Qué ha cambiado en mí para reconocer la autoridad del Papa sobre mi vida de esta manera? ¿Qué hace que un joven de 30 años vaya en este momento del mundo a escuchar al Papa en Roma? ¿Por qué me atrevo a contar a la gente en mis redes sociales lo que significan para mí el movimiento, la Iglesia y el Papa arriesgándome a que mis conocidos me vean como yo veía a los católicos hace 15 años?
Sigo quejándome más de la cuenta, pero me siento amado y acompañado, me siento parte de una historia, de un pueblo en el que Dios ha querido hacerse presente de manera misteriosa pero evidente en todo el mundo.
José Francisco

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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