Un pueblo numeroso, de ya cuatro generaciones, acudió a la cita con el sucesor de Pedro para conmemorar el centenario de Giussani, que «no era una celebración marcada por la nostalgia sino por la memoria agradecida de su presencia»
Hacía tiempo que no se veía la plaza de San Pedro tan rebosante de vida, de memoria, de atención y de expectativa, también de disponibilidad para proseguir el camino. Desde primera hora de la mañana miles de personas, llegadas de numerosos países, fueron ocupando sus lugares en una espera hecha de oración, de escucha y de cantos, con el hilo conductor de la vida de don Giussani. El espectáculo de un pueblo (cuatro generaciones ya) tocado por el carisma donado por el Espíritu a este sacerdote lombardo, era de por sí un signo de fortaleza y de esperanza que no se puede minusvalorar. Como más tarde diría el Papa, se podía ver y tocar esa belleza con la que el carisma ha llenado la vida de tantos.
Como indicó Francisco tras recorrer todos los rincones de la plaza para saludar a los presentes, no era una celebración marcada por la nostalgia sino por la memoria agradecida de su presencia. Sus primeras palabras fueron para subrayar que la Iglesia reconoce el genio pedagógico y teológico de don Giussani, desplegado desde un carisma que le fue dado por el Espíritu Santo para la «utilidad común», y añadiendo que la Iglesia, y él mismo, esperan aún más, «mucho más», del movimiento, para responder a los desafíos de este momento. Reclamo que fue acogido por un fuerte aplauso en la plaza.
El Papa no quiso hacer un discurso correcto, sino encarnado en las circunstancias históricas concretas. Se refirió a un tema que él ha reflexionado a fondo, el de las dificultades de los momentos de transición, cuando el fundador de una obra eclesial ya no está físicamente presente. Por eso reconoció el servicio prestado por Julián Carrón en la guía del movimiento tras la muerte de Giussani, para invitar después a un discernimiento crítico sobre aquello que ha limitado el potencial del carisma de don Giussani en el último periodo, y para advertir sobre el veneno de la división. En este punto, la indicación para el camino fue tajante: «que la unidad sea más fuerte que las fuerzas dispersivas o del arrastrarse de las viejas contraposiciones… unidad con quienes guían el movimiento, unidad con los pastores, unidad en el seguir con atención las indicaciones del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, y unidad con el Papa, que es el servidor de la comunión en la verdad y en la caridad».
Tomando pie en las palabras de saludo del presidente de la Fraternidad, Davide Prosperi, subrayó que la custodia del carisma no solo es conservadora del pasado, sino que, animada por el Espíritu Santo, sabe reconocer y acoger los nuevos brotes del árbol que es el movimiento. No se trata de que el carisma tenga que cambiar, sino de que «los carismas crecen como crecen las verdades del dogma, de la moral: crecen en plenitud». El carisma puede hacer florecer hoy muchas vidas, dijo el Papa, poniendo como ejemplo los hermosos testimonios de Hassina y Rose previamente escuchados. Y en ese punto lanzó un gran desafío lleno de confianza: la invitación a descubrir todo el potencial del carisma, evitando cualquier tentación de repliegue, por miedo o por cansancio espiritual. Y como un eco de la pasión misionera de Giussani, nos recordó que «hay muchos hombres y muchas mujeres que todavía no han hecho ese encuentro con el Señor que ha cambiado y hecho vuestra vida hermosa».
Otro núcleo del discurso lo dedicó al amor filial a la Iglesia que siempre caracterizó al fundador de CL, un amor tejido de ternura y reverencia por la gran compañía de los bautizados… Y esto, ¡remarcado por un Papa jesuita! Para explicar la relación entre carisma y autoridad, Francisco partió de una frase de don Giussani: «La autoridad asegura el camino justo, el carisma hace hermoso el camino». La relación entre ambos no puede plantearse en ningún caso como alternativa dialéctica, porque se necesitan recíprocamente. En definitiva, ambos constituyen «la única realidad de la Iglesia». También dentro del movimiento se produce este intercambio. Por un lado, a algunos se les confía una tarea de autoridad y gobierno, para indicar el camino correcto en fidelidad al carisma. Pero junto a este servicio de la autoridad, «es fundamental que, en todos los miembros de la Fraternidad, permanezca vivo el carisma, para que la vida cristiana conserve siempre la fascinación del primer encuentro». Sin olvidar nunca que es en la Iglesia donde se guardan, alimentan y profundizan todos los carismas.
Al finalizar su discurso, pidió al movimiento una ayuda concreta en tres ámbitos preferentes de su ministerio de sucesor de Pedro: la construcción de la paz, la presencia de Dios en los pobres y en los vulnerables, y la presencia de Dios en cada nación y cultura, para responder a las aspiraciones de amor y verdad, de justicia y felicidad, que don Giussani nos ha enseñado siempre que constituyen el corazón humano. Francisco finalizó deseando que nunca nos quedemos parados, ni tampoco trabados por «divisiones y contraposiciones, que hacen el juego del maligno». Y quiso recordar cómo don Giussani supo guiar a nuestra compañía en un momento de profunda crisis como el 68, para dar un paso de madurez que condujo al nacimiento propiamente dicho de Comunión y Liberación. Este encuentro con el Papa ha sido más que la celebración agradecida del centenario de don Giussani. Como ha dicho Davide Prosperi, estamos ante un verdadero nuevo inicio.
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