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Huellas N.10, Noviembre 2022

PRIMER PLANO

Él me ha elegido

Luca Fiore

El encuentro del Papa con el movimiento el día del centenario del nacimiento de don Luigi Giussani. La plaza, las palabras, los rostros… ¿hay algo que no se derrumbe?

Saliendo de Moscú para ir a la audiencia del Santo Padre con Comunión y Liberación por el centenario de don Giussani, Sasha vio por el camino a un grupo de reclutas del ejército ruso. Tenían cara de niños y el uniforme les quedaba grande. Posiblemente iban a combatir sin entrenamiento previo. Pensó en la insensatez de todo lo que está pasando. Y también en el alejamiento y el malestar que se ha generado estos meses con sus amigos ucranianos, con los que ha vivido algunos de los momentos más bonitos de sus últimos años. La enormidad de la historia se ha inmiscuido en su amistad y resulta imposible fingir que no pasa nada o buscar respuestas tranquilizadoras. Subiendo al avión, Sasha se pregunta: «¿Hay algo que no se derrumbe?». Cuando llega a la plaza de San Pedro se encuentra con una amiga, refugiada de Kiev. Se miran y se funden en un abrazo. Lloran sin decirse nada.
Elisa tiene 26 años. Desde que nació vive en una silla de ruedas. No habla ni controla los movimientos de su cuerpo. Se comunica con los ojos y sonríe mucho y con ganas. Estudia el último curso de un máster de idiomas (ruso, alemán y español) en la Universidad Católica de Milán. Estaba con los enfermos que el papa Francisco, también en silla de ruedas, saludó al final de la audiencia. Al pasar delante de ella le estrechó la mano, que su madre intentaba sostener. De vuelta a casa, Elisa escribió: «El Papa ha querido saludarnos a todos con afecto a pesar de su fragilidad física. Estoy muy agradecida a Jesús por formar parte de la Iglesia en esta historia que es el movimiento. Cuando me estrechó la mano reconocí la preferencia y el amor del Señor por mí».
Sasha y Elisa estaban entre los más de sesenta mil peregrinos de CL que llegaron desde más de sesenta países de todo el mundo. Cada uno con su propia historia, sus pensamientos, sus sentimientos. Gente de todas las edades y grupos sociales. Recién nacidos, niños, adolescentes, madres y padres, abuelos, curas y monjas. Trabajadores y profesores universitarios, cocineros y arquitectos, magistrados y presos. Coronas del rosario mezcladas con tatuajes. Sonrisas con ojeras. Llegaban en vuelos intercontinentales, autobuses con asientos incómodos, trenes especiales y trenes normales. Hay quien ha venido en coche y quién sabe dónde lo ha aparcado. Los romanos habrán venido en moto o en transporte público. La plaza de San Pedro al alba es una maravilla. Una luz cálida besa la piedra de la fachada de la basílica con el aire fresco matutino. Los primeros en llegar ganan puestos detrás de la valla, con la esperanza de ver al Papa de cerca.
Marco y Caterina dijeron a sus cinco hijos, de 14 a 23 años: «Chicos, el Papa nos invita a ir Roma con el movimiento». Todos aceptaron la invitación pero, con los tiempos que corren, los números no salían. Los amigos de su comunidad decidieron regalarle a la familia el viaje en tren, con dos líneas de una cita de don Giussani: «No hagáis obras de caridad, sino de comunión». Hasta de Sudamérica y de otros lugares lejanos llegaron muchísimos, con sacrificios económicos importantes. No ha sido fácil para nadie.
Alessia es fotógrafa con acreditación permanente en el Vaticano, acostumbrada a tomar el pulso de la asistencia a las audiencias papales. Como otros muchos, dice que hacía tiempo que no se veía la plaza tan llena. Entre los peregrinos se impone el silencio a las diez en punto, al empezar el rezo de laudes. Luego los cantos, alternados con lecturas y videos de don Giussani. Aquel “bello día”, cuando tenía quince años, que el Papa retomará en su intervención. El Fiat de María como expresión culminante de la razón humana, el reconocimiento de la divinidad de Cristo como acto supremo de realismo, el “sí” de Pedro como paradigma de la moralidad y fundamento de la autoridad de la Iglesia. El solista del coro canta los versos de Víctor Heredia en Razón de vivir: «Para aligerar este duro peso de nuestros días, esta soledad que llevamos todos, islas perdidas, para descartar esta sensación de perderlo todo, para analizar por dónde seguir y elegir el modo, para aligerar, para descartar, para analizar y considerar solo me hace falta que estés aquí con tus ojos claros».
Cuando llega el papamóvil es como si en la plaza hubiera una descarga eléctrica. Todos miran las pantallas para ver por dónde aparecerá el Papa. Saludan con una mano y con la otra hacen fotos con el móvil. Cuando, entre un baño de multitudes, el Papa se sienta en el centro del atrio, vuelve de nuevo el silencio.
Davide Prosperi, presidente de la Fraternidad de CL, toma la palabra y agradece a Francisco que haya aceptado recibir al pueblo del movimiento. Recuerda los encuentros con otros Papas, el último con Bergoglio en 2015, cuando invitó a los de CL a no ser «adoradores de cenizas y a mantener vivo el fuego» del carisma de don Giussani, ese fuego que «sigue vivo a pesar de que hayan pasado 17 años de su muerte». Luego pregunta al Papa «cómo podemos seguir contribuyendo a la renovación que la Iglesia está llevando a cabo bajo su paternal guía». Por último, presenta los dos testimonios, «signo de la vitalidad de lo que don Giussani generó con su sí total a Cristo».
Se acera al micrófono Rose Busingye, enfermera ugandesa de Kampala. Habla de su trabajo con las mujeres enfermas de SIDA que ha conocido en los barracones. «Siempre he deseado que ellas, también en su situación, pudieran descubrir que son amadas, queridas por Cristo. Me sorprendo así comunicando el amor eterno de Dios incluso poniendo simplemente una inyección a un paciente». Cuenta que, con los años, estas mujeres han descubierto que perteneciendo a Cristo, todo les pertenece a ellas: sus hijos, sus maridos, su trabajo picando piedra de la mañana a la noche. Ahora «desean que nadie se sienta solo o abandonado». Un deseo que se extiende al mundo entero. A las víctimas del huracán Katrina en 2005 y a las de la guerra en Ucrania. Estas mujeres han donado sus ahorros. Dice Rose: «El dinero recogido lo describen como unas cuantas y pobres lágrimas que ofrecen al corazón de Dios para que pueda convertir sus corazones y los corazones de quienes están haciendo esta guerra».
El siguiente testimonio es de Hassina Houari, una treintañera de origen marroquí que cuenta su encuentro con Portofranco, el centro de ayuda gratuita al estudio que nació en Milán por iniciativa de Giorgio Pontiggia. Entonces tenía 15 años y necesitaba ayuda con el inglés. Se sintió acogida y empezó a ir allí todos los días. «Encontré amigos con los que podía hablar de todo y que tenían las mismas preguntas que yo sobre la vida». Un día la invitaron a unas vacaciones en la montaña. Después de una excursión, recuerda que Pontiggia les preguntó: «¿Qué tal ha ido la excursión?», y los chavales respondieron: «Muy bonita». Él volvió a preguntar: «¿Por qué ha sido bonita?». Ninguno sabía qué responder y don Giorgio les provocó: «Aunque os juntarais todos, no seríais capaces de hacer una sola piedrecita de esa montaña, ni siquiera una florecilla que brota de la roca… el único que puede hacerlo es Dios». Hassina recuerda que «cuando dijo “Dios” de esa manera, pensé: “¿Entonces existe de verdad?”. En aquel momento sentí que mi corazón estallaba y pude decir “Dios” con todo mi ser».
Durante los 23 minutos de su discurso, el papa Francisco recordó sobre todo a don Giussani, su gratitud personal y su reconocimiento como «pastor universal» por su contribución a la vida de la Iglesia entera. Estas palabras pasarán a la historia del movimiento –y no solo del movimiento– igual que las que pronunció Joseph Ratzinger en el funeral del sacerdote de Desio. A continuación, Bergoglio reflexionó sobre el momento particular que está atravesando CL. Dio las gracias a Julián Carrón por su servicio y fidelidad al pontificado; señaló problemas y divisiones, pero invitando a mirar la crisis como una ocasión para crecer; pidió no malgastar el tiempo en contraposiciones porque la Iglesia y el Papa esperan «mucho más» del movimiento. Trazó la figura de don Giussani con tres rasgos: su carisma, su vocación como educador y su amor a la Iglesia. Francisco insistió también en que estos son tiempos de renovación y relanzamiento misionero. Y que para ser fieles al carisma del fundador, hay que ser humildes, actitud que «resumiría con dos verbos: recordar, es decir, llevar de nuevo al corazón, recordar el encuentro con el Misterio que nos ha conducido hasta aquí; y generar, mirando adelante con confianza, escuchando los gemidos que el Espíritu hoy nuevamente expresa».
Para el Papa, el potencial del carisma de CL está aún en gran parte por descubrir. «Os invito, pues, a huir de todo retraimiento sobre vosotros mismos, del miedo y del cansancio espiritual (…); a encontrar los modos y los lenguajes para que el carisma que don Giussani os ha entregado alcance nuevas personas y nuevos ambientes, para que sepa hablar al mundo de hoy, que ha cambiado respecto a los inicios de vuestro movimiento. ¡Hay muchos hombres y muchas mujeres que todavía no han hecho ese encuentro con el Señor que ha cambiado y hecho vuestra vida hermosa!». Es una invitación a volver al origen de la experiencia de cada uno. «No os olvidéis nunca de esa primera Galilea de la llamada, de esa primera Galilea del encuentro. Volver siempre ahí, a esa primera Galilea que cada uno de nosotros ha vivido». Para terminar, una apremiante y seria petición para colaborar con él en la profecía de la paz. «El mundo cada vez más violento y guerrero me asusta realmente, lo digo de verdad: me asusta. Que arda en vuestros corazones esta santa inquietud profética y misionera. No os quedéis parados».

La audiencia terminó con el saludo a cardenales, obispos, miembros del movimiento y, sobre todo, a los enfermos. Después dio otra vuelta a la plaza. En primera fila, nada más bajar del atrio, estaba Roland, nigeriano, de Abuya, un lugar donde ser cristiano no es nada fácil. Fue con su mujer y varios amigos. Al volver a casa, pensaba en las horas que había pasado en Roma: «Las palabras que han quedado grabadas en mi cabeza son gratitud y milagro. Gratitud por el “sí” de don Giussani y porque Cristo ha permitido que mi corazón aceptara secundarlo. Es un milagro que yo estuviera allí, delante del Papa, con amigos que llevaba años sin ver y que –por motivos diversos– pertenecen a la misma historia que yo. Pensaba: entre siete mil millones de personas que hay en el mundo, Él me ha elegido a mí. A mí, que no soy nadie, que no he hecho nada para merecerlo. ¿Por qué yo? Pero puedo responder a esta pregunta: porque Cristo me ama con un amor que no tiene límites».
Entre los invitados que no eran del movimiento –había bastantes, entre amigos, compañeros y parroquianos– estaba también Gigi De Palo, presidente del Fórum de Asociaciones de familia. Pocas horas después del evento, publicó en Facebook: «Hoy en San Pedro me he conmovido y emocionado porque me he sentido parte de un pueblo de amigos con los que he crecido durante todos estos años. He vuelto a casa edificado y enamorado. Cuando tocas la plenitud, ya nada te basta. Cuando sientes este amor desbordante que te hace sentir en deuda, percibes dentro de ti la urgencia de devolverlo de alguna manera…».



 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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