«El instante, desde entonces, no fue ya una banalidad para mí». Esa es la novedad que se introduce como un torrente en la vida de Luigi Giussani, en su primer curso de liceo, cuando le sucede lo que él llama “el bello día”. Lo narra en el texto que abre este número, que coincide con el mes de su nacimiento: el 15 de octubre de hace cien años.
El anuncio cristiano lo alcanzó a los quince años como la única respuesta a la altura de una anhelante nostalgia de infinito que sentía dentro: ese misterio de sí mismo que, a pesar de su juventud, percibía de manera poderosa, tanto que le hizo sentir más amigo que ningún otro a un hombre que vivió doscientos años antes, Giacomo Leopardi. Durante un mes, se sumergió literalmente en sus poesías y llegó a definirlo como «el compañero más sugerente de mi itinerario religioso».
Si Giussani no hubiera percibido, con toda su urgencia y profundidad, la espera que constituía su corazón, no habría reconocido ni amado a Cristo como la presencia más importante para él y para el mundo entero.
El encuentro de su humanidad con Cristo marcó el inicio y todo el desarrollo de la historia que Dios obró en él, en su pensamiento, en su apostolado, haciéndole testigo de unas palabras asombrosas de Juan Pablo II: «No habrá fidelidad si no se encuentra en el corazón del hombre una pregunta para la cual solo Dios tiene respuesta».
Giussani amó apasionadamente la seriedad de la pregunta humana. Esa pregunta que, decía, «¡cuántas veces olvidamos en el cúmulo de los minutos y las horas del día! ¡Cómo nos alejamos de nosotros mismos en el curso de nuestra existencia en el tiempo!». Y ahondaba: «Para no “olvidarla”, es necesario que la respuesta esté presente».
Para muchos, muchísimos, ese “bello día” llegó cuando su vida se topó con ese hecho. Encarnándolo en su manera de entrar en la realidad, Giussani mostró ante todos qué es el cristianismo: un acontecimiento.
«Sabéis cuán importante era para él la experiencia del encuentro», dijo el papa Francisco en la audiencia que concedió al movimiento en 2015: «encuentro no con una idea, sino con una Persona, con Jesucristo». En este número proponemos varios textos que documentan la intensidad con que Giussani, en virtud de esta relación, vivía el instante, incluso en los momentos más cotidianos, en ese “ahora” de cada uno de nosotros.
También hay varios testimonios de personas que, alcanzadas por su experiencia de fe, han empezado a creer en Cristo de manera persuasiva, desde el que ya era teólogo hasta el que vivía lejos de la Iglesia. Personas que hoy conocen y atraen a otros para «descubrir –o ver más fácilmente– que Cristo es una presencia».
«Existimos solo por esto», recordaba Davide Prosperi en su carta de invitación a la audiencia con el Santo Padre del 15 de octubre, para que podamos tomar conciencia del don que hemos recibido con la vida de don Giussani. «Y seguir mendigando, en primer lugar por nosotros mismos, a Aquel que es el único que puede saciar la sed del corazón humano».
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