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Huellas N.08, Septiembre 2022

RUTAS

El secreto de Luciani

Andrea Tornielli

¿Quién era Juan Pablo I? ¿Por qué su pontificado de 34 días dejó una huella tan profunda? Beatificado por Francisco aquel que se definía como «un pobre vicario de Cristo»

«Para los apóstoles, haber visto y tocado era un presupuesto de su fe en la Resurrección. Su experiencia, primero vivida y luego fielmente contada y transmitida, es para nosotros historia verdadera, es un presupuesto de nuestra fe de grandísima importancia… Leyendo los evangelios… Los textos, más que coloridos, resultan áridos y toscos. Los discípulos nunca cuentan que vieron resurgir a Cristo, nunca dicen cuándo y cómo resucitó. Vieron a Cristo y eso basta. Están seguros de lo que han visto, pero su seguridad está mediada, reflejada, requiere un vuelco psicológico, un nuevo estado de ánimo. El viernes santo, en efecto, están hundidos. ¡Esperaban con inmensa confianza un triunfo espectacular de Cristo y lo han visto en la cruz! Todo se derrumba. Cuando Cristo se les aparece la noche de Pascua, ¡no es que se encuentre con gente que suela pensar en la resurrección y sea capaz de crear un hecho a fuerza de imaginarlo con entusiasmo! Se encuentra con discípulos desconfiados, a la defensiva, paralizados por el miedo a volver a equivocarse».
Era la vigilia pascual de 1972 y monseñor Albino Luciani, patriarca de Venecia, contaba a sus fieles por qué los relatos de los primeros testigos del acontecimiento cristiano eran dignos de fe, explicando su dinámica. Los apóstoles eran pescadores, recaudadores de impuestos, gente concreta, que antes de creer quiso ver y tocar. Su experiencia «es un presupuesto de nuestra fe».
Albino Luciani nació en Forno di Canale d’Agordino, fue obispo de Vittorio Veneto, patriarca de Venecia, cardenal y finalmente Papa, del 26 de agosto al 28 de septiembre de 1978. Ha sido proclamado beato por su tercer sucesor, el papa Francisco. Su figura y sus palabras siguen impresas en la memoria de millones de personas. Su proceso canónico ha sido largo, no ha sufrido aceleraciones y ha llegado a puerto paso a paso. Nada más morir, el obispo de Belluno empezó a recibir muchas peticiones para presentar la causa. Aquellos 34 días habían dejado una profunda huella. Hubo recogidas de firmas en varios países del mundo pidiendo el proceso de canonización, llegando a la cifra de doscientas mil. Pero en 1990 resultó decisiva la petición de toda la Conferencia Episcopal de Brasil, firmada por 226 obispos, donde se hablaba de «un rastro luminoso de fe y santidad», recordando que en muchas partes del mundo los fieles ya hablaban de gracias especiales que habían recibido por su intercesión.
Gracias al trabajo de la Postulación de la Causa, a los documentos recogidos y a la contribución de la Fundación vaticana Juan Pablo I, que publicó por primera vez los textos del pontificado pronunciados realmente por el papa Luciani, que añadía e improvisaba mucho, sobre todo durante las audiencias, fue posible reconocer en su totalidad a la figura de Luciani, superando el cliché del “Papa de la sonrisa”.
¿Quién era entonces Juan Pablo I? Ante todo un cristiano y un cura que procedía de una tierra pobre, empobrecida aún más por la emigración. Era hijo de un obrero socialista que puso a su hijo el nombre de un compañero de trabajo que había muerto en los altos hornos y que, al dar su permiso para que entrara en el seminario el futuro Papa, le escribió: «Espero que cuando seas cura estés del lado de los pobres porque Cristo estaba de tu lado». Durante su niñez, Luciani pasó hambre y por eso, durante una audiencia, recordando esa circunstancia, comentó: «¡Al menos podré entender los problemas de los que pasan hambre!». Obispo cercano a la gente, capaz de testimoniar la proximidad de Dios a todos, siempre pasó mucho tiempo en el confesionario, mostrando gran atención a las preguntas y angustias de las familias. Hombre de vastísima cultura y de una inteligencia muy despierta, que sabía “trocear” su sabiduría para hacerse entender por todos, fiel a la enseñanza del sermo humilis de san Agustín, hablaba con parábolas, anécdotas y ejemplos.

Recién elegido Papa, tras un cónclave relámpago que le designó casi por unanimidad como sucesor de san Pablo VI, en el primer mensaje Urbi et Orbi que pronunció en latín la mañana del 27 de agosto en la Capilla Sixtina, dijo: «Queremos continuar en la prosecución de la herencia del Concilio Vaticano II, cuyas sabias normas deben ser todavía llevadas a cumplimiento». Recordó así «a la Iglesia entera que su primer deber es el de la evangelización»; aseguró la continuación del «esfuerzo ecuménico que consideramos la extrema consigna de nuestros inmediatos predecesores» y confirmó su voluntad de «secundar todas las iniciativas laudables y buenas encaminadas a tutelar e incrementar la paz en este mundo».
Pero hay un secreto, por así decir, que está en el origen de su testimonio cristiano: su humildad. También lo cita el papa Francisco en su prólogo al libro de la Libreria Editrice Vaticana publicado el pasado mes de mayo con los textos de su pontificado. «El papa Luciani repitió que lo más urgente, lo más situado a la altura de los tiempos, de nuestros tiempos, no era un producto de su pensamiento ni un proyecto generoso, sino caminar sencillamente en la fe de los apóstoles. La fe que él recibió como un don en su familia de obreros y emigrantes, que conocía la fatiga de la vida para llevar el pan a casa. Gente que caminaba por la tierra, no por las nubes. La humildad también formaba parte de este don. Reconocerse pequeños no por un esfuerzo o por una pose, sino por gratitud. Porque solo se puede ser humilde por la gratitud de haber probado la misericordia sin medida de Jesús y Su perdón».
Hay joyas inolvidables en sus discursos durante las audiencias de los miércoles de aquel mes de 1978, durante ese pontificado que Luigi Giussani definió como «providencial».

El 6 de septiembre decía: «Me limito a recomendaros una virtud muy querida del Señor: ha dicho “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Corro el riesgo de decir un despropósito. Pero lo digo: el Señor ama tanto la humildad que a veces permite pecados graves. ¿Para qué? Para que quienes los han cometido —estos pecados, digo— después de arrepentirse lleguen a ser humildes. No dan ganas de creerse medio santos cuando se sabe que se han cometido faltas graves. ¡El Señor ha recomendado tanto ser humildes! Aun si habéis hecho cosas grandes, decid: somos siervos inútiles. En cambio, la tendencia de todos nosotros es más bien lo contrario: ponerse en primera fila. Humildes, humildes: es la virtud cristiana que a todos toca».
En la audiencia del 20 de septiembre volvió sobre este tema, contando una conversación que había tenido en el confesionario para animar a una joven de vida desordenada que sentía el peso de sus pecados. Citaba a su autor preferido, san Francisco de Sales, «que habla de “nuestras queridas imperfecciones”. Imperfecciones, pero queridas». Sí porque, añadió, «Dios detesta las faltas, porque son faltas. Pero, por otra parte, ama, en cierto sentido, las faltas en cuanto le dan ocasión a Él de mostrar su misericordia y a nosotros de permanecer humildes y de comprender también y compadecer las faltas del prójimo».
Con la ironía y auto-ironía, que es el don de quien conoce su pequeñez y debe dejar espacio a la acción de Otro, Luciani gobernó las dos diócesis venecianas que se le confiaron con mano firme, señalando lo esencial mediante el signo de la obediencia al sucesor de Pedro, con gran apertura al mundo laboral y una atención constante a los pobres y a los últimos, viviendo en su propia piel la dificultad de mantener unida a la Iglesia en los tiempos borrascosos del post-concilio.
Siendo Papa, pidiendo ayuda y colaboración a sus hermanos cardenales, se definió como «un pobre vicario de Cristo». En la homilía de la misa inaugural de su pontificado, el 3 de septiembre de 1978, habló de la Iglesia como «humilde mensajera del Evangelio en todos los pueblos de la tierra para ayudar a crear un clima de justicia, de fraternidad, de solidaridad y de esperanza, sin el que no se podría vivir en el mundo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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