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Huellas N.07, Julio/Agosto 2022

RUTAS

«Que alguien me explique cómo se apaga esta sed»

Yolanda Menéndez

En poco tiempo alcanzaron el éxito que cualquier músico desearía, y más siendo tan jóvenes. Sin embargo, a Enrique Urquijo nunca le bastó nada y se pasó la vida persiguiendo aquella insatisfacción que le acabó convirtiendo en mito

«Enrique, tienes un público fiel, una novia estupenda, gente que te admira, un grupo dispuesto a todo… Tienes un montón de cosas y no eres feliz». Esta frase se la decía a Enrique Urquijo uno de sus compañeros en el emblemático grupo de pop español Los Secretos, tal como narra su propio hermano, Álvaro Urquijo, en el libro Siempre hay un precio. La historia jamás contada de Los Secretos, publicado recientemente en Espasa. «Y se lo decía en el camerino, después de un concierto en el que habíamos visto gente llorando de emoción mientras cantábamos Agárrate a mí, María. Pero para Enrique, nada era suficiente».
Dicen que se sentía un incomprendido y que eso provocaba su aislamiento interior, sus silencios y su eterna y característica tristeza, que ha quedado como uno de los grandes mitos de la historia de la música pop-rock española de los últimos años. Aunque dicen que también tenía un gran sentido del humor, pero lo cierto es que nunca mostraba lo que sentía, pues sabía que nadie a su alrededor comprendería su honda insatisfacción. Por eso dicen también, y esto lo dicen muchos, que «si querías conocer a Enrique y cómo estaba en cada momento, solo había que leer las letras de sus canciones». Letras que diseccionan el alma humana, herida por una nostalgia desgarradora de una vida que nunca terminaba de cumplirse.

Ya desde sus primeras canciones se percibe esa falta de alicientes por vivir, a pesar de que alcanzaron el éxito enseguida. Cuentan que no era demasiado aficionado a su canción más conocida, ya casi un himno, Déjame, pues fue una canción que le salió casi sola, no le costó grandes esfuerzos y arrasó. Lo que para cualquiera habría sido el mejor de los regalos, para él resultó una losa cuyo peso soportaba cada vez peor. En su segundo disco, titulado Todo sigue igual y publicado en 1982, ya deja ver esta desazón de manera contundente: «Vivir te aburre y no hay forma de salir». Su manera de “salir” de esa apatía fueron las drogas, en pleno auge aquellos años, cuando mostraban su cara más amable sin que nadie pudiera sospechar las terribles consecuencias que podían generar y que en este caso fueron atrapando progresivamente a Enrique, que nunca llegó a ser capaz de no acudir a ellas en los momentos en que no lograba soportar el peso de la realidad.
Sin embargo, aunque pareciera que Enrique no dejaba de huir, lo que realmente gritaba en sus canciones era su necesidad de seguir buscando, pues «no tiene sentido vivir por vivir», como dice otra de sus canciones, titulada precisamente Vivir por vivir. De hecho, la búsqueda, junto con la tristeza, son sus dos señas de identidad, las que marcan a fuego toda su obra musical y las que hacen que sus canciones suenen tan universales, pues reflejan el ímpetu de todo corazón humano que ansía el sentido de la vida. Cuando en sus canciones insinúa el tema de las drogas o cuando describe de manera descarnada sus huidas hacia el alcohol, no tiene pudor en reconocer que ni siquiera sabe qué está buscando y que ciertamente puede que su manera de buscar no sea la más adecuada, pues «estoy acostumbrado a correr sin dirección».
Una de sus canciones que describe de manera más terrible y a la vez más hermosa su descenso al abismo del alcohol es sin duda Quiero beber hasta perder el control, donde afirma «tener mi vida rota. Ahora estoy solo y arrastro mi dolor. Y mientras en la calle está lloviendo, una tormenta hay en mi corazón. Dame otro vaso que aún estoy sereno, quiero beber hasta perder el control». No solo se sentía perdido, también se sintió siempre solo. A pesar de que nunca le faltó el apoyo incondicional de su familia, de sus amigos y de las mujeres que le amaron. Él mismo reconoce en algunos de sus temas que quizá se equivocó al no pedir ayuda. Como canta en Buscando, «debí de preguntar en la puerta de al lado». Pero en lo más hondo de su alma, esta añoranza permanente que vibraba en su corazón le hacía separarse hasta de sus seres más queridos para hundirse en esos pozos de los que, paradójicamente, salían sus canciones más emblemáticas.
Dicen que sus adicciones le llevaron a padecer una especie de trastorno bipolar. En aquellos años tampoco estaba muy clara la mejor manera de tratar este tipo de patologías y todo se juntó. Mientras tanto, él seguía buscando algo que le saciara, aunque es evidente que no supo dónde buscar y siempre optó por buscar solo. Él mismo describe ese ímpetu autodestructivo en canciones como Mi peor enemigo, donde reconoce que «cuando algo busqué, encontré algo muy distinto». Y llega a ser un grito desgarrador en Siempre hay un precio: «que alguien me explique cómo se apaga esta sed».

En ciertos momentos, Enrique logró vislumbrar cuál era la meta que buscaba. «Sueño en algo que me haga salir de dentro de mí y que pueda sentir que aparte de mí hay algo en la vida», canta en Algo en la vida. Esa meta la identificaba en el amor –especialmente sobrecogedora es Hoy la vi, su última canción, dedicada a la mujer que fue su primer gran amor después de un encuentro casual con ella, donde afirma que «la nostalgia y la tristeza suelen coincidir»– pero la identificaba sobre todo en la niñez. Y no solo buscaba la niñez en sus canciones. Él mismo se comportaba a menudo como un niño. Su hermano Álvaro narra en esta biografía de Los Secretos que Enrique, a pesar de ser el líder del grupo, siempre huía de las responsabilidades y detestaba profundamente todas las actividades que tuvieran que ver con negociaciones con discográficas, firma de contratos y actividades de promoción. De hecho, cada vez que actuaban en televisión, todos los cámaras estaban siempre advertidos del cuidado extremo que debían tener a la hora de enfocar a Enrique cuando cantara, pues como odiaba hacer play-back movía los labios mal de manera intencionada, a modo de protesta por tener que hacer algo que no quería hacer.
Pero lo cierto es que su ideal de vida era el de Volver a ser un niño, como dice el título de otra de sus canciones. «Después del tiempo que he perdido en aventuras sin sentido, me siento solo y a la vez perdido, solo porque me has sonreído, y pido volver a ser un niño… con ese brillo que te quita el frío cuando las noches son lluviosas». Cómo no recordar aquellas tormentas de lluvia que evocaba en Quiero beber…
El 17 de noviembre de 1999 el cuerpo sin vida de Enrique Urquijo fue hallado en un portal del madrileño barrio de Malasaña. Aquel día se fue uno de los grandes de la música y sobre todo un corazón vibrante que aún hoy hace que algo despierte en el corazón de los que escuchan sus canciones. Por eso los que saben de música también dicen que aquel día nació un mito. Álvaro Urquijo recuerda en su libro cómo se enteró de la muerte de su hermano al terminar un concierto en Zaragoza. «Mientras cantaba el último bis sentí algo extraño, una especie de presentimiento. De pronto me quedé sin voz, algo me estremeció por dentro, como una sacudida (…). Mientras yo me quedaba sin voz, en la casa de la familia Urquijo, mi madre se sobresaltaba al escuchar a María, que dormía en su cuarto, gritar: “¡Papá!”. (…) Poco tiempo atrás, Enrique y yo habíamos hablado sobre si yo me ocuparía de María si a él le ocurría algo. La frase retumbaba en mi cabeza. ¿Fue un presentimiento, como la sacudida que me dejó sin voz y como el grito de la niña llamando a su padre justo cuando este expiraba? No puedo hablar de Dios, pero sé que hubo algo, más allá del tiempo y del espacio, que nos dijo lo que acababa de suceder. Fue como si Enrique nos llamara para decirnos adiós».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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