Diálogo con Álvaro Garganta, fiscal encargado de llevar adelante causas penales con mucha relevancia en Argentina, sobre su encuentro con don Giussani y su experiencia del céntuplo
Fiscal de instrucción penal en la ciudad de La Plata, Álvaro Garganta encontró “casualmente” la experiencia de Comunión y Liberación a través de un artículo de Massimo Borghesi en los años 90. Con ocho hijos, un trabajo extremadamente exigente donde se ponen en juego la justicia y la libertad de las personas, admite, a la luz del recorrido de estos años, que don Giussani le ayudó a desprenderse de un moralismo que intuía fallido para aprender a mirar y vivir la realidad con una mirada nueva y libre.
¿Cómo conoció a don Giussani y qué le impactó de él?
Allá por mediados de los años 90, daba clases de Derecho Político en la Universidad Católica de La Plata, y un colega que empezó a dar clase con nosotros me hizo leer un texto de Massimo Borghessi, Cristianismo y Posmodernidad. Ahí leí sus primeras citas, luego El Sentido Religioso y después las meditaciones de los Ejercicios espirituales en Rímini, que me acompañan hasta la actualidad. En ese momento, por lo menos en Argentina, empezaban a surgir los nuevos derechos y la posición dominante de los católicos era absolutamente reactiva. Algo que intuía que nos alejaba del problema. En Giussani encontré una postura razonable frente a los nuevos desafíos y una postura profundamente humana.
¿Qué repercusión tuvo esto en su vida?
Empezó un camino que, con subidas, bajadas, desvíos, accidentes y tribulaciones, nunca dejé, porque no pude dejar de preguntarme y procurar juzgar el sentido último de las cosas, la verdad que hay en nuestro corazón y tratar de vivir la infinita misericordia del Misterio en medio de nosotros. Los cambios que esto produjo en mí fueron totales, imposibles de enumerar, pero han hecho de la vida algo grandioso. Y no porque los años hayan sido “felices”, de hecho fueron duros, pero me han hecho sentir que solo con Él es posible la vida. En esos instantes, uno puede experimentar la paradoja de su pequeñez y su grandeza. Percibir un deseo de infinito y aprender el gusto a poco que siempre dejan las cosas del mundo.
¿Qué incidencia tiene hoy este impacto en usted, en su vida familiar y profesional?
Trabajo como fiscal de instrucción penal, por lo que el drama, tanto de las víctimas como de los imputados, es palpable, su humanidad está a flor de piel. Y si Él me ayuda a no reducir los hechos a apariencia, se abren mundos insospechados, horizontes nuevos todos los días. Y el trabajo, lejos de pesar, se convierte en una misión que enamora, que hace participar de un destino que atrapa.
En el ámbito familiar, siempre tuve y tengo todas las problemáticas, ocho hijos de todas las edades, en medio de tremendos cambios sociales y culturales de todo tipo. Y otras situaciones que no viene al caso detallar porque están en mayor o menor medida en todas las familias. Pero aquí es donde más me influyó. Ante el fracaso evidente de la receta moralista que yo intuía, Giussani confirmó en mí el diagnóstico y me dio la seguridad para sostener el timón contra viento y marea: la necesidad de que ellos juzguen los hechos a partir de su experiencia. Aceptando el riesgo de la libertad. Confiando más en la lealtad al corazón que en el discurso y la prevención “policial”. Dejando que hagan ese camino. Insistiendo en confrontar cada hecho banal de la vida, la televisión y las redes, con la realidad última, buscando que aprendan a juzgar. Mostrándoles que hasta los técnicos de fútbol pierden partidos por ideología, por sus prejuicios, por aferrarse a sus esquemas cuando el rival es distinto. Enjuiciando todo, películas, lo que fuere, pero nunca a ellos. Ellos no me proponían el tema sino las situaciones que les tocaba vivir.
Hoy sigo igual, ya son todos más grandes y escucho sus juicios con orgullo. Tienen una humanidad sana, con más o menos apego a los ritos. Sé que en esto nunca se puede decir que llegaron a tierra firme. Pero estoy tranquilo, como decía Giussani a sus alumnos: les di un criterio para juzgar, y juzgar mis juicios. Aprendí que es hermosa mi libertad y la de ellos. Que es lo más grande y valioso que tenemos. Hoy me discuten y me dan clases de realismo, y yo tengo que dejar mi orgullo de lado, reconsiderar datos y volver a juzgar. Muchas veces me educan más ellos a mí que yo a ellos. ¡Doy gracias a Dios porque a través de don Giussani he recibido una gracia muy grande!
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