«No puedo alejarme de lo más vivo que he visto nunca». Dos universitarios de la isla caribeña afrontan el final de su carrera
Actualmente mi vida universitaria prácticamente no existe. Desde hace tiempo solo tengo contacto online y en el último año no he pisado la facultad más de un par de veces. Pero no puedo olvidar lo que ha sido la experiencia del CLU años atrás, que me ha llenado de deseo cuando miro mi vida y mi futuro profesional.
He encontrado trabajo en el sector farmacéutico, que no es lo que he estudiado, y estoy haciendo un máster en la facultad donde conocí el movimiento. Pero he decidido seguir yendo a la Escuela de comunidad con mis viejos amigos del CLU a pesar de que acabé la carrera hace dos años.
No puedo alejarme de ellos porque son lo más vivo que he visto nunca. Siempre me han acogido con una humildad que rompía mis esquemas, mirándome siempre con afecto, aun con todos mis defectos. Soy alguien que tiende a cerrarse, pero ellos siempre me rescatan, haciéndome ver muchas cosas de mí mismo. Por ejemplo, mi manera moralista de afrontar la vida. Siempre he pensado que todo debía hacerse siguiendo un rígido código moral y a menudo hago las cosas por obligación, porque es lo que toca. Pero eso no me hace feliz, pues Jesús me ha llamado para algo más grande. No me di cuenta realmente hasta que se acabó la relación con mi novia. Creía haberlo hecho todo bien en esa relación y me sentía defraudado. Fui a ver a un amigo del movimiento y le conté lo que me había pasado. Él me preguntó: «¿Por qué quieres hacer bien las cosas?». Al principio no entendí la pregunta. Nunca había puesto en duda que fuera adecuado hacer las cosas bien, pero aquella pregunta me hizo entender que mi problema era que no tenía razones reales para hacerlo. Ahora, siendo consciente de esto, mi vida es mucho más sencilla y más libre.
Otro ejemplo ha sido mi promoción en la empresa farmacéutica donde trabajo. Me quedé un poco desconcertado, pensando: «¿Será así el resto de mi vida?». Entré en crisis y lo conté en la Escuela de comunidad. Mis amigos me recordaron que no debía tener miedo porque siempre caminamos por las sendas del Señor. Me quedé impresionado porque con esa manera única de ir al fondo de cada circunstancia, me entran ganas de no desperdiciar ni un solo minuto de mi vida.
Me doy cuenta de que estoy empezando a amarlo todo: mi familia, mi carrera y hasta mi propia existencia (mi “yo”). Sé que quiero amar y que soy amado.
Luis Daniel
Los últimos meses han sido muy duros para mí. Durante este semestre académico, mi último semestre en la universidad, he hecho cuatro cursos y unas prácticas de contabilidad. Además seguía con mi actividad como secretaria del Consejo General de Estudiantes, presidenta de una Confraternidad universitaria y con la secretaría del CLU en Puerto Rico. Todo eso tratando de mantener la media alta. En el ámbito familiar también me he visto muy probada con la pérdida de mi abuela paterna y luego de mi perro. Pero sobre todo, cuanto más se acercaba el final de mi vida universitaria, más acuciante sentía, por encima de todo lo demás, la pregunta: «¿Y ahora?».
Con toda esta presión, la mayor tentación era dejar la secretaría de CL y la Escuela de comunidad porque en cierto modo lo demás me parecía “más importante”. Pero luego me di cuenta de que los únicos con los que podía compartir esa pregunta eran justamente mis amigos del movimiento, que han sido esenciales en este momento. Recuerdo cuántas veces he llamado en este tiempo al padre Tommaso, del mismo modo que Fabrizio siempre ha estado pendiente de mí. O las mil ocasiones en que la compañía de mis amigos del CLU me ha ayudado a mirar con esperanza y con fe todo lo que me estaba pasando.
Crecí con una educación protestante, pero nuestra amistad me recuerda el amor del Padre por mí. Eso hace que me levante por las mañanas sin ansias por controlar mi destino, sino con el deseo de decir “sí” a lo que Él me pide. Esta compañía me recuerda que, por difíciles que sean las circunstancias, el Padre nunca me abandona.
Fabiola
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