LUIGI GIUSSANI
La conciencia religiosa en el hombre moderno
(Editorial Encuentro, 1986)
78 pág.
«En la actualidad, se puede advertir que la conciencia del hombre está mucho más disponible para ese sentido religioso con el que coincide la búsqueda del destino, disponibilidad que hace años no se notaba. Parece haber un renacimiento de la vocación humana a entrar en relación con su significado; pero, a mi juicio, se habla de ello de una manera que no favorece dicha vocación». Más o menos es así como monseñor Luigi Giussani, desde hace casi dos años, empieza sus numerosas conferencias; conferencias que ha desarrollado en universidades europeas y americanas, en centros culturales y parroquias y que han sabido movilizar las conciencias y suscitar un vivo debate entre muchos intelectuales, profesores y jóvenes de toda proveniencia. El tema desarrollado por monseñor Giussani es: La conciencia religiosa en el hombre moderno.
Tenemos ahora que agradecer a la Editorial Encuentro la publicación de un libro que recoge estas conferencias y que lleva su mismo título.
En síntesis este libro explica cómo y porqué el hombre moderno ha dado la espalda a la Iglesia y viceversa, y lanza un reto al laicismo («Dios, si existe, no importa») y a la «protestantización» de la Iglesia Católica («el acontecimiento cristiano reducido a palabra, interpretable subjetivamente»).
Creo que, sin lugar a exageración alguna, este libro constituye una pequeña obra-maestra en su intento de ofrecer un juicio sobre el mundo actual a partir de una lectura del hombre moderno como lucha por la verdad del encuentro con el acontecimiento cristiano. Me explico.
Nosotros nos encontramos, por todas partes, con distintas interpretaciones de la historia contemporánea, que emplean como criterios de lectura el desarrollo de las fuerzas y de las relaciones de producción (marxismo), el progreso técnico (positivismo), etc. Cada uno de estos criterios recoge algo de la realidad y ofrece una contribución a la comprensión de la historia. Sin embargo, cada uno de ellos provoca en quien los sigue ideológicamente una particular ceguera, una incapacidad de ver toda la compleja y variada realidad humana que no cabe dentro de aquel criterio. Al proponer como criterio la lucha por la aceptación de la verdad del encuentro con el acontecimiento cristiano, o su rechazo, monseñor Giussani ofrece un criterio nuevo, una interpretación que pretende ser distinta de las demás. Se trata más bien de una clave de lectura de la conciencia del hombre moderno. No falta un análisis de las más variadas expresiones (sobre todo literarias) de la conciencia moderna, pero esas expresiones son la confirmación de una intuición, que tiene su raíz en el encuentro con el hombre, tal y como él hoy es. Se puede decir que el primer «texto de historia» que Giussani tiene delante es el hombre mismo, y en él está presente -como estratificada en su propia conciencia- toda la historia que le ha precedido y de la que él mismo es el resultado. Ese hombre moderno vive un drama que espera una respuesta.
La fe, vivida como respuesta a ese drama, juzga entonces todas las formas ideológicas que han intentado olvidarlo o censurarlo. Y esta crítica a las ideologías de la modernidad nace (contrariamente a muchas posiciones tradicionalistas) de una profunda simpatía por el hombre de nuestro tiempo y del deseo sincero de compartir su situación espiritual, simpatía que -eso sí-es iluminada por el acontecimiento de la presencia de Cristo.
En esta misma línea están algunos grandes nombres cristianos, que es fácil recordar: pienso en De Lubac (por ej. El drama del humanismo ateo, o Catolicismo) y también en R. Guardini (El ocaso de la Edad Moderna). En este último en particular -que a mi modo de ver es otra pequeña obra-maestra - el profesor de Tubinga advertía, hace ya cuarenta años, de la insidia y del peligro más radicales que la fe puede correr en la mente y en el corazón de los hombres contemporáneos. Transcribo un pasaje de este libro extremadamente significativo: «La nueva pretensión de que las distintas esferas de la vida y de la actividad -política, economía, organización social, ciencia, arte, filosofía, pedagogía, etc.-debían ser desarrolladas partiendo sólo de sus principios internos, aparece como algo cada vez más evidente. De este modo, se configura una forma de vida no cristiana y, en múltiples aspectos, anticristiana. Dicha forma se impone de un modo tan lógico, que aparece como lo normal, y el postulado de que la vida tiene que ser dirigida por la revelación recibe el carácter de una usurpación de la Iglesia. Hasta el creyente acepta en gran medida esta situación, por cuanto que piensa que las cosas religiosas constituyen una esfera propia, así como las cosas del mundo constituyen la suya; que cada esfera se configure según su propia naturaleza, y que quede reservada al individuo la determinación de la medida en que desea vivir dentro de cada una de ellas.
Consecuencia de ello es que, de un lado, surge una existencia laica autónoma, libre de influencias cristianas directas, y de otro, un cristianismo que imita de un modo característico esa ''autonomía''. Así como surge una ciencia puramente científica, una economía puramente económica, una política puramente política, nace también una religiosidad puramente religiosa. Dicha religiosidad pierde cada vez más la relación inmediata con la vida concreta, su validez general es cada vez menor, se limita con creciente exclusividad a la enseñanza y práctica "puramente religiosas", y para muchos tiene todavía el único sentido de dar consagración religiosa a ciertos momentos culminantes de la existencia, como el nacimiento, el matrimonio y la muerte» (Romano Guardini, El ocaso de la Edad Moderna, Ed. Cristiandad, 1981, pp. 105-106).
Quiero hacer una última observación que es fundamental para mí y para la experiencia cristiana que estoy viviendo. La fuerza de una propuesta de cara a la sociedad está siempre en el sujeto que la realiza, es decir, en la conciencia que él tiene de su identidad y en el desafío cultural que de esa identidad surge. La obra del padre Giussani -que es el fundador del movimiento Comunión y Liberación- constituye seguramente, por un lado, una radicalización y una profundización sorprendentes de la conciencia que este movimiento tiene de sí mismo y, por el otro, un punto de referencia ineludible para comprender el porqué de la presencia y de la tarea de Comunión y Liberación en la Iglesia y en la sociedad de hoy
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