Introducción a la nueva Escuela de Comunidad. El corazón de la persona es su necesidad de «inclinarse ante lo infinitamente grande». La experiencia del movimiento como respuesta al sentido religioso, al corazón mismo de nuestra humanidad.
Cada palabra y cada gesto nuestro, toda nuestra vida, deben mirar a renovar el reclamo al motivo fundamental: que existimos por Cristo. Porque, como dice Rilke, en una poesía suya, «todo conspira para callar de nosotros, / un poco como se calla / una vergüenza quizá un poco como se calla / una esperanza inefable» (Il Elegía Duinese).
El cristianismo vive como pasión por la liberación de la persona, y la libertad es la capacidad de adhesión al propio Destino, de modo que el yo se realice y sea feliz (la plenitud, la felicidad no podemos lograrla por nosotros mismos).
El fin del movimiento es pues esta liberación de la persona (por lo tanto, de ninguna manera puede ser reducido a fenómeno sociopolítico, y ni siquiera a un sistema de discursos por aprender o de actividades a desarrollar).
El sentido religioso constituye el corazón de la persona, el culmen de la razón humana, iluminado y puesto en acción por la potencia del Señor. Dostoyevski ha creado una poderosa imagen de él: «Toda la ley de la existencia humana radica en esto: que el hombre pueda inclinarse ante lo infinitamente grande». He aquí la cuestión: no se pertenece al movimiento si no es en cuanto se vive el sentido religioso.
Sin embargo, por nosotros mismos, con sólo nuestras energías, después de una primera emoción, no podríamos permanecer en la dimensión del sentido religioso: nuestra vida volvería en seguida a caer en la confusión o en el olvido. Una vez más Dostoyevski: «La esencia del sentido religioso es independiente de cualquier razonamiento, de cualquier culpa o delito, de cualquier ateísmo: hay algo en él indefinible y habrá siempre algo que los ateos siempre rozarán siempre que discutan de cualquier otro argumento» O bien, como los últimos capítulos del libro de Job nos representan, se insinúa en el hombre la tentación de revelarse a Dios.
Pero el «infinitamente grande» de Dostoyevski se ha inclinado sobre nosotros, se nos ha hecho encuentro, de modo que a nosotros nos es posible dirigimos a él: «¡Abba, Padre!».
CARACTERISTICAS DEL SENTIDO RELIGIOSO
El sentido religioso asegura las dimensiones constitutivas del ser humano, particularmente el realismo, la racionalidad y la moralidad.
1. Realismo. El sentido religioso hace que la persona sea extremadamente atenta, esté abierta de par en par a la realidad. La realidad entonces es reconocida como acontecimiento objetivo. Esta es una postura ante la existencia opuesta a la actitud, muy difundida, de quien sigue exclusivamente sus propias impresiones superficiales o sus propios pensamientos. Esa postura permite una valoración de la realidad en todos sus aspectos. Como dice el Evangelio: «Incluso los cabellos de vuestra cabeza están contados». Se trata de un tipo de atención que hace percibir la conexión de cada realidad singular con todo lo que le rodea, con la totalidad: es decir, con el Destino, que es Dios. El sentido religioso, pues, nos da los criterios para captar el significado y el valor de cada cosa, de modo que nada resulta ya inútil o indigno de consideración. La Biblia llama a esta capacidad: corazón.
«Acontecimiento» es la categoría más importante implicada con el sentido religioso. En efecto, en un determinado momento de la historia, ha sucedido un Acontecimiento extraordinario, único e irrepetible: el Significado de todo, Dios, ha venido a este mundo, se ha hecho uno de nosotros, ha nacido como hombre y permanece con nosotros para siempre. Desde aquel momento sabemos que la vida nos es dada para conocer a Cristo, para que podamos dar testimonio de Él: nos es dada para la misión. Es por esto por lo que estamos presentes en cada ambiente: familia, trabajo, sociedad. Por esta misma razón reivindicamos plena libertad religiosa, plena libertad educativa: y, por ello, también luchamos por la enseñanza religiosa en la escuela, a fin de que todos puedan conocer a Cristo -¡todos!-, en el mundo entero. Y por este mismo fin nos comprometemos en la ayuda de las necesidades y los proyectos de nuestros amigos en todas las partes del mundo.
2. Racionalidad. El sentido religioso hace que nuestra personalidad sea fiel a su propia naturaleza. Esa naturaleza consiste fundamentalmente en el ser razonable: el sentido religioso nos hace razonables de verdad. La fe nos hace comprender lo que es la razón, nos hace conocer su verdadera naturaleza, que es la capacidad de abrazar la totalidad. Se conoce de verdad cuando se conocen todas las razones de las cosas, es decir, cuando se posee su significado. «Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios» (S. Pablo).
Del mismo modo el sentido religioso nos pone también en condición de poder reconocer dónde está el error: es la pretensión de conocer censurando, eliminando u olvidando algún factor. Quien no sigue a Cristo siempre ofrece el melancólico ejemplo de tener que olvidar o censurar algún aspecto de lo humano.
Finalmente, el sentido religioso nos abre realmente de par en par a todo, nos «arranca las anteojeras» que nuestros prejuicios humanos nos imponen, nos dispone al diálogo con todos, en tensión para comunicar las razones de aquello en lo que creemos y por lo que vivimos. No tenemos miedo al otro, a su posición: el temor sería signo de una falta de seguridad nuestra en la verdad encontrada (desde luego podemos ser incapaces todavía de comunicar eficazmente y con claridad todas las razones, pero se estará entonces en tensión para aprender a hacerlo cada vez más.
Debemos llegar a ser sembradores de certezas. Con valentía y leales de cara a todos los problemas, y a la vez libres de aquella tremenda enfermedad, la duda, que impide cualquier construcción. En efecto, en una época destructiva de lo humano como lo es la nuestra, lo que es exaltado como ideal cultural es la sistemática difusión de la duda, duda que vacía al hombre de sí mismo y lo convierte en dócil autómata a disposición del poder.
3. Moralidad. El sentido religioso crea en nuestra persona el sentimiento de la pertenencia a la verdad. Y ésta es precisamente la moralidad: pertenecer y, por lo tanto, obedecer a otra realidad. Si yo pertenezco a otra realidad, a una realidad más grande, yo soy pobre. En efecto, el sentido religioso vive como pobreza de espíritu: Otro, y no mi propio criterio, es la medida de la existencia.
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