A propósito del cine de Tarkovski
Su última película triunfó en Cannes. Antes realizó La infancia de lván, con un niño preguntándole a un padre inexistente (León de Oro en Venecia, 1962), Andrev Rublev(1966), que aparecía con clamoroso retraso entre sospechas desconfianzas, Solaris (1972), y Stalker (1979).
Tras haber filmado siempre en su Rusia natal dirige en 1983 Nostalgia, una gran coproducción con Italia y ahora, tras su renuncia a la ciudadanía soviética logra acabar en Suiza (en 1985) -con dinero sueco, inglés e italiano- su última fatiga: El sacrificio dedicada a su hijo, Andriosha, y mezcla de esperanza, confianza y compendio de los grandes problemas de la vida del hombre, de la fe y del arte, de la muerte y del amor.
Y Tarkovski sabía qué quería decirnos pues estaba rodando consciente de su enfermedad incurable, con su habitación del hospital ocupada por los materiales del rodaje y una moviola. De hecho, con 54 años, moría en París los últimos días del pasado año, tras habernos dejado -según Bergman- «la obra más grande del cine moderno, porque crea un lenguaje que permite captar la vida como sueño»
«En los mejores momentos me doy cuenta, toco con la mano, que el arte abre al hombre y lanza su alma a acoger el bien. Ser artista no es la cosa más importante: es un corolario. Lo que importa es encontrar un terreno sólido sobre el que uno pueda sentirse hombre. Más importante que la obra de arte es la verdad de la vida». (A. Tarkovski)
Una de las cosas más interesantes que se han dicho sobre Tarkovski ha salido de labios del también director de cine, Ingmar Bergman: «Cuando descubrí el cine de Tarkovski fue para mí un milagro. De repente, me encontraba frente a la puerta de una habitación donde ansiaba penetrar pero de la que no tenía la llave, mientras que él estaba dentro y se movía por ella con la más absoluta soltura y libertad...». La diferencia entre el cine de Tarkovski y el cine de Bergman es el extremado subjetivismo de éste y el profundo realismo de aquél. ¿Cómo?, -puede alguien decirme-, ¿Tarkovski realista? ¿Acaso su cine no es un disparatado y difícil ensamblaje de símbolos? -prefiero utilizar la palabra signo-. Sí, justamente porque el cine de Tarkovski está lleno de signos, por eso mismo es un cine realista. ¿Acaso la realidad -pregunto yo ahora- no se nos aparece a través de signos?
Los antiguos filósofos griegos utilizaban la palabra aletheia para denominar la verdad, que significaba «lo que no puede estar escondido». Y no hay nada más cierto que las verdades más importantes para el hombre (que no son las matemático-científicas) se nos aparecen a través de signos que nos llevan a los hombres a reconocerlas como tales verdades: los gestos de nuestras madres hacia nosotros nos hacen descubrir su amor; es a través de ciertos signos como percibe el enamorado que su amor es correspondido, o a través de ciertos gestos como percibimos el valor de la amistad.
Si el cine de Tarkovski es bello, a pesar de su lentitud, es porque pretende utilizar el método que la verdad ha escogido para mostrarse a los hombres: el signo, para acercarnos así con su genialidad a «lo que no puede estar escondido».
Es como si alguien hubiera querido que el hombre utilizara su inteligencia (que es la ventana -o la llave de la puerta- que el hombre tiene para poseer la realidad) para descubrir «lo que no puede estar escondido» (aletheia). Más aún, no sólo esto; es como si «lo que no puede estar escondido», la verdad, quisiera no obligar al hombre a aceptarla y (además de la inteligencia) le exigiera poner en funcionamiento otra capacidad suya: la libertad, que me permite reconocer o negar lo que la inteligencia me ha hecho percibir. Reconocer es abrir la ventana y dejar entrar la luz que nos lleva a descubrir la realidad; por el contrario, negar es cerrar la ventana a ser luz, lo que significa -en última instancia- rechazar la propia inteligencia.
Dos ejemplos de esto: el primero lo encontramos en su película Stalker (titulada en castellano La Zona). En ella, un imaginario Estado ha prohibido la entrada a los ciudadanos en una zona donde ha ocurrido una explosión nuclear, lo que había provocado que en dicho territorio -que ya no respondía a las leyes de la naturaleza- ocurrieran las cosas más extrañas, de tal modo que una vez que alguien entraba allí, ya no lograba volver a salir nunca; pero corría el rumor de que quien fuera capaz de llegar a una casa que había dentro de la zona, alcanzaría el deseo más grande que pidiera (la felicidad). Unos cuantos hombres, conducidos por un guía y burlando la vigilancia, se proponen entrar en la zona, movidos por la aventura unos, otros por la curiosidad, y alguno por la desesperación o el sin-sentido que vivía. ¿No es ésta acaso la vida del hombre que estructuralmente busca la felicidad, más o menos escéptico o seguro de encontrarla? El segundo ejemplo es la última película rodada por Tarkovski: Sacrificio (gran premio especial del Jurado en el Festival de Cannes de 1986). Un actor, satisfecho con su vida, por un insignificante accidente tiene un sueño a través del cual percibe que el poder y la grandeza que el hombre tiene en sus manos no es suficiente para dominar y vivir feliz en el mundo; en un momento de este sueño, su mujer dice: «siempre he hecho en mi vida lo contrario de lo que quería hacer». Hay, además, otros sucesos en la película, como el ataque atómico, que resaltan esta trágica condición humana (que la Iglesia ha llamado pecado original) y Tarkovski representa recordando el árbol del Bien y del Mal del que nos habla el Génesis: ya sea en el árbol seco que el protagonista planta al principio con su hijo o bien en el árbol que aparece tras la Virgen en el cuadro de Leonardo da Vinci, La Adoración de los Magos, y que Tarkovski nos hace contemplar insistentemente.
Pero no es lo definitivo el límite en el hombre (pues tampoco él se ha creado a sí mismo): «En el Principio era el Verbo»; nos recuerda el niño (el hombrecito) tras permanecer toda la película mudo. Sólo rompe su silencio al final, para repetir lo que su padre le dijo mientras le contaba la historia del monje: «En el Principio era el Verbo». Es el descubrimiento de esta verdad la única salida para el hombre ante la desesperación, ante el horror a la muerte de los seres queridos, lo que le lleva a rezar la oración que de niño su madre le había enseñado: el Padrenuestro y las palabras del salmo «Tuyo es el poder y la gloria». Es este descubrimiento lo que hacer ir a buscar a la extraña criada (bruja según el cartero), pero que es el personaje más humano de toda la película, el único que ama sin una medida propia; es el viejo profesor de historia jubilado ya, cartero del pueblo, el personaje considerado más «irracional» por todos, que colecciona hechos imposibles pero verificados por él, el que le dice que la salvación, para que todo vuelva a ser como antes, es que vaya a ver a la bruja. Un momento antes se ofrece a sí mismo, su casa y lo que posee en sacrificio ( «todo regalo cuesta un sacrificio») para la salvación de su hijo, su familia, sus amigos y del mundo.
Al despertar del sueño y encontrar que todo sigue como antes es cuando descubre que su deseo ha sido realizado y entonces prende fuego a su casa. Al final aparece el símbolo de la «racionalidad» moderna: la ambulancia y los hombres que le llevan al manicomio en unas escenas exageradamente ridículas ante la mirada amorosa de la criada.
Y al final, el niño que riega el árbol seco plantado por él y su padre al inicio de la película (después de tres años de regarlo tenazmente todos los días, el discípulo del viejo monje lo vio florecer a pesar de ser una tierra completamente árida, según decía la historia que el padre contaba al principio); la criada que contempla al niño dando vueltas montado en su bicicleta; y las palabras que el niño pronuncia: «En el Principio era el Verbo». Son los iconos de la frase que Tarkovski escribe como fin de la película: «A mi hijo, con esperanza».
Una amiga exclamaba al salir del cine: «no me he enterado de nada», y otro: «uno si es cristiano, no puede entenderla». Yo no lo creo, pues sucede lo mismo que con el Misterio, lo mismo que con la Verdad: hay que abrir la ventana o fiarnos de quien nos ayuda a abrirla; por lo demás, estructuralmente estamos hechos para la Verdad, la llave que quizás Bergman no había encontrado.
Fragmento de la entrevista que el semanario France Catholique realizó recientemente a Andrei Tarkovski.
Muchos se preguntan qué conexión hay en su obra, en particular en Sacrificio, entre una inspiración cristiana, de la que da testimonio el hecho de rezar el «Padrenuestro», y una inspiración más arcaica, más pagana que se refleja en el personaje de la «bruja buena», María. Existe una cierta confusión... ¿Es o no es usted un director cristiano?
Andrei Tarkovski: No creo que sea muy importante saber si comparto o no ciertas concepciones, ciertos prejuicios paganos, católicos, ortodoxos o, en general, cristianos. Lo importante es la obra en sí misma. Se trata, pues, de juzgar la obra artística, de un modo general, sin buscar en ella las contradicciones que muchos me adjudican. La obra de arte no siempre coincide con el mundo interior del artista, y mucho menos en sus detalles particulares. Es verdad qué existe una lógica en la relación entre el artista y su obra... pero podría darse también una oposición frente a las concepciones interiores del artista.
Cuando hago una película, soy consciente de que debo dirigirme a espectadores muy diferentes.
Todavía era muy joven cuando le pregunté a mi padre: «¿Existe Dios o no?». Y él me respondió de un modo absolutamente genial: «Para quien no cree, no existe. Para quien cree, existe.» Este es un problema muy importante. Quiero decir que esta película se puede entender de modos muy distintos. Por ejemplo, aquellos a los que les interesan los aspectos sobrenaturales de los fenómenos físicos, encontrarán el sentido de la película en la relación entre el actor y la bruja, y estos dos personajes serán los impulsores principales de la acción. Los creyentes serán más sensibles a la oración que Alexander dirijo a Dios, y para ellos, todo el film girará en torno a este gesto. Por último, un tercer tipo de espectadores que no creen en nada se imaginarán que Alexander está un poco enfermo, que está siendo probado psíquicamente por la guerra y por el miedo. Y así, otros tipos de espectadores entenderán la película a su manera. Yo creo que hace falta dar al espectador la posibilidad de interpretar la película según la visión de su propio mundo
interior, y de no obligarle a lo que yo le podría imponer. Porque mi fin es el de mostrar la vida, dar una imagen de ella, la imagen dramática, trágica del corazón del hombre moderno. Pero, para acabar con este problema, ¿usted cree que esta película hubiera podido ser hecha por un no creyente? Yo, realmente, creo que no.
Algunos se preguntan por la fe de los personajes de su película, sobre el contenido de tal fe. Por ejemplo, sobre qué le faltaba a la fe de Alexander, en vista de que se vuelve loco.
Tarkovski: Alexander no pierde la cordura. Es verdad que muchos espectadores pueden haber pensado que se había vuelto loco, pero no estoy de acuerdo. Simplemente, creo que se encontraba en un estado psíquico, e incluso general, difícil... Según mi parecer, él representa bien a cierto tipo de hombre. Su mundo interior es el de un hombre que hace mucho tiempo que no va a una iglesia, que quizás ha sido educado en una familia cristiana pero qué no cree de una manera muy ortodoxa, que quizás no cree del todo. Me lo imagino apasionado por Steiner a un nivel antroposófico. Me lo imagino incluso como un hombre que sabe que el mundo no sólo consta de una vida material; sabe que existe un mundo trascendente por descubrir... Y cuando llega la desazón, cuando se anuncia el horror de una terrible catástrofe, él se dirige a Dios de un modo coherente con su personaje como la única esperanza que le queda ... Es un momento de desesperación.
Sus personajes parecen estar siempre en el umbral de una auténtica vida espiritual, en una especie de ingenuidad permanente ...
Tarkovski: Alexander, para mí, a pesar del drama que está viviendo, es un hombre feliz, porque ha encontrado la fe en el transcurso de aquella situación. Me parece extraño el afirmar que se queda en el umbral con todas las cosas que está viviendo... Y es que la cosa más importante y más difícil en el problema religioso es el creer...
Pero esta fe parece, en cierto sentido, evocar lo absurdo...
Tarkovski: ¡Ciertamente! Pienso que sólo aquél que está dispuesto a sacrificarse puede ser llamado creyente. Es verdad que es raro... Alexander se sacrifica y, al mismo tiempo, obliga a los demás a sacrificarse ... Resulta un tanto absurdo, pero, ¿qué hacer? Sin duda, él está perdido a los ojos de los otros: pero lo que está totalmente claro es que él se ha salvado.
¿Cómo interpreta usted la frase de Dostoyevski: «La belleza salvará al mundo»?
Tarkovski: Se ha especulado mucho, incluso de un modo vulgar, en torno a esta frase. Cuando Dostoyevski habla de belleza, entiende por ella la integridad espiritual. El alude al príncipe Miskin o a Rogozin y no, ciertamente, a la belleza de Nastassia Filippovna, que tiene algo de vulgar.
Usted ha dicho que el hombre debe ser, según la imagen del Creador, creador...
Tarkovski: Pensar esto es, para mí, como el aire que respiramos. Pero creo que es algo profundamente personal y no generalizable.
¿Cómo distinguiría usted al artista del santo?
Tarkovski: ( ... ) El santo y el artista... Lo esencial es que el hombre viva de un modo adecuado; intentando asemejarse al Creador y buscando su salvación. Salvarse a sí mismo o tratar de crear una atmósfera espiritual más nea.
¿Quién puede saber cuánto nos queda aún? Hace falta vivir pensando que mañana nos podría tocar rendir nuestra alma a Dios. Me ha hecho una pregunta a la que han dedicado su vida entera algunos genios. Hablaré con San Antonio, para que me explique y me haga entender este problema insoportable para el hombre. Por lo demás, morir o no morir no es el problema. Todos moriremos, bien todos juntos, o bien unos tras otros.
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