Sobre la evangelización de América Latina, una primera aproximación. Esta es la primera parte de una preciosa frase de San
Pablo que anuncia la Encarnación de Cristo: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.» Es esta misma Encarnación la
que hace posible que quince siglos más tarde los indígenas de América Latina se encuentren con Cristo a través de los misioneros. Hombres que pecaban pero que vivían en relación a Otro al que hacían presente.
Colón muere aferrándose a la idea de haber llegado al extremo oriental de Asia, a la India. La imagen de un nuevo mundo es para él una frustración. Así los españoles pasan veinte años desesperados por encontrar el canal oceánico que les permitiera saltar el obstáculo y llegar a los lugares de las narraciones de Marco Polo.
La respuesta, en cambio, la van a dar un puñado de locos, conquistadores y misioneros, que marchan al nuevo mundo ya sea para explorar, ya sea para anunciar el Evangelio a las gentes de esas tierras. Lo que más sorprende es que en cincuenta años recorren toda América. No hay obstáculo natural ni peligro que les frene.
Hasta alguno se vuelve loco, como López de Aguirre, un gran conquistador que recorre todo el Amazonas, hazaña que no se repite hasta el s. XIX. Se declarará Emperador de España y de las Indias.
Así, los misioneros, precediendo, acompañando, o prolongando la conquista llegan por doquier.
El estilo de esta evangelización de América Latina no es el mismo que el de la evangelización del mundo grecorromano hecha por los discípulos. No es la cruz, sino la cruz junto a la espada las que comienzan a evangelizar América Latina. Es al mismo tiempo conquista y guerra de misión. Una conquista es una lógica de opresión de un pueblo sobre otro. En cambio, la misión es el anuncio de una humanidad más plena.
El primer texto que tenemos sobre la evangelización de América Latina es de un dominico, Fray Antonio de Montesinos. Se trata de la homilía predicada en la isla de Santo Domingo· en la Navidad de 1511: « ... ¿Qué os dice la voz de Cristo? Que estáis en pecado mortal y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis con las inocentes gentes de estas tierras... ¿No son éstos hombres?, ¿no tienen animas racionales?, ¿no sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ... Tened por cierto que en el estado en que estáis no os podréis más salvar que los moros o los turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo ... ».
Al día siguiente los colonos esperaban una retractación. Montesinos, sin embargo, afirma con la autoridad de su superior, que los dominicos no confesarán ni absolverán a ningún colono español hasta que no cambie efectivamente el trato con los naturales de la isla. El superior de Montesinos es otro gran dominico, Pedro de Córdova.
Bartolomé de las Casas, también dominico, era un conquistador español que habiendo conocido esta denuncia de los religiosos de Santo Domingo, en Cuba dice: he vivido mi conversión, y se transforma en el mayor abanderado de la dignidad de los indios.
Este asunto creó tal conmoción que comienza una gran polémica en toda España en torno a lo que se llamó justos títulos de la conquista. Hay aquí algo sorprendente. España dedica las mejores energías intelectuales durante la primera mitad del s. XVI a pensar en cómo proteger a los naturales de las Indias de las tropelías de sus propios conquistadores. De tal modo, que hay en toda la colonización española una legislación de extraordinaria inspiración cristiana. Los colonos lamentablemente utilizan el mecanismo de «la ley se acata, pero no se cumple».
También hay que decir que hubo señores laicos de la conquista que fueron cristianos extraordinarios y también misioneros que vivieron en la pompa y en el maltrato de los indígenas. Pero lo que no se puede aceptar es que De las Casas o Montesinos sean excepciones. La gran mayoría de los misioneros se empeñan a muerte en la defensa de la dignidad de los indios.
Ante todas estas contradicciones los indígenas entran en una especie de melancolía. Es muy difícil penetrar en su alma; empiezan como a petrificar un aislamiento interior.
Es interesante lo que dicen acerca de los misioneros: «... Andan pobres y descalzos como nosotros, comen lo que nosotros, asiéntanse entre nosotros, pero ¿quiénes son estos hombres? ... »
Este texto tan extraordinario procede de Méjico. Es decir, el primer gesto es el de presencia, de solidaridad, de acogida total del otro. Es verdad que en los veinte, treinta primeros años se combatió contra la idolatría de los indios destruyendo templos, imágenes. Se cometió así un pecado contra la cultura porque eran elementos preciosos de la identidad cultural de los pueblos. Pero en seguida adviene un segundo momento, momento de inculturación del Evangelio.
Hay grandes santos evangelizadores. Uno de estos hombres extraordinarios es San Pedro Claver, que tiene como lema: ser esclavo de los esclavos. Pasa toda su vida misionera en Cartagena de Indias, el puerto de desembarco de la trata de negros. Mientras se organiza su distribución se les mete en grandes bodegones. Allí San Pedro Claver pasa treinta años de su vida sanando, alimentando, bautizando a millares y millares de negros.
Pero, sin duda, la gran santa de América latina es María. En 1531, la Virgen se aparece al indio Juan Diego en las colinas de Tepeyac, en la periferia de la ciudad de Méjico de entonces. Es precioso observar cómo la Virgen que se aparece al mestizo no es ya la Virgen del Carmen o de la Merced, es una Virgen mestiza, del pueblo nuevo latinoamericano, del hombre nuevo latinoamericano.
El indio Juan Diego la vio así, y así quedó reflejada en su tilma. Es decir, esta gran pedagoga de la fe que es la Virgen se aparece al indio con sus mismos rasgos. Y no sólo esto. la Virgen viste un manto color cielo bordado de estrellas, detrás de ella es como si tapara el sol, pero no del todo pues sus rayos le cubren la espalda, y está apoyada en una luna. Se trata de la reconciliación de los tres grandes símbolos cosmogónicos de los aztecas. Toda la cosmogonía azteca es una lucha entre los astros.
Existe entre la Virgen y el indígena una comunicación cultural íntima. Juan Diego ve a la Virgen como algo íntimamente suyo, que sublima su propia tradición cultural.
El cristianismo es la suprema novedad, pero suprema novedad que es capaz de asumir y transformar todas las expresiones religiosas de la humanidad.
Las crónicas dicen que en la década posterior a la aparición de la Virgen de Guadalupe hubo 8 millones de bautismos en Méjico.
Lo cierto es que éste es el punto de transición que demuestra simbólicamente el pasaje de una fe que los indígenas asumieron como imposición del conquistador a una fe que se transforma en motivo de nueva identidad.
También esta primera evangelización americana despliega necesariamente una lucha por la justicia que se manifiesta en la intencionalidad de estructuras nuevas como las reducciones jesuíticas del Guaraní. La idea de los jesuitas es una evangelización totalmente desconectada de los grandes centros de colonización española en Indias. Tratan de disociar al máximo la espada y la cruz. Su misión es construir la Iglesia y una nueva réplica de civilización desde la periferia. Así, comienzan a crear pueblos que de forma libre van siendo poblados.
Tratan de implantar en estos pueblos un ritmo de vida, un ritmo civilizador. Utilizan como base el colectivismo agrario. Se trabaja al ritmo de los indígenas, los jesuitas llegan a incorporar la más alta tecnología de su tiempo. Tanto es así que logran tener una primera metalurgia, logran después construir una fábrica de armas para defenderse de los ataques de los colonizadores y, sobre todo, de los abanderantes portugueses. Tienen el más alto desarrollo tecnológico, manufacturero y agrícola de toda la colonización.
Los jesuitas mantienen los mismos caciques, las mismas autoridades indígenas, pero en todo poblado de a veces hasta 15. 000 indígenas hay un grupo de 6 o 7 jesuitas. De alguna manera, son los padres que acompañan. Ciertamente estos indígenas exigían una paternidad. De hecho, crecieron en humanidad, en asimilación cristiana en cuanto hijos de Dios, en el sometimiento de la tierra y en sociabilidad. Lamentablemente estas reducciones tuvieron una vida breve. El principal ataque fue la acusación a los jesuitas de crear un imperio dentro del imperio. Ciertamente, los jesuitas pensaban en una contraofensiva civilizadora. La conversión pasa por el corazón del hombre, pero si es radical genera nuevas estructuras de convivencia.
Esto no lo soportaron los poderes de su tiempo que comienza a hacer presión sobre el Papado, que se encuentra en un momento de debilidad. Así, el Papa disuelve la compañía de Jesús, y cuando lo hace escribe en su diario: «me he cortado la mano derecha». Así los jesuitas, de un día para otro son expulsados de los territorios católicos.
Es emocionante este momento porque los indígenas no quieren abandonar a los jesuitas. Quieren tomar las armas. Pero los jesuitas les convencen de que tiene que marchar.
En estas líneas hemos hablado de un grupo de hombres que evangelizaron todo un continente. Podemos pensar que la clave de tal hazaña estuviese en su generosidad y sus grandes virtudes. Ciertamente muchos de ellos fueron hombres de gran humanidad.
Pero esto no fue lo que más atrajo a los indígenas. Lo grande de aquellos misioneros es que estando con ellos uno encontraba la respuesta a los deseos más profundos de su corazón. Allí se respondía a su dignidad, a su totalidad de hombres.
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