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Huellas N.5, Febrero 1987

EL PUEBLO SUMERGIDO

Ogorodnikov: llamada a los cristianos de Occidente

Aleksandr Ogorodnikov nació en 1950 en Cistopol (República Tártara), hijo de padres comunis­tas y no creyentes. Desde muy joven se distinguió por su gran in­quietud y por una intensa búsque­da del sentido de la vida. Fue ex­pulsado dos veces de la facultad de Filosofía por tener un comporta­miento «fuera de las reglas». Se ins­cribió en el Instituto Superior de Cinematografía al inicio de los años 70, reuniendo a su alrededor un grupo de amigos que tenían estas mismas inquietudes.
Una etapa fundamental de su conversión está marcada por la pe­lícula de Pasolini: El Evangelio se­gún Mateo, que en calidad de es­tudiante del Instituto tiene la oca­sión de ver. En 1973 es expulsado del Instituto de Cinematografía y en el año 1974 se bautiza. En el mismo año organiza reuniones de estudio con el fin de profundizar en la intuición de que, a través del re­nacimiento de la cultura cristiana, el creyente puede incidir en la rea­lidad: nace el así llamado «Semina­rio filosófico-religioso de Moscú».
En ese mismo período, Ogorod­nikov, al conocer Comunión y Li­beración, descubre la afinidad de su búsqueda con los ideales que la ex­periencia de este movimiento pro­pone.
El 21 de noviembre de 1978 es arrestado, pero no se encuentra otra acusación contra él más que la de «parasitismo». El tribunal lo conde­na a un año de Gulag. Sin embar­go, su actitud de rechazo hacia cualquier acuerdo, junto a la volun­tad del régimen de aislarlo el mayor tiempo posible, hacen que, al concluir la pena, vuelva a ser arres­tado en el Gulag y acusado bajo la aplicación de una ley mucho más severa, la n. 70: «agitaciones y pro­paganda antisoviética», crímenes que, evidentemente, habría come­tido durante su permanencia en el Gulag. Es condenado a once años. Antes de que terminara esta segun­da condena, en noviembre del '85, es arrestado por tercera vez en el Gulag y procesado con arreglo al ar­tículo 188-3: «insubordinación gra­ve a la autoridad del campo». Así, a los cinco años que le quedan pa­ra terminar se añaden otros tres.
En mayo de este año, tras un largo silencio, Ogorodnikov hizo llegar desde el Gulag algunas car­tas y una lista detallada de todos los abusos y violencias de los que ha­bía sido víctima durante los ocho últimos años.
En ellas se lee: «Quince días en una celda de castigo porque el bo­tón superior del uniforme estaba desabrochado; cinco días por no ir bien en la fila; diez días por haber copiado a mano el salmo 50; cinco días por haber repartido una escu­dilla de menestra con el compañe­ro de celda; diez días por haber to­mado parte en una reunión de de­tenidos para beber el té; siete días porque me sorprendieron arrodilla­do ante el catre dispuesto a rezar (rezo cada día); siete días porque mi mesilla se encontraba en condi­ciones antihigiénicas (contenía más de cinco libros)».
La larga lista termina: «(...) Además de todo esto, durante sie­te años no he tenido ni siquiera una visita privada (siempre anuladas); únicamente una visita breve (de dos horas), en julio de 1982. Me han requisado todos los paquetes y pri­vado veintinueve veces del derecho de adquirir algo en la tienda».
Publicamos a continuación es­tractos de una carta a su madre. Es una violenta acusación del olvido y del miedo que parecen haber do­minado a sus parientes, olvido y miedo muy a menudo también presentes en los cristianos occiden­tales. No falta, de todos modos, un rayo de misericordia: «Mamá, pa­pá, Elena, perdonad mis palabras fuertes, ásperas y llenas de repro­bación. Perdonad con misericordia todas las maldades que he dicho. Pero tenía dentro un gran dolor, y, escribiendo, he roto la barrera».
«Queridísima madre: Finalmente se me ha presenta­do una pequeña ocasión para ha­blar abiertamente. ¡Demos gracias a Cristo! Ante todo, recordad siem­pre que si no recibís dos cartas mías al mes, debéis preocuparos: en el mejor de los casos, significa que las cartas han sido confiscadas, y si no es así, puede querer decir que me han metido en una celda de casti­go o en la cárcel del Gulag, o que he recibido cualquier otro castigo. Normalmente, en estos casos, los familiares de los otros detenidos po­líticos dan la alarma, mandan pe­ticiones y se ponen en contacto con los correspondientes extranjeros. Todo esto que te escribo debe saberlo también mi mujer Lena. Haz­le leer la carta.
Soy el detenido más desinfor­mado. Comprendo mamá, que su­frir esta vida estando en Cistopol y con la salud que tienes... Pero, ¿es posible que en toda Moscú existan problemas tan graves y nadie pue­da ayudaros? El aula vacía del tri­bunal donde, a parte de los agentes de la KGB, estabais solamente vosotras dos (un abrazo a tía Vera), es la prueba sintomática de que se ha perdido todo interés por mi cau­sa, por la causa del resurgir religio­so en Rusia y que la presencia y ac­ción cristianas están cansadas.
Vuestra indiferencia en lo que a mí respecta, la inercia, el sumer­gimiento en vuestros asuntos priva­dos, se traducen para mí en un sen­timiento de soledad, de abandono, de resentimiento, porque en el fondo no estoy en el Gulag por mí, si­no por la Madre Iglesia, por los de­más. Y vuestro silencio en respues­ta a mi silencio forzado, en el mo­mento en el que ahogaba mi grito tras el grueso muro de la celda, es una tácita complicidad con mis per­secutores. Durante un año y medio no os han llegado mis cartas, y vo­sotros sólo al final habéis empeza­do a dar signos de preocupación. Los padres de los demás prisione­ros, tras un solo mes de silencio, se ponen en movimiento inmediata­mente. Ciertamente el recuerdo del aula vacía, donde no estaba ni si­quiera uno de mis amigos, es algo penoso. Demuestra claramente que me han olvidado. En el próximo proceso el aula estará totalmente vacía.
Mi futuro depende en gran par­te de vuestra actitud. Aquellos detenidos cuyos parientes conmueven a la opinión pública mundial y mantienen vivo el recuerdo de sus queridos prisioneros, salen a su de­bido tiempo de estos escuálidos muros sin posteriores condenas; y no sólo eso, sino que además reci­ben en el Gulag mejor trato, por­que la KGB está obligada a tener en cuenta aquello que podrían ha­cer sus parientes.
Cuanto menos se sabe de una persona, menos se la puede defen­der. Vosotros no hacéis circular las noticias por miedo, pero esto, pese a todo, no cambiará ciertamente la actitud del KGB en lo que a voso­tros respecta ( ... ) .
Una vez que se dieron cuenta de vuestra pasividad y de mi impo­sibilidad de defenderme, me ence­rraron en una celda de castigo in­cluso antes del proceso, a título de­mostrativo; me raparon, me afeita­ron y, tras el proceso, me volvieron a encerrar en una celda de castigo más fría aún: alrededor de cero grados. Y todo esto sucede cuando los gobiernos occidentales y la opinión pública reaccionan tan vivamente a nuestro dolor. Tengo que decir que durante todo el período pasado en la celda en Perm, intentaron humi­llarme, cosa que nunca ocurrió en Leningrado ni en Kalinin. Me han encerrado en los subterráneos hela­dos de Perm: diez días porque en la celda no había puesto el brazo en la espalda ( 18 de enero de 1986); ocho días porque me había negado a agacharme en el comedor, considerándolo humillante (25 de enero de 1986).
Estoy convencido que si todo es­to fuese conocido por los de fuera, hasta mis verdugos estarían obliga­dos a moderarse. Ya lo he visto más veces. Mientras que ahora, en su modo de actuar, salta a la vista la certeza de la impunidad. Ya hemos llegado a los golpes. Ahora me es­pera un Gulag para delincuentes comunes, donde el régimen es du­ro hasta la locura. Cada día hay adiestramiento militar y político, y el detenido político por norma no va. En los Gulag comunes obligan a todos a marchar, incluso a los an­cianos. El régimen no deja un solo minuto libre. Y allí, para mí, ha­brá prisiones y celdas de castigo sin fin. Está claro que no llegáis a imaginarlo porque no lo habéis experimentado. Sin embargo a mí, me espera para siempre la celda de castigo, con la humedad que se filtra por las paredes, porque, naturalmente, no me pondré a desfilar ni iré a la instrucción política. Y aunque así lo hiciese no serviría para cambiar el régimen de la cárcel.
En estas condiciones repito con insistencia mi petición... Es una dura decisión que he tomado hace tiempo. Entended que para mí la muerte sería ahora el fin del suplicio, la liberación del sufrimiento. He llegado a mancharme de un pecado tremendo: he intentado suicidarme (el 1 de mayo de 1984); me corté las venas a escondidas. Lo hice además el 9 y 17 de mayo, me encontraron desmayado y me salvaron con una transfusión. Repito mi petición: dirigíos al Presidium del Soviet Supremo pidiendo que me sea concedido como gracia el fusilamiento, para librarme del sufrimiento que arrastro ya desde hace ocho años. Me impiden vivir en las condiciones dignas de un hombre, me privan de los libros, de la cultura, me torturan con el hambre y el frío en la celda de castigo y en prisión, con la humillación y los abusos, con el abandono. Se me ha prohibido incluso rezar, me han quitado la cruz infinidad de veces, he ayunado 65 días por el derecho a tener una Biblia y un libro de oración, he pasado 411 días en la celda de castigo. De esta forma me han exprimido gota a gota la salud, la esperanza, la vida.
Esta existencia es una tortura. Un homicidio que se arrastra en el tiempo tras sombríos y fuertes muros, es la condena a la soledad. No he temido más remedio que ayunar durante 65 días para poder tener una Biblia: ¿ha apoyado algún cristiano, al menos una vez, mi petición al régimen ateo? Temo que no. Me quedan otros ocho años de condena, más cinco de destierro.
Pero me han prometido que estaré dentro para siempre. Y ante todo esto: silencio. Torturan a un hombre hasta hacerle desear la muerte y nadie se interesa.
Las obras inicuas buscan siempre la tiniebla: nos torturan con el frío, el hambre y las injusticias en el silencio de las celdas subterráneas, con la protección del aislamiento y del secreto, y mientras, van charlando de humanidad. Únicamente la publicidad, que venga a arrojar luz sobre las obras de las tinieblas, puede salvarnos. Sólo ella puede detener la pesada mano del poder. Y la publicidad sobre mi caso es posible sólo a través de vosotros y a través de mis amigos. Si vosotros no dais la alarma, quien se preocupa de nuestra suerte se tranquilizará, seguro que todo va bien.
El silencio y la tranquilidad, justamente en el momento en el que nos reprimen e intentan destrozar - castigándonos - nuestro deseo de vivir, quiere decir dar silenciosamente vía libre a nuestros verdugos. El método de lucha es la publicidad.
Soy un ser que está sólo y abandonado. Sólo el Señor sigue alimentando en mí la llama de la vida y una tímida chispa de esperanza. Porque la causa por la que me han encerrado ha sido ya olvidada.
La Iglesia cristiana existe desde hace dos mil años y ha creado una civilización grandiosa, una profunda cultura espiritual; pero ¿dónde está la fraternidad cristiana, el amor fraterno, la compasión por el prójimo, que era para Dostoyesvki es el sentimientos cristiano más grande? Por lo que sé, nadie en el mundo cristiano está al corriente de mis huelgas de hambre. Sin embargo, no me pongo en huelga para ser liberado, ¡no!, sino para tener una Biblia, un libro de oración y una cruz, para alimentar la Fe en la fuente de la Revelación divina. Todas las declaraciones de Su Santidad el Patriarca sobre la libertad de Fe, son pasadas por alto por este simple hecho. Y mientras tanto, la persecución religiosa no hace más que intensificarse. ¿Qué es lo que me espera? Sólo Dios lo sabe. Me meten en la celda con criminales violentos, en general homicidas, intentando indirectamente provocar una pelea. Un criminal común que ha matado a dos personas y que está en espera de ser fusilado, ya me ha dicho claramente que para él es lo mismo que le fusilen por dos o por tres muertos. Cuando me voy a dormir no sé si me despertaré. Confío sólo en la voluntad de Dios.
¿Es posible que no se encuentre un alma piadosa y compasiva en este mundo? ¿Es posible que la caridad haya desaparecido del todo? Bastaría dirigirse a los obispos occidentales para que, por vía oficial, me mandasen una Biblia al Gulag y un libro de oración, incluso en inglés, francés o alemán (aunque el alemán me cuesta un poco). Ya que ha padecido tanta hambre de Biblia, ¿no me he merecido con este sacrificio un poco de atención? ¿Es posible que la poderosa Iglesia cristiana universal no diga una palabra en defensa de uno de sus hijos perseguidos, pródigo y pecador, ciertamente, pero siempre hijo de la Iglesia?
Si antes pensaba que yo era útil a alguien, que mis sufrimientos no eran vanos y que mi lucha ayudaba a la causa del renacimiento religioso en Rusia, si creía que los demás pensarían en mí, rezarían por mí y me defenderían, ahora he comprendido de forma clara y cruel que la gente tiene sus problemas, que quizá tiene miedo, que me ha olvidado y es indiferente a mi sufrimiento. Sin embargo, estos sufrimientos son para vosotros, por la libertad, por la fe, por la Iglesia... Os beso y os abrazo. Que el Señor os proteja.»


DOS CARTAS POR LA LIBERTAD RELIGIOSA
El caso de Ogorodnikov no es aislado. En la URSS, los prisio­neros por causas religiosas, políticas o nacionales son numerosos, (cfr. el volumen Los mil prisioneros de Gorbachov).
En Italia desde hace treinta años, el CENTRO DE ESTUDIOS DE RUSIA CRISTIANA, se ocupa de dar a conocer su suerte a la opi­nión pública occidental y de promover campañas para su libera­ción. En España funciona desde hace ya un año el CENTRO ESLAVO(1), que realiza un trabajo de estudio similar sobre la situa­ción de los cristianos en los países del Este.
Ahora el CENTRO ESLAVO (en colaboración con el CENTRO RUSIA CRISTIANA), propone interesarse, escribiendo, a dos prisio­neros católicos: Kirill Popov y Sander Riga.
El primero se interesó desde joven por el problema de los de­rechos humanos y por la ayuda de los prisioneros y de sus fami­liares. Por esto, ha sido condenado (en abril de este año) a seis años de Gulag duro y cinco de destierro; por primera vez, en la motivación de la condena se dice explícitamente que «la ayuda moral y material a los prisioneros políticos es un delito particu­larmente peligroso contra el Estado»: la caridad cristiana se con­vierte en delito político.
Sander Riga, nacido en 1939, es un artista letón que se adhi­rió a la fe católica tras una vida desesperada y callejera. Declara­do enfermo mental es condenado, en 1984, al manicomio por tiem­po indefinido.

Las dos direcciones son:
618801 Permskaja Obl. Chusovskij raj. st. Poloviuka. Ucr. VS-389/37.
'Kirillu Popovu.
URSS.
675007 g. Blagovescensk. Amurskaja Obl. Serysevskij per., 55. Ucr. IZ-2311 SPB. Sander Riga.
URSS.

(1) Para una mayor información sobre estos casos y sobre otras actividades del CENTRO ESLAVO, escribir a: CENTRO ESLAVO, C/. Argumosa 13, 2 B. 28012 MADRID

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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