Si echamos hoy una ojeada al problema de la salud, nos encontramos frente a una situación paradójica y extraña.
Por un lado, nunca como hoy parecen haberse conocido las necesidades del hombre. El hombre se descubre a sí mismo, conoce su historia, las leyes que rigen su comportamiento, ciencias nuevas, etc. Todas las necesidades del hombre parecen tener respuesta. Y a esta capacidad de conocer parece corresponderse también la capacidad de intervenir con eficacia para responder a estas necesidades. Probemos a pensar en cualquier necesidad, y rápidamente se nos responderá diciendo que existe alguna estructura que se ocupa de ella (un comité, un consultorio, una comisión, un Ministerio, etc.).
Sin embargo, detrás de esa aparente capacidad de conocer e intervenir, ¿qué es lo que sucede en realidad? Nuestra experiencia es que no sólo no se responde a las necesidades del hombre -cada vez más agudas, menos acogidas, comprendidas y afrontadas- sino que frecuentemente observarnos, cómo se da una interpretación, una lectura de estas necesidades que es parcial, cuando no falsa, violenta o censurada. Tratemos de explicar esto.
¿Qué es lo que en nuestra sociedad, y concretamente en la sanidad, se censura con más radicalidad? Se censuran dos aspectos esenciales de la existencia humana:
- Si el dolor existe, ¿cuál es su sentido?, y ¿acaso este sentido puede ser positivo para la persona humana?
- Si la persona enferma existe, ¿cuál es su valor en cuanto persona, es decir, corno sujeto que tiene un destino mucho más grande y que le define mucho más que su situación de enfermo, y también una libertad (entendida como capacidad de adherirse al bien) que es irreductible a cualquier condicionamiento, por terrible que sea?
EL MISTERIO DEL DOLOR
Entremos ahora un poco más a fondo en estas dos cuestiones fundamentales: la primera, el dolor. Para ello es necesario que nos planteemos antes algunas preguntas. ¿Qué es lo que lleva a un hombre a eliminar a otro hombre, a marginarlo o a no desear su vida, como está sucediendo en nuestra sociedad?: la desesperación.
El hombre no concibe que pueda existir un sentido en el dolor que lleva consigo, o en el dolor del otro, o en el sufrimiento que el otro le inflige (incomodidad, cansancio, daño, peligro, etc.). Este es el problema principal y más radical, la necesidad de encontrar un significado positivo al sufrimiento; pero es precisamente aquí donde la cultura dominante, sea de la matriz que sea, ejerce su férrea censura tratando de ignorarlo o de eliminarlo. Sin embargo, para cada uno de nosotros, se trata del problema más humano y más profundamente inscrito en el corazón de la vida: cada uno de nosotros, en efecto, nace y muere en el sufrimiento, y pocos acontecimientos fundamentales que atañen a la vida del hombre se pueden escapar de él.
Las personas enfermas, ante todo no son un problema sino una realidad de la vida; la enfermedad es una de las condiciones humanas que podemos encontrarnos en la vida. De hecho, la vida es una realidad entera, que va desde el nacer al morir, que contiene alegría y dolor, salud o enfermedad, riqueza o pobreza, y la persona está llamada a asumirla como un valor recibido, sea cual sea el modo en que éste se le presente.
Sin embargo, aquí nos encontrarnos con el equívoco, o más bien con una mentira asumida a nivel muy generalizado: consiste en la convicción de que existen algunos aspectos de la vida que significan menos vida que los otros, y por lo tanto tienen menor valor. Este equívoco se concibe sobre todo con los minusválidos, los enfermos graves de difícil curación, los ancianos, etc. En estas situaciones se asume como valor máximo la autonomía que al enfermo le falta para realizar las actividades que una persona normal desarrolla, y aquí viene insinuada muchas veces, la terrible tentación de la eutanasia. El hombre es eliminado, arguyendo intenciones caritativas: ¡su vida no era vida!, ¡para vivir así, mejor morir!, etc. El dolor se erradica, no se tolera, y por ello se margina en algunos casos y se elimina en otros.
EL VALOR DE LA PERSONA ENFERMA
Se trata de discernir si el individuo vale por aquello que puede hacer y es capaz de realizar, o vale por lo que es en sí mismo, es decir, por ser persona, con un destino grande que le sobrepasa -como le sobrepasa su condición de enfermo- y al cual se puede adherir libremente.
Son el destino y la libertad los que más identifican a la persona, más que cualquier otra cosa de la vida, mucho más que la invalidez o enfermedad que hieren el cuerpo y la inteligencia. Desde esta perspectiva ni el límite, ni la enfermedad, ni la invalidez, quedan fuera del profundo sentido que revela el destino.
Pensemos por lo tanto, que si el valor es la persona como tal, ésta no es un problema a resolver sino una persona a acoger. Los enfermos constituyen para nosotros una presencia que rompe las barreras de nuestro egoísmo y nos interroga con preguntas dirigidas a nuestra capacidad de encontrar y de amar, porque el límite del otro reclama nuestro propio límite, ayudando a los que trabajamos en este campo, a aceptar y a asumir nuestra propia pobreza siempre que el corazón esté abierto a la escucha. La presencia de los enfermos se convierte para nosotros en un valor que nos ha sido donado, un signo de la riqueza y de la realidad de la vida; en un paciente podremos encontrarnos muchas actitudes, como sorpresa, desconcierto, desesperación... , pero jamás aparece en ellos una actitud que entre los sanos está enormemente generalizada: la superficialidad.
Terminamos este punto diciendo que destino y libertad convierten al enfermo en un hombre entre los hombres, uno entre nosotros, compañero con nosotros en el camino de la vida.
LA TAREA
Nuestro trabajo requiere que el hombre sea el centro, para que pueda vivir en plenitud su humanidad. Lo que define al hombre, más que cualquier otra cosa, es la capacidad de compartir el camino hacia el destino y las necesidades de los otros hombres. Es decir, una capacidad de acogerla; necesidades del otro.
Por ello, deseamos construir una sociedad que sea expresión de toda la riqueza humana, y no sólo de una parte de ella. Pero, para responder a este deseo vemos dos cosas sumamente claras: una es la necesidad de cambio de la situación actual, y la otra que cada uno de nosotros, esperemos que junto a otros muchos, debemos ser actores de este cambio.
No podemos evadirnos de esta gran responsabilidad, porque nuestra experiencia nos ha llevado a comprender lo importante que es para un trabajo dentro de la sanidad tener una visión clara de la dignidad de la persona y de la dignidad, por tanto, de la vida.
Es un trabajo con posibilidades y urgente; esta urgencia se ha hecho en nosotros más evidente sobre todo en los últimos meses, cuando se está debatiendo en nuestra sociedad el valor de la vida. Nos hemos dado cuenta, que por desgracia es posible -en nombre de una determinada visión de la salud y del bienestar- llegar a eliminar a algunos e impedir el nacimiento de otros.
Esto indica dramáticamente, la urgencia del trabajo en que deseamos comprometernos.
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