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Huellas N.5, Febrero 1987

NUESTROS DÍAS

El enfermo, ese problema

Jone Echarri

Si echamos hoy una ojeada al problema de la salud, nos encon­tramos frente a una situación para­dójica y extraña.
Por un lado, nunca como hoy parecen haberse conocido las nece­sidades del hombre. El hombre se descubre a sí mismo, conoce su his­toria, las leyes que rigen su compor­tamiento, ciencias nuevas, etc. To­das las necesidades del hombre pa­recen tener respuesta. Y a esta ca­pacidad de conocer parece corres­ponderse también la capacidad de intervenir con eficacia para respon­der a estas necesidades. Probemos a pensar en cualquier necesidad, y rápidamente se nos responderá di­ciendo que existe alguna estructu­ra que se ocupa de ella (un comité, un consultorio, una comisión, un Ministerio, etc.).
Sin embargo, detrás de esa apa­rente capacidad de conocer e inter­venir, ¿qué es lo que sucede en rea­lidad? Nuestra experiencia es que no sólo no se responde a las necesi­dades del hombre -cada vez más agudas, menos acogidas, compren­didas y afrontadas- sino que fre­cuentemente observarnos, cómo se da una interpretación, una lectura de estas necesidades que es parcial, cuando no falsa, violenta o censu­rada. Tratemos de explicar esto.
¿Qué es lo que en nuestra so­ciedad, y concretamente en la sa­nidad, se censura con más radicali­dad? Se censuran dos aspectos esen­ciales de la existencia humana:
- Si el dolor existe, ¿cuál es su sentido?, y ¿acaso este sentido pue­de ser positivo para la persona hu­mana?
- Si la persona enferma existe, ¿cuál es su valor en cuanto perso­na, es decir, corno sujeto que tiene un destino mucho más grande y que le define mucho más que su situación de enfermo, y también una libertad (entendida como capaci­dad de adherirse al bien) que es irreductible a cualquier condiciona­miento, por terrible que sea?

EL MISTERIO DEL DOLOR
Entremos ahora un poco más a fondo en estas dos cuestiones fun­damentales: la primera, el dolor. Para ello es necesario que nos plan­teemos antes algunas preguntas. ¿Qué es lo que lleva a un hombre a eliminar a otro hombre, a margi­narlo o a no desear su vida, como está sucediendo en nuestra socie­dad?: la desesperación.
El hombre no concibe que pue­da existir un sentido en el dolor que lleva consigo, o en el dolor del otro, o en el sufrimiento que el otro le inflige (incomodidad, cansancio, daño, peligro, etc.). Este es el problema principal y más radical, la necesidad de encontrar un significado positivo al sufrimiento; pero es precisamente aquí donde la cultura dominante, sea de la matriz que sea, ejerce su férrea censura tratando de ignorarlo o de eliminarlo. Sin embargo, para ca­da uno de nosotros, se trata del pro­blema más humano y más profun­damente inscrito en el corazón de la vida: cada uno de nosotros, en efecto, nace y muere en el sufrimiento, y pocos acontecimientos fundamentales que atañen a la vi­da del hombre se pueden escapar de él.
Las personas enfermas, ante to­do no son un problema sino una realidad de la vida; la enfermedad es una de las condiciones humanas que podemos encontrarnos en la vi­da. De hecho, la vida es una reali­dad entera, que va desde el nacer al morir, que contiene alegría y do­lor, salud o enfermedad, riqueza o pobreza, y la persona está llamada a asumirla como un valor recibido, sea cual sea el modo en que éste se le presente.
Sin embargo, aquí nos encon­trarnos con el equívoco, o más bien con una mentira asumida a nivel muy generalizado: consiste en la convicción de que existen algunos aspectos de la vida que significan menos vida que los otros, y por lo tanto tienen menor valor. Este equívoco se concibe sobre todo con los minusválidos, los enfermos gra­ves de difícil curación, los ancianos, etc. En estas situaciones se asume como valor máximo la autonomía que al enfermo le falta para reali­zar las actividades que una perso­na normal desarrolla, y aquí viene insinuada muchas veces, la terrible tentación de la eutanasia. El hom­bre es eliminado, arguyendo inten­ciones caritativas: ¡su vida no era vi­da!, ¡para vivir así, mejor morir!, etc. El dolor se erradica, no se tole­ra, y por ello se margina en algu­nos casos y se elimina en otros.

EL VALOR DE LA PERSONA ENFERMA
Se trata de discernir si el indi­viduo vale por aquello que puede hacer y es capaz de realizar, o vale por lo que es en sí mismo, es decir, por ser persona, con un destino grande que le sobrepasa -como le sobrepasa su condición de enfermo- y al cual se puede ad­herir libremente.
Son el destino y la libertad los que más identifican a la persona, más que cualquier otra cosa de la vida, mucho más que la invalidez o enfermedad que hieren el cuerpo y la inteligencia. Desde esta perspectiva ni el límite, ni la enfer­medad, ni la invalidez, quedan fuera del profundo sentido que re­vela el destino.
Pensemos por lo tanto, que si el valor es la persona como tal, ésta no es un problema a resolver sino una persona a acoger. Los enfermos constituyen para nosotros una presencia que rompe las barreras de nuestro egoísmo y nos interroga con preguntas dirigi­das a nuestra capacidad de encon­trar y de amar, porque el límite del otro reclama nuestro propio límite, ayudando a los que trabajamos en este campo, a aceptar y a asumir nuestra propia pobreza siempre que el corazón esté abierto a la escucha. La presencia de los enfermos se convierte para nosotros en un valor que nos ha sido donado, un signo de la riqueza y de la realidad de la vida; en un paciente podremos en­contrarnos muchas actitudes, como sorpresa, desconcierto, desespera­ción... , pero jamás aparece en ellos una actitud que entre los sanos es­tá enormemente generalizada: la superficialidad.
Terminamos este punto diciendo que destino y libertad convier­ten al enfermo en un hombre en­tre los hombres, uno entre noso­tros, compañero con nosotros en el camino de la vida.

LA TAREA
Nuestro trabajo requiere que el hombre sea el centro, para que pueda vivir en plenitud su huma­nidad. Lo que define al hombre, más que cualquier otra cosa, es la capa­cidad de compartir el camino ha­cia el destino y las necesidades de los otros hombres. Es decir, una ca­pacidad de acogerla; necesidades del otro.
Por ello, deseamos construir una sociedad que sea expresión de toda la riqueza humana, y no sólo de una parte de ella. Pero, para responder a este deseo vemos dos co­sas sumamente claras: una es la ne­cesidad de cambio de la situación actual, y la otra que cada uno de nosotros, esperemos que junto a otros muchos, debemos ser actores de este cambio.
No podemos evadirnos de esta gran responsabilidad, porque nues­tra experiencia nos ha llevado a comprender lo importante que es para un trabajo dentro de la sanidad tener una visión clara de la dignidad de la persona y de la dig­nidad, por tanto, de la vida.
Es un trabajo con posibilidades y urgente; esta urgencia se ha he­cho en nosotros más evidente sobre todo en los últimos meses, cuando se está debatiendo en nuestra socie­dad el valor de la vida. Nos hemos dado cuenta, que por desgracia es posible -en nombre de una deter­minada visión de la salud y del bienestar- llegar a eliminar a al­gunos e impedir el nacimiento de otros.
Esto indica dramáticamente, la urgencia del trabajo en que desea­mos comprometernos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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