"Hay algo de trágico en el enorme número de jóvenes que comienzan la vida, con
un destino perfecto y terminan abrazándose a cualquier útil profesión" Oscar Wilde
Un año más en la Universidad surgen con más fuerza preguntas que ya antes nos habíamos planteado; y surgen con más fuerza porque cada vez somos más conscientes de que la Universidad es una realidad que no nos puede pasar indiferente. En ella pasamos la mayor parte de nuestro tiempo, invertimos nuestras energías, participamos en diferentes iniciativas... Todo esto ¿para qué? ¿A dónde va la Universidad? ¿Cómo se está moviendo? ¿Cuál es la perspectiva en nombre de la cual implícita o explícitamente organiza sus esfuerzos? Todas estas preguntas indican que la Universidad está falta de una fisonomía, es decir, no tiene un deber ni un objetivo claro dentro de la sociedad. Así, se da la paradoja de que cuando surgen como nuevos y grandes estandartes las palabras seriedad y eficiencia (como exigencia a los estudiantes) resulta que en bastantes facultades hay problemas con las retribuciones a los profesores y no se les contrata a tiempo, se dejan de dar bastantes clases, la masificación llega a las aulas, existen dificultades cada vez más serias para poder acceder a los estudios que uno elige, aparecen la pesadez y la falta de comunicación en los órganos de participación, etc. Es decir, esa seriedad que se nos exige no encuentra una realidad con la que compararse dentro de la misma Universidad.
Existe sí, otra vertiente que es la que se da en las carreras técnicas y que es compartida por algunas universidades católicas. En ésta se trata de desarrollar la ciencia o los estudios que se imparten para poder venderlos. Así, resulta una Universidad que quiere hacer de la ciencia, y su posterior venta (competencia) su objetivo, el criterio último por el que existe, que en realidad tiene muy poco que ver con el fin para el que fueron creadas.
Después de todo esto no queremos decir un no a la seriedad, puesto que tanto en la Universidad como en cualquier otra actividad que el hombre desarrolla es preciso comprometerse seriamente. Pero ¿basta la seriedad? Lo que nos preocupa no es que lleguemos a ser más o menos serios, sino el modo en que es entendida y practicada esta seriedad. A tenor de lo que hemos dicho antes y de los que vemos en la vida de todos los días parece que su sentido último y único esté en una «esterilización» progresiva del estudiante y del ambiente universitario y en el erigirse a sí misma como centro del quehacer universitario. Nos es familiar la imagen del estudiante de primero que entra en la Universidad ilusionado, esperando encontrar en ella una vida distinta a la que ha tenido hasta entonces y cómo, poco a poco, aquellos anhelos iniciales se van desvaneciendo. Se encuentra con que se le pide el sacrificio de lo más genuinamente suyo, las exigencias más humanas, y piensa entonces que aquellos anhelos eran únicamente sueños románticos. De esta forma se favorece un desinterés por todo aquello que no tenga que ver con la vida académica. A lo mejor la seriedad ha llegado a convertirse en un fin. ¿No ha sido siempre un instrumento? Estudiar y basta, ser serios y basta... Pero, ¡no basta! No es suficiente pues la seriedad en sí misma no es un valor y, por tanto, se define siempre en relación a un fin. El fin en este caso no es algo ajeno al hombre, al estudiante, sino que tiene que ver con él, con su libertad, con su formación y con el crecimiento de su personalidad. Por tanto una Universidad programada para «esterilizar», para encerrarnos en los libros en vez de abrirnos a lo universal, para eludir o banalizar una confrontación con la más humana de las exigencias, que es la búsqueda de la verdad y del sentido por el que vivir, no puede ser seria, seria de verdad. El ideal no pude ser una seriedad sin un objetivo, ya sea según el método americano o bien a la suiza, como si se tratase de un reloj que funcionando perfectamente no comprendiese el paso del tiempo. En este sentido es interesante estar atentos a la juventud que estos días se ha manifestado en Francia y también, aunque con menos convencimiento y vigor, en España. Desde luego es una juventud que ha cambiado mucho desde mayo del '68. Es una juventud mucho más cohesionada, más respetuosa con la misma sociedad a la que pide entrar con dignidad, inteligente y, sobre todo, muy inquieta sobre su futuro. Y al mismo tiempo, terriblemente idealista o, si se quiere incluso, sentimentalmente idealista (Ver La Vanguardia, 8.12.86). Lo que interesa es detectar qué hay debajo de este descontento y de esta protesta. Está claro que no es un deseo de significado, pero está todavía más claro que algo piden. Esto significa que lo que les han propuesto, el camino a seguir, está sumido en la niebla y hay una falta de horizonte.
Por tanto, de lo que se trata es de ayudar de alguna forma a que esta petición encuentre un camino en el que se convierta en un auténtico deseo de significado, es decir, de significado para la vida. Este será el verdadero motor que hará posible la construcción de una Universidad seria, seria de verdad.
Que la Universidad llegue a ser seria quiere decir que adquiera mayor conciencia del fin que radicalmente la caracteriza: educar (es decir, ofrecer la posibilidad de aprender a afrontar la vida según la medida más humana) a explotar los recursos del saber para encontrar una respuesta a las exigencias más profundas del hombre. Y así, contribuir a que el mundo cambie. De este modo vuelve a surgir el sentido universal y, aunque no se abarquen todos los saberes, hay una apertura, una tensión a todo lo humano, a otras culturas. Se hace posible el diálogo porque toda la realidad es acogida, ya sean una persona, una clase o un pueblo.
De este modo las iniciativa culturales que proponemos (Atlántidas, revistas, panfletos), los encuentros y diálogos que mantenemos con profesores y compañeros, los carteles que pegamos, las clases que damos para ayudar a los de primero, son pequeños aspectos de un movimiento que está empezando a expresar visiblemente el gusto de querer ser más serios, esto es, más humanos, más capaces de afrontar las propias necesidades y las de los demás. Esto es el fruto de una vida que ha encontrado en la gratuidad su punto de referencia. Porque, a fin de cuentas, lo que da vida a todas estas iniciativas no es ante todo un esfuerzo nuestro, sino el reconocimiento del acontecimiento que se nos ha hecho presente en una compañía humana.
Por lo tanto no se trata de formular un «contenido ideal», sino de reconocer un valor y ayudar a que se desarrollen aquellas experiencias en las que ese contenido ya está presente y «funcionando».
La Universidad vivida así se convierte en un lugar fascinante a pesar de las dificultades e inconvenientes que presenta, en un lugar al que uno va con gusto pues es una ocasión para desarrollar nuestra humanidad.
La Universidad hoy, como concepción, no puede evitar confrontarse con su propia tarea educativa respondiendo únicamente con un llamamiento insistente a la seriedad. Además, la seriedad siempre tiene su propio objetivo, esté o no declarado, y sucede que cuanto menos declarado está, es decir, menos dispuesto a una confrontación y a un diálogo, tanto más sirve a un interés particular.
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