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Huellas N.4, Noviembre 1986

VIVIR LA ESCUELA

¿Quién construye la escuela?

Carmen Carrón

Un encuentro de profesores/ Corvara (Italia)

La grave situación en la que se encuentra hoy la enseñanza pone de manifiesto una necesi­dad fundamental: que haya en la escuela personas adultas que sean una presencia, llena de ra­zones. Queremos que el en­cuentro de los profesores del movimiento de CL, que se ha tenido en Corvara (Italia) a prin­cipios del mes de agosto de este año, ofrezca unos puntos fundamentales para una perspectiva a recorrer en ese sentido.
1. ¿Cuándo una propuesta es educativa, es decir, ofrece una hipótesis explicativa de la reali­dad? No basta una coherencia en la explicación de la clase, ni tampoco una particular capaci­dad lógica en la materia de la propia competencia. Hace falta algo por lo que la persona del alumno sea impactada: un adul­to que comunique una esperan­za real de plenitud de su propia humanidad. El problema juve­nil y educativo es uno sólo: el de un adulto que realice una pre­sencia, que tenga un rostro, que, haciendo lo que hace (en la clase, en el pasillo, fuera de la escuela), reenvíe a algo más grande (sea signo), a algo que cada vez más se manifiesta co­mo razón de la vida y esperanza para el hombre.
«Donde esté vuestro tesoro allí estará también vuestro cora­zón», recuerda el Evangelio. El «tesoro» es aquello por lo que merece la pena vivir. Tú, como persona, como enseñante, ¿dón­de tienes tu corazón? Lo que ha­ce a un profesor ser una presen­cia es el «dónde» tiene su cora­zón.
2. Pero existe una palabra de la que la razón del hombre parte, que es el núcleo mismo del corazón: es la palabra per­tenencia. Es lo contrario de la concepción dominante que identifica la suprema libertad como ausencia de vínculos y, por tanto, de responsabilidad. Sin embargo la libertad madura precisamente por una pertenencia. El hombre está tanto más seguro y abierto a todo, cuanto más tiene conciencia de pertene­cer: a un pueblo, a una historia, a una familia. Pertenecer a Al­guien (a Cristo, al Misterio que me hace en cada instante) que es más que yo: es está la actitud jus­ta para el hombre (en griego esta actitud justa se llama «ethos»). Por lo tanto es la conciencia de pertenecer la que provoca una presencia auténticamente hu­mana y el «ethos» engendrado por esa conciencia realiza una acción verdaderamente educati­va: las computadoras podrán sustituir en todos los conoci­mientos que un profesor comunica, pero no podrán nunca sus­tituir lo que es humano, el yo.
Un movimiento educativo no es más que la continuación de una presencia.
Normalmente la sociedad de hoy, e incluso cierta mentalidad cristiana, impiden esta presencia, sobre todo cuando está pro­fundamente insertada en el am­biente. Estado e ideología dominante intentan reducir a algo to­talmente privado y aislado de la vida social la relación que el hombre vive con su origen y su destino. Hoy urge una radicali­zación de estas presencias en la sociedad, y en la enseñanza en particular.
3. El «ethos» de la perte­nencia crea una posición cultu­ral nueva, es decir una posición humana que instaura en la per­sona la capacidad de percibir, juzgar y usar de sí mismo y de la realidad en un modo nuevo, distinto porque corresponde más a aquello por lo que todo está hecho y está destinado. El intento de encarnar esta posi­ción cultural lleva a la capacidad de iniciativa. La iniciativa es un aspecto fundamental de la edu­cación, en cuanto es la propues­ta de un gesto que incide en la mentalidad y es fuente de jui­cio.
4. El primer y sorprenden­te éxito que brota de este pro­ceso es el estupor de poder cons­tatar la capacidad de ser compa­ñía real, de ser amigos verdade­ros con los chavales: nace una amistad en la que poder cami­nar juntos hacia el destino, in­tuido o ya visto, porque se co­noce Su nombre.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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