¿Qué significa leer un libro? La lectura de ciertos libros (como este de Grossman, por ejemplo) constituye la aventura de un encuentro con un hombre que dice algo en lo que él cree (mensaje). Es el encuentro con alguien que tiene algo que decir. Sin embargo, para ver y encontrar de verdad las cosas hace falta un criterio: la lectura es un encuentro, pero a partir de un punto de vista. Si no existe esta comparación se «pasa» sobre las cosas, las consumimos y nada más.
Vassili GROSSMAN,
Vida y destino,
Ed. Seix Barral Barcelona (1985),
789 pág.
Leer Vida y Destino constituye, sin duda alguna, una de esas lecturas que marcan la vida de una persona, establece en la existencia de un «algo» que no se puede olvidar, algo de lo que no se puede volver atrás. En última instancia, esta novela es la descripción dura y tremenda (en cierto modo parecida a las historias humanas de Dostoyevski) de como el hombre por sí solo no puede ser hombre. Es un texto que, como pocos, ofrece la percepción trágica de la impotencia del hombre, que acaba destruyéndose a sí mismo allí donde no está abierto a reconocer una dimensión religiosa auténtica.
Más que un verdadero libro es la cuarta copia de un manuscrito, todavía no del todo acabado y formado (por eso es un poco difícil la primera parte) que, por casualidad, llegó a Occidente desde Rusia, después de que la KGB creyera que lo había hecho desaparecer por completo al destruir las tres copias que pudo encontrar.
El autor, que es un gran narrador, estuvo como corresponsal de guerra en la batalla de Stalingrado, en la II Guerra Mundial: redacta esta novela a partir de lo que más profundamente le afectó, sobre todo a través de sencillos y normales personajes, como soldados de tropa, mariscales, intelectuales y prisioneros.
A través de estos diálogos, se entrevén aquellas afirmaciones humanamente interesantes (Grossman no es cristiano) y aquellas preguntas sin respuesta a las que queremos, como dijimos antes, ofrecer una indicación de criterio para un juicio.
Ante todo el libro es una implacable crítica a la Revolución Rusa, hecha por alguien (el autor) que estaba totalmente convencido de la buena y justa exigencia que la había hecho surgir.
Su primera tesis es la afirmación de que comunismo y nazismo son realidades iguales; se pueden cambiar los términos históricos y la realidad queda igual: los dos sistemas son las dos caras de un mismo fenómeno. Y esto lo prueba en el diálogo entre un nazi y un ruso en un campo de trabajo soviético.
De ahí su conclusión: «todas las ideologías, más aún, todas las religiones -incluido el cristianismo-, cuando pretenden definir y organizar el bien común, se hacen violentes, se convierten en un desastre humano e histórico».
¿Qué es, entonces, lo que le queda al hombre? ¿Cuál es su única esperanza? Grossman dice que la bondad natural, el ayudar sin interés ninguno; la bondad de un gesto incluso pequeño y no reconocido por los demás: «una bondad -él la llama- insensata». Y es aquí donde no podemos más que distanciarnos de Grossman. ¿Cómo puede durar esta bondad natural? ¿Quién es capaz de dar valor y consistencia a ese gesto que se queda sólo en algo parcial?
En efecto: existe una gran contradicción, un muro insuperable para esta bondad (y la experiencia se encarga de recordarlo): es la presencia objetiva del límite. Su «bien insensato» permanece bajo el horizonte del mismo mal, que el cristiano llama «pecado original» y que en Grossman se traduce en la máquina del poder.
Y, por otro lado, esta bondad está condenada a ser no-incidente en la vida y en la historia, pues no llega nunca a ser intento de camino, junto con otros hombres.
Es verdad que el autor, frente al cristianismo, siente un acento distinto, intuye que el cristianismo es otra cosa, y lo percibe con un sentimiento de nostalgia (cuando cuenta la vida de un cura italiano).
Y al final se pregunta si existe libertad para el hombre. Si todo y todos estamos bajo este gran proyecto de poder, ¿cómo podemos ser libres?
Lola Calvo y José Clavería
Fernando VELA.
Mozart,
Alianza Editorial. Madrid (1985).
266 págs. 500 ptas.
Con estilo suelto y ameno esboza Fernando Vela este apunte biográfico dedicado a la vida y carácter del gran compositor austriaco. Se muestra la azarosa vida del genio en toda su intensidad de viajes, relaciones, triunfos y fracasos hasta morir incomprendido, maltratado y pobre a la edad de treinta y seis años; treinta de compositor.
No se trata de ofrecer una biografía del tipo tradicional, sino de adentrarse en la personalidad y sentido artístico del músico. Consigue así el autor levantar la verdadera imagen de W.A. Mozart frente a tantas deformaciones en los mundos literario, academicista y cinematográfico pasadas y actuales respecto de su vida y su obra.
Su obra no es tema de estudio para principiantes. No es las tres o cuatro obras repetidas en todos los conciertos, que parecen responder mejor al perfil de su personalidad trazado a priori. No es un estilo consecuencia del anterior o germen del que le sigue.
Es ternura insinuante, contención pudorosa, finura de matices, burdamente vistos como puerilidad intranscendente, frivolidad encantadora... Mozart luchó toda su vida por hacer sonar su melodía propia bajo las formas musicales de su tiempo. De las miniaturas galantes aprende la perfección expresiva y la precisión formal de sus breves frases. Del romanticismo toma las dosis justas que pide el verdadero gusto. De Italia aprende y transforma su inclinación alemana a lo misterioso y vago en un género de belleza más plástica, concreta y clara.
Su humanidad. Compone siempre para públicos concretos de los que espera ansioso reacciones. Creía en la vida, el mundo, la realidad de las cosas y de los hombres. En su obra anheló siempre llegar a hacer ópera; la música no le parece tal sin voz humana. Cuando lo hizo, salieron de su alma mil personajes diversos y contradictorios, con pasiones y sentimientos tomados objetivamente como haría Shakespeare; su mundo interior, su multiplicidad anímica es expresada simultáneamente por variaciones levísimas, por infinitos matices. A su genio, nada humano le era ajeno.
José Calvería
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