(Es el día después de la Crucifixión. Barrabás encuentra en Jerusalén a un hombre al que llaman Pedro).
Barrabás se quedó allí, sentado, solo con aquél hombretón. Tuvo ganas de dirigirle la palabra, mas no sabía cómo iniciar la conversación. Aquel hombre movía los labios y, de vez en cuando, meneaba la cabezota.
Como suelen hacer los hombres sencillos, traducía con gestos y ademanes sus preocupaciones. Por fin, Barrabás le preguntó qué era lo que le angustiaba. Aquél, perturbado, le miró fijamente con sus redondos ojos azules, y no respondió; tras mirar cautelosamente al desconocido, le preguntó si era de Jerusalén.
- «No»-. No era de allí.
- «Sin embargo, parece que tienes el deje de los de aquí, ¿no es así?».
Barrabás respondió que no venía de muy lejos, sino de aquellas montañas del lado de oriente. ( ... ).
- «¿Y tú?».
Sí venía de muy lejos. Sus ojos de niño trataron de expresar esa larga distancia. Y le confió con el corazón abierto que hubiera preferido estar en su patria o en cualquier otro lugar de la tierra antes que en Jerusalén. Pero nunca más volvería a su tierra para vivir y morir como había sido su intención, como se imaginó en una ocasión. Barrabás se extrañó.
- «¿Por qué no?»- preguntó. Nadie podría impedírselo. Cada cuál es dueño de hacer aquello que a él le parezca.
- «¡Oh, no!»-:- respondió el hombretón preocupado- «No es así». Pero, ¿por qué se hallaba en Jerusalén? Esta pregunta brotó de los labios de Barrabás sin que pudiera refrenarla. El otro no contestó en seguida; por fin confesó, vacilante, que estaba allí a causa de su Maestro.
- «¿Tu Maestro?».
- «Sí. ¿No has oído hablar del Maestro?».
- «No».
- «¡El que fue crucificado ayer en el Gólgota. ( ... ). No comprendo porqué tenía que morir, y de una manera tan atroz. Pero las cosas debían ocurrir como Él las había predicho. Todo debía ocurrir tal y como Él había establecido» -y añadió inclinado su cabezota- «¡Muchas veces repitió que debía sufrir y morir por nosotros!». Barrabás clavó en él su mirada: - «¿¡Morir por nosotros!?».
- «Sí, en nuestro lugar; sufrir y morir en lugar nuestro, pues debemos reconocer que somos nosotros los culpables y no él».
- «¿Lo conocías bien?» -preguntó Barrabás.
- «Claro, claro que lo conocía. Estuve con Él desde que empezó allí arriba, en nuestra tierra».
- «¡Ah, era de tu tierra!».
- «¡Y lo seguí continuamente, a todas las partes adonde fue!».
- «¿Por qué?»
- «¿Por qué... ? ¡Vaya pregunta! Se ve que no le conocías».
- «¿Qué quieres decir?».
- «Verás... , tenía un poder sobre los hombres, un extraño poder. Decía simplemente: " ¡sígueme!" ... Y había que seguirlo, no se podía hacer otra cosa; tenía un poder extraordinario. Si lo hubieras conocido, te habrías dado cuenta. Tú también lo habrías seguido».
Barrabás se quedó callado un rato. Luego le dijo: -«Sí, debía ser un hombre extraordinario si es cierto lo que cuentas. Pero si luego le han crucificado, entonces... ¡no sería tan grande su poder!».
- «No ... , no es eso. También yo creía lo mismo... y esto es lo terrible. ¡Que yo, por un instante, haya podido creer semejante cosa! Pero ahora me parece haber comprendido el significado de su ignominiosa muerte; ahora, particularmente, que he reflexionado un poco y he podido hablar con los otros, con los que son más conocedores de las Escrituras. Mira... estaba escrito que debía sufrir todo eso, a pesar de ser tan inocente; sí, y aún bajar al reino de las sombras, por amor a nosotros. Pero volverá y se revelará con toda su potencia. Resucitará de entre los muertos. Estamos absolutamente seguros».
- «¿Resucitar de entre los muertos? ¿Qué cuento es ese?».
- ( ... )«Sí, sí, lo sé... Pero no es fácil comprender esas cosas, nada fácil. Soy un hombre bastante simple, ¿entiendes?; y no me resulta fácil comprender todo eso, puedes creerme».
- «¿Quieres decir que no estás seguro de que resucitará?»
- «Sí, sí, estoy seguro de que es cierto lo que dicen, que el Maestro volverá y que se presentará ante nosotros con todo su poder y su gloria. De eso estoy convencido, y ellos también; conocen mejor que yo las Escrituras. Será un gran día. Sí, anuncian el comienzo de una nueva era; sí, la era de la felicidad, en la que el Hijo del Hombre reinará en su reino».
- «¿El hijo del Hombre?».
- «Sí, Él mismo se llamaba así. Pero algunos creen... No, no puedo decirlo... ».
Barrabás se acercó aún más a él: -«¿Qué es lo que creen?».
- «Creen... que es el mismo Hijo de Dios».
- «¿¡El Hijo de Dios!?».
- «Sí... Pero, ¿será cierto? Imposible no sentir un poco de miedo. Yo preferiría que volviese tal como era».
Barrabás se enfadó: -«¿Pero, cómo se pueden contar ese tipo de cosas?» -prorrumpió con violencia- «¡El Hijo de Dios crucificado! ¿No entiendes que eso es imposible?».
- «He dicho que eso podría no ser cierto. Si quieres lo volveré a decir».
- «Pero, ¿Qué tipo de locos son los que se creen eso?» -continuó Barrabás, y la cicatriz que tenía debajo de un ojo se enrojeció, como le ocurría siempre que sucedía algo extraordinario. «¡El Hijo de Dios!¡Está claro que no lo era! ¿Tú te crees que el Hijo de Dios puede descender a la tierra?¡ Y qué se ponga a predicar en tu pueblo...!».
- «¿Y por qué no? Podría ser. Allí como en cualquier otro lugar. Es verdad que es una comarca pequeña y pobre; pero por algún sitio se ha de empezar».
(Barrabás, Par Lagerkvist).
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