Al acercarnos a las figuras de Cirilo y Metodio llama poderosamente la atención la actualidad que poseen en este momento. Así lo señala Juan Pablo II en su cuarta encíclica: «Su recuerdo se ha hecho particularmente vivo y actual en nuestros días» (Slavorum Apostoli 1). Tanto la unidad de Europa (en el plano político) como la unión de las Iglesias (en el plano religioso), tienen en Cirilo y Metodio vivos ejemplos de su necesidad y de su posibilidad; tampoco debería olvidarse la gran tarea evangelizadora llevada a cabo por los hermanos de Salónica entre los pueblos eslavos.
Recordaremos primero algunos apuntos sobre la biografía de Cirilo y Metodio. Resaltaremos después su gran obra evangelizadora entre los eslavos para, en un tercer momento, considerar la gran estima hacia la comunión eclesial entre los distintos pueblos en que el Evangelio es predicado aún siendo sus lenguas y culturas en ocasiones tan diferentes.
Apuntes biográficos
Metodio, nacido en Tesalónica entre los años 815 y 820, de familia profundamente cristiana, emprenderá primero la carrera política para después abrazar la vida monástica, retirándose al monte Olimpo, en Bitinia. Cirilo, hermano menor de Metodio, nace también en Tesalónica en el año 827, y tras realizar sus estudios en Bizancio, recibe las órdenes sagradas. Su papel en delicadas tareas eclesiásticas, así como sus cualidades en las disciplinas filosóficas, la augurarán un brillante porvenir.
Tanto uno como otro, sin embargo, renunciarán a sus proyectos iniciales mostrando su disponibilidad ante la llamada del Señor. Esta se concretiza por medio del príncipe Rastilav cuando éste se dirige al emperador bizantino Miguel III para que se evangelice a los pueblos eslavos. Cirilo y Metodio aceptan esta misión, que comenzaron en el año 863 en la región de la gran Moravia. Consigo llevan la Sagrada Escritura, cuyos textos han sido traducidos por ellos a la lengua paleoeslava y escritos en un nuevo alfabeto. No faltaron dificultades e incomprensiones en esta tarea de evangelización; e incluso la prueba de la prisión.
Acusados de herejes, Cirilo y Metodio viajaron a Roma para explicarse ante el Papa Adriano II, el cual aprobó sin reservas sus métodos y el uso de la lengua eslava para evangelizar. Será en Roma donde, por enfermedad, muera Cirilo en el año 869, no sin antes hacer la profesión de monje y confiando a su hermano Metodio la misión apostólica: «he aquí, hermano -le dijo- que hemos compartido la misma suerte, ahondando el arado en el mismo surco; yo caigo ahora sobre el campo al término de mi jornada. Tú amas mucho, lo sé, tu montaña (su monasterio); sin embargo, por la montaña no abandones tu trabajo de enseñanza. En verdad, ¿dónde puedes salvarte mejor?» (Vita Methodii. V).
Metodio es consagrado Obispo y es enviado a la región de Panonia (hoy Hungría) donde trabajará incansablemente y no sin dificultades hasta su muerte en el año 885.
Heraldos del Evangelio
«Sal de tu tierra, de tu familia, de la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré; haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre, que será una bendición» (Gen. 12, 1-2).
Sin duda que estas palabras dirigidas por el Señor a Abraham estuvieron presentes en Cirilo y Metodio cuando el emperador de Bizancio y el Patriarca de la Iglesia de Constantinopla les exhortaron a la evangelización de los pueblos eslavos. Abandonar la tierra de Bizancio e ir a unos pueblos que tenían un ambiente muy distinto al suyo, supuso para ellos toda una aventura apasionante, pero llena también de dificultades.
Desde los primeros momentos, la Iglesia ha tenido claro que la fuerza evangelizadora nace del interior del misterio de la Redención, que se explicita en el mandato del Señor: «Predicad el Evangelio a toda criatura». Este mandato del Señor es sentido por Cirilo y Metodio por encima de gustos o intereses personales: «A pesar de estar cansado y físicamente débil iré con alegría a aquél país», será la respuesta de Cirilo al emperador.
La primera dificultad con que se encontraron estos heraldos del Evangelio fue la distinta lengua hablada por los pueblos a los que predican el Evangelio, lo cual supone -por un lado- un alejamiento de la lengua griega en la que la tradición cristiana de Bizancio se había hasta entonces, expresado; y por otro, un reto para penetrar el alma eslava, a quien iba dirigido el mensaje. Comienzan entonces por traducir las Sagradas Escrituras después de conocer profundamente el mundo de aquellos a los que tenían intención de anunciar la palabra.
Su identificación con las exigencias y las aspiraciones de los pueblos eslavos cumplirá de manera ejemplar las palabras de Pablo a los fieles de Corinto: «Me he hecho todo a todos para ganar como sea a algunos». Este conocimiento y acoplamiento al género de vida de los eslavos, es llevado a cabo, sin embargo, desde la fidelidad a la tradición eclesial.
Al encarnar el Evangelio en la cultura de los pueblos que evangelizaban, ayudaron a formar y desarrollar sólidamente aquella misma cultura. En efecto, las culturas de las naciones eslavas deben su comienzo y desarrollo a la obra de los hermanos de Salónica. La creación de un alfabeto contribuye, por ejemplo, de manera fundamental, a la cultura y literatura de estas naciones.
Notemos finalmente que la obra evangelizadora de estos santos puede contribuir a que desaparezcan de entre nosotros ciertos prejuicios que, en el campo de la evangelización se han podido desarrollar. Digámoslo con palabras de Juan Pablo II: «El Evangelio no conduce al empobrecimiento o a la extinción de lo que todo hombre, pueblo o nación, y cada cultura en la Historia, reconocen y realizan como bien, verdad y belleza. Es más,
el Evangelio induce a asimilar y desarrollar todos estos valores, a vivirlos con magnanimidad y alegría y a completarlos con la misteriosa y sublime luz de la Revelación». (Salvorum Apostoli, 18) (SA).
La Iglesia, misterio de comunión
Cuando Cirilo y Metodio comienzan su tarea evangelizadora entre los eslavos las relaciones entre Bizancio y Roma no son fáciles. La pugna entre las dos grandes Iglesias está presente. Por otro lado la Iglesia bizantina goza ya de una venerable tradición, de una liturgia muy rica, de unos buenos teólogos. Cirilo y Metodio son hijos de esta Iglesia de Bizancio. Sin embargo, lo que caracteriza a la evangelización de estos santos hermanos es su modo pacífico de edificar la Iglesia adaptándose por un lado a la forma de vida del pueblo evangelizado, pero sin olvidar nunca por otro, que la Iglesia es una, santa y universal. Veamos esto reflejado en algunos puntos.
- Siendo hombres de cultura helénica y de formación bizantina, entroncados en toda la tradición del Oriente cristiano, sin embargo, movidos por el ideal de unir en Cristo a los nuevos creyentes, «no impusieron a los pueblos, cuya evangelización les encomendaron, la indiscutible superioridad de la lengua griega y de la cultura bizantina sino que adaptaron a la lengua eslava los textos de la liturgia bizantina y adecuaron a la mentalidad y costumbres de los nuevos pueblos las elaboraciones complejas del derecho grecoromano» (SA, 13).
- Conscientes de que cada iglesia local está llamada a enriquecer con sus dones a la Iglesia universal, también sabían que las diferentes condiciones de vida de cada iglesia cristiana nunca pueden justificar desacuerdos, rupturas y discordias en la profesión de la única fe y en la práctica de la caridad.
- Habiendo iniciado su misión por mandato de la Iglesia de Constantinopla, creyeron deber suyo dar cuenta al Romano Pontífice de su acción misionera y someter a su juicio la doctrina que profesaban y enseñaban dando así testimonio de la unidad de la Iglesia en torno al sucesor de Pedro.
Su amor a la comunión de la Iglesia universal les llevó a tener una gran solicitud «por conservar la unidad de la fe y del amor entre las iglesias de las que eran miembros, es decir, la Iglesia de Constantinopla y la Iglesia de Roma por una parte, y las iglesias nacientes en tierras eslavas por otra... Para nosotros, hombres de hoy, su apostolado posee la elocuencia de una llamada ecuménica: es una invitación a reconstruir en la paz de la reconciliación, la unidad que fue gravemente resquebrajada en tiempos posteriores a los santos Cirilo y Metodio y, en primerísimo lugar, la unidad entre Oriente y Occidente». (SA, 13-14).
Junto a la validez y constancia de su compromiso ecuménico también es motivo de aliento para nosotros su visión profunda y dinámica de la catolicidad de la Iglesia. El Vaticano II señala: «Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo pueblo de Dios. Por lo cuál este pueblo, sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos, para así cumplir el designo de la voluntad de Dios (...) La Iglesia -o Pueblo de Dios- introduciendo este reino, no disminuye el bien temporal de ningún pueblo, antes al contrario, fomenta, y asume, y al asumirlas fortalece sus capacidades, riquezas y costumbres en lo que tienen de bueno (...) Este carácter de universalidad, que distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor» (Lumen Gentium, 13).
Estas palabras podrían resumir la vivencia de la Iglesia que inspiró la actividad apostólica y misionera de estos grandes santos, gracias a cuyos esfuerzos, «los pueblos eslavos pudieron por primera vez tomar conciencia de su propia vocación y participar en el designio eterno de salvación del mundo» (SA 20).
«Su obra constituye una contribución eminente para la formación de las comunes raíces cristianas de Europa; raíces que, por su solidez y vitalidad, constituyen uno de los más firmes puntos de referencia del que no puede prescindir todo intento serio de recomponer de modo nuevo y actual la unidad del continente» (SA 25).
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón