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Huellas N.1, Marzo 1986

LA EUROPA DE LOS SANTOS

Cirilo y Metodio, raíces de Europa

Javier de Haro, Javier Ortega Martín y Antonio Ciudad

Al acercarnos a las figuras de Cirilo y Metodio llama poderosamente la atención la actualidad que poseen en este momento. Así lo señala Juan Pablo II en su cuarta encíclica: «Su recuerdo se ha hecho particularmente vivo y actual en nuestros días» (Slavorum Apostoli 1). Tanto la unidad de Europa (en el plano político) como la unión de las Iglesias (en el plano religioso), tienen en Cirilo y Metodio vivos ejemplos de su necesidad y de su posibilidad; tampoco debería olvidarse la gran tarea evangelizadora llevada a cabo por los hermanos de Salónica entre los pueblos eslavos.

Recordaremos primero algunos apuntos sobre la biografía de Ciri­lo y Metodio. Resaltaremos después su gran obra evangelizadora entre los eslavos para, en un tercer mo­mento, considerar la gran estima hacia la comunión eclesial entre los distintos pueblos en que el Evan­gelio es predicado aún siendo sus lenguas y culturas en ocasiones tan diferentes.

Apuntes biográficos
Metodio, nacido en Tesalónica entre los años 815 y 820, de fami­lia profundamente cristiana, em­prenderá primero la carrera políti­ca para después abrazar la vida mo­nástica, retirándose al monte Olim­po, en Bitinia. Cirilo, hermano me­nor de Metodio, nace también en Tesalónica en el año 827, y tras rea­lizar sus estudios en Bizancio, reci­be las órdenes sagradas. Su papel en delicadas tareas eclesiásticas, así como sus cualidades en las discipli­nas filosóficas, la augurarán un bri­llante porvenir.
Tanto uno como otro, sin em­bargo, renunciarán a sus proyectos iniciales mostrando su disponibilidad ante la llamada del Señor. Es­ta se concretiza por medio del prín­cipe Rastilav cuando éste se dirige al emperador bizantino Miguel III para que se evangelice a los pueblos eslavos. Cirilo y Metodio aceptan esta misión, que comenzaron en el año 863 en la región de la gran Mo­ravia. Consigo llevan la Sagrada Es­critura, cuyos textos han sido tradu­cidos por ellos a la lengua paleoes­lava y escritos en un nuevo alfabe­to. No faltaron dificultades e in­comprensiones en esta tarea de evangelización; e incluso la prueba de la prisión.
Acusados de herejes, Cirilo y Metodio viajaron a Roma para ex­plicarse ante el Papa Adriano II, el cual aprobó sin reservas sus méto­dos y el uso de la lengua eslava para evangelizar. Será en Roma donde, por enfermedad, muera Cirilo en el año 869, no sin antes hacer la profesión de monje y confiando a su hermano Metodio la misión apostólica: «he aquí, hermano -le dijo- que hemos compartido la misma suerte, ahondando el arado en el mismo surco; yo caigo ahora sobre el campo al término de mi jornada. Tú amas mucho, lo sé, tu montaña (su monasterio); sin em­bargo, por la montaña no abando­nes tu trabajo de enseñanza. En verdad, ¿dónde puedes salvarte mejor?» (Vita Methodii. V).
Metodio es consagrado Obispo y es enviado a la región de Panonia (hoy Hungría) donde trabajará in­cansablemente y no sin dificultades hasta su muerte en el año 885.

Heraldos del Evangelio
«Sal de tu tierra, de tu familia, de la casa de tu padre, para la tie­rra que yo te indicaré; haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y engran­deceré tu nombre, que será una bendición» (Gen. 12, 1-2).
Sin duda que estas palabras di­rigidas por el Señor a Abraham es­tuvieron presentes en Cirilo y Me­todio cuando el emperador de Bi­zancio y el Patriarca de la Iglesia de Constantinopla les exhortaron a la evangelización de los pueblos esla­vos. Abandonar la tierra de Bizan­cio e ir a unos pueblos que tenían un ambiente muy distinto al suyo, supuso para ellos toda una aventu­ra apasionante, pero llena también de dificultades.
Desde los primeros momentos, la Iglesia ha tenido claro que la fuerza evangelizadora nace del in­terior del misterio de la Redención, que se explicita en el mandato del Señor: «Predicad el Evangelio a to­da criatura». Este mandato del Se­ñor es sentido por Cirilo y Metodio por encima de gustos o intereses personales: «A pesar de estar can­sado y físicamente débil iré con ale­gría a aquél país», será la respuesta de Cirilo al emperador.
La primera dificultad con que se encontraron estos heraldos del Evangelio fue la distinta lengua ha­blada por los pueblos a los que pre­dican el Evangelio, lo cual supone -por un lado- un alejamiento de la lengua griega en la que la tradi­ción cristiana de Bizancio se había hasta entonces, expresado; y por otro, un reto para penetrar el alma eslava, a quien iba dirigido el men­saje. Comienzan entonces por tra­ducir las Sagradas Escrituras des­pués de conocer profundamente el mundo de aquellos a los que tenían intención de anunciar la palabra.
Su identificación con las exigencias y las aspiraciones de los pueblos es­lavos cumplirá de manera ejemplar las palabras de Pablo a los fieles de Corinto: «Me he hecho todo a to­dos para ganar como sea a algunos». Este conocimiento y acoplamiento al género de vida de los eslavos, es llevado a cabo, sin embargo, des­de la fidelidad a la tradición ecle­sial.
Al encarnar el Evangelio en la cultura de los pueblos que evange­lizaban, ayudaron a formar y desa­rrollar sólidamente aquella misma cultura. En efecto, las culturas de las naciones eslavas deben su co­mienzo y desarrollo a la obra de los hermanos de Salónica. La creación de un alfabeto contribuye, por ejemplo, de manera fundamental, a la cultura y literatura de estas na­ciones.
Notemos finalmente que la obra evangelizadora de estos santos puede contribuir a que desaparez­can de entre nosotros ciertos prejui­cios que, en el campo de la evan­gelización se han podido desarrollar. Digámoslo con palabras de Juan Pablo II: «El Evangelio no conduce al empobrecimiento o a la extinción de lo que todo hombre, pueblo o nación, y cada cultura en la Historia, reconocen y realizan co­mo bien, verdad y belleza. Es más,
el Evangelio induce a asimilar y de­sarrollar todos estos valores, a vivir­los con magnanimidad y alegría y a completarlos con la misteriosa y sublime luz de la Revelación
». (Sal­vorum Apostoli, 18) (SA).

La Iglesia, misterio de comunión
Cuando Cirilo y Metodio co­mienzan su tarea evangelizadora entre los eslavos las relaciones en­tre Bizancio y Roma no son fáciles. La pugna entre las dos grandes Igle­sias está presente. Por otro lado la Iglesia bizantina goza ya de una ve­nerable tradición, de una liturgia muy rica, de unos buenos teólogos. Cirilo y Metodio son hijos de esta Iglesia de Bizancio. Sin embargo, lo que caracteriza a la evangeliza­ción de estos santos hermanos es su modo pacífico de edificar la Iglesia adaptándose por un lado a la for­ma de vida del pueblo evangeliza­do, pero sin olvidar nunca por otro, que la Iglesia es una, santa y univer­sal. Veamos esto reflejado en algu­nos puntos.
- Siendo hombres de cultura helénica y de formación bizantina, entroncados en toda la tradición del Oriente cristiano, sin embargo, mo­vidos por el ideal de unir en Cristo a los nuevos creyentes, «no impu­sieron a los pueblos, cuya evange­lización les encomendaron, la indis­cutible superioridad de la lengua griega y de la cultura bizantina si­no que adaptaron a la lengua esla­va los textos de la liturgia bizanti­na y adecuaron a la mentalidad y costumbres de los nuevos pueblos las elaboraciones complejas del de­recho grecoromano» (SA, 13).
- Conscientes de que cada iglesia local está llamada a enrique­cer con sus dones a la Iglesia universal, también sabían que las di­ferentes condiciones de vida de ca­da iglesia cristiana nunca pueden justificar desacuerdos, rupturas y discordias en la profesión de la úni­ca fe y en la práctica de la caridad.
- Habiendo iniciado su mi­sión por mandato de la Iglesia de Constantinopla, creyeron deber su­yo dar cuenta al Romano Pontífice de su acción misionera y some­ter a su juicio la doctrina que pro­fesaban y enseñaban dando así tes­timonio de la unidad de la Iglesia en torno al sucesor de Pedro.
Su amor a la comunión de la Iglesia universal les llevó a tener una gran solicitud «por conservar la unidad de la fe y del amor entre las iglesias de las que eran miembros, es decir, la Iglesia de Constantino­pla y la Iglesia de Roma por una parte, y las iglesias nacientes en tie­rras eslavas por otra... Para noso­tros, hombres de hoy, su apostola­do posee la elocuencia de una lla­mada ecuménica: es una invitación a reconstruir en la paz de la recon­ciliación, la unidad que fue grave­mente resquebrajada en tiempos posteriores a los santos Cirilo y Me­todio y, en primerísimo lugar, la unidad entre Oriente y Occidente». (SA, 13-14).
Junto a la validez y constancia de su compromiso ecuménico también es motivo de aliento para no­sotros su visión profunda y dinámi­ca de la catolicidad de la Iglesia. El Vaticano II señala: «Todos los hom­bres están llamados a formar parte del nuevo pueblo de Dios. Por lo cuál este pueblo, sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a to­do el mundo y en todos los tiem­pos, para así cumplir el designo de la voluntad de Dios (...) La Iglesia -o Pueblo de Dios- introducien­do este reino, no disminuye el bien temporal de ningún pueblo, antes al contrario, fomenta, y asume, y al asumirlas fortalece sus capacida­des, riquezas y costumbres en lo que tienen de bueno (...) Este ca­rácter de universalidad, que distin­gue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor» (Lumen Gen­tium, 13).
Estas palabras podrían resumir la vivencia de la Iglesia que inspiró la actividad apostólica y mi­sionera de estos grandes santos, gra­cias a cuyos esfuerzos, «los pueblos eslavos pudieron por primera vez tomar conciencia de su propia vo­cación y participar en el designio eterno de salvación del mundo» (SA 20).
«Su obra constituye una contribución eminente para la formación de las comunes raíces cristianas de Europa; raíces que, por su solidez y vitalidad, constituyen uno de los ­más firmes puntos de referencia del que no puede prescindir todo in­tento serio de recomponer de mo­do nuevo y actual la unidad del continente» (SA 25).

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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