Paola Soave, casada, con tres hijas, de Milán, estuvo presente en los trabajos del Sínodo de los Obispos, invitada como miembro laico de Comunión y Liberación. Presentamos algunos aspectos sobresalientes de su testimonio, entresacados de una entrevista más amplia publicada en Litterae Comunionis (n. 1, Enero '86).
P.- ¿Cuál ha sido tu primera impresión del Sínodo?
R.- He encontrado en los Padres Sinodales mucha confianza en la posibilidad de evangelizar las culturas llamadas pre-cristianas, del tercer mundo, mientras que frente a la cultura post-cristiana, atea, consumista de Occidente me han dado la impresión de tener una mayor preocupación. Algo así como si pensaran: si queremos podemos resistir, pero, ¿seremos capaces de evangelizar de nuevo al viejo mundo? Este es, sin embargo, el gran designio, mejor dicho, la gran certeza de Juan Pablo II.
P.- ¿Qué actitud has asumido dentro del Sínodo?
R.- Lo primero en lo que pensé fue que la experiencia del movimiento que estoy haciendo confirma esa certeza de la que hablé antes: el hombre moderno occidental puede encontrar de nuevo el cristianismo como propuesta a su humanidad, a sus exigencias más auténticas y originales. Así es como puede encontrarlo y adherirse a él. Dicho de otro modo, la conciencia de la fe en cuanto novedad real que se hace cultura. Estas han sido mis primeras reflexiones, que han surgido en mí espontáneamente, a partir de mi experiencia en el movimiento. Comprendía que la mía podía ser sólo una modesta aportación: sin embargo, la sentía como demasiado auténtica. Entonces - en seguida- empecé a comunicar mi experiencia y aquellas reflexiones a los que iba encontrando y conociendo.
P.- Después de tres días de intervenciones (alrededor de 150) en el aula empezaron los trabajos de las comisiones. ¿Qué puedes contar de esta experiencia?
R.- Participé evidentemente en el «grupo» de lengua italiana, donde estaban algunos cardenales de la Curia, los Patriarcas de las Iglesias orientales y además un Padre rumano, uno libanés y uno chino. En un principio tuve la impresión natural de sentirme como «un bicho raro»; se discutía a un nivel al que no estaba acostumbrada. Sin embargo, luego se pasó de una discusión que me parecía más bien doctrinaria y abstracta a un discurso claro y concreto sobre la fundamentación de la identidad de la Iglesia. Y ahí empecé a encontrarme más a gusto. La Iglesia no como realidad sociológica, sino como Misterio de Cristo en la historia, anticipación del Destino del hombre, lugar de la salvación. Sólo volviendo a afirmar esta identidad se empieza a amar a la Iglesia, dijo en un cierto momento el card. Ratzinger. Pero otros también habían intervenido en este sentido, incluso antes que él. Amo a la Iglesia porque es el lugar de mi salvación.
P.- ¿Cómo juzgas la imagen de una Iglesia dividida que la prensa, en muchos casos, ha querido
presentar?
R.- Encontré a una Iglesia extremadamente segura de su propia identidad y de su tarea, muy unida al Santo Padre: una Iglesia viva y verdadera. Humilde porque sabía leer sus propias limitaciones y sus dificultades, pero también muy apasionada en el anunciar a Cristo.
P.- ¿Cómo has presentado la experiencia de C.L. a aquellos que estaban interesados?
R.- La pregunta sobre C.L. era: ¿cómo os dirigís al hombre que no sabe en qué creer, que no es religioso? Contesté: intentando encontrarse con él en el fondo de su persona, donde se sitúa su pregunta radical sobre la vida y su significado. Frente a aquella pregunta nosotros proponemos -como hipótesis de respuesta- un camino y una experiencia que hay que recorrer. A lo largo de este camino lo acompañamos, teniendo en cuenta las condiciones cotidianas y concretas de su vida.
P.- ¿Qué es lo que te ha permitido encontrarte en sintonía con el acontecimiento del Sínodo?
R.-Ante todo la humildad. Estuve allí presente consciente de mi experiencia de movimiento -con mis amigos del movimiento-:- con una pequeña cosa dentro de algo más grande, la Iglesia; deseosa pues de dejar toda presunción frente a aquella maravilla. ¡Qué grande es la Iglesia! ¡Y qué viva está! ¡Y cuántos son los problemas con que debe enfrentarse! Deseaba afirmar la unidad con toda aquella realidad grande porque allí era confirmada de nuevo la identidad de la Iglesia. Cuando se tiene conciencia de lo que es la Iglesia, inmediatamente la dimensión de la unidad se vive más a fondo. Al reencontrar la identidad se vuelve a encontrar la unidad, en la certeza de que esa unidad puede ser ofrecida y garantizada en último término sólo por el Santo Padre -¿por quién si no?-.
P.- Pudiste escuchar 150 intervenciones en el aula. ¿Cómo juzgas el diálogo dentro de la Iglesia?
R.-Los Padres sinodales se escuchan. Cada uno, en su intervención, cita el pensamiento del otro, afirmar su acuerdo real: sólo en la Iglesia -dijo alguien- es posible esta forma de comunicación, la única realmente humana, que ante todo es la capacidad de escucha. Es una escucha que llega hasta la mortificación de aceptar que el otro sea distinto de ti. Sólo en la Iglesia yo he podido ver algo parecido.
P.- ¿Cuáles han sido los testimonios que más te impresionaron?
R.- Las intervenciones más dramáticas venían de la Iglesia del Este (muchos han pedido que sus intervenciones quedasen en secreto), pero también en Oriente Medio, de las áreas de confrontación con el Islam. El martirio es una dimensión esencial como olvidada de la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo. En aquellos días pude tocar con mis manos que la Iglesia como misterio, la Iglesia viva y auténtica, existe. La unidad existe, y hace falta que se vea, dijeron muchos. Para que el mundo crea. Y, para testimoniar esto, hay quien está dispuesto a la persecución hasta el martirio.
*traducción de Mauro Vandelli
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