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Huellas N.1, Marzo 1986

VIDA DE LA IGLESIA

La Iglesia como Comunión es sacramento para la salvación del mundo

José Angel García y Javier Ortega Martín

Un análisis de lo que el último Sínodo es y supone

Han transcurrido ya varios meses desde la celebración del Sínodo extraordinario convocado por el Papa con motivo del aniversario del final del Concilio. Apenas hablamos hoy de este Sínodo cuando curiosamente la sorpresa, la inquietud y hasta la polémica dominaron en los ambientes eclesiales los meses anteriores a su celebración. Es más; ya en marcha el Sínodo, cierta prensa sembraba alarmas hablando de tensiones y de augurios de una marcha atrás en la aplicación del Vaticano II. Hemos de confesar que la información sobre lo que se decía y sucedía en el aula
sinodal no coincidía mucho con otras versiones, que podemos considerar fidedignas y, sobre todo, con la relación final del Sínodo. Nuestra «sorpresa», pues, es grande cuando hemos conocido otras noticias del Sínodo y cuando leemos sus documentos: en Roma se vivieron unos días de gracia; los obispos celebraron, verificaron y están dispuestos a promover el Concilio dentro de un clima de comunión. Señalábamos líneas arriba el silencio que en los ambientes eclesiales reina sobre el Sínodo. ¿Qué ha sido de la inquietud y la polémica? Para nosotros, sin embargo, este Sínodo sigue teniendo gran actualidad.


¿Qué ha supuesto el Sínodo para la vida de la Igle­sia? Ha sido un momento de reflexión seria sobre su situación y misión a los veinte años del Vaticano II. Ha recogido sus temas fundamentales, pues algunos se hallaban quizá un poco olvidados, dándoles un nue­vo impulso y, en numerosas ocasiones, profundizan­do en esos mismos temas. Ha sido, por otra parte, un servicio que la Iglesia, de acuerdo con su vocación ha querido prestar nuevamente al mundo. Así lo señala el Papa: «Deseamos ofrecer a toda la humanidad, con renovada fuerza de persuasión, el anuncio de la fe, es­peranza y candad que la Iglesia saca de su perenne ju­ventud, con la luz de Cristo, que es camino, verdad y vida para el hombre de nuestro tiempo y de todos los tiempos». (Homilía de clausura del Sínodo).
Pasemos a comentar algunas de las ideas que apa­recen en la relación final que como síntesis de lo suce­dido en el aula sinodal escribieron los obispos allí reu­nidos. Los padres señalan en primer lugar la «necesi­dad de recepción más profunda del Concilio», pues para ellos este «es un don de Dios a la Iglesia y al mun­do», y «la Iglesia encuentra en él la luz y la fuerza que Cristo prometió dar a los suyos en cada momento de la historia». A la luz del Vaticano II, la Iglesia se ha reafirmado en una serie de certezas: «Hoy más que nunca el Evangelio ilumina el futuro y el sentido de toda existencia humana (...). El gozo que viene de Dios puede ayudar a todos los hombres a superar toda tris­teza y toda angustia, vislumbrando ya aquí en la tie­rra la ciudad celeste». Estas afirmaciones del Sínodo son las certezas que uno comprueba cuando se acerca a aquellas parroquias, comunidades, grupos o movi­mientos que están verificando en su vida la inagota­ble riqueza de la fe. Y esto es posible porque la fe no es reducida a un universo vacío, sino que es algo que, afecta a la vida: ilumina, eleva y transforma al sujeto. Es así como el creyente vive el misterio de la Iglesia.
Y esto necesariamente incide en el entorno social en el que el creyente se encuentra.
Otro de los aciertos del documento final ha sido recalcar la dimensión de misterio que tiene la Iglesia. Pero cuando el Sínodo habla del misterio de la Iglesia no lo hace en contraposición de otras imágenes, como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Familia de Dios... , sino que reconoce que «estas descripciones de la Igle­sia se complementan mutuamente y deben entenderse a la luz del misterio de Cristo o de la Iglesia de Cris­to». Toda la importancia de la Iglesia deriva de su co­nexión con Cristo. Esto se ve bien reflejado en un tex­to del teólogo suizo von Balthasar: «La Iglesia es visi­ble, como visible fue el hombre Jesús, y su tensión es­tructural ofrece, naturalmente, un aspecto externo, sociológico y psicológico, que no podemos desestimar­lo, porque jamás cabe separar adecuadamente a la Igle­sia visible de la Iglesia invisible. No obstante, si Jesús fue y es ante todo, no ulteriormente, Hijo de Dios, la Iglesia es ante todo misterio y siendo misterio es co­mo llega a constituirse en Pueblo de Dios, en reali­dad socio-psicológica visible» (El complejo antirroma­no, p. 19).
Pero los obispos han hablado de la Iglesia no sólo como misterio, sino como misterio de comunión. ¿Qué significa aquí la palabra comunión? El Sínodo dice tex­tualmente: «Fundamentalmente se trata de la comu­nión con Dios por Jesucristo en el Espíritu Santo. Esta comunión se tiene en la palabra de Dios y en los sa­cramentos». Como veremos, la comunión no puede re­ducirse a meras cuestiones organizativas o a cuestio­nes que se refieren a meras potestades. Sólo entendien­do de aquel modo la comunión, comprenderemos en­seguida que estamos ante la auténtica fuerza de la Igle­sia en el mundo, pues lo que se ofrece a los hombres es la vida distinta para ellos, una alternativa que em­pieza por establecer unas relaciones interpersonales entre aquellos que forman la misma Iglesia.
Estamos llamados a vivir nuestra vida de comunión. Sólo así podremos hacer presente la Iglesia allí donde estemos. «... en cada ambiente el Reino de Dios, la rea­lidad cristiana, nace y se comunica en la medida en que en ese ambiente está presente la Iglesia. La auten­ticidad de esta presencia es el instrumento por el que la potencia de Dios opera el mensaje cristiano, gene­ral la convicción y la conversión de las personas» (Lui­gi Giussani, Huellas de experiencia cristiana, p. 97).
¿Cuál es, según el Sínodo, la misión de la Iglesia en el mundo? Esta misión es presentada por los pa­dres sinodales sin ambigüedad: «la misión primaria de la Iglesia bajo el impulso del Espíritu divino es predi­car y testificar la buena y alegre noticia de la elección, la misericordia y la caridad de Dios, que se manifies­tan en la historia de la salvación y llegan a su culmen en la plenitud de los tiempos por Jesucristo, y ofrecer­las y comunicarlas a los hombres como salvación por la fuerza del Espíritu Santo... ». Desde esta conciencia de sí misma, la Iglesia se abre al mundo, asume todo lo positivo que encuentra en todas las culturas. «La in­culturización (...) significa una íntima transformación en el cristianismo y la radicación del cristianismo en todas las culturas humanas». Este es el camino para su­perar la ruptura entre el Evangelio y la cultura para, en palabras de Juan Pablo II, inscribir la verdad cristiana sobre el mundo en la realidad de la sociedad.
Esta es nuestra tarea. A ella dedicamos nuestras vidas, con el gozo y la esperanza que nos da el saber que «hay un camino para la humanidad, -y ya perci­bimos sus signos- que la conduce a una civilización de la participación, de la solidaridad y del amor, a una civilización que es la única digna del hombre».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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