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Huellas N.0, Diciembre 1985

CARTAS

Testimonio desde Baya-Deya

Guadalupe Arbona y Isabel García Serrano

Salimos del bullicio de Minia, capital de provincia del Alto Egipto, situada en la carretera paralela al Nilo que va desde el Cairo a As­man.
De una manera brusca la carretera se hace camino. El verde a nuestro alrededor es brillante: caña de azúcar, maíz y algodón. A lo lejos vemos el pueblo. Al princi­pio no nos llama nada la atención en él. Poco a poco vamos viendo las peculiari­dades. Hay torres que so­bresalen de la altura normal de las casas. Sin embargo no ningún minarete. Todas es­tán rematadas con una cruz. Baya-Deya es un pue­blo cristiano.
Vamos entrando en el pueblo. Los animales andan por las calles: niños y cabras forman una mezcla singular. Impávidos camellos se pa­sean. Hay pocas gamuzas (tipo especial de vaca muy apreciada en el Alto Egipto). Una cosa nos sor­prende: Baya-Deya tiene cerdos. A las orillas del Ni­lo, mujeres lavan y algunos hombres pescan. Enfrente, un corte brusco: el silencio­so desierto. Las casas son pobres, muy pobres. Yo di­ría miserables y sucias. Las paredes son de adobe y pa­ja; el suelo se continúa con el de la calle:
Adela nos dice que es un pueblo de 18.000 habi­tantes. No lo parece, por­que viven hacinados. Adela es una monja del Sagrado Corazón que trabaja en el colegio del pueblo. Ella nos lleva al centro de misión; donde viven las monjas. Es una casa abierta: encontra­mos niños jugando al fút­bol, colas de mujeres con sus hijos a la puerta del dis­pensario. Hay también lo­cales donde las mujeres aprenden desde cómo ali­mentar a sus hijos hasta el alfabeto. Nos asomamos a la azotea y divisamos un pueblo en ruinas, bombar­deado, muerto.
En las casas no hay teja­dos; sólo una techumbre donde guardan el grano pa­ra hacer el fuego. Pero es paseando por las calles don­de encontramos la verdade­ra cara de Baya-Deya: la vida. Miles de chiquillos su­cios nos rodean: los niños con chilabas, las niñas con trajes de llamativos colores.
Las mujeres nos sonríen desde las puertas de sus ca­sas suplicándonos: faddalm (hazme el honor de entrar en mi casa). Nos ofrecen más de lo que tienen. Des­taca la alegría de sus caras frente a la miseria en que viven.
La tragedia es diaria: hambre, mortalidad infan­til, enfermedades, infeccio­nes, sumisión de las muje­res, ... También hay caras tristes.
La actitud ante esto es de resignación, ma 'alesh (no importa) y esto no es una solución. La misión de las monjas desde su llegada ha sido comunicar el valor y el sentido de sus vidas. La importancia de los hijos, de la alimentación, de la higie­ne, de la familia, del traba­jo, de la asistencia a la es­cuela, ... etc.
Blanca (otra de las mon­jas) nos lleva a ver a una amiga. Es una niña poliomielítica con suerte: lleva aparatos. Se los ha puesto Blanca. Nos explica: «Esto es luchar contra el ma 'alesh. Me he enfrenta­do con el pueblo, la fami­lia y la niña. Pero este sufri­miento mío ha servido para mostrarles el valor que tiene una vida digna.»
Entramos en varias ca­sas. Encima de todas las puertas hay una cruz. En todas se desarrolla la misma escena: convivencia de ni­ños, cabras, gallinas y gatos. Todo cubierto por moscas. En el centro un hornillo con algo de pan y, si es día de mercado, unas patacas gui­sadas con carne. Todos se sientan en esteras o en el suelo. Las casas son oscuras. En ellas viven todos los hijos varones de un matrimonio con sus familias.
Así es Baya-Deya. Al amanecer, de vuelta a Minia se nos acumulan las imáge­nes. La contraposición: ri­queza y pobreza, nos ha co­gido el corazón. ¿Cuál es la misión en Baya-Deya? Ha­cerles conscientes del tesoro que encierra su propia deci­sión. Se sienten fielmente ligados a toda la Iglesia cop­ea. Entre otras cosas, por la constante prisión del Islam y del gobierno. Sin embar­go, a veces, su fe nos da la impresión de ser algo fósil, anquilosado; una cuestión de raza, de nombre. La mi­sión aquí es despertar el gusto por la vida, enraizada en su propia Historia. La Historia del pueblo egipcio, que no tiene sentido, como ninguna otra, sino en la persona de Jesucristo. La la­bor es grande; sin embargo. hay un rayo de esperanza: se está construyendo un co­legio. Es un edificio de la­drillo limpio y sencillo y, lo que es más importante, se está pagando con los fondos de la misma gente del pue­blo. Todos están orgullosos de su escuela. ¡Alham duli­lah!

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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