Salimos del bullicio de Minia, capital de provincia del Alto Egipto, situada en la carretera paralela al Nilo que va desde el Cairo a Asman.
De una manera brusca la carretera se hace camino. El verde a nuestro alrededor es brillante: caña de azúcar, maíz y algodón. A lo lejos vemos el pueblo. Al principio no nos llama nada la atención en él. Poco a poco vamos viendo las peculiaridades. Hay torres que sobresalen de la altura normal de las casas. Sin embargo no ningún minarete. Todas están rematadas con una cruz. Baya-Deya es un pueblo cristiano.
Vamos entrando en el pueblo. Los animales andan por las calles: niños y cabras forman una mezcla singular. Impávidos camellos se pasean. Hay pocas gamuzas (tipo especial de vaca muy apreciada en el Alto Egipto). Una cosa nos sorprende: Baya-Deya tiene cerdos. A las orillas del Nilo, mujeres lavan y algunos hombres pescan. Enfrente, un corte brusco: el silencioso desierto. Las casas son pobres, muy pobres. Yo diría miserables y sucias. Las paredes son de adobe y paja; el suelo se continúa con el de la calle:
Adela nos dice que es un pueblo de 18.000 habitantes. No lo parece, porque viven hacinados. Adela es una monja del Sagrado Corazón que trabaja en el colegio del pueblo. Ella nos lleva al centro de misión; donde viven las monjas. Es una casa abierta: encontramos niños jugando al fútbol, colas de mujeres con sus hijos a la puerta del dispensario. Hay también locales donde las mujeres aprenden desde cómo alimentar a sus hijos hasta el alfabeto. Nos asomamos a la azotea y divisamos un pueblo en ruinas, bombardeado, muerto.
En las casas no hay tejados; sólo una techumbre donde guardan el grano para hacer el fuego. Pero es paseando por las calles donde encontramos la verdadera cara de Baya-Deya: la vida. Miles de chiquillos sucios nos rodean: los niños con chilabas, las niñas con trajes de llamativos colores.
Las mujeres nos sonríen desde las puertas de sus casas suplicándonos: faddalm (hazme el honor de entrar en mi casa). Nos ofrecen más de lo que tienen. Destaca la alegría de sus caras frente a la miseria en que viven.
La tragedia es diaria: hambre, mortalidad infantil, enfermedades, infecciones, sumisión de las mujeres, ... También hay caras tristes.
La actitud ante esto es de resignación, ma 'alesh (no importa) y esto no es una solución. La misión de las monjas desde su llegada ha sido comunicar el valor y el sentido de sus vidas. La importancia de los hijos, de la alimentación, de la higiene, de la familia, del trabajo, de la asistencia a la escuela, ... etc.
Blanca (otra de las monjas) nos lleva a ver a una amiga. Es una niña poliomielítica con suerte: lleva aparatos. Se los ha puesto Blanca. Nos explica: «Esto es luchar contra el ma 'alesh. Me he enfrentado con el pueblo, la familia y la niña. Pero este sufrimiento mío ha servido para mostrarles el valor que tiene una vida digna.»
Entramos en varias casas. Encima de todas las puertas hay una cruz. En todas se desarrolla la misma escena: convivencia de niños, cabras, gallinas y gatos. Todo cubierto por moscas. En el centro un hornillo con algo de pan y, si es día de mercado, unas patacas guisadas con carne. Todos se sientan en esteras o en el suelo. Las casas son oscuras. En ellas viven todos los hijos varones de un matrimonio con sus familias.
Así es Baya-Deya. Al amanecer, de vuelta a Minia se nos acumulan las imágenes. La contraposición: riqueza y pobreza, nos ha cogido el corazón. ¿Cuál es la misión en Baya-Deya? Hacerles conscientes del tesoro que encierra su propia decisión. Se sienten fielmente ligados a toda la Iglesia copea. Entre otras cosas, por la constante prisión del Islam y del gobierno. Sin embargo, a veces, su fe nos da la impresión de ser algo fósil, anquilosado; una cuestión de raza, de nombre. La misión aquí es despertar el gusto por la vida, enraizada en su propia Historia. La Historia del pueblo egipcio, que no tiene sentido, como ninguna otra, sino en la persona de Jesucristo. La labor es grande; sin embargo. hay un rayo de esperanza: se está construyendo un colegio. Es un edificio de ladrillo limpio y sencillo y, lo que es más importante, se está pagando con los fondos de la misma gente del pueblo. Todos están orgullosos de su escuela. ¡Alham dulilah!
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