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Huellas N.0, Diciembre 1985

LIBROS

La Ciudad de la Alegría

Javier de Haro

La Ciudad de la Alegría donde la vida es más fuerte que la muerte

Dominique LAPIERRE.
La ciu­dad de la alegría,
Ed. Planeta/ Seix Barral. Barcelona (1985),
392 págs.

Acabo de terminar de leer «La Ciudad de la Alegría», de Domi­nique Lapierre. Buen libro. De los que invitan a pensar sobre nuestro tiempo y a actuar sobre nuestro entorno.
Hoy, cuando realidades tan dramáticas de nuestra sociedad co­mo el paro, la droga, la delincuen­cia juvenil y no juvenil, el terroris­mo... , son causa de desesperanza en las personas que lo viven direc­tamente, la Ciudad de la Alegría -un suburbio de chabolas en Calcuta- viene a romper con toda lógica humana. Si nosotros con nuestras pequeñeces estamos ten­tados a desesperar, los habitantes de la Ciudad de la Alegría mucho más: hacinados en pequeños co­rralillos; carentes de las condicio­nes higiénicas mínimas que hacen de ella una cloaca viviente; ex­puestos a los caprichos de la natu­raleza con sus calores, inundacio­nes, ciclones...; asaltados por las enfermedades más comunes y ex­trañas -tuberculosis, fiebre roja, picaduras,... -; tentados a vender la propia sangre, el feto del emba­razo o los huesos de su esqueleto con tal de poder alimentar a su familia o casar a la hija; obteniendo un puesto de trabajo únicamente cuando por accidente o muerte un compañero lo deja libre; acecha­dos de continuo por la muerte, bien a causa de las enfermedades, de las catástrofes o de las pasiones humanas,... la lista sería intermi­nable, y no por ello menos dramática.
Según la lógica humana a ma­yor desgracia mayor es el motivo para la desesperanza, para el de­sencanto, para perder el gusto por la vida, para admitir la posibilidad del suicidio.
Pues bien, los habitantes de la Ciudad de la Alegría rompen con esta lógica: no dudan en adoptar niños cuando quedan huérfanos, en compartir su propio alimento diario -aún a costa de la propia salud- con la familia carente de trabajo, en atender o acompañar al enfermo o moribundo. «La ciu­dad de la Alegría no es una de esas ciudades dormitorio de Occidente donde es posible desaparecer o morir sin que nadie se entere», co­mo bien expresa el autor del libro. Allí se descubre que la solidaridad no es una palabra vacía, que el amor suple las medicinas, que la sonrisa no es incompatible con el sufrimiento.
¿Cómo es posible ello?
Una explicación sociológica nos diría: «la India, país de con­trastes», pero no dejaría de ser des­criptiva y, por consiguiente insufi­ciente.
En mi opinión, tras los habi­tantes de la Ciudad de la Alegría late una profunda convicción: la vida es más fuerte que la muerte. Ninguna desgracia, por grande que sea, puede ahogar la vida mis­ma. Todo signo de muerte queda entonces revitalizado, y se abre el camino a la esperanza. Quien afir­ma y vive que la vida es más fuerte que la muerte, se convierte en «luz del mundo». Ello no quiere decir que los habitantes de la Ciudad de la Alegría no sufran, no lloren la muerte de sus familiares y amigos, estén inmunes a los sentimientos de odio, de venganza ... Como di­ría Tagore, «la desdicha es grande, pero el hombre es aún más grande que la desdicha». La desdicha de Meeta, el ser leprosa, no impide el nacimiento de una nueva criatura, signo de vida. La desdicha de una inundación no impide la esponta­neidad e ingenuidad del juego de unos niños. Vida y muerte conviven en la Ciudad de la Alegría, y como bien expresa Dominique La­pierre sólo un lugar donde los hombres viven en contacto con la muerte puede ofrecer tantos ejem­plos de amor y solidaridad.
En los habitantes de nuestra ciudad esta convicción profunda no es fruto de un mero impulso vi­talista, sino de su experiencia reli­giosa. Hinduistas, budistas, mu­sulmanes, cristianos, jainistas, ... con sus múltiples diferencias en ri­tos, costumbres, divinidades, ... tienen un común denominador: la fiesta como regeneración espiri­tual, vuelta a los orígenes, a la vi­da misma, irrupción de la divini­dad en la vida del hombre. Y así, en medio de aquella cloaca vivien­te tienen lugar desfiles de «saris» -telas con las que se visten las mujeres- celosamente guardados para el momento, arreglos de ca­sas, derroches en comidas y bebi­das, bailes desenfrenados, aumen­to de las relaciones sexuales, ... sig­nos de vida que irrumpen sobre la muerte.
La obra de Dominique Lapie­rre no es ningún ensayo ni novela ficción, sino un documento, escri­to en un estilo periodístico, que recoge el testimonio de unos hom­bres y mujeres para los que la vida es más fuerte que la muerte. Qui­zás sea en la figura de Paul Lam­bert -nombre dado a un religioso francés que desea permanecer en el anonimato-, y en la escena de la eucaristía celebrada el día de Navidad, donde se expresa con más nitidez el trasfondo de esa convicción común. Cristo al vencer la muerte es dueño de la vida. Y para vencerla se hace pobre, de modo que la pobreza y el sufri­miento son una riqueza. «Y si Cristo eligió nacer entre los po­bres, fue porque quiso que fueran los pobres los que enseñaran al mundo la buena noticia de su mensaje, la buena noticia de su amor a los hombres». O dicho con palabras de Leon Bloy, citadas en nuestra obra, no se entra en el pa­raíso mañana ni dentro de diez años. Se entra hoy cuando uno es pobre y crucificado».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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