«Este qu'es nacido es el gran monarcha Christo -patriarca de carne revestido ha nos redimido con su hazer chiquito aunque era infinito, finito se hiziera!»
(«Riu, Riu, chiu», villancico del siglo XV)
Existen tres palabras que todo cristiano empieza a aprender ya desde pequeño y que han entrado desde siglos en el vocabulario de nuestra lengua y en el patrimonio de nuestra cultura: son fe, esperanza y caridad.
¿Qué es la fe? La fe es reconocer a Cristo presente; es reconocer que Dios hecho hombre está presente y opera en nuestra vida.
¿ Y la caridad? Caridad es amar a Cristo que murió y resucitó por nosotros y, en El, amar a cada hombre que es nuestro herma-. no.
Pero la esperanza, -podríamos preguntarnos-, ¿qué es la esperanza? La esperanza es la certeza de que siempre se puede volver a empezar, es la certeza de que nuestro mal, el de los demás, nuestras dudas, nuestros cansancios no nos determinan.
La Navidad es precisamente la esperanza. Un niño pequeñito nace en medio de un mundo distraído y de violencia. Nadie parece darse cuenta de esto. Sin embargo, aquel niño es una novedad absoluta, una novedad inesperada: es el mismo Dios que crea, que perdona y salva, es Dios en carne humana.
La esperanza es, pues, un niño pequeño entre nosotros. Charles Péguy, un gran poeta francés del principio de este siglo, en su obra «Pórtico del misterio de la segunda virtud», escribe:
«La pequeña esperanza avanza entre sus dos hermanas mayores y ni siquiera se la nota. En el camino de la salvación, en el camino carnal, en el camino accidentado de la salvación, en el camino interminable, en el camino entre las dos hermanas mayores, la pequeña esperanza avanza entre las dos hermanas mayores.»
El niño pequeño que nace en estos días es la gran gracia que fundamenta nuestra esperanza, la que nos da el derecho para esperar.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón