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Huellas N.0, Diciembre 1985

POPIELUSKO

Popieluszko. La prueba de un pueblo

Rafael Andreo

En el primer aniversario de la muerte del P. Popieluszko

LA IGLESIA SE COMPROMETE CON EL PUEBLO
POPIELUSZKO fue ordenado sa­cerdote el 28 de mayo de 1972 por el Cardenal Wyszynski. Co­menzó su trabajo pastoral en una parroquia de las afueras de Varso­via, y poco después fue destinado a Sta. Ana, parroquia de los estu­diantes. Aquí era responsable de un grupo de estudiantes de medicina con los que organizaba conferen­cias, debates y campos de trabajo para el verano. Muchos de estos jó­venes fueron sus grandes amigos, y le siguieron más tarde cuando fue trasladado a una nueva parroquia, San Estanislao de Kostka, el lugar de Varsovia más visitado hoy en día.
En el verano de 1980, cuando comenzaba la revolución polaca, se inicia también la historia de la misión del padre Jerzy entre los tra­bajadores. Los obreros del astillero Lenin de Gdansk se hallaban en huelga para pedir la readmisión de una trabajadora y una subida de sa­larios, entre otras reivindicaciones. En el resto de Polonia, la mayoría de las plantas industriales se decla­raron en huelga en solidaridad con los trabajadores del astillero. Los obreros de una de estas fábricas en huelga situada en las afueras de Varsovia, pidieron al Cardenal Wyszynski un sacerdote para poder celebrar la misa dominical. Envia­dos por el Cardenal a la parroquia de San Estanislao, dieron con Po­pieluszko, que estuvo escuchándo­les con mucha atención y les acompañó a la fábrica. Esta sería una ex­periencia única para el padre Jerzy, como él mismo cuenta en una en­trevista: «la memoria de aquella misa con los trabajadores de la fá­brica estará conmigo hasta el día de mi muerte». La cruz que colocaron junto al altar para celebrar la misa aquel día sobrevivió a los momen­tos más duros y todavía se encuentra en el mismo lugar, rodeada siempre de flores frescas. Popielusz­ko compartió la ansiedad de aque­lla gente y estuvo confesando día y noche. Los trabajadores sintieron la cercanía de la Iglesia a través de los gestos, las palabras y la compañía de este joven sacerdote. Como con­secuencia de todo esto, la parroquia de San Estanislao se convirtió en la parroquia «oficial» de los trabajado­res del metal de Varsovia.
En diciembre de 1981, el padre Jerzy -decidió trabajar para organi­zar la distribución de ayudas ma­teriales para las familias cuyos pa­dres habían sido expulsados del tra­bajo o con muchos hijos a los que no podían mantener. Hizo un cen­tro diocesano de caridad en el que se podían encontrar medicinas, le­che para niños, etc... Su cuarto se convirtió en un almacén de comi­da y paquetes de ropa entre los cua­les dormía como buenamente po­día. Y allí era difícil encontrar al­go de tranquilidad. «Todos los días venía gente que no buscaba nece­sariamente ayuda material. Que­rían hablar, alguien con quien compartir sus penas, sus proble­mas».

OFRECER LA VIDA POR LA VERDAD
Ese mismo mes de diciembre de 1981 se declaraba la ley marcial. El día 13 por la noche miles de diri­gentes y militantes de Solidaridad fueron arrestados. Popieluszko, profundamente impresionado mientras escuchaba las inquietudes de los familiares de los trabajado­res detenidos en Varsovia, tuvo la idea de celebrar una misa por los presos y sus familias. La finalidad no era otra que la de ofrecer a Cris­to los sufrimientos de todas esas personas privadas de libertad. «Hay demasiada sangre, dolor y lágrimas a los pies de Cristo como para que Dios no las devuelva como un re­galo de libertad, justicia y amor auténticos».
Un mes más tarde el padre Jerzy organizó en su parroquia una nue­va misa con la misma finalidad. Allí predicó el primero de sus «sermo­nes patrióticos», que produjeron la admiración y estima de todos, pe­ro que le llevaron al martirio. Un mes después de decretarse la ley marcial, cuando se castigaba con la pena de muerte cualquier pronun­ciamiento contra el Estado, Popie­luszko pronunció la siguiente ho­milía: «Ya que nos han quitado la libertad de expresión con la ley marcial, escuchemos la voz de nues­tros corazones y de nuestras con­ciencias, pensando en aquellos her­manos y hermanas que han sido privados de libertad». A estas pa­labras siguieron tres minutos de si­lencio.
Así nacieron las «Misas por la patria», celebradas el último do­mingo de cada mes. En ellas parti­cipaban trabajadores e intelectua­les, actores, profesores universitarios y gente de toda Polonia. La iglesia era pequeña y los miles de perso­nas que acudían llenaban la inmen­sa plaza que hay junto al templo.
En sus homilías, el padre Jerzy expresaba frecuentemente su deseo de «incluir a Dios en los difíciles y dolorosos problemas de su país». Al dar la paz solía decir: «ofrezcámo­nos a otros el signo de la paz y nos nos dejemos invadir por el odio». La escena era sobrecogedora: mien­tras miles de personas pronunciaban estas palabras, un cordón de poli­cías militares -zomos- permane­cía en pie a pocos metros armados con cañones de agua preparados pa­ra entrar en acción. Al terminar la misa, la gente atravesaba pacífica y alegremente el cordón policial. Ha­bían comprendido las palabras de San Pablo recordadas en la homi­lía: «No os dejéis vencer por el mal, sino venced el mal con el bien».

LA REACCIÓN DEL REGIMEN: PERSECUCIÓN Y MARTIRIO
La reacción de las autoridades co­munistas no se hizo esperar y Po­pieluszko fue acusado de efectuar actividades políticas y de incitar a la violencia. Primeramente intenta­ron acallarle a través de la Iglesia, mediante cartas enviadas a la curia.
Más tarde empezaron a perseguirle continuamente policías secretos de paisano que él mismo detecta­ba con frecuencia. Un día, camino de Gdansk, la policía le detuvo du­rante ocho horas. En diciembre del 82 tiraron un paquete explosivo en su cuarto sin que llegara a estallar. Los trabajadores de Varsovia, preo­cupados, decidieron protegerle.
En el 83 le acusaron de abusar de la libertad de conciencia y de su religión. En una maniobra prepa­rada por la policía sacaron de su cuarto material clandestino, mate­rial explosivo y granadas. El mon­taje resultó ridículo y no sirvió más que para detenerle un par de días. Nadie creyó a la policía.
A partir de enero del 84, la po­licía interrogaba a Popieluszko aproximadamente cada dos sema­nas. Frente a las oficinas del Minis­terio del Interior en las que el inte­rrogaban había siempre una mul­titud esperándole. Esto irritaba aún más a las autoridades, que también le acusaron de utilizar los interro­gatorios para organizar manifesta­ciones públicas. El espíritu con el que aguantaba los interrogatorios se puede deducir de las palabras que le dirigió a un amigo al término de uno de ellos. «Siempre les digo que están haciendo perder horas de tra­bajo a todas estas personas que me esperan porque no saben cuando me van a soltar».
La persecución fue cada vez más intensa, llegando a comprometer a la jerarquía de la Iglesia polaca, que en todo momento apoyó al padre Jerzy. Este, en una entrevista efec­tuada un mes antes de su muerte, demostraba ser consciente del pe­ligro que esta corriendo: «Si la gen­te que tiene familia, niños, respon­sabilidades, está en prisión y toda­vía sufren, ¿por qué yo, un sacer­dote, no debo unir mis sufrimien­tos a los suyos?... Estoy convenci­do de que lo que hago está bien.
Y por eso estoy preparado para todo
».
El 19 de octubre, cuando Po­pieluszko regresaba a Varsovia tres celebrar una misa en Bydgoszcz, unos funcionarios del Ministerio del Interior detenían su coche. El chó­fer que acompañaba al sacerdote pudo escapar de los secuestradores. El padre Jerzy fue golpeado y en­cerrado en el maletero del coche. Su cuerpo aparecía días más tarde en el fondo de un lago.

UN AÑO DESPUES: LA SEMILLA FLORECE
Cuando uno visita hoy en día la parroquia de San Estanislao, se encuentra con largas colas de pere­grinos que, llegados de toda Polo­nia, se arrodillan y rezan ante su tumba. Cientos de ramos de flores dejados diariamente allí por los pe­regrinos convierten posiblemente este lugar en el jardín más florido de Varsovia. Sus homilías se han editado clandestinamente y circulan por parroquias y universidades. Antiguos dirigentes de Solidaridad se atreven a decir que Polonia no es la misma que antes de octubre del 84. Pero, ¿cómo podemos juz­gar hoy, un año después de su muerte, todo esto?; ¿por qué su muerte?
Georges Bernanos, uno de los más combativos escritores cristianos de nuestro siglo, dijo en cierra ocasión: «si quisiera manifestarle a un comunista mi simpatía por su causa, me parecería poco honrado el li­mitarme a unos elocuentes discur­sos sobre la injusticia, como si la pa­labra injusticia tuviese el mismo significado para un hombre que viene de la nada y se apresura a vol­ver a la nada, y para un hombre que cree en la encarnación del Hi­jo de Dios y en la divinización de la humanidad en la Cruz. ¡Qué le vamos a hacer! No todas las verda­des son agradables de decir, y estas no son de lo más oportunas, pero tampoco Dios es demasiado opor­tuno». Popieluszko fue asesinado por ser inoportuno. Se atrevió a afirmar la posibilidad y, lo que es más grave, la necesidad de luchar por la justicia en un país cuyo estado se sustenta precisamente en una ideología que dice primar la justi­cia sobre cualquier otro valor. Fue un hombre libre cuya fe en Dios le hizo creer en el hombre. Su muer­te nos pone en evidencia que algu­nas «estructuras» no soportan a los hombres libres. Hizo ver que recuperar su fe en el hombre auténtico es un cambio que afecta a la políti­ca, en el sentido más noble y autén­tico de la palabra. Comprendió y explicó incansablemente que Soli­daridad era algo más grande que un sindicato: era el anhelo de verdad, de justicia y de libertad de una na­ción. Por ella luchó y dió su propia vida.


Lo que la experiencia de Solidaridad enseña
EL DECALOGO DE LECH
Una herencia es algo que deja una persona muerta; y Solidar­nosc, por lo que se ve, no lo es. Sin embargo ya se puede determi­nar un balance de las enseñanzas más significativas que aquella experiencia ha ofrecido a la historia. Es una lección a menudo olvidada.
C.L. no quiere caer en este olvido, incluso con el riesgo de ser acusada de «polacomanía» o de «polacolatría». Pues un signo de madurez es la capacidad real de aprender siempre y de cualquier experiencia humanamente seria. ¿Qué es lo que, al fin, la experiencia polaca ha enseñado en estos últimos años?
1) La fe de un pueblo es capaz de determinar un comporta­miento social y civil que vela por el respeto y el desarrollo de la dignidad de cada hombre.
2) El cambio de la vida del hombre nunca puede ser confiado a una ideología -en el caso presente a la ideología marxista- ­sino sólo a una experiencia de humanidad diferente.
3) El mundo del trabajo no es impermeable al anuncio cristiano; más bien es esperado como cumplimiento de sus más profundas exigencias.
4) El marxismo no tiene más rostros que el totalitario, y ha fracasado precisamente en el terreno que debería ser el suyo específico: la defensa de la clase obrera.
5) La solidaridad es la lógica nueva que puede permitir una convivencia más humana en el ambiente del trabajo y en la socie­dad.
6) Los cambios sociales y políticos más radicales acontecen en fuerza de un ideal moral puesto en acción por sujetos libres.
7) Los intelectuales deben ser no orgánicos a un partido o a una ideología, sino pertenecientes a un cuerpo vivo al que sir­ven como conciencia refleja provista de instrumentos adecuados.
8) La Iglesia, enraizada en el cuerpo de la nación, procura identidad y consistencia a la misma.
9) Toda reivindicación debe ser actuada sin el uso de la violencia.
10) La esperanza, cuando la libertad espiritual es ayudada a vivir en las conciencias, no puede ser ahogada.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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