En el primer aniversario de la muerte del P. Popieluszko
LA IGLESIA SE COMPROMETE CON EL PUEBLO
POPIELUSZKO fue ordenado sacerdote el 28 de mayo de 1972 por el Cardenal Wyszynski. Comenzó su trabajo pastoral en una parroquia de las afueras de Varsovia, y poco después fue destinado a Sta. Ana, parroquia de los estudiantes. Aquí era responsable de un grupo de estudiantes de medicina con los que organizaba conferencias, debates y campos de trabajo para el verano. Muchos de estos jóvenes fueron sus grandes amigos, y le siguieron más tarde cuando fue trasladado a una nueva parroquia, San Estanislao de Kostka, el lugar de Varsovia más visitado hoy en día.
En el verano de 1980, cuando comenzaba la revolución polaca, se inicia también la historia de la misión del padre Jerzy entre los trabajadores. Los obreros del astillero Lenin de Gdansk se hallaban en huelga para pedir la readmisión de una trabajadora y una subida de salarios, entre otras reivindicaciones. En el resto de Polonia, la mayoría de las plantas industriales se declararon en huelga en solidaridad con los trabajadores del astillero. Los obreros de una de estas fábricas en huelga situada en las afueras de Varsovia, pidieron al Cardenal Wyszynski un sacerdote para poder celebrar la misa dominical. Enviados por el Cardenal a la parroquia de San Estanislao, dieron con Popieluszko, que estuvo escuchándoles con mucha atención y les acompañó a la fábrica. Esta sería una experiencia única para el padre Jerzy, como él mismo cuenta en una entrevista: «la memoria de aquella misa con los trabajadores de la fábrica estará conmigo hasta el día de mi muerte». La cruz que colocaron junto al altar para celebrar la misa aquel día sobrevivió a los momentos más duros y todavía se encuentra en el mismo lugar, rodeada siempre de flores frescas. Popieluszko compartió la ansiedad de aquella gente y estuvo confesando día y noche. Los trabajadores sintieron la cercanía de la Iglesia a través de los gestos, las palabras y la compañía de este joven sacerdote. Como consecuencia de todo esto, la parroquia de San Estanislao se convirtió en la parroquia «oficial» de los trabajadores del metal de Varsovia.
En diciembre de 1981, el padre Jerzy -decidió trabajar para organizar la distribución de ayudas materiales para las familias cuyos padres habían sido expulsados del trabajo o con muchos hijos a los que no podían mantener. Hizo un centro diocesano de caridad en el que se podían encontrar medicinas, leche para niños, etc... Su cuarto se convirtió en un almacén de comida y paquetes de ropa entre los cuales dormía como buenamente podía. Y allí era difícil encontrar algo de tranquilidad. «Todos los días venía gente que no buscaba necesariamente ayuda material. Querían hablar, alguien con quien compartir sus penas, sus problemas».
OFRECER LA VIDA POR LA VERDAD
Ese mismo mes de diciembre de 1981 se declaraba la ley marcial. El día 13 por la noche miles de dirigentes y militantes de Solidaridad fueron arrestados. Popieluszko, profundamente impresionado mientras escuchaba las inquietudes de los familiares de los trabajadores detenidos en Varsovia, tuvo la idea de celebrar una misa por los presos y sus familias. La finalidad no era otra que la de ofrecer a Cristo los sufrimientos de todas esas personas privadas de libertad. «Hay demasiada sangre, dolor y lágrimas a los pies de Cristo como para que Dios no las devuelva como un regalo de libertad, justicia y amor auténticos».
Un mes más tarde el padre Jerzy organizó en su parroquia una nueva misa con la misma finalidad. Allí predicó el primero de sus «sermones patrióticos», que produjeron la admiración y estima de todos, pero que le llevaron al martirio. Un mes después de decretarse la ley marcial, cuando se castigaba con la pena de muerte cualquier pronunciamiento contra el Estado, Popieluszko pronunció la siguiente homilía: «Ya que nos han quitado la libertad de expresión con la ley marcial, escuchemos la voz de nuestros corazones y de nuestras conciencias, pensando en aquellos hermanos y hermanas que han sido privados de libertad». A estas palabras siguieron tres minutos de silencio.
Así nacieron las «Misas por la patria», celebradas el último domingo de cada mes. En ellas participaban trabajadores e intelectuales, actores, profesores universitarios y gente de toda Polonia. La iglesia era pequeña y los miles de personas que acudían llenaban la inmensa plaza que hay junto al templo.
En sus homilías, el padre Jerzy expresaba frecuentemente su deseo de «incluir a Dios en los difíciles y dolorosos problemas de su país». Al dar la paz solía decir: «ofrezcámonos a otros el signo de la paz y nos nos dejemos invadir por el odio». La escena era sobrecogedora: mientras miles de personas pronunciaban estas palabras, un cordón de policías militares -zomos- permanecía en pie a pocos metros armados con cañones de agua preparados para entrar en acción. Al terminar la misa, la gente atravesaba pacífica y alegremente el cordón policial. Habían comprendido las palabras de San Pablo recordadas en la homilía: «No os dejéis vencer por el mal, sino venced el mal con el bien».
LA REACCIÓN DEL REGIMEN: PERSECUCIÓN Y MARTIRIO
La reacción de las autoridades comunistas no se hizo esperar y Popieluszko fue acusado de efectuar actividades políticas y de incitar a la violencia. Primeramente intentaron acallarle a través de la Iglesia, mediante cartas enviadas a la curia.
Más tarde empezaron a perseguirle continuamente policías secretos de paisano que él mismo detectaba con frecuencia. Un día, camino de Gdansk, la policía le detuvo durante ocho horas. En diciembre del 82 tiraron un paquete explosivo en su cuarto sin que llegara a estallar. Los trabajadores de Varsovia, preocupados, decidieron protegerle.
En el 83 le acusaron de abusar de la libertad de conciencia y de su religión. En una maniobra preparada por la policía sacaron de su cuarto material clandestino, material explosivo y granadas. El montaje resultó ridículo y no sirvió más que para detenerle un par de días. Nadie creyó a la policía.
A partir de enero del 84, la policía interrogaba a Popieluszko aproximadamente cada dos semanas. Frente a las oficinas del Ministerio del Interior en las que el interrogaban había siempre una multitud esperándole. Esto irritaba aún más a las autoridades, que también le acusaron de utilizar los interrogatorios para organizar manifestaciones públicas. El espíritu con el que aguantaba los interrogatorios se puede deducir de las palabras que le dirigió a un amigo al término de uno de ellos. «Siempre les digo que están haciendo perder horas de trabajo a todas estas personas que me esperan porque no saben cuando me van a soltar».
La persecución fue cada vez más intensa, llegando a comprometer a la jerarquía de la Iglesia polaca, que en todo momento apoyó al padre Jerzy. Este, en una entrevista efectuada un mes antes de su muerte, demostraba ser consciente del peligro que esta corriendo: «Si la gente que tiene familia, niños, responsabilidades, está en prisión y todavía sufren, ¿por qué yo, un sacerdote, no debo unir mis sufrimientos a los suyos?... Estoy convencido de que lo que hago está bien.
Y por eso estoy preparado para todo».
El 19 de octubre, cuando Popieluszko regresaba a Varsovia tres celebrar una misa en Bydgoszcz, unos funcionarios del Ministerio del Interior detenían su coche. El chófer que acompañaba al sacerdote pudo escapar de los secuestradores. El padre Jerzy fue golpeado y encerrado en el maletero del coche. Su cuerpo aparecía días más tarde en el fondo de un lago.
UN AÑO DESPUES: LA SEMILLA FLORECE
Cuando uno visita hoy en día la parroquia de San Estanislao, se encuentra con largas colas de peregrinos que, llegados de toda Polonia, se arrodillan y rezan ante su tumba. Cientos de ramos de flores dejados diariamente allí por los peregrinos convierten posiblemente este lugar en el jardín más florido de Varsovia. Sus homilías se han editado clandestinamente y circulan por parroquias y universidades. Antiguos dirigentes de Solidaridad se atreven a decir que Polonia no es la misma que antes de octubre del 84. Pero, ¿cómo podemos juzgar hoy, un año después de su muerte, todo esto?; ¿por qué su muerte?
Georges Bernanos, uno de los más combativos escritores cristianos de nuestro siglo, dijo en cierra ocasión: «si quisiera manifestarle a un comunista mi simpatía por su causa, me parecería poco honrado el limitarme a unos elocuentes discursos sobre la injusticia, como si la palabra injusticia tuviese el mismo significado para un hombre que viene de la nada y se apresura a volver a la nada, y para un hombre que cree en la encarnación del Hijo de Dios y en la divinización de la humanidad en la Cruz. ¡Qué le vamos a hacer! No todas las verdades son agradables de decir, y estas no son de lo más oportunas, pero tampoco Dios es demasiado oportuno». Popieluszko fue asesinado por ser inoportuno. Se atrevió a afirmar la posibilidad y, lo que es más grave, la necesidad de luchar por la justicia en un país cuyo estado se sustenta precisamente en una ideología que dice primar la justicia sobre cualquier otro valor. Fue un hombre libre cuya fe en Dios le hizo creer en el hombre. Su muerte nos pone en evidencia que algunas «estructuras» no soportan a los hombres libres. Hizo ver que recuperar su fe en el hombre auténtico es un cambio que afecta a la política, en el sentido más noble y auténtico de la palabra. Comprendió y explicó incansablemente que Solidaridad era algo más grande que un sindicato: era el anhelo de verdad, de justicia y de libertad de una nación. Por ella luchó y dió su propia vida.
Lo que la experiencia de Solidaridad enseña
EL DECALOGO DE LECH
Una herencia es algo que deja una persona muerta; y Solidarnosc, por lo que se ve, no lo es. Sin embargo ya se puede determinar un balance de las enseñanzas más significativas que aquella experiencia ha ofrecido a la historia. Es una lección a menudo olvidada.
C.L. no quiere caer en este olvido, incluso con el riesgo de ser acusada de «polacomanía» o de «polacolatría». Pues un signo de madurez es la capacidad real de aprender siempre y de cualquier experiencia humanamente seria. ¿Qué es lo que, al fin, la experiencia polaca ha enseñado en estos últimos años?
1) La fe de un pueblo es capaz de determinar un comportamiento social y civil que vela por el respeto y el desarrollo de la dignidad de cada hombre.
2) El cambio de la vida del hombre nunca puede ser confiado a una ideología -en el caso presente a la ideología marxista- sino sólo a una experiencia de humanidad diferente.
3) El mundo del trabajo no es impermeable al anuncio cristiano; más bien es esperado como cumplimiento de sus más profundas exigencias.
4) El marxismo no tiene más rostros que el totalitario, y ha fracasado precisamente en el terreno que debería ser el suyo específico: la defensa de la clase obrera.
5) La solidaridad es la lógica nueva que puede permitir una convivencia más humana en el ambiente del trabajo y en la sociedad.
6) Los cambios sociales y políticos más radicales acontecen en fuerza de un ideal moral puesto en acción por sujetos libres.
7) Los intelectuales deben ser no orgánicos a un partido o a una ideología, sino pertenecientes a un cuerpo vivo al que sirven como conciencia refleja provista de instrumentos adecuados.
8) La Iglesia, enraizada en el cuerpo de la nación, procura identidad y consistencia a la misma.
9) Toda reivindicación debe ser actuada sin el uso de la violencia.
10) La esperanza, cuando la libertad espiritual es ayudada a vivir en las conciencias, no puede ser ahogada.
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