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Huellas N.0, Diciembre 1985

ETIOPIA

Escándalo en la tierra del hambre

Ángel Baena y Alberto Llabrés

Desde hace poco más de un año, hay una «vedette» indiscutible del hambre mundial.
En estos últimos meses, Occidente ha concentrado una plaga que azota a tres de cada cuatro habitantes del Globo en siete letras E-t-i-o-p-í-a.
¿Y por qué?. ¿Qué se sabe de Etiopía? Que llevan diez años de sequía... Imágenes escalofriantes que han dado la vuelta al mundo y herido la sensibilidad de muchos; pero nada más. Etiopía viene a nuestras páginas cuando, precisamente, ya ha dejado de ser noticia; cuando la errática opinión pública propone otros focos de atención: Pero aún es actual, porque nada de lo humano nos es ajeno: Etiopía es un pueblo que sufre.


RETROCEDAMOS unos meses hasta la cresta de la ola: es en junio y julio pasados cuando los gri­tos de solidaridad alcanzan su má­xima efervescencia. No era la pri­mera vez que la conmiseración in­ternacional se canalizaba en direc­ción a un objetivo concreto: Ban­gla Desh y Camboya (o Kampu­chea) lo fueron antes. Pero la cosa jamás había alcanzado tal magni­tud. Hemos asistido a macro­demostraciones de la generosidad occidental (ya se sabe, a grandes males, grandes remedios). Recorde­mos que hasta un colectivo tan po­lémico como el del rock tiró la casa por la ventana y, con dos fabulosos conciertos simultáneos y un par de grabaciones multimillonarias, recaudó más dinero que el resto del mundo.
No vamos a entrar a discernir ahora si todo este folklore sirvió, además, a otros intereses nada filantrópicos. Lo que sí es cierto es que se respondió a la llamada de un pueblo hambriento... ¿o no?

EL ORIGEN DEL PROBLEMA
Quizá a alguien le sorprenda sa­ber -y esto ya no es tanto de do­minio público-que ese dinero apenas se emplea en aliviar a los hambrientos. Y es que Etiopía es un país singular, un caso único en su «especie». Desde hace once so­porta un régimen militar prosoviético (de partido único marxista-leninista) que gasea lo que no tiene (ayudas exteriores incluso) en sufragar un ejército despropor­cionado, para combatir a los guerrilleros eritreos (1). Mantener la ayuda «técnica» de 2000 soldados ru­sos y 12.000 cubanos y en pagar las armas que llegan de la URSS y de los países del Este.


ALGUNOS DATOS HISTÓRICOS
Una de las naciones más viejas del mundo (hay referencias de su existencia desde el segundo milenio antes de Cristo) y uno de los impe­rios más influyentes de África, Etio­pía ha sido siempre (salvo en el pa­réntesis 1936-41, de ocupación ita­liana) un país independiente.
Sus emperadores eran llamados Negus neguesqui (rey de reyes), y el último de ellos, Haile Selassie, mantuvo la monarquía de justifica­ción teológica de sus antepasados (entre los que figuraban el bíblico rey Salomón y la reina de Saba) has­ta 1974, fecha en que fue depues­to por golpe militar.
Selassie, figura controvertida donde las haya (su decisivo papel en la formación de la Organización para la Unidad Africana -OUA­- le convierte en uno de los países indiscutibles del África contemporá­nea) fue un déspota paternalista pa­ra con su pueblo; comprendió la importante estrategia de su país co­mo llave del Mar Rojo y de ella su­po sacar provecho alineándose con Occidente. Su amistad con los Es­tados Unidos les valió ciertas ayu­das en forma de inversiones que en­riquecieron en algo el país.
Tras el pronunciamiento de 1974, el régimen filo-soviético de los generales Michael Andom, Te­feri Benti y el actual Mengistu Haile Mariam, no ha recibido más ayuda de sus aliados que la militar.
Haile Selassie dejó como lega­do una Etiopía cuasi-feudal. La po­lítica asistencial del Negus arrastró poco a poco a la población a una mendicidad pasiva. Este lastre ha abortado todos los planes de colec­tivismo a ultranza del nuevo go­bierno. Ese querer ser más marxis­ta que la propia URSS (nacionalización absoluta de los medios de producción) no ha resuelto nada, y muchos se preguntan si el alto pre­cio en sangre y hambre de la revo­lución ha merecido la pena. Aun­que parezca increíble, Etiopía, con sus recursos agrícolas y una adecua­da infraestructura podría ser el gra­nero de África.

LA ETIOPIA ACTUAL: EL REGIMEN Y LA IGLESIA
Mengistu, pese a su comunismo monolítico, está demostrando ser un maestro del pragmatismo (es de­cir, del cinismo). Nada importa que el marxismo sea asignatura obliga­toria en todas las escuelas y que sus intelectuales sean enviados a estu­diar a países del Este. Que exista una campaña sistemática de perse­cución religiosa, dirigida a sacar a los jóvenes de las iglesias y llevar­los a las asambleas del partido (2).
Que se recorten las libertades indi­viduales de los creyentes. A la hora de poner la mano, se olvida uno de sus ideas y ya está. ¿Que el dinero de Occidente nos está sirviendo pa­ra mantenernos en el poder y con­tinuar la guerra de Eritrea? Pues bienvenido sea. Así, se intenta evi­tar el choque frontal con la Iglesia («no cerréis todas las iglesias, para que se pueda decir que en nuestro país hay libertad religiosa»), ya que las misiones les son muy útiles: su­ponen una fuente de ingresos des­de el exterior y se ocupan de una asistencia y alfabetización de la po­blación. Simplemente, no les con­viene expular a la Iglesia.
Pero entonces, ¿qué es lo que impulsa la política de Mengistu?
No parece ser lo determinante en ella la fidelidad a su pueblo. Si gobernar es servir a una comuni­dad, ¿cómo sirve el político que adultera las aspiraciones y la iden­tidad cultural de una nación en aras de una ideología? No olvidemos que una ideología es, en último tér­mino, un intento de solución teó­rica a los problemas del hombre; pero que se autoinvalida desde un principio al partir de datos de una realidad reducida, simplificada.

LA SOLIDARIDAD INTERNACIONAL
Pero la cuestión de Etiopía re­sulta aún más paradójica si se tiene en cuenta que Etiopía no goza en exclusiva del «privilegio» de ser la nación más pobre de la Tierra, ni siquiera de Africa (El Chad, Sudán, Mauritania y Níger atraviesan una situación parecida) ¿Por qué Etio­pía? ¿Fue una cuestión de nombre y de sentimentalismo, o auténtica solidaridad?
Pese a la «eficacia» de los con­ciertos, la escasa huella que han de­jado -este haber pasado del todo a la nada-, nos sugiere que qui­zás Occidente esté perdiendo su ca­pacidad de ser solidario. La solida­ridad no es emotividad por encima de todo. Más que mera conexión sentimental se trata de un proble­ma de conciencia y de juicio. So­mos hoy muy tolerantes y permisi­vos, pero cada vez es más escaso el verdadero diálogo. Cada cuál elige a su prójimo, con el que se relacio­na en exclusiva; el horizonte de esa relación, se ve reducido al peque­ño proyecto de cada uno.

ABRIR UN ESPACIO A LA ESPERANZA
Por supuesto, no todo está per­dido: aún hace falta que entre en cuestión, sobre todo, la verdad so­bre el tema del sufrimiento. No se trata de un principio acusatorio; se trata más bien de un principio tes­timonial. Dar testimonio significa ante todo llamar a las cosas por su nombre. De esto surge la pregunta clave: ¿qué hacer para que este do­lor no exista? La respuesta no es fá­cil. Pero existe algo que es particu­larmente precioso: la esperanza. Nace la esperanza de que las cosas se pueden cambiar; de ella depen­de que la solidaridad no degenere en afección pasajera a la vista de la propia impotencia para resolver si­tuaciones trágicas, sino que sea una actitud profunda nuestra de com­partir ese dolor de un pueblo que sufre: sólo así podremos entonar ese We are the world que el mundo entero canta.

(1) En 1950, la ONU aprobó la cesión de Eritrea (región al Norte de Etiopía, lin­dante con el Mar Rojo) a Etiopía, con la que formó una federación dos años después; pero en 1960, Haile Selassie anexionó Eritrea al imperio y constituyó un estado unitario. In­mediatamente después, surgió la guerrilla eritrea, que prosigue aún hoy su lucha de li­beración.
Esto sí que es para poner el gri­to en el cielo. O sea, que igual que España exporta sol o Italia arte, Etiopía vende pobreza, gracias a la cuál campa por sus respetos el es­tamento militar: el hambre como fuente de divisas.
(2) Algunos de los «persuasivos» méto­dos utilizados en esta «cruzada»:
«Nombrad cristianos militantes para que realicen el trabajo voluntario que hay que hacer en la comunidad. De esta manera, es­tarán tan ocupados que no tendrán tiempo para ocuparse de ninguna obra cristiana. Si se niegan, ya tenéis motivo para encarcelar­los».
«Animad a los niños y a los jóvenes a vi­gilar y a denunciar todas las actividades cris­tianas de sus padres y dadles una gratificación por este servicio. Hay que conseguir que los padres tengan miedo de vivir su fe, aún en la intimidad de su casa».
(Extraído de un programa de acción ela­borado, en 1981, por el centro de formación de cuadros políticos de Addis-Abeba).




KOBBO, 27 DE DICIEMBRE
«La Madre Teresa trata de dar un pez y otro y otro... »

Hoy, mientras recitábamos en la iglesia la oración de la tarde, el Padre Ayelé estaba tan distraído que siempre empezaba la oración que no era.
- ¿Ha tenido hoy alguna desgracia? -le dije por lo bajo.
- Es que estoy pensando en la Madre Teresa -dijo él en alta voz. Por la mañana había ido a decir misa a Alemará y, con gran sorpresa suya, se encontró allí a la Madre Teresa en persona.
Vino impresionado por aquella figurilla vieja y descarnada. Sentada en el suelo delante del altar -en la iglesia ella y sus monjas se sientan siempre en el suelo-, no abultaba mucho más que un pequeño fardo vacío dejado caer por tierra al azar. Y, sin embargo, cuánta fuerza se esconde en aquella frágil humanidad.
La Madre Teresa es como un arco tenso, y ella hace también que cada una de las monjas que la llaman Madre, las Misioneras de la Caridad, sean como un arco a punto de disparo. Quizá cuando ella desaparezca, los ar­cos se aflojarán y su Congregación vendrá a ser -salvo el hábito y otras pequeñas minucias, esta vez de sabor indio- lo que son las demás congregaciones: con muchas cosas buenas y santas, pero hechas a la medida humana. Me atrevería a decir que la Madre Teresa y sus Misioneras de la Caridad viven hoy a medida sobrehumana.
¿He dicho que aquí, en Alematá, son cinco y que llevan un programa de alimentación para diez mil personas y que les dan de comer dos veces al día? Si lo dije que creo que haga mal en repetirlo otra vez, porque el hecho revela varias cosas. En primer lugar, que saben organizar y que sa­ben estar al pie del cañón de la mañana a la noche. Una cosa no funciona sin la otra. Pero revela, en segundo lugar, el estilo peculiar de «hacer caridad» de estas monjas.
Dicen que dijo un señor: «Al pobre no le deis un pez, lo comerá y mañana necesitará que le deis otro. Al pobre dadle una caña y enseñadle a pescar». Si así dijo, dijo bien y hemos de quitarnos el sombrero. Así es la caridad moderna, la planificada, la que mira hacia el porvenir.
Esa caridad es necesaria. Pero uno se pregunta: y si los mares se han secado, y si los peces se han muerto y si el pobre ha perdido sus manos, ¿qué hará entonces con la caña? Ahí está lo que no debió pensar el señor de marras.
La Madre Teresa en cuestión de caridad va «a la antigua», por fortuna para muchos. Ella trata de dar un pez y otro y otro... Ella sabe -lo vio en los suburbios de Calcuta- que, hoy por hoy, en el último cuarto del siglo XX, en este mundo en el que a los ordenadores electrónicos se les da el cometido de plantear la guerra de las galaxias, ella sabe, digo, que en este mundo hay muchos millones de hombres que no sabrían que ha­cer con su caña, porque sus mares están secos y sus manos muertas.

ETIOPIA: 38 días en d corazón del HAMBRE P. Juan G. Núñez

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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