Desde hace poco más de un año, hay una «vedette» indiscutible del hambre mundial.
En estos últimos meses, Occidente ha concentrado una plaga que azota a tres de cada cuatro habitantes del Globo en siete letras E-t-i-o-p-í-a.
¿Y por qué?. ¿Qué se sabe de Etiopía? Que llevan diez años de sequía... Imágenes escalofriantes que han dado la vuelta al mundo y herido la sensibilidad de muchos; pero nada más. Etiopía viene a nuestras páginas cuando, precisamente, ya ha dejado de ser noticia; cuando la errática opinión pública propone otros focos de atención: Pero aún es actual, porque nada de lo humano nos es ajeno: Etiopía es un pueblo que sufre.
RETROCEDAMOS unos meses hasta la cresta de la ola: es en junio y julio pasados cuando los gritos de solidaridad alcanzan su máxima efervescencia. No era la primera vez que la conmiseración internacional se canalizaba en dirección a un objetivo concreto: Bangla Desh y Camboya (o Kampuchea) lo fueron antes. Pero la cosa jamás había alcanzado tal magnitud. Hemos asistido a macrodemostraciones de la generosidad occidental (ya se sabe, a grandes males, grandes remedios). Recordemos que hasta un colectivo tan polémico como el del rock tiró la casa por la ventana y, con dos fabulosos conciertos simultáneos y un par de grabaciones multimillonarias, recaudó más dinero que el resto del mundo.
No vamos a entrar a discernir ahora si todo este folklore sirvió, además, a otros intereses nada filantrópicos. Lo que sí es cierto es que se respondió a la llamada de un pueblo hambriento... ¿o no?
EL ORIGEN DEL PROBLEMA
Quizá a alguien le sorprenda saber -y esto ya no es tanto de dominio público-que ese dinero apenas se emplea en aliviar a los hambrientos. Y es que Etiopía es un país singular, un caso único en su «especie». Desde hace once soporta un régimen militar prosoviético (de partido único marxista-leninista) que gasea lo que no tiene (ayudas exteriores incluso) en sufragar un ejército desproporcionado, para combatir a los guerrilleros eritreos (1). Mantener la ayuda «técnica» de 2000 soldados rusos y 12.000 cubanos y en pagar las armas que llegan de la URSS y de los países del Este.
ALGUNOS DATOS HISTÓRICOS
Una de las naciones más viejas del mundo (hay referencias de su existencia desde el segundo milenio antes de Cristo) y uno de los imperios más influyentes de África, Etiopía ha sido siempre (salvo en el paréntesis 1936-41, de ocupación italiana) un país independiente.
Sus emperadores eran llamados Negus neguesqui (rey de reyes), y el último de ellos, Haile Selassie, mantuvo la monarquía de justificación teológica de sus antepasados (entre los que figuraban el bíblico rey Salomón y la reina de Saba) hasta 1974, fecha en que fue depuesto por golpe militar.
Selassie, figura controvertida donde las haya (su decisivo papel en la formación de la Organización para la Unidad Africana -OUA- le convierte en uno de los países indiscutibles del África contemporánea) fue un déspota paternalista para con su pueblo; comprendió la importante estrategia de su país como llave del Mar Rojo y de ella supo sacar provecho alineándose con Occidente. Su amistad con los Estados Unidos les valió ciertas ayudas en forma de inversiones que enriquecieron en algo el país.
Tras el pronunciamiento de 1974, el régimen filo-soviético de los generales Michael Andom, Teferi Benti y el actual Mengistu Haile Mariam, no ha recibido más ayuda de sus aliados que la militar.
Haile Selassie dejó como legado una Etiopía cuasi-feudal. La política asistencial del Negus arrastró poco a poco a la población a una mendicidad pasiva. Este lastre ha abortado todos los planes de colectivismo a ultranza del nuevo gobierno. Ese querer ser más marxista que la propia URSS (nacionalización absoluta de los medios de producción) no ha resuelto nada, y muchos se preguntan si el alto precio en sangre y hambre de la revolución ha merecido la pena. Aunque parezca increíble, Etiopía, con sus recursos agrícolas y una adecuada infraestructura podría ser el granero de África.
LA ETIOPIA ACTUAL: EL REGIMEN Y LA IGLESIA
Mengistu, pese a su comunismo monolítico, está demostrando ser un maestro del pragmatismo (es decir, del cinismo). Nada importa que el marxismo sea asignatura obligatoria en todas las escuelas y que sus intelectuales sean enviados a estudiar a países del Este. Que exista una campaña sistemática de persecución religiosa, dirigida a sacar a los jóvenes de las iglesias y llevarlos a las asambleas del partido (2).
Que se recorten las libertades individuales de los creyentes. A la hora de poner la mano, se olvida uno de sus ideas y ya está. ¿Que el dinero de Occidente nos está sirviendo para mantenernos en el poder y continuar la guerra de Eritrea? Pues bienvenido sea. Así, se intenta evitar el choque frontal con la Iglesia («no cerréis todas las iglesias, para que se pueda decir que en nuestro país hay libertad religiosa»), ya que las misiones les son muy útiles: suponen una fuente de ingresos desde el exterior y se ocupan de una asistencia y alfabetización de la población. Simplemente, no les conviene expular a la Iglesia.
Pero entonces, ¿qué es lo que impulsa la política de Mengistu?
No parece ser lo determinante en ella la fidelidad a su pueblo. Si gobernar es servir a una comunidad, ¿cómo sirve el político que adultera las aspiraciones y la identidad cultural de una nación en aras de una ideología? No olvidemos que una ideología es, en último término, un intento de solución teórica a los problemas del hombre; pero que se autoinvalida desde un principio al partir de datos de una realidad reducida, simplificada.
LA SOLIDARIDAD INTERNACIONAL
Pero la cuestión de Etiopía resulta aún más paradójica si se tiene en cuenta que Etiopía no goza en exclusiva del «privilegio» de ser la nación más pobre de la Tierra, ni siquiera de Africa (El Chad, Sudán, Mauritania y Níger atraviesan una situación parecida) ¿Por qué Etiopía? ¿Fue una cuestión de nombre y de sentimentalismo, o auténtica solidaridad?
Pese a la «eficacia» de los conciertos, la escasa huella que han dejado -este haber pasado del todo a la nada-, nos sugiere que quizás Occidente esté perdiendo su capacidad de ser solidario. La solidaridad no es emotividad por encima de todo. Más que mera conexión sentimental se trata de un problema de conciencia y de juicio. Somos hoy muy tolerantes y permisivos, pero cada vez es más escaso el verdadero diálogo. Cada cuál elige a su prójimo, con el que se relaciona en exclusiva; el horizonte de esa relación, se ve reducido al pequeño proyecto de cada uno.
ABRIR UN ESPACIO A LA ESPERANZA
Por supuesto, no todo está perdido: aún hace falta que entre en cuestión, sobre todo, la verdad sobre el tema del sufrimiento. No se trata de un principio acusatorio; se trata más bien de un principio testimonial. Dar testimonio significa ante todo llamar a las cosas por su nombre. De esto surge la pregunta clave: ¿qué hacer para que este dolor no exista? La respuesta no es fácil. Pero existe algo que es particularmente precioso: la esperanza. Nace la esperanza de que las cosas se pueden cambiar; de ella depende que la solidaridad no degenere en afección pasajera a la vista de la propia impotencia para resolver situaciones trágicas, sino que sea una actitud profunda nuestra de compartir ese dolor de un pueblo que sufre: sólo así podremos entonar ese We are the world que el mundo entero canta.
(1) En 1950, la ONU aprobó la cesión de Eritrea (región al Norte de Etiopía, lindante con el Mar Rojo) a Etiopía, con la que formó una federación dos años después; pero en 1960, Haile Selassie anexionó Eritrea al imperio y constituyó un estado unitario. Inmediatamente después, surgió la guerrilla eritrea, que prosigue aún hoy su lucha de liberación.
Esto sí que es para poner el grito en el cielo. O sea, que igual que España exporta sol o Italia arte, Etiopía vende pobreza, gracias a la cuál campa por sus respetos el estamento militar: el hambre como fuente de divisas.
(2) Algunos de los «persuasivos» métodos utilizados en esta «cruzada»:
«Nombrad cristianos militantes para que realicen el trabajo voluntario que hay que hacer en la comunidad. De esta manera, estarán tan ocupados que no tendrán tiempo para ocuparse de ninguna obra cristiana. Si se niegan, ya tenéis motivo para encarcelarlos».
«Animad a los niños y a los jóvenes a vigilar y a denunciar todas las actividades cristianas de sus padres y dadles una gratificación por este servicio. Hay que conseguir que los padres tengan miedo de vivir su fe, aún en la intimidad de su casa».
(Extraído de un programa de acción elaborado, en 1981, por el centro de formación de cuadros políticos de Addis-Abeba).
KOBBO, 27 DE DICIEMBRE
«La Madre Teresa trata de dar un pez y otro y otro... »
Hoy, mientras recitábamos en la iglesia la oración de la tarde, el Padre Ayelé estaba tan distraído que siempre empezaba la oración que no era.
- ¿Ha tenido hoy alguna desgracia? -le dije por lo bajo.
- Es que estoy pensando en la Madre Teresa -dijo él en alta voz. Por la mañana había ido a decir misa a Alemará y, con gran sorpresa suya, se encontró allí a la Madre Teresa en persona.
Vino impresionado por aquella figurilla vieja y descarnada. Sentada en el suelo delante del altar -en la iglesia ella y sus monjas se sientan siempre en el suelo-, no abultaba mucho más que un pequeño fardo vacío dejado caer por tierra al azar. Y, sin embargo, cuánta fuerza se esconde en aquella frágil humanidad.
La Madre Teresa es como un arco tenso, y ella hace también que cada una de las monjas que la llaman Madre, las Misioneras de la Caridad, sean como un arco a punto de disparo. Quizá cuando ella desaparezca, los arcos se aflojarán y su Congregación vendrá a ser -salvo el hábito y otras pequeñas minucias, esta vez de sabor indio- lo que son las demás congregaciones: con muchas cosas buenas y santas, pero hechas a la medida humana. Me atrevería a decir que la Madre Teresa y sus Misioneras de la Caridad viven hoy a medida sobrehumana.
¿He dicho que aquí, en Alematá, son cinco y que llevan un programa de alimentación para diez mil personas y que les dan de comer dos veces al día? Si lo dije que creo que haga mal en repetirlo otra vez, porque el hecho revela varias cosas. En primer lugar, que saben organizar y que saben estar al pie del cañón de la mañana a la noche. Una cosa no funciona sin la otra. Pero revela, en segundo lugar, el estilo peculiar de «hacer caridad» de estas monjas.
Dicen que dijo un señor: «Al pobre no le deis un pez, lo comerá y mañana necesitará que le deis otro. Al pobre dadle una caña y enseñadle a pescar». Si así dijo, dijo bien y hemos de quitarnos el sombrero. Así es la caridad moderna, la planificada, la que mira hacia el porvenir.
Esa caridad es necesaria. Pero uno se pregunta: y si los mares se han secado, y si los peces se han muerto y si el pobre ha perdido sus manos, ¿qué hará entonces con la caña? Ahí está lo que no debió pensar el señor de marras.
La Madre Teresa en cuestión de caridad va «a la antigua», por fortuna para muchos. Ella trata de dar un pez y otro y otro... Ella sabe -lo vio en los suburbios de Calcuta- que, hoy por hoy, en el último cuarto del siglo XX, en este mundo en el que a los ordenadores electrónicos se les da el cometido de plantear la guerra de las galaxias, ella sabe, digo, que en este mundo hay muchos millones de hombres que no sabrían que hacer con su caña, porque sus mares están secos y sus manos muertas.
ETIOPIA: 38 días en d corazón del HAMBRE P. Juan G. Núñez
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