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Huellas N.0, Diciembre 1985

ENTREVISTA

Nacemos en un gesto de comunión

La comunión, una amistad que camina hacia el destino, es la condición de toda liberación. Comunión y Liberación da un paso importante en España con un gesto de comu­nión: la unidad con NUEVA TIERRA.
Un deseo profundo, una ilusión grande puesta en construir la Iglesia y hacer surgir la humanidad nueva. Pero ¿cómo se ha verificado este encuen­tro? ¿Cómo vivimos esta amistad que es más grande que nosotros? ¿Cuál es la tarea?
Sobre todo esto conversaron largamente Javier Restán y Enrique Arroyo con los dos res­ponsables del movimiento en España: Jesús Carrascosa y Javier Calavia.


JAVIER RESTÁN: - Quisiera en primer lugar que habléis de vues­tro itinerario personal hasta el momento. De alguna forma son dos caminos muy distintos que han llegado a un mismo punto. Se contraponen incluso: una ex­periencia de Iglesia llena de con­trastes, abrupta, de servicio al movimiento obrero, frente a una historia fluida, continuada, de maduración serena y comprome­tida desde el seminario.
JAVIER CALAVIA: - En primer lu­gar debo decir que mi experiencia del seminario fue buena. Fueron unos años muy conflictivos (del 67 al 73) con muchos cambios de pla­nes de estudios y en los que era ne­cesario hacer juicios de las situacio­nes constantemente. Había que definirse continuamente porque se daba una confrontación continua: en la vida de la Iglesia, con los pro­fesores, con el mundo (vivimos con enorme expectación la invasión is­raelí del 67, las revueltas del '68...). Después, en un segundo mo­mento, está la salida del semina­rio; la dispersión de unos amigos y la voluntad y la conciencia de que teníamos que seguir mante­niendo una relación que ya era an­tigua y que había nacido para ayu­darnos a ser fieles a nuestra voca­ción sacerdotal.
Al año me destinan por sorpre­sa a la Acción Católica (A.C.). Pensamos que la A.C. no podía es­tar dividida en ramas y propusimos una Acción Católica General y empezar a trabajar con jóvenes. Co­mo cada uno en su parroquia te­nía una gran pobreza de medios, y no había propuestas -ni eran viables-, desde la A.C. empeza­mos a poner al servicio de las parro­quias una serie de medios que per­mitieran vivir una Iglesia más am­plia que la que se percibía desde ellas. Hace unos 10 años reunimos a responsables de distintas parro­quias desde la A.C. y nos propusimos trabajar juntos. Teníamos des­de el principio la intuición de que la tarea fundamental de los cristia­nos era la evangelización.

JAVIER RESTÁN: - Parece que desde el comienzo se vivió entre vo­sotros un ímpetu misionero muy acusado.
JAVIER CALAVIA: - Hay una pri­mera reunión en un local de la ca­lle General Oráa. No nos conocía­mos casi nadie excepto los curas. Allí es donde se plantea esta cues­tión: el mandato final de Jesucris­to es: «Id al mundo entero». Entonces decidimos hacer una comi­sión coordinadora que quedó res­ponsabilizada de dar los primeros pasos de la organización que nos permitiera realizar la tarea de evangelizar el mundo entero.
En este momento recibo la no­ticia de que tengo un nuevo des­tino en la parroquia de San Fer­nando, antes de que cuajara la ex­periencia de los jóvenes de A.C. Hay un primer momento de titu­beo en que pensamos en dejarlo, pero al final decidimos que la co­misión coordinadora siguiera ade­lante. Así fue creciendo la expe­riencia, cada vez más conscientes de que tenía que haber una pre­sencia más significativa en el mundo, pero que no acababa de cuajar el modo adecuado para realizarla.­ Mi llegada personal al movi­miento ha sido primero fruto de una invitación que estaba desde el principio, luego concretada y ex­plicada en una relación de amis­tad con Carras y José Miguel Oriol. A lo largo de estos últimos siete años de conversaciones llenas de ilusión y de deseo de servir a la Iglesia, llegaría a una constatación muy clara: que C.L. aportaba el método concreto para que nuestra tarea fuera más acorde con la rea­lidad y con el Evangelio. Aunque tengo que decir que la conclusión final ha sido sorprendente, en cualquier caso. Es decir, desde fue­ra puede dar la impresión de que la pertenencia al movimiento ha sido una conclusión lógica de un itinerario, y probablemente sea verdad, pero la experiencia interior mía, como lo vivo desde dentro, es que todo ha sido una realidad que me llena de sorpresa, una no­vedad total para mí; ha sido final­mente una gracia de Dios.

JAVIER RESTÁN- Cuando Javier Calavia salía del seminario, hacia el año 73, ¿en qué momento te encontrabas tú, Carras?
JESÚS CARRASCOSA: - Hacia ese año José Miguel Oriol, Carmina (su mujer), Jone (mi mujer) y yo es­tábamos al final de un proceso; es­tábamos llegando a replantearnos muchas cosas, porque la ilusión y la generosidad que siempre pusi­mos en servir a Cristo en el mundo de los pobres se encontraba con unas contradicciones muy fuertes. Empezamos a descubrir la insufi­ciencia de aquellos planteamien­tos. Yo, personalmente, comencé a darme cuenta de que Cristo era una ilusión que, en cierro modo, podía mantener durante un cier­to tiempo, pero que se venía aba­jo progresivamente. Estaba en una crisis muy fuerte, en una desazón y un gran descontento respecto de la historia que habíamos llevado adelante.
Pero quizá habría que recordar unos pasos previos. Yo siempre tu­ve claro que mi vida era para algo grande, que no valía la pena vivir en un trabajo normal resolviendo tus problemas. Hacía falta un ideal grande, y ese ideal grande fue Cristo. Para Él intenté vivir. Pasamos los años del Concilio y los vi­vimos de una forma intensísima. Eran años de una lucha fuerte en este país por la libertad y la demo­cracia, pero había mucha ganga en todo aquello. Había ganga fuera de la Iglesia y la había dentro de ella. Eran años en los que había que abrirse camino y encontrar los derroteros nuevos en todos los campos y entonces era fácil equi­vocarse.
Yo siempre sentí la vocación hacia el mundo de los pobres de una forma muy intensa, y por eso trabajé manualmente; por eso fui­mos a vivir a una chabola Jone y yo (hemos vivido prácticamente toda la vida en chabola). Dentro de ese mundo sentíamos una fuer­te atracción por la cultura. Esta fue la razón por la que participamos en la aventura de la editorial 2YX. Porque pensábamos que la única forma real de transmitir y conse­guir que un planteamiento se hi­ciera popular sin dominar, en la libertad, era a través de la cultura. Y en esto los cristianos siempre he­mos sido particularmente sensi­bles.
Nosotros optamos por hacer una editorial que dentro del mun­do obrero crease una mentalidad y le ayudase a redescubrir su pro­pia historia. Particularmente, tra­tamos de enfatizar la dimensión cristiana y lo que los cristianos ha­bían aportado en toda esa histo­ria, reconociendo los propios erro­res y pecados. Por entonces, José Miguel Oriol va a Frankfurt, a la Feria de Editores; y allí encuentra la Jaca Book, y conoce en concre­to a Rocco Buttiglione y Santi Vagnoli. Vemos que hay puntos en común: una concepción no dualista de la vida y del cristianismo. Un intento de que la fe no estuviese separada de la vida. Además, te­níamos en común el que ha dife­rencia de las ideologías, queríamos vivir -desde ya- el ideal que propugnábamos para la sociedad. Este era un importante punto de coincidencia netamente cristiano. Sin embargo, estaba el tema de la Iglesia, que para nosotros era una objeción grandísima.

ENRIQUE ARROYO: - Un poco antes de que conocierais a C.L. en Frankfort, en cierto modo la rea­lidad que estabais viviendo ya ha­bía entrado en crisis. Tú, personalmente, estabas en esta situación. ¿Cómo, siendo cristiano, te­niendo un compromiso serio y vi­viendo esa tarea que te apasiona­ba, caíste en la desilusión?
JESÚS CARRASCOSA: - Porque cuando propones cosas a la gente uno tiene que estar seguro de lo que propone. Entonces yo comen­cé a descubrir que nuestro plantea­miento fallaba, que había una es­pecie de eclecticismo (éramos cris­tianos pero asumíamos el anar­quismo y lo mejor del marxismo), que nuestro cristianismo era «pa­ra» otra cosa. En el fondo, claro, aquello, al no ser el cristianismo ín­tegro, no cambiaba suficientemen­te al sujeto.
ZYX fue una experiencia de autogestión, casi de anarquismo puro, y es dentro de esa experien­cia donde yo descubro que algo fa­lla. Porque dentro del hombre, aunque no haya contradicciones económicas ni políticas, existe el mal, la pereza, el orgullo, el afán de protagonismo, la falta de cari­dad. Por tanto, entro en crisis por­que veo que aquel ideal no se po­día vivir sin cambiar al sujeto. Re­descubro una tesis en la antropo­logía. Me replanteo «quién salva al hombre», porque al hombre no lo salva una ideología; y entonces re­cupero la concepción cristiana del hombre, es decir: el pecado origi­nal que, explicado de una mane­ra u otra, era algo real que encon­traba dentro y fuera de mí. Era to­da una experiencia existencial. Y quien salvaba esto era solamente Cristo, y eso también lo experimento en los que me rodean y en mí mismo alguna vez.
La crisis, por tanto, es debida a que, aunque los planteamientos que yo vivía eran llevados con una extraordinaria generosidad (había gente que daba todos sus bienes o arriesgaba su libertad), ellos mis­mos, por su propio peso, fallaban, caían. Todo me lleva de nuevo al cristianismo, pero -de nuevo­- «por libre».
Entonces voy a vivir un año con mi mujer a Italia, y es allí, en Co­munión y Liberación, donde yo re­descubro el cristianismo total. Cuando yo escuché a Giussani de­cir que el cristianismo no es una doctrina sino un acontecimiento que responde al hombre, pero que ese hecho se vive hoy en la Igle­sia, aquella realidad me resulta enormemente chocante, inacepta­ble, porque yo era muy conscien­te del pecado de la Iglesia. Pero es­taba tan desnudo, en una preca­riedad personal tan grande, lo que veía a mi alrededor era tan desér­tico, que aunque la verdad que percibíamos en C.L. era motivo de contrariedad, permanecimos abier­tos a ella: Ahí fue donde comprendí yo la parábola de la vid y los sar­mientos. ¿Por qué mi vida había sido estéril en muchos aspectos a pesar de atraer a mucha gente a aquella experiencia (me refiero a la anterior de ZYX)? Porque, ha­blando de Cristo, convertía a otra cosa, descubrían en mí más al anarquista que al cristiano. La ra­zón está en la parábola. Dice Je­sús: «Yo soy la vid, vosotros los sar­mientos, el sarmiento que se sepa­ra de mí no da fruto». Si Cristo era la Iglesia, aunque yo confesaba a Cristo, al no confesar a la Iglesia, en realidad mi sarmiento estaba descuajado de Cristo.

ENRIQUE ARROYO: - Tú has di­cho antes que para ti la recupe­ración de la identidad cristiana ha sido encontrar la Iglesia a través del movimiento. ¿Cómo encon­traste esa experiencia de Iglesia?
JESÚS CARRASCOSA: - La pista fundamental fue la humanidad que yo encontré en aquellas gen­tes. La normalidad con que ellos afrontaban la vida y todas las si­tuaciones, la belleza de vida que allí se reflejaba. Aquel deseo an­tidualista que yo tenía de no separación de la fe y la vida, allí es­taba realizado; el cristianismo era un objetivo en sí mismo, que ge­neraba, después, iniciativas de co­do tipo. Lo veía allí de una forma plástica. Evidentemente, contó mucho el encuentro con Giussani: la humanidad que encontré en él, la acogida. Pero digamos que el vacío que yo sentía, por una par­te, y esa realidad nueva plasmada en aquella gente, fue lo que cul­minó el que yo me identificase en esta experiencia.

ENRIQUE ARROYO: - ¿Y la idea de hacer el movimiento en Espa­ña?
JESÚS CARRASCOSA: - Eso era consecuencia lógica; pero nadie me indicó lo que tenía que hacer, ni siquiera me preguntaron si iba ha hacer el movimiento.

JAVIER RESTÁN: - Pero cuando volviste a España trataste de co­municar todo esto a la gente con la que habías hecho todo tu cami­no, a la gente de ZYX y la HOAC.
JESÚS CARRASCOSA: - José Miguel y yo, mantuvimos el contacto du­rante nuestra estancia en Italia, es­cribiéndonos, llamándonos, con todos ellos. A la vuelta, nosotros quisimos ser fieles a esta amistad y tratamos de compartir lo que ha­bíamos descubierto en C.L., que tenía muchos puntos en común con nuestra historia anterior, al menos como deseo y como inten­to. Yo -de hecho- vuelvo a tra­bajar en ZYX un año y en las asambleas nos mantenemos abier­tos a compartir esta experiencia. Incluso Giussani vino a hacer al­gún encuentro. Pero era ya tarde. La fascinación por la política era muy grande: en ZYX había entra­do mucha gente no cristiana y to­do ello hizo imposible un enten­dimiento. Ante esto, nosotros pensamos que era necesario iniciar un camino nuevo y tomamos la decisión de fundar Ediciones En­cuentro, que fue precisamente el periscopio que, en medio del mar de Madrid, nuestros amigos de Nueva Tierra descubren.

JAVIER RESTÁN: - Volvamos a ese tema precisamente. Javier, ¿cuáles fueron los hechos, los mo­mentos que constituyen la expe­riencia que luego dio lugar a Nueva Tierra? En esa trayectoria hay propuestas, puntos en donde se insistió: la vida parroquial, el reclamo a una seriedad en el com­promiso con la Iglesia y, luego, las pequeñas iniciativas que fueron naciendo.
JAVIER CALAVIA: - Lo que hizo posible todo aquello fue inicial­mente una relación de amistad en­tre unos curas. Eso fue lo más im­portante. Con Javier, en concreto, pensábamos que cualquier cosa se­ría posible. Me parece que ese es un elemento fundamental, porque en ese compartir y en esa profun­da amistad, que comienza después del seminario, se viven toda una serie de ilusiones y sueños. La re­lación con él hacia imposible te­ner un horizonte pequeño. Cual­quier cosa podía pasar.
Lo primero es, por tanto, una amistad que hace posible una co­laboración. Una amistad creadora. Lo segundo, son unos medios pa­ra la formación de los jóvenes: los campamentos y los cursos de ve­rano en Ávila, que pretenden edu­car en un sentido de Iglesia no ce­rrado y limitado a la vida parro­quial.

JAVIER RESTÁN:- Creo que para muchos de nosotros, los encuen­tros de verano en Ávila fueron definitivos. Allí hemos vivido apasionadamente la búsqueda de la verdad, la vida litúrgica, el en­cuentro con la historia de la Igle­sia y, sobre todo, la alegría de es­tar juntos que nos hacia presen­tir el nacimiento de una amistad más grande...
JAVIER CALAVIA: - Todavía hay un tercer momento muy importante, y es el paso de los jóve­nes que trabajaban en esta expe­riencia a una madurez: comienzan a querer vivir en todas sus conse­cuencias la vida cristiana. Y aquí llegaba a una contradicción por­que, por un lado, estábamos aprendiendo que la fe era una rea­lidad que abarcaba las 24 horas del día, que acogía todas las dimen­siones de la persona, pero, por otro lado, la expresividad de nuestra fe estaba sólo en la parroquia, no fuera de ella.
Desde hace 3 años, como fru­to de estas contradicciones, pensa­mos que para tomar determinadas decisiones había que tener una plataforma que fuera exterior a la vida parroquial. Entonces decidi­mos hacer la Asociación Cultural Nueva Tierra. La existencia de es­ta plataforma permite ya una re­flexión mucho más libre, porque mientras estábamos en la parro­quia ni siquiera podíamos pronun­ciar la palabra «movimiento» por las connotaciones negativas, las sospechas... Y al final termina por plantearse con claridad el tema «movimiento». Un hilo invisible que para mí, personalmente, une todos estos momentos, es la relación muy se­rena con José Miguel y Carras; que durante 7 largos años es un ele­mento que influye decisivamente. Creo que había una capacidad pa­ra entender. No creo que haya una ruptura con lo anterior. Lo que ha­bía era una insatisfacción, una con­ciencia de que había algún dato que fallaba: la intuición era clara pero no se veía la forma de llevarla a cabo.

JAVIER RESTÁN: - Sin embargo el primer contacto con C.L. fue ca­sual: el descubrimiento de Ediciones Encuentro. Esta editorial signifcaba una enorme coinciden­cia: primero, en la misma idea compartida por algunos de voso­tros de hacer una editorial, y lue­go por la identidad en los auto­res y temas que interesaban a am­bos.
JAVIER CALAVIA: - Pienso que no es casual. En el sentido siguiente: a nosotros lo que nos lleva a Edi­ciones Encuentro es la revista Communio, es Von Balthasar. Nos llamaba la atención que alguien en España estuviese publicando Com­munio. Y luego lo que es sorprenden­te para mí es que, inmediatamen­te, personas procedentes de expe­riencias tan distintas tuviéramos un reconocimiento grande, mucho más grande que con amigos de to­da la vida.

ENRIQUE ARROYO: - Carras, hablemos de los comienzos del mo­vimiento en España. ¿Por qué de­cides dar clase de Religión?
JESÚS CARRASCOSA: - Visto re­trospectivamente, el primer en­cuentro que tuvimos, en realidad, fue con este grupo de curas con los que percibías inmediatamente el reconocimiento total. Hasta el punto que yo pensé que la unidad podía ser inmediata. Sin embargo, por diversas circunstancias, Dios permitió que no fuera así. Y pien­so que ha sido bueno porque he­mos empezado por dos sitios di­ferentes la misma historia: creo que así hoy la historia es más rica. Esto es una experiencia que para el futuro puede ser importante. Por otra parte, nuestra amistad ha madurado con el tiempo porque ha sido una amistad llena de auten­ticidad y de gratuidad.
Respecto de las clases de Religión, te diré que todos veíamos que la editorial no contaba con jó­venes. Yo planteé esta situación a Giussani y él me dijo que por qué no pasaba a la enseñanza; busqué un trabajo, primero en una escuela profesional porque era lo que a mí me atraía de siempre: el mundo de los pobres. No encontré, y mi amigo Carlos Valverde me puso en ca­mino hacia un colegio que necesi­taba profesor de Religión. Y así comencé dando Religión, cosa que en mi vida había pensado. Allí no hice sino proponer lo que había aprendido. Eso comienza a tener un resultado en un ambiente muy difícil, porque el colegio -Arturo Soria- era muy difícil.

JAVIER RESTÁN: - Alver Metalli, de 30 Giorni, ha dicho que nun­ca en la historia de C.L. se había dado un caso de unidad como és­te. ¿Qué supone en la historia del movimiento el que esto haya ocu­rrido? No es tan sólo que Nueva Tierra pueda aportar una expe­riencia y una riqueza al movi­miento, sino que lo sorprenden­te es el mismo hecho de la uni­dad.
JESÚS CARRASCOSA: - Se trata de la verificación del método: Giussani dice que la primera tarea de un cristiano en un ambiente es el reconocimiento, el deseo de uni­dad y comunión con cualquier cris­tiano por encima de las siglas, que son puramente un signo de indi­vidualización y de apelación. Este es el afán de reconocimiento. Es precisamente el nombre de una de las cosas que más impedía a la gen­te de Nueva Tierra el acercarse a Comunión y Liberación, por el afán de eclesialidad, el deseo de vi­vir la Iglesia íntegramente. Y por nuestra parte, teníamos el nom­bre, había que demostrar ese afán de eclesialidad. Pero- en nuestro mismo nombre, Comunión y Li­beración, está la comunión como primer hecho, una comunión que libera, incluso del propio nombre.
Es la culminación de un en­cuentro en que no había ninguna pretensión, ningún proyecto del uno sobre el otro.
JAVIER CALAVIA: - Para mí, ha sido también una verificación. Una intervención de Dios enorme. La verificación de que Dios no ha dejado de actuar en nuestra historia. Y cuando Dios actúa lo hace siem­pre de una forma salvadora, es de­cir, ha llenado nuestra vida. La unidad ha sido el descubrir el ros­tro concreto que teníamos desde siempre y que en un momento da­do, porque Dios quiere, lo reco­nocemos y lo vemos.
Esto es para mí lo más impor­tante: la comprobación de que Dios sigue actuando de una forma que desborda cualquier previsión. La unidad la veía, la percibía co­mo algo sensato, prudente, pero después esa unidad la he vivido co­mo un don de Dios, no como un acto de prudencia humana. Si el carisma del movimiento es hacer presente en el mundo la comunión cristiana, nosotros nacemos en un gesto de comunión.

JAVIER RESTÁN: - La unidad que está viviendo el movimiento es el milagro más grande. La unidad es la palabra más grande. Ahora co­mienza para nosotros un camino, que habrá que andar a través de la tarea concreta que vemos. ¿Cuál es ahora la tarea, la urgen­cia mayor del movimiento en España?
JAVIER CALAVIA:- Para mí, el re­to es vivir el movimiento. Y esto supone aceptar a los otros tal co­mo son, totalmente conscientes de que eso puede ser difícil en algu­nos momentos. No tanto por las diferencias que puedan existir cuanto por las limitaciones perso­nales. El mayor problema es el amor propio, la falta de respeto a las diferencias, los juicios apresu­rados, los esquematismos, la vani­dad, el afán de protagonismo. Esos son los tropiezos. Las diferencias no son problemas, se salvan inme­diatamente. Yo lo he comproba­do en la visita a los amigos de Se­villa y Córdoba. Hay cosas que nos ha costado años entender y que ahora se perciben en cinco minu­tos. De todas formas, esas diferen­cias las ha de haber, porque noso­tros no hemos vivido la pedagogía del movimiento. Ahora bien, hay una capacidad de percibir eso con cierta facilidad, porque lo que sí hay es una capacidad de discerni­miento evangélico muy grande en muchas personas que proceden de Nueva Tierra; hay una experien­cia espiritual sólida, una formación cultural seria.

ENRIQUE ARROYO:- A raíz de la venida de Giussani y la unidad con N.T., se ha dado una gran ex­pectativa en los medios de comu­nicación sobre lo que C.L. puede significar en España. ¿A qué es debida esta expectativa y en qué medida responde a la realidad que somos hoy aquí?
JESÚS CARRASCOSA: - Esta expe­riencia ha sido en parte justa y en parte falsa. Es justa porque hay un embrión con una fuerte potencialidad, que lo mismo que se ha de­sarrollado en otras partes se pue­de desarrollar aquí. Pero yo diría que se está interpretado en una clave política y entonces los juicios no son correctos. De toda la expe­riencia se ha filtrado un aspecto, y no lo más originario, no toda su riqueza. Nuestra experiencia es una experiencia cristiana totaliza­dora, que afecta a todos los aspec­tos de la realidad y esto es lo que en realidad la hace tremendamen­te atractiva y a la vez temible, porque la fuerza del cristianismo radica en ser totalizante y en dar respuesta a toda la realidad, no sólo a un aspecto de la vida. La pureza con que C.L. plantea la experiencia cristiana es lo que la hace atractiva y temible.
JAVIER CALAVIA: - Desde luego esta reacción ha sido algo despro­porcionado pues nosotros no seremos ahora más de 400 o 500 ami­gos en toda España. Pero, ¿por qué ese interés? Para mí es una prueba de la verdad que ha suce­dido. La unidad que nosotros vi­vimos muy hacia adentro encierra una verdad que es poderosa. La consecuencia ha sido que C.L., de ser una realidad desconocida en España, se ha convertido en un te­ma interesante. Se ha convertido en la ocasión de explicarnos y de introducir un debate nuevo sobre la presencia de la Iglesia en el mundo.

JAVIER RESTÁN: - En todas estas informaciones se han vertido va­rios tópicos sobre el movimien­to, especialmente el «sambenito» de «integristas» y «conservadores».
JAVIER CALAVIA: - Respondería a lo de integrista con las palabras de Giacomo Biffi: ya me gustaría a mí vivir la fe integralmente en todas sus dimensiones. En cuanto a lo de conservadores, más que conservar nada, lo que queremos es ganar mucho.
JESÚS CARRASCOSA: - En defini­tiva, lo conservador está sometido a la moda dominante y al poder que controla la moda. Es penoso el querer encerrar toda la realidad en un recipiente tan estrecho y tan mutable. Pero nuestro interés cul­tural, nuestra capacidad, nuestro intento de valorar todo aquello que sea válido para el hombre y la historia que hay que construir, en cualquier parte, desmiente el con­servadurismo de C.L.

JAVIER RESTÁN: - Algunos, espe­cialmente en el ámbito de Nue­va Tierra, al dar el paso a la uni­dad han planeado la objeción de la inserción en la vida diocesana. Hay un miedo a que el movimien­to sea una realidad sectaria, que no cree unidad en la Iglesia sino que sea algo paralelo a la Iglesia institucional.
JAVIER CALAVIA: - Un movimien­to no es una estructura alternativa nunca, y si lo es... , pues muy mal. Un movimiento es una forma de pertenecer a la Iglesia con un ros­tro propio, y ese rostro es la gracia de Dios que se concreta en un par­ticular. Pero esta ha sido la expe­riencia de la Iglesia siempre: una gracia para vivir una realidad ecle­sial se concreta en un rostro concreto que puede ser el de Francis­co de Asís, Ignacio o Teresa. Ade­más, la Iglesia diocesana no se ago­ta en las cosas que organizan las es­tructuras diocesanas. Es diocesano todo lo que construye Iglesia, to­do lo que nace de ella y crea Igle­sia. El Espíritu no queda encerra­do en esas estructuras, porque, si no, no tendría sentido que la Igle­sia hubiera reconocido la existen­cia de los movimientos, las congre­gaciones, órdenes y mil realidades presentes en la Iglesia.
Por último, un movimiento sirve a la Iglesia de dos formas: siendo fiel a sí mismo -por tanto C. L. sirve a la Iglesia diocesana en cuanta es fiel a su identidad- y, segundo, es diocesano en cuanto esa vida la comunica al resto de la Iglesia siempre que hay una oca­sión de encuentro con otras reali­dades.

ENRIQUE ARROYO: - En este sentido para ti el movimiento ¿ha su­puesto un enriquecimiento de tu vida sacerdotal
JAVIER CALAVIA: - Lo que ha su­puesto, en la práctica, no en la teo­ría, ha sido un reconocimiento más grande de la dignidad humana del valor del hombre, de todo hom­bre. Todo hombre es para mí aho­ra una posibilidad de comunión; antes no.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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