La nueva presentación de nuestra revista expresa perfectamente lo que ha sucedido: dos revistas, o mejor, dos experiencias que se fusionan en una sola, porque ya antes esencialmente lo eran. Los pormenores y peripecias de la confluencia de nuestras historias queda reflejada, dentro de los límites tremendos del espacio, en la entrevista a los responsables del Movimiento, que en este mismo número se publica.
Sin embargo, la alegría y el gozo de nuestra unidad no debe embotar la clarividencia del juicio ante lo que ha sucedido y, sobre todo, ante lo que tenemos por delante. Con todo, nuestra unidad tiene una doble perspectiva - conforme se mire de puertas adentro o afuera-, que es necesario clarificar.
1) Nuestra unidad de puertas afuera ha despertado enormes temores en el sector laicista tanto de fuera como de dentro de la propia Iglesia. Nuestras historias (que hasta la reunión de la Moraleja discurrían discretamente, como agua mansa), se han visto agitadas por todo un chaparrón informativo, totalmente desproporcionado a nuestra importancia real, especialmente con motivo del acto de presentación pública de C.L., por don Giussani, en el salón de actos del colegio Cardenal Spinola.
Lógicamente, desde la perspectiva laica todo ha sido interpretado en clave política y de poder. Y es comprensible que así suceda dado que todo se ve del color del cristal con que se mira; pero sobre todo, porque se intuyen y se temen las consecuencias de una recuperación de la propia identidad de los católicos, así como de la superación de una conciencia acomplejada por los propios errores, por la propia complejidad de nuestra historia hispana y por la superioridad aparente de otros planteamientos religioso-humanistas. Es claro que la concepción dualista de la fe por un lado y la vida por otro, -o la fe reducida a fenómeno individual iluminador de la propia conciencia y de las situaciones-, resulta mucho menos peligroso para quien pretende una posición hegemónica en la sociedad.
Curiosamente, los dos editoriales de El País aparecieron en dos momentos claves: el Congreso sobre Evangelización y una reunión de la Conferencia Episcopal Española en la que precisamente se iba a preparar un documento sobre la presencia de los católicos en la política. Es obvio que lo que interesaba no era tanto C.L. cuanto su planteamiento (coincidente con las tesis de Juan Pablo II en el Congreso de Loreto) que interesa que no trascienda a la realidad española. Una forma oportunista de desprestigiar el planteamiento era identificarlo con C.L. y descargar sobre ésta todos los «ismos» desacreditadores.
Sin embargo, gracias a Dios, y también gracias a estos ataques, C.L. ha comenzado a sonar en este país, y hemos recibido muchas adhesiones de personas que no conocíamos y con las que se está produciendo un fuerte reconocimiento y la posibilidad de que C.L. se extienda por toda la geografía española. Una vez más comprobamos la lógica del Evangelio: «si el grano de trigo no muere... no da fruto» y, ciertamente, que «el discípulo no puede ser diferente al maestro... ». Es bello comprobar que el cristianismo planteado como respuesta para la vida no deja indiferentes y se convierte en una provocación que produce rechazo o adhesión. Por eso, es muy importante considerar también nuestra unidad desde nosotros mismos.
2) Nuestra unidad de puertas adentro: Es la cuestión verdaderamente importante en su triple dimensión personal, eclesial y social. Es necesario que profundicemos en el don formidable de la unidad que el Señor nos ha dado.
Tenemos que recordar siempre que el motivo de nuestra amistad es vivir la memoria de Cristo muerto y resucitado y que se hace presente en nuestra unidad, en nuestra comunión, en la Iglesia. Nos hemos unido para hacer presente a Cristo, en su Iglesia, dentro de la historia, porque es quien realmente salva, cambiando al hombre y, por tanto, a la propia historia. De ahí, la importancia que para nosotros debe tener el vivir esta amistad dentro del ambiente, en los colegios, en la universidad, en el trabajo y la perspectiva misionera que debemos abrir dentro también de las parroquias. Se trata de un acontecimiento nuestra unidad en la Iglesia y no de doctrina, ni de acto intimista de conciencia.
Nuestra unidad significa, por lo tanto, el deseo de vivir intensamente nuestro método educativo para crecer en esta memoria de Cristo, profundizando en nuestros escritos (el texto de la escuela de comunidad, nuestra revista, etc.), participando en los gestos que paulatinamente construyen y expresan nuestra comunión y nuestra amistad, haciendo que el movimiento no sea una reunión, sino algo que se vive cotidianamente. Es importantísima nuestra participación en los momentos de encuentro que el Movimiento convoque para conocernos, profundizar y compartir, porque C.L. no es esencialmente un planteamiento, sino una experiencia. Y, finalmente, el seguimiento a los responsables y a quienes encontramos más grandes que nosotros en esta experiencia de unidad (comunión) en la memoria de Cristo.
Se trata de la creación de un sujeto nuevo, capaz de afrontar la realidad. En esta medida, la fe será capaz de hacer cultura y de transformar la sociedad; no por imposición de nada, sino por expansión atrayente y persuasiva de este nuevo sujeto (cuerpo de Cristo) en la sociedad.
La unidad interesada, económica, política, etc., es un fruto de los hombres o que se explica por sí misma. En cambio, la unidad gratuita, es siempre desconcertante, misteriosa, signo de algo más grande; es un milagro del Espíritu, porque es imposible para los hombres. Este es el significado del mandamiento. que Él nos dio. De ahí que vivamos este momento llenos de esperanza sabiendo que quien nos ha ayudado a iniciar esta unidad nos ayudará asimismo a culminarla.
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