Un coloquio con D. Femando Sebastián, secretario de la Conferencia Episcopal Española: uno de los personaje-clave de la actual Iglesia española, nacido en 1914, conocido por su sólida y refinada preparación intelectual y teológica unida a una sobresaliente aptitud organizativa. La conjunción de estas dos dotes le catapultó, en 1982, a uno de los lugares más delicados y sometidos a tensión de toda la estructura institucional de la Iglesia católica postconciliar: secretario de la Conferencia Episcopal española (CEE). Trabaja, pues, en el supermoderno edificio que la CEE tiene en la calle Añastro y que inauguró el Papa en su viaje de 1982.
En dos palabras, su currículum: religioso claretiano en 1946, sacerdote en el 53, doctor en teología en Roma por la universidad de Angelicum, en 1955. En la universidad Pontificia de Salamanca pasa de profesor de teología a decano y, posteriormente, a rector. En 1979 es nombrado obispo de León, pero en el 83 pasa a dedicarse exclusivamente como secretario de la CEE. Es centro de numerosos conflictos Iglesia-gobierno, lo que le vale la acusación en las columnas de El País, de ser «el teólogo de la UCD». «Pequeñas polémicas inevitables cuando se desempeña un papel en la vida pública - sonríe Sebastián mientras se encoje de hombros- pero que no son suficientes para hacer que me sienta un perseguido».
Monseñor Sebastián: España deseaba y está todavía viviendo un vertiginoso proceso de cambio. ¿Cuál es hoy en día la mayor preocupación de la Iglesia, que en este proceso ha sido protagonista en todos los sentidos?
Nuestra preocupación actual -plasmada en el reciente pronunciamiento de la Asamblea Plenaria de los obispos, «Testigos del Dios vivo»- se concentra en el esfuerzo de orientar la conciencia comunitaria y personal de los católicos españoles en el nuevo contexto social. Nuevo, no sólo políticamente, sino, sobre todo, desde un punto de vista cultural. Por otra parte, la transición política del franquismo a la democracia acaece, principalmente, dentro del impulso de una exigencia de renovación cultural presente ya desde finales de los años 60.
Al hablar de conciencia comunitaria, usted ha entrado en uno de los aspectos más problemáticos de la actual situación eclesial, no sólo en España sino en todo el mundo: la ausencia de un «sentido eclesial»; es decir, la afirmación de la comunitariedad, de la conciencia católica que incomoda al poder -aquí en España, al poder socialista-...
Las dificultades no nacen sólo con el gobierno, si no incluso con los propios católicos. En nuestra memoria pesa gravemente todavía el recuerdo del régimen franquista. Poco después de la muerte de Franco, se afirmó entre los católicos españoles la tendencia a una fortísima autocrítica y al abandono de todo influjo de la Iglesia en la sociedad. Era una tendencia purificadora en la medida en que trataba de liberarse de todo dominio social que no fuese legítimo. Muchos llegaron incluso a teorizar una «Iglesia de las catacumbas», sin presencia, sin influencia, sin ninguna relevancia social, ni incluso religiosa o moral. Se acabó pensando que el cristianismo era un actitud individual, o, como mucho, de pequeños grupos, reducida a nivel familiar.
Cuando hoy en día los obispos invitan a los católicos a tener una conciencia común más clara y fuerte, a expresarse como una presencia activa y con una identidad en la vida pública -no sólo en la política, pero también en la política-mucha gente se inclina a creer que queremos reconstruir la situación de los años 50. Nuestro trabajo tiene, obviamente, otra dirección. Deseamos que los católicos tomen una mayor conciencia de sí como Iglesia, como comunidad, en el contexto del nuevo régimen democrático y pluralista.
¿Por qué tantos problemas?
Porque se trata de una cosa inédita para los católicos españoles. No hemos tenido nunca la experiencia de encontrarnos frente al «no-yo», una experiencia que es parte constitutiva de la consciencia de sí. En España todo era católico. Es por esto por lo que nos falta todavía el hábito de convivir pacíficamente con los demás, conservando al mismo tiempo la conciencia de nuestra diferencia. Más todavía: sabiendo que podemos, y debemos, ofrecer a los hombres y a la sociedad algo que los demás no tienen o, por lo menos, no tan claramente como nosotros. Y no por una sobrevaloración nuestra... ¡sino más bien por la gracia de Dios! Todo esto, naturalmente, sin opresión, sin persecución, sin discriminaciones, sin privilegios: parece una perogrullada, pero estos «sin» hay que repetirlos continuamente en España, porque a la gente, frente a esta valoración, lo primero que se le ocurre pensar es en aquella alianza entre la Iglesia y el poder -una alianza más aparente que real-de los tiempos de Franco.
¿Existen algunos otros elementos que contribuyan a la formación de esta mentalidad desconfiada y recelosa hacia la Iglesia?
Muy a pesar mío, somos esclavos de unos tópicos que hacen difícil una discusión moderada y objetiva. La palabra mágica de turno en España es la «modernidad», que, naturalmente, cada uno interpreta a su modo. El triunfo socialista en España vino precedido de esos slogans de «cambio» y «modernización». Elemento fundamental de estos slogans es la irrelevancia de lo religioso, considerado como un obstáculo para el progreso. ¡Pero, nosotros los católicos, no podemos ciertamente aceptar que nuestra fe sea considerada como algo «involutivo», que no contribuye o incluso que impide un auténtico progreso del hombre!
No obstante esa mentalidad está hoy ampliamente difundida. Basta con leer los periódicos o ver la televisión. ¿Cómo se ha llegado a esto?
Voy a citar sólo dos motivos. El primero es que muchos católicos españoles practican eso que yo llamo la «pastoral de la simpatía». Es decir, que prestan mucha atención a que la «propuesta cristiana» sea estimable, aceptable por parte de los no-católicos; este deseo de acercamiento, de no conflictividad, les lleva, sin embargo, a sobrevalorar los puntos de vista de los no-católicos y a medio esconder los aspectos más auténticos y originarios del catolicismo que podrían crear dificultades a quien no es católico. Esta pastoral del «concesionismo» da lugar a la paradoja de que aquel diálogo, lleno de buena voluntad, se hace imposible, puesto que falta uno de los interlocutores. La renuncia a las propias convicciones es la muerte de todo diálogo. El segundo motivo es que en este cambio cultural tan precipitado y acrítico, muchos católicos mantienen, sin saberlo, los criterios de una mentalidad antirreligiosa, y juzgan la vida de la Iglesia con una sensibilidad extraeclesial. Esto explica las reacciones frente a nuestras palabras y frente a las del Papa, sobre temas como el aborto. El juicio se forma sobre la base de una mentalidad laica y liberal, antes que sobre una auténtica mentalidad religiosa. Todo esto sucede también gracias al sólido empeño de los medios de comunicación en difundir un sentimiento laicista y en construir una imagen arcaica, antimoderna, de la jerarquía y del Papa. Una imagen que contraste precisamente con ese deseo tan profundo de modernidad existente hoy entre los españoles.
Con esta última referencia a los medios de comunicación se abre otro capítulo importante para comprender la sociedad española actual. Hasta ahora usted ha hablado de las lagunas que marcan diferencias en parte del mundo católico, diferencias que usted se esfuerza en limar. No se puede, sin embargo, pasar por alto la actual política cultural del gobierno que a menudo cambia el viejo anticlericalismo por lá quintaesencia de la modernidad.
Por nuestra parte estamos acostumbrados a ser tachados de intolerantes. Sin embargo tenemos frecuentemente la impresión de que el laicismo se comporta en nuestras confrontaciones de un modo mucho más intolerante de cuanto podamos serlo nosotros frente a ellos. Es curioso que personas que «hacen profesión» de laicismo «moderno», reaccionen de un modo violento cuando la Iglesia ¡sin ninguna pretensión de coaccionar a nadie en las confrontaciones!, se manifiesta libremente o declara las propias doctrinas.
Recientemente usted ha esbozado de modo eficaz los tres rostros del anticlericalismo español: uno de derechas, que acusa a la iglesia de «traición», otro de izquierdas, que reprocha a la Iglesia el no asumir determinadas opciones políticas, y un último cultural, que considera el cristianismo como una enfermedad espiritual de la sociedad y de la persona. Decía usted que éste es el anticlericalismo más peligroso. ¿Por qué?
Porque es el más insidioso. No usa un tono violento contra la Iglesia, pero deja entrever una profunda intolerancia cultural. Soporta a duras penas que España sea todavía católica y ve en esta enfermedad el obstáculo que frena al país para entrar definitivamente en la época de la racionalidad, de la funcionalidad, de la primacía del placer, y así todo. Aquello que nos preocupa realmente no es tanto la repercusión que una actitud tal pueda tener en la vida institucional de la Iglesia -un reconocimiento menor, una menor relevancia social, etc ... - cuanto el deterioro de las convicciones éticas profundas de las que un pueblo necesita forzosamente.
Hoy en día existe algún indicio de «arrepentimiento», pero si se piensa que tan sólo hace tres años se abogaba por la despenalización y la liberación del uso de la droga se comprende la gravedad de este desarme moral.
Pero volvamos a la Iglesia. ¿Cuál es el juicio suyo y de la Iglesia española con el que se afrontaría el próximo sínodo extraordinario sobre el Concilio? Usted conocerá ciertamente los rumores sobre el «enterramiento» del Concilio que ustedes los obispos de todo el mundo querrían hacer el diciembre próximo en Roma, según los deseos de presuntas fuerzas involutivas...
Debo confesar que la idea de que el Sínodo pueda constituir el «secuestro» del Concilio Vaticano II ni siquiera se me ha pasado por la cabeza. En primer lugar, me parece difícil comprender como un Sínodo puede hacer de contrapeso frente a la importancia y al poder que un Concilio tiene en la vida de la Iglesia. En segundo lugar, un rechazo del Vaticano II sería para mí histórica, pastoral y teológicamente incomprensible. Además, sobre todos estos temas he dialogado con el Papa; por tanto, conozco sus intenciones, encaminadas en dirección opuesta a lo que usted da a entender. Ciertamente, se hará un balance del postconcilio, lo que equivale a completar una revisión sobre nosotros mismos en calidad de protagonistas de este período. En ese mismo sentido diría que la iniciativa del Sínodo es particularmente adecuada en cuanto que existe en la Iglesia una tensión entre diversas interpretaciones del Concilio que conviene clarificar. Porque aquello que verdaderamente podría bloquear y paralizar la fecundidad del Concilio, sería el endurecimiento de esta polémica entre las diversas posiciones que tratan, estas sí, de «secuestrar» el Concilio.
¿Se espera algo en particular de la celebración de este Sínodo para España?
Espero que este Sínodo sirva como ocasión para una lectura más global del Concilio de cuanto se ha hecho hasta ahora. De hecho, en el postconcilio español, la atención ha recaído, principalmente, en aquellos aspectos unidos al decreto sobre la libertad religiosa, porque la contingencia política lo hacía en aquellos años de una actualidad mayor en España que en otros lugares del mundo. Hoy que las vicisitudes políticas se han estabilizado de algún modo, es posible leer y vivir el Concilio de un modo más amplio.
Usted sigue el trabajo que hace la Conferencia Episcopal Española. ¿Cómo ha percibido las afirmaciones del cardenal Ratzinger sobre las conferencias episcopales extraídas del famoso libro-entrevista que ya está también traducido al castellano?
No puedo negar que los juicios y la prevenciones que el cardenal expresa en relación a las Conferencias Episcopales me han sorprendido. Ciertamente, esos que él señala son riesgos reales; es más, opino que el cardenal tiene la impresión de que no se trata de meros riesgos y de que algo por el estilo ya ha sucedido. Pero, por otra parte, estoy convencido de que el cardenal no dice todo aquello que piensa. El mismo carácter del libro contiene esta insidia; se trata simplemente de respuestas a preguntas concretas del periodista y no de un concepto orgánico. El cardenal, evidentemente, ha hablado sólo de aquello que ahora le preocupa mayormente. Yo también he tenido la misma experiencia. Cuando publiqué un artículo sobre «¿Dónde están los católicos españoles?» se me acusó de ser demasiado negativo, pero respondí que cuando yo llamo al médico quiero que me diga si estoy enfermo, y no aquello que va bien. Esta es las interpretación que doy del «Informe sobre la Fe»: un análisis lúcido, vigoroso, de los aspectos negativos del postconcilio, sin la más mínima voluntad de disminuir los aspectos positivos que asimismo han surgido.
El cardenal pone en evidencia que las Conferencias Episcopales no tienen una «base teológica», a diferencia de los obispos por separado. ¿Qué piensa usted de esto?
Estamos preparando la renovación del reglamento de nuestra Conferencia y una de las mayores preocupaciones es la de no desprendernos en modo alguno de la responsabilidad pastoral de los obispos residenciales. Nosotros queremos servir tan sólo de ayuda fomentando la comunicación, el diálogo, el tratamiento común de los problemas y limitando al máximo nuestro intervencionismo. Por otra parte, los obispos están muy sensibilizados con cada intromisión de la conferencia en el campo de sus propias prerrogativas. En cuanto al fundamento teológico de las Conferencias Episcopales, en efecto, no existe; por lo menos como carácter constitutivo de la Iglesia. Por otro lado, existe un fundamento teológico unido a la condición sinodal del ministerio episcopal. Elementos como la plenitud de la responsabilidad sacerdotal de los obispos, la unidad de su misión, la relación entre los problemas con los que se encuentran, la naturaleza del mundo moderno donde todo está sujeto al imperativo de la intercomunicación, hacen que las Conferencias Episcopales, hallándose frente a estas dificultades, puedan ser consideradas, sin forcejeos, herederas de la gran tradición sinodal de la Iglesia. Así es como entendemos nuestro trabajo.
Entrevista realizada por Tomaso Ricci, de la publicación mensual «30 giorni»
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón