- «Señor ministro, he leído su «libro blanco» sobre la juventud. Debe tener 300 páginas y no dice absolutamente nada del problema sexual de los jóvenes».
- «Yo me ocupo de favorecer los deportes. Los jóvenes estudiantes ganan mucho haciendo deporte».
- «Pero hay problemas sexuales... ».
- «Si usted tiene problemas sexuales le aconsejo meterse en la piscina».
- Ese es el tipo de respuesta que solían dar las Juventudes Hitlerianas».
En unos términos discurrió la conversación entre Daniel Cohn Bendit y el ministro de la juventud francés que hizo famoso al primero ya antes de convertirse en una de las cabezas visibles del movimiento revolucionario de mayo en 1968. Era un signo de lo que meses después sería una verdadera convulsión social y cultural inexplicable para muchos. Tanto es así que aún hoy los más agudos observadores, estudiosos e incluso participantes de los «Sucesos revolucionarios» no coinciden en el análisis del origen y el significado de éstos.
Ciertamente es difícil una interpretación global de estas jornadas que sorprendieron a Occidente, pues en ellas confluían y adquirían unidad muy diversas tendencias y circunstancias. Se han dado, hablando genéricamente, tres modos de análisis de los sucesos: quienes los interpretan como una crisis cultural, los que subrayan las crisis social como su motivación y objetivo esenciales y los que piensan que se trataba de una revuelta de intencionalidad política. Todas ellas se justifican con facilidad pues ciertamente mayo del 68 tuvo los rasgos de una «crisis de civilización», una crisis de la cultura adormecida y el anuncio de nuevos estilos de vida alternativos a la sociedad de consumo y sus modelos de conducta.
Quizá sea más débil la interpretación política de los hechos. Para los que defienden esta, la agitación universitaria y sindical en los meses de mayo y junio responden a una intencionalidad subversiva, detrás de la cual estaba el Partido Comunista, que aprovechaba la coyuntura de los bajos salarios y el elevado paro que en ese momento soportaba Francia. El objetivo sería, de este modo, el derrumbamiento de las instituciones republicanas y en concreto del General De Gaulle. Lo cierto es que si estos meses de revuelta se resolvieron en una crisis política y en unas elecciones, esta interpretación es claramente errónea pues no cabe duda que el Partido Comunista, la izquierda tradicional y los mismos sindicatos no estuvieron en el comienzo de los sucesos, sino que más bien se vieron arrollados por la fuerza de éstos, y no supieron estar a la altura de sus exigencias.
Mucho más objetivo es remarcar el carácter de crisis social, si queda claro que ésta nunca fue una protesta reivindicativa, ni exclusiva ni esencialmente. La repulsa no tuvo un carácter estrictamente económico sino que se dirigía más hacia la tecnocracia y la burocracia que hacia el capitalismo económico; de ahí que la lucha fuera dirigida más contra un modo de gestión y en favor de una nueva toma de responsabilidad social de los trabajadores (democratización de las empresas, autogestión, etc.).
Nosotros creemos que una visión «espiritualizante» que haga abstracción de la crisis social, se hace absurda e incompleta.
Pero la profunda crisis social ha de considerarse en el marco de una agitación cultural de trascendencia extraordinaria en nuestro siglo. Desde este marco podemos comprender más radicalmente los acontecimientos del mes de mayo del 68 en París.
LOS INICIOS
La chispa que hizo encender la pólvora fue la ocupación de la Facultad de Letras y de Ciencias Humanas de Nanterre por parte de unos 50 jóvenes a los que casi no les unía ninguna convicción teórica propositiva sino una acción de protesta. Esta ocupación dio lugar a lo que la prensa llamó el «Movimiento del 22 de marzo», en él confluían fundamentalmente una corriente de oposición antiimperialista (rechazo de la intervención americana en Vietnam) y una corriente de protesta por el sistema docente. A la larga esta última sería la protesta de mayor densidad y el cauce para una revuelta social y cultural que aquellos primeros ocupantes de Nanterre no sospechaban. Se trataba fundamentalmente de una lucha por la participación en las estructuras docentes y una importante batalla por conseguir el libre acceso y el fin de la separación entre chicos y chicas en las residencias universitarias.
Es importante resaltar como estos primeros sucesos que provocaron el cierre de Nanterre se produjeron siempre al margen de todos los partidos izquierdistas oficiales, e incluso con su desaprobación y desconfianza. Se trataba de un movimiento radical de izquierdas falto de toda organización e incluso de cohesión interna, pues en el Movimiento del 22 de marzo se daban cita individuos de pertenencias izquierdistas muy dispares (anarquistas, trostkistas, maoistas, situacionistas... ). Sin embargo no fue el papel de los grupúsculos y las vanguardias revolucionarias al estilo trostkista lo más significativo de este movimiento; se trataba de algo mucho más novedoso: en mayo del 68 se empezaba a manifestar una profunda inflexión en la tradición socialista europea.
¡LEVANTAD BARRICADAS!
El 3 de mayo la UNEF (Union National des Etudiants de France) y el «22 de marzo» convocaron un mitin en el patio de la Soborna. Se producen los primeros choques entre estudiantes y polícia. En la tarde y la noche del 6 de mayo se suceden manifestaciones violentas en el barrio latino con un saldo de casi 600 heridos, y continúa el clima de agitación callejera en los días siguientes. Con excepción de una cierta solidaridad de sectores de izquierda independiente (telegrama de apoyo de 5 premios nobeles: Jacob, Kastler, Wolff, Mauriac, Monod) y una atención grande de la CFDT (Confédération Francaise et Démocratique du Travail) no despiertan excesivo interés ni se concede trascendencia a estos hechos, y mucho menos en el ámbito sindical (CGT).
Sólo la noche del 10 al 11 de mayo abrió los ojos a toda Francia, cuando se levantaron barricadas en el centro de París y se combatió durante horas contra la policía y la CSR. El levantamiento de un sistema de barricadas en todo un barrio era un hecho que despertaba en el instinto francés una gran tradición revolucionaria: Francia mira desde ahora con seriedad el movimiento de los estudiantes revolucionarios. Los sindicatos se ven arrastrados por estos hechos que les desbordan e intentan tomar cartas en el asunto participando en la gran manifestación del 13 de mayo junto a la UNEF, con la que llegaron a un difícil acuerdo de convocatoria. La manifestación fue un éxito sin precedentes, y reunió a cerca de un millón de personas en París y grandes multitudes en otras ciudades. La revuelta adquiere unas dimensiones de verdadero peligro para la República. Esa misma noche los estudiantes ocupan la Sorbona, se organiza la administración de la universidad por los propios estudiantes y comienzan los grandes debates sobre la revolución cultural y universitaria.
LA EXPLOSIÓN DE LA PALABRA
¡Había que hablar! Las asambleas fueron una de las características más simbólicas de estas jornadas. Se intentaba ponerlo todo en cuestión y de golpe, criticar todo para desarrollar una contestación permanente del orden burgués. Parecía como si el ideal a alcanzar fuese la asamblea continua y como consecuencia se multiplicaron los comités de discusión y acción. Para impugnar el sistema cultural y sociopolítico había que intervenir sobre él de una manera radical y directa (democracia directa, acción directa). Se trataba de reivindicar la capacidad de iniciativa de los individuos frente a la «sociedad espectacular» que les sumía en la pasividad social y cotidiana.
Por esto mismo es importante señalar la pretensión de los revolucionarios de anular el concepto tradicional de autoridad y en su lugar hacer prevalecer el de autogestión. De ahí que fuese paralela la intención práctica de crear unas estructuras alternativas de poder, fundamentalmente a través de los comités de ocupación tanto en las universidades como en las fábricas. Fue precisamente en el seno de estos comités donde se empezaron a vivir las contradicciones de fondo de este sistema «consejista», «autogestionario» y la inviabilidad de la asamblea continua. En la ocupación de la Sorbona se eligió un comité controlado por situacionistas (los sectores más radicales de la izquierda) pero fueron surgiendo multitud de feudos cada uno de los cuales tenía una pretensión de totalidad. Lo cierto es que la JCR y FCR (Trostkistas), los maoístas, etc., quisieron aislar a los situacionistas en el comité.
Efectivamente coexistían en la Sorbona tendencias «reformistas», de izquierda «tradicional» y situacionistas. Pero fue la presión de esta última minoría la que dio un carácter peculiar a la ocupación de la Sorbona frente a los acontecimientos de Nanterre. En la Sorbona se trató de crear un ámbito de libertad total de debate, pero la realidad es que ese intento se vio contradicho por la constante manipulación de las asambleas, la lucha por el poder entre los grupos y la violencia que subyacía en la expresión y la acción cotidiana. El ansia por manifestarse dio lugar a las célebres pintadas que en pocas horas llenaron toda la universidad y muchos muros de la ciudad.
Aunque se intentó un forzado acercamiento a los obreros y un entronque con la lucha general de la clase obrera por el socialismo, en la Sorbona el movimiento destacó por su carácter de impugnación cultural a veces frenético y exuberante.
Fue en Nanterre sin embargo, dominada por los estudiantes del «22 de marzo», donde se vivió una intencionalidad más seria y constructiva de vincular el movimiento de protesta estudiantil a la renovación de los movimientos sociales de base. Afloraba en los debates y en la misma experiencia que se vivía en estas jornadas, una de las crisis más profundas del marxismo desde sus orígenes, al ser afectado en sus esquemas más esenciales.
El marxismo estaba siendo desmitificado por la tremenda acusación de los disidentes rusos que abrían los ojos a Occidente ante la realidad de un socialismo reducido a máquina de Estado y finalmente al Goulag, a los campos de concentración. Pero al mismo tiempo el marxismo se enfrentaba por primera vez a una sociedad «postindustrial» avanzada, siendo él mismo por el contrario, un fruto de la revolución industrial. Este último aspecto era el más grave, pues si la denuncia de los disidentes siempre permitía argüir que la revolución soviética estaba degenerada y que era posible una experiencia distinta a partir de los mismos presupuestos, la situación social europea empezaba a transformar las circunstancias generales para las que había sido una respuesta el marxismo «científico»: el fin del movimiento obrero tradicional, la disolución de la idea revolucionaria, la mejora sustancial de los niveles de vida de los trabajadores, el surgimiento de nuevos movimientos sociales, el creciente fortalecimiento de los Estados democráticos, etc. Todo esto que ahora es evidente, se empezaba a vivir convulsivamente en la sociedad francesa y especialmente en la izquierda más libre.
EL SIGNIFICADO DE UNA PROTESTA
Los sucesos del 68 ponían en cuestión los objetivos de la sociedad europea. Fueron una brecha que lo rompía todo aunque no fuese capaz de proponer una alternativa; pese a que la respuesta que daba estaba hueca o por lo menos era insuficiente el dedo señalaba correctamente en muchas ocasiones.
El ideal de una sociedad sin conflictos una vez conseguido un crecimiento económico que eliminara la escasez, se vino abajo por las mismas evidencias de ese falso paraíso consumista. El crecimiento material tal como se había desarrollado hasta ese momento estaba reduciendo la vida de los hombres a sus imperativos económicos, sometía a los individuos a la pasividad social, creaba un aumento de la injusticia y la violencia internacional y estaba facilitando un creciente totalitarismo ideológico en las democracias más avanzadas. Esta situación fue duramente contestada por el Mayo francés; se sacudieron las evidencias y certezas incuestionables del orden de cosas que se vivía.
Podemos decir que se manifestaba con crudeza la «ambivalencia del desarrollo». El desarrollo se había vivido como una tensión hacia la expansión económica y el crecimiento material ignorando la unilateralidad de ese proceso que dejaba en la oscuridad el problema de la plena realización humana. Este proceso había sido lúcidamente denunciado por las encíclicas sociales proponiendo un entendimiento del desarrollo como paso de condiciones menos humanas a condiciones más humanas. En definitiva las contradicciones de la sociedad de consumo mostraban que el objetivo del desarrollo no podía ser tan sólo el crecimiento material olvidando quién es el sujeto de ese desarrollo y cuáles son sus necesidades reales. Pero es precisamente aquí donde la izquierda marxista se encontraba desnuda, pues dentro de su tradición no había elementos para responder a esta pregunta radical.
Entendámonos: el mismo Cohn-Bendit reconoce que la gran experiencia de la izquierda a partir del 68 ha sido el descubrimiento de una nueva relación con la subjetividad; pero este descubrimiento ha mostrado la debilidad, insuficiencia y superficialidad del planteamiento marxista. Porque el 68 no fue una idea política sino el signo de una ruptura con toda una civilización. Un intento de tomar el núcleo de las exigencias radicales de la vida humana pero al mismo tiempo el drama de encontrarse con la imposibilidad de responder a éstas desde el discurso ideológico marxista.
Subyacía una necesidad de plantear el problema del sujeto como actor de la política; un sujeto que no se viera escindido por un lado en su necesidad de realización personal y por otro en su socialidad y su práctica política. Este problema fundamental estaba siendo vivido y afrontado dentro del pensamiento cristiano de una forma seria y comprometida. Es el caso de , la revista «Esprit» de Mounier y el conjunto del personalismo francés (Maritain, Berdiaev ... ) o la reflexión teológica de Guardini, Daniélou, Henri de Lubac. O en la Europa oriental los círculos intelectuales surgidos en torno a las revistas Znak, Tygodnik Pwszechny de Cracovia y Wiez de Varsovia. Incluso, como señala Gianfranco Dalmasso, esta temática fue enfocada por experiencias cristianas concretas como Comunione e Liberazione en Italia, que tuvo, sociológicamente hablando, su origen en el gran debate cultural que se vivió en el 68 en la universidad italiana.
Pero la tradición cristiana era algo irrisorio a los ojos del gran movimiento del 68. No se trataba de juzgar el papel de los cristianos o de la jerarquía eclesiástica en los hechos (el arzobispo de París, monseñor Marty, intentó aportar un juicio claro, comprensivo y crítico frente a los sucesos; visitó las barricadas y emitió varios comunicados haciendo un llamamiento a la calma y a una solución justa) sino que se hacía tabla rasa de la cultura cristiana. Excepto algunas iniciativas destructivas de los situacionistas: «¿Cómo pensar libremente a la sombra de una capilla?», «Descristianicemos inmediatamente la Sorbona», el catolicismo como posibilidad cultural de transformación fue simplemente ignorado.
LA MUERTE DEL MOVIMIENTO
Se puede decir que a partir de la masiva manifestación del 13 de mayo junto al movimiento universitario se desarrolla una segunda fase de la crisis del 68: la de la agitación social generalizada. Una huelga salvaje se extendió sin ninguna convocatoria inicial de los sindicatos y sin embargo en una semana había de 7 a 9 millones de huelguistas con la novedad de las ocupaciones de fábricas y la constitución de comités obreros de gestión y defensa de la ocupación. La huelga generalizada, ordenada ya por los dirigentes sindicales ante el hecho de que la base se estaba dejando conducir a las huelgas salvajes, se había extendido a todas las industrias metalúrgicas, químicas, la Renault, Ferrocarriles, Air France, etc., así hasta llegar el 23 de mayo a una paralización casi total del país. En este ambiente se iniciaron dos días después las «conversaciones de Grenelle» entre los sindicatos y el Ministerio de Asuntos Sociales, presididas por Pompidou. Esto significaba un cambio de sentido importante en los acontecimientos pues los sindicatos, especialmente la CGT, no entendían ni compartían la motivación que había dado lugar a esta sacudida revolucionaria en Francia. La firma de los Acuerdos permitió una lenta pero progresiva pacificación social, pese a la oposición de los sectores obreros más radicalizados y de los estudiantes, que mantenían las ocupaciones de fábricas y Universidad. La izquierda estaba claramente dividida: mientras la CGT reunía masivas manifestaciones politizadas en apoyo del Frente Popular con el respaldo del Partido Comunista, la nueva izquierda surgida del movimiento de Mayo se negaba a aceptar este fin y acusaba a aquellos de haber traicionado lo que podía haber sido la «primera lucha socialista que responde al capitalismo moderno».
Pero esta nueva izquierda que había originado el Mayo revolucionario estaba quedándose exhausta. El 30 de mayo el general De Gaulle dirige a la nación su famoso discurso, en medio de una expectación extraordinaria, convocando a una acción cívica contra la amenaza del «comunismo totalitario». Después de la alocución, cientos de miles de personas invaden los Campos Elíseos en lo que constituía la respuesta a la manifestación del 13 de mayo, para apoyar a De Gaulle. Pero sin duda desde el punto de vista político el hecho más importante y que marcó el fin de los sucesos fueron las elecciones legislativas del 23-30 de junio con el triunfo aplastante de la UDR y los republicanos independientes. La revolución había acabado.
Como profunda crisis social que fue, Mayo del 68 supuso la respuesta socialista a los problemas que planteaba un nuevo sistema técnico de producción y por tanto el ascenso y protagonismo social de técnicos, cuadros, estudiantes e intelectuales. Pero la espontaneidad de la revuelta, su falta de organización y la escasa importancia numérica de este nuevo grupo social, así como la carencia de un proyecto, hicieron incapaces de dar forma política viable a sus logros. El movimiento revolucionario ignoró al estado, pero llegó un momento en que o se era capaz de derribar al Estado, o éste anularía la oposición revolucionaria. Sin embargo, como dijimos al principio esta crisis social se enmarca en una profunda crisis espiritual de la que fueron especialmente conscientes los estudiantes. El movimiento universitario en sus debates, en su propuestas, en sus acciones se vio prisionero de una hiperideologización asfisiante que le incapacitó para dar respuesta a las inquietudes y exigencias humanas que confusamente había descubierto.
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