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Huellas N.5, Septiembre 1985

CINE

Alfonso Pérez de Laborda

Querido Raúl:
En la carta anterior te de­cía que todavía me queda al­go por tratar. Algo, además, de gran importancia: el as­pecto transformador, en los individual y colectivo, de la belleza. Hoy comienza a ser ese día, pues he visto una pe­lícula inglesa, Otro país, de Marek Kanievska, primerizo cineasta de origen polaco, con guión de Julian Mitchell (autor de la pieza teatral que sirve de trama a la película), que me invita a ello. Fui ese día al cine casi des­prevenido -¡ventajas del vi­vir en provincias!-, pero con un contexto global sufi­ciente para ver al punto la re­ferencia al grupo de exquisi­tos ingleses de élite que se convirtieron en espías de la URSS hasta que se descubrió la «traición» a mediados de los años cincuenta.
Es una historia singular. Estamos en un microcosmos como sólo un «colegio públi­co» inglés (privado y reserva­do al máximo) puede serlo. Estamos en 1932. Se educa allí de una manera extraña­mente particular a lo que va a ser la crema misma del país. Ahora los vemos en su niñez y adolescencia; luego irán a las universidades de Cam­bridge y Oxford. El mejor microcosmos en donde se re­fleja el macrocosmos de la élite y el poder.
En este contexto es una re­flexión perfectamente atinada desde un punto de vista parti­cular, desde la perspectiva de un «ser diferente», que pone en evidencia las estructuras de un poder que se perpetúa, y que desde el mismo comien­zo de la vida prepara a los su­yos. Liberalismo de esa edu­cación (en una encuaderna­ción lujosa, pero que produce un más que férreo encuadre. Reproducción en cachorros que se preparan ya a ser leo­nes como los otros).
Microcosmos en el que los «mayores», sin embargo, están extrañamente ausentes. Aparecen como figuras que dejan entrever un paisaje re­chazado por la diferencia (la madre, el coronel que se casa con ella) o vulgares entrome­tidos como ese profesor que «mete la pata (provocando el suicidio de un alumno «dife­rente») pues un profesor no va a los vestuarios: se nota que no fue antiguo alumno». Y, sin embargo, son ellos, los mayores, dueños y señores de la reproducción educacional, con una pasmosa habilidad para, sin estar, hacerse pre­sentes en producir lo que es­peran que se produzca, lo que debe ser; para tomar en sus manos también situacio­nes que deben enderezarse cuando quieren sobrepasarse e ir más allá del juego o del ardor juvenil, convirtiéndose en signos inequívocos de la «diferencia», sea diferencia sexual, sea diferencia políti­ca.
Porque la diferencia pro­voca rompimiento absoluto en ese mundo que apunta, mostrando un comporta­miento que busca un mundo distinto; quizá mejor, quizá más libre, en todo caso me­nos convencional y centrado en el férreo poder social. Mo­mento gravísimo, pues es cuando la educación ya no es reproducción.
Mirada crítica incluso de la diferencia. El final de la his­toria nos muestra que nada ha producido en verdad de diferente, como no sea la so­ledad de una vejez sin espe­ranza ni añoranza («no afloro nada, excepto el cricket»). Y, sin embargo, la rebelión de las diferencias fue una boca­nada de autenticidad en un mundo inauténtico.
Y lo que me encanta de es­ta película es que sólo hay una historia que se va rela­tando y nos señala imaginati­vamente todo lo que lleva en su seno. No lo hace con dis­cursos, con ideologías, con convicciones que se repiten para que captemos el mensa­je. Todo está encerrado en una historia que vemos ante nuestros ojos. Historia que, como siempre, tiene pala­bras, pero sobre todo tiene luces, músicas, colores, movi­mientos de cámara, que son junto a la presencia de los ac­tores, sus movimientos, los edificios, canales y jardines, las letras y las reglas sintácti­cas con las que se nos cuenta un cuento que va mucho más allá del mero cuento. No hay «mensaje», porque todo lo que tenemos delante es men­saje que se recrea en noso­tros, activos espectadores. Microcosmos que es, nueva­mente, una manera de mirar el macrocosmos entero, desde un singular punto de vista.
Capacidad maravillosa de sugerir por alusiones que pro­ceden de la imaginación y de la sensibilidad. El ahorca­miento no se enseña con len­guas salientes, carnes tume­factas y gestos de muerte, si­no con una túnica que cae, unas zapatillas que se descal­zan y un cuerpo bello (el de la princesa) que es retirado, como en Mizoguchi. Desde ahí es desde donde comienza a entenderse el efecto trans­formador de la belleza. Sin ella no cabe lugar para la transformación.
No es, pues, esta película una reflexión sobre el comu­nismo y la homosexualidad -aunque ahí están-, sino una bella reflexión cinemato­gráfica sobre la educación re­productora, sobre la apertura a la diferencia, una reflexión preciosa sobre la sociedad y sobre la historia.
Un abrazo

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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