Uno de los teólogos más significativos de nuestro siglo, Yves Congar O.P., dijo una vez que nunca en su vida se había encontrado con un hombre más culto que Hans Urs von Balthasar. Cuando se echa un vistazo a la inmensa obra de Balthasar realmente impresiona su amplitud cultural. Y, ciertamente, no cabe quedarse en la cantidad; hay que internarse hasta las fuentes de las que fluye casi sin cesar su obra. Comencemos por el aspecto exterior, por la periferia, antes de dirigirnos a los interior, al núcleo que resume su obra.
Nacido en 1905 en Lucerna, en el seno de una familia «católica de toda la vida», «creci en una fe tan connatural que no se vio atacada por ninguna duda»; Su primer amor fue la Música, al que siguió la Literatura, y sólo a través de este se despertó su interés por la Teología. Tras doctorarse en Filología Germáncia (Zurich) Balthasar entró en la Compañía de Jesús. Ignacio y su espiritualidad arraigaron en él a pesar de su dolorosa salida de los jesuitas en 1950. Estudió Filosofía en Pullach (Münich), padeciendo la árida escolástica de los manuales, y Teología en Lyon. Allí se introdujo en el círculo de algunos jóvenes jesuitas, que tanto habían de contribuir después a la renovación de la teología (Danielou, Fessard, Bouillard, Varillon). Su inspirador era Henri de Lubac, uno de sus mejores amigos, casi nonagenario hoy, y a quien el Papa, tras muchas sospechas anteriores de Roma, ha concedido la dignidad cardenalicia. En Lyon despertó de Lubac su interés por los Padres de la Iglesia. Apoyándose en el estudio de las grandes figuras del pensamiento moderno alemán (de Goethe a nuestros días) y en los Padres, aparecieron sus primeras publicaciones. La teología de Balthasar sólo podía alcanzar esta amplitud porque había superado la estrechez de la neoescolástica dominante por delante y por detrás. Por delante familiarizándose con la búsqueda angustiosa de nuestro tiempo; por detrás sumergiéndose en el espíritu de apertura de la cristiandad primitiva. Pocos se le pueden comparar por la amplitud de su obra, y así no es de extrañar que le ataquen las ortodoxias estrechas de todo tipo: primero los tomistas de escuela, y los «progresistas», después del Concilio.
ESCUCHAR LA INTERIORIDAD
Ya en Münich, cuando colaboraba en «Stimmen der Zeit» (1937-39) apareció su primera gran obra, como desarrollo de la tesis doctoral: «Apocalipsis del alma alemana», en tres volúmenes. En ella se aprecia la difícil tarea de hacer hablar a estos autores, de escucharlos en lo mas íntimo. Hasta hoy ésta sigue siendo la fuerza siempre sorprendente de Balthasar. Pide a todas las grandes figuras del moderno pensamiento alemán sus «actitudes últimas», desde Lessing pasando por los clásicos del idealismo, hasta Nietzsche, Scheler, Heidegger, Rilke y Ernst Bloch.
A continuación aparecieron los estudios sobre los Padres: antologías de Ireneo, Agustín y Orígenes; y dos decisivas monografías sobre Gregorio de Nissa, y Máximo el Confesor (desconocido hasta entonces).
Hasta el día de hoy, Balthasar es de los pocos que ha comunicado el espíritu de los Padres a los creyentes de lengua alemana. Mientras que las obras de los Padres son best-seller en Francia e Italia y crean un clima espiritual totalmente nuevo, entre los alemanes el mundo de los Padres sigue siendo un coto reservado a especialistas. El esfuerzo de divulgación de Balthasar es casi un contrapeso en solitario. Desde hace 50 años ha alumbrado las fuentes mas significativas para la vida y la fe cristianas con una actividad infatigable de traductor y director de colecciones. Una mesa bien provista pero demasiado a menudo desdeñada por los consumidores de «quickfood», de literatura de moda.
Desde 1940 Balthasar vive en Basilea. En un principio dedicado a la atención espiritual de los universitarios, y después entregado, hasta hoy, a una actividad fecunda como director de Ejercicios. Además le queda tiempo -uno se pregunta cómo- para una producción teológica siempre creciente, «en círculos concéntricos». Su obra cuenta con 80 libros propios, 450 artículos, casi 100 traducciones y numerosos prólogos y epílogos; por no hablar del trabajo de la editorial «Johannes» fundada y supervisada por él mismo, que es un fenómeno editorial único.
TRILOGIA MONUMENTAL
Entre sus obras ocupa el primer lugar la monumental trilogía en la que Balthasar trabaja desde 1961. Intenta mostrar teológicamente la unidad omniabarcante de los tres «trascendentales» (lo bueno, lo verdadero y lo bello), pero empieza en orden inverso con una Estética teológica, única en la historia de la Teología ( «Herrlichkeit» seis volúmenes). Se suele acusar a Balthasar superficialmente de «esteticismo», resumiendo en ello una actitud distante, no comprometida, mero placer sin riesgo. En «Herrlichkeit» se llega, sin embargo, a algo distinto: a la capacidad de «percepción de la figura», esto es, a la disposición para «dejar que la realidad sea», para dejar que se muestre; se llega a esta capacidad de acogida que nuestra actitud espiritual, utilitarista y deseosa de dominio, casi ha olvidado. Tal actitud de disponibilidad es el presupuesto para que Dios mismo pueda mostrársenos, «revelarse», para que podamos ver su gloria a través de todos los reflejos y refracciones de la palabra y la historia humana.
Aquí sitúa Balthasar la exégesis. No rechaza la exégesis histórico-crítica pero se mantiene a distancia de ella. Para él no son suficientes las disecciones interminables del texto sino que se debe llegar a la comprensión de lo que en la Escritura se nos muestra como una figura viva. El volumen «Nueva Alianza» de «Herrlichkeit» es un recorrido magistral por los vericuetos internos del N.T., que ayuda al lector a no estancarse en los problemas históricos concretos sino a alcanzar una visión del todo. La preferencia por la estética teológica significa en el fondo que sólo el amor es digno de fe. El amor no puede ser presentado analíticamente, sino sólo (re)conocido, percibido. Por eso «Herrlichkeit» conduce a la admiración ente el amor libre y sin medida de Dios, como fundamento último de toda realidad. No se llega al «esteticismo» sino a la primacía del amor, -y sólo el amor es realmente bello y fuente de la belleza.
La segunda parte de su obra principal, «Theodramatik» en cinco volúmenes, ha sido concluida entre tanto. Tras la contemplación viene la acción. «Dios actúa para los hombres, el hombre responde por la decisión y la acción». El tema central aquí es la libertad de Dios y del hombre que se pueden entender como una para la otra, una contra la otra o una en la otra. El término «teatro», «drama», nos ofrece el marco. En un primer volumen se desarrolla el tema «teatro del mundo», al hilo de sus elaboraciones históricas: desde los griegos, pasando por Calderón y Shakespeare, hasta Brecht y Ionesco, cabe encontrar de todo. Lo esencial es el «rol», como modelo para entender qué significa la «misión» en la historia entre Dios y el hombre. En el centro, la misión de Cristo, y después se nos pregunta si queremos «actuar», asumiendo el «rol» designado para nosotros. El drama de la redención llega al «acto final», a las «últimas cosas», al desenlace del drama. Lo que Balthasar propone aquí tiene tal plenitud que aun hará falta mucho tiempo hasta que sean apuradas teológicamente sus sugerencias. ¡Qué tensión, qué dramatismo puede ofrecer la teología cuando percibe con tal libertad y tal seriedad la acción de Dios y colabora con él!.
El octogenario se atreve ahora con la tercera parte de la trilogía: «Theo-logik», una doctrina teológica sobre «lo verdadero», cuyo primer ensayo fue «Wahrheit» en 1947. Cabe esperar que no se tratará sobre todo de la «verdad» desde otro punto de vista, sino de Aquél que puede decir que es «la verdad».
Junto a esta corriente principal hay en la obra de Balthasar afluentes laterales, que no son en modo alguno secundarios. Sólo podemos citar algunos: monografías sobre escritores (Bernanos, Reinold Schneider), teólogos (Karl Barth, Martin Buber, Romano Guardini) y santos (Teresa de Lisieux, Isabel de la Trinidad); y muchas traducciones del francés (Paul Claudel, gran parte de la obra de de Lubac).
ENCUENTRO CON ADRIENNE VON SPEYR
En 1940 se convirtió en Basilea, tras su preparación con H.U. von Balthasar, la doctora Adrienne von Speyr. El mismo Balthasar subraya insistentemente el profundo significado que este encuentro ejerce en sus obras. Con una ingenuidad más propia de la Edad Media confiesa Balthasar la variada inspiración que ha recibido de von Speyr. Hace años que graba sus reflexiones, las transcribe y edita en «Johannes». Con una seguridad inconmovible se mantiene en el convencimiento de que Adrienne tiene una misión importante, como guía para la Iglesia. Siempre subraya que su obra y la de ella están inseparablemente unidas y en un empeño común. Cómo juzgará un día la Iglesia este empeño, aun no se puede predecir, pero ya hay algo claro: se deberá comprender como un empeño para la Iglesia y desde el centro de la Iglesia. Algo en la experiencia interior y en la expresión exterior de Adrienne, que Balthasar comparte con una sinceridad candorosa, resulta sorprendente. En los místicos se encuentran paralelismos, pero también allí se nos advierte que estos fenómenos místicos extraordinarios no son el núcleo. Aquí está claro. En el núcleo, con una objetividad inexorable, se encuentra la realidad del «mysterium»: el misterio de la Trinidad, la misión del Hijo, su abajamiento obediente «hasta los infiernos», la noche del Sábado Santo, la actitud de disponibilidad sin reparos ante Dios ( «actitud de confesión»), en la Iglesia, en la comunión de los Santos.
Permítaseme, con toda precaución, una observación contenida: para un hombre tan superdotado e inteligente como von Balthasar quizá fue una gracia salvadora el que le saliera al encuentro una mujer, cuya experiencia de las realidades de la fe le salvaguardó de vivir excesivamente en Las Ideas. Como teólogos sabemos con qué frecuencia se nos recuerda que debemos conectar el pensar sobre la fe con el vivir desde la fe. Adrienne fue para Balthasar, como él mismo dijo en una ocasión, «dogmática experimental», un modelo en donde él adquirió la certeza, la visión creyente de la realidad. Quizá esta vinculación a lo concreto, al cristianismo vivido le ha preservado de la gran tentación de «construir un monumento para sí y no para Él», como Adrienne le advertía sin florituras mirando retrospectivamente su obra literaria. ¿Puedo decirlo aún más personalmente? Una obra de estas dimensiones espirituales y de este poder de contemplación no es posible sin una fuente viva, corriente, «desde arriba». Me parece que la obra de ambos manifiesta claramente cómo es la tarea común con Adrienne von Speyr la que ha abierto esa fuente para Balthasar.
EL «COMPLEJO ANTIRROMANO»
Todavía una breve palabra a próposito de una afirmación difícilmente desarraigable según la cual Balthasar ha pasado de ser un teólogo «abierto» y «valiente» antes del Concilio, a ser «conservador» y «estrecho» después. La cosa es demasiado global como para poder estar de acuerdo. Quien lea sus grandes obras no encontrará ninguna ruptura. En los escritos polémicos coyunturales sí se aprecia un cambio de frente. «Schleifung der Bastionen», 1952, se dirigía contra una concepción rígida del catolicismo; otros escritos polémicos posteriores («Cordula», 1966, «Klarstellungen», 1971, y otros) se orientan contra quienes malvenden lo católico. Las reacciones ante su libro «Der antirümische Affekt», 1974, muestran cuanto pueden influir los prejuicios. Este libro, brillantemente escrito, es polémico en su primera parte (que se ocupa del fenómeno del talante antirromano cuando no la persecución abierta). Sin embargo le sigue una segunda parte positiva, que sirvió de subtítulo al libro: ¿«Como se integra el Papado en el conjunto de la Iglesia»?. Aquí Balthasar desarrolla una visión todo menos papista del ministerio de Pedro, concebido como un elemento en el ensamblaje de la Iglesia; imprescindible, pero no la cúspide de la pirámide sin más. En las refriegas a favor y en contra del libro se ha pasado por alto esta su aportación más positiva.
GRACIAS A HANS URS VON BALTHASAR
Mis palabras de agradecimiento en su 80 cumpleaños solo pueden concluir personalmente, aunque deben ser objetivas. El evangelio nos enseña lo arriesgado que es recibir muchos talentos. Afortunadamente sólo el Señor es Juez último ¡Usted ha recibido muchos talentos!. Por la gracia de Dios y su colaboración (¡que también es gracia!) ha puesto sus dones al servicio de la verdad, al servicio de Cristo. A veces pienso: ¿A qué destrucción espiritual podrían haber conducido si usted no los hubiera entregado a Cristo?. Desde el núcleo de la obediencia sigue usted regalando, con ingenuidad, sin envidia, con sencillez, la sobreabundancia de lo que ha recibido. Rara vez oímos a los teólogos de hoy hablar tan directamente de lo necesario, de lo esencial, sin miradas de reojo para comprobar si agrada o no, atendiendo sólo al misterio de que se trate. Aun algo más: usted nos ha regalado muchos amigos, todos los grandes cristianos a quienes nos ha presentado: Agustín y Pascal, Dante y Soloviev, Anselmo de Canterbury y Péguy, y muchos, muchos otros, aun entre los paganos anteriores al cristianismo y entre aquellos que siguen buscando después del cristianismo. Con todos se ha familiarizado y aunque nosotros sólo podamos conocer una parte de esta obra, usted ha despertado en nosotros el respeto para acoger seriamente estas voces y escucharlas con cariño, para recibir su llamada más profunda. En la madura plenitud de su obra nos ha iluminado algo del esplendor inabarcable de la gloria, a la que todos estamos llamados. El agradecimiento por ello se debe expresar mejor con una oración que con palabras.
Traducido por Javier Prades
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