Cuando la Iglesia española ha vivido con intensidad y relevancia el Congreso sobre Evangelización es una exigencia que, también nosotros, a esta luz, nos preguntemos por el objetivo de nuestra misión aquí y ahora. A nadie se le oculta que la sociedad española atraviesa un momento económico muy difícil y una etapa política de enorme trascendencia histórica en la que aún queda mucho hasta construir pacíficamente una democracia con contenido real.
Sin embargo, es más grave y decisiva la situación de disgregación cultural a la que se asiste en España, especialmente cuando está siendo favorecida por el poder. El debate social mantenido en torno al divorcio, la libertad de expresión, la droga, el aborto, la libertad de enseñanza, etc., muestran el desgarramiento que sufre el pueblo español respecto de su tradición cultural católica.
Pero es precisamente dentro de esta tradición, que la cultura dominante rechaza y ridiculiza, donde nosotros hemos encontrado la posibilidad de vivir, de expresar y llegar a experimentar aquello que se nos impone desde el corazón.
La tarea que aparece ante nosotros, por tanto, la de dar aliento a una tradición que permite vivir; dar vida al humus de cultura que subyace en nuestro pueblo, mediante un impulso profundo y un trabajo en todos los ámbitos de la sociedad. Y, paradójicamente, el revitalizar la tradición católica significa hoy inventarlo todo, afrontarlo todo con un criterio absolutamente novedoso, mirar a nuestra sociedad con una creatividad desconocida para la cultura dominante.
Porque lo que nosotros hemos encontrado es la posibilidad de un cristianismo creador, que no se resigna a ser «motivación última» o simple «inspiración» de actitudes, sino que permite al hombre cambiar, ser protagonista de su propia vida y de la historia. Una fe que es capaz de cambiarlo todo: la forma de sentir, el trabajo, la política, la amistad...
Tan sólo se nos exige afirmar con tenacidad en cada situación la verdad que nos mueve: el encuentro con una compañía, con unos amigos que han provocado en nosotros la certeza del Dios vivo, del Dios crucificado que salva. Se trata de tener el coraje de expresar en cada situación aquello que somos, aquello por lo que pensamos que merece la pena vivir. Hemos permitido, por demasiado tiempo, que estos valores sean relegados a un intimismo privado de toda incidencia sobre la realidad personal y social.
Antes de lamentarnos o de exigir cualquier derecho, debemos ser capaces de vivir, decir y proponer aquello que somos.
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