El pasado 12 de febrero moría monseñor Antoni Vadell, obispo auxiliar de Barcelona. Antes había sido párroco en Lloseta, un municipio mallorquín donde no parecía fácil vivir la fe y donde acompañó de cerca a la pequeña comunidad de Comunión y Liberación
Gaudete in domino semper. Es el lema que escogió el sacerdote mallorquín Antoni Vadell cuando fue ordenado obispo auxiliar de Barcelona. Como él decía, lo hizo recalcando el semper del texto original de la carta de san Pablo, desde la intuición de que el amor del Señor es lo único que necesitamos para vivir, sea cual sea la circunstancia que nos toque afrontar. En los últimos meses de su vida, se hizo especialmente palpable en su carne este semper. En julio de 2021 le sorprendió el diagnóstico de un cáncer de páncreas. Lejos de rechazar la enfermedad o vivirla como un contratiempo, la percibió como «un momento de gracia» y una «oportunidad de conversión», testimoniando a familiares, amigos, sacerdotes, religiosos/as y fieles en general que dentro de ella se seguía sintiendo «preferido» y «mimado» por el Señor. Y añadía: «dentro de este dolor, encuentro el consuelo del Señor y de la Virgen en la oración». Sus palabras casi escandalizaban. ¿Cómo podía sentirse preferido en medido de tal debilidad y dolor físico? Era suficiente ver su rostro para percibir que lo estaba diciendo completamente en serio. Después de meses de lucha y testimonio de fe en la enfermedad murió el 12 de febrero, dejando conmocionadas a dos diócesis, la de su Mallorca natal y la de Barcelona, donde ejerció durante casi cinco años su ministerio.
En Mallorca, en la pequeña comunidad de CL de Lloseta, sigue resonando su voz en los corazones de todos. Antes de ser obispo auxiliar de Barcelona, Toni Vadell fue durante tres años el párroco de este pueblo y otras siete parroquias de los alrededores, junto a un equipo de sacerdotes y diáconos. Fueron muchos momentos de cercanía en celebraciones religiosas y sacramentos, pero también en cenas, campamentos de niños y jóvenes y todo tipo de encuentros. También la Escuela de Comunidad de Lloseta, a la que acudía siempre que su agenda se lo permitía. Todavía recordamos su primer día, pidiendo permiso para entrar con una humildad fuera de lo común: «¿puedo estar aquí?». Y cómo vibró al escuchar las canciones y nuestros pobres testimonios, con la sorpresa de descubrir otro carisma que también anunciaba la Verdad que él vivía. De Toni impactaba su alegría desbordante y contagiosa y su mirada enamorada del Señor, de quien nunca se cansaba de hablar, compartiendo ejemplos concretos de cómo Él iba actuando en su día a día. Esta proximidad no se perdió ni siquiera cuando se trasladó a Barcelona para ejercer de obispo. Seguía acompañando a tantos de nosotros... Ahora, cuando ya empieza a cicatrizar la herida causada por la separación física de Toni, en la comunidad de Mallorca es tiempo de empezar un trabajo.
Y el trabajo comienza siempre con una pregunta, en este caso: ¿qué es lo que nos ha dejado la vida de Toni?, ¿qué tenía este hombre que nos “atrapó” a todos, ya fuéramos niños, jóvenes o adultos? Tomeu Capó lo tiene claro. «El “venga a nosotros Tu reino” que rezamos en el Padre Nuestro llegaba con su presencia, estando con él todo era amor al Señor y a partir de aquí, construir, inventar». Su seguimiento del Señor también cautivó a Llorenç Mir. «No voy a exagerar si digo que he conocido, convivido, hablado, discutido y abrazado al Señor; esa pasión y amor por el Señor que transmitía lo convertía en Cristo mismo». O a Toni Servera, Antonia Maria Coll y sus hijos, que recuerdan cómo su casa era una fiesta cada vez que les visitaba porque «era imposible estar con él y no sentirse fascinado por cómo amaba, vivía o hablaba: con una fe valiente, una convicción y alegría que no dejaba un resquicio para la duda o la debilidad. Era para nosotros un regalo, como diría él mismo: una caricia del Señor».
Al igual que los discípulos, si nuestros ojos no lo hubieran visto no lo hubiéramos creído. Un hombre de nuestra tierra, que hablaba nuestro idioma, recorría nuestras calles y se veía afectado por las mismas dificultades que nosotros, que vivía, en definitiva, en una tierra muy desértica en cuanto a la fe, ¡era capaz de transmitir al Señor con esta potencia! Toni no engañaba a nadie. Sabía que el atractivo que ejercía su persona no provenía de sí mismo, sino del Señor que habitaba en él. No nos engañaba a nosotros, ni tampoco a él mismo. Cada día se levantaba muy temprano para tener un largo tiempo de oración. Explicaba a todo el que quería escucharle que esta era su fuerza, junto con la Eucaristía y los sacramentos. Y desde aquí, la tensión diaria por descubrir qué es lo que quería el Señor de él en cada instante. Fiándose de Él en todo, aunque no lo entendiera. Primero, en su llamada a ser obispo y después en su enfermedad. En Toni era fácil entender lo que es la vida como vocación, una continua respuesta a la llamada del Señor, que pasaba por encima de los miedos y los "no puedo".
Desde esta comunión con Cristo llegaron los frutos. Carles Seguí, que trabajó con él en el equipo de la Unidad Pastoral de la Mare de Déu y le sucedió como párroco, recuerda que le conoció durante su discernimiento vocacional y cómo le ayudó a verificar que Cristo le estaba llamando al sacerdocio. Del tiempo en que formaron equipo pastoral, comenta que «no puedo dejar de decir que en él descubrí más que a un compañero de luchas pastorales, a un amigo sacerdote, compartiendo una visión muy amplia del sacerdocio, como si el sacerdocio fuera una amistad con todos, con él era evidente y fácil a la vez». Otro miembro del equipo, el también sacerdote Vicenç Miró, destaca su capacidad para escuchar y ayudar a cada uno a encontrar su lugar en la comunidad cristiana. «Así sucedió en mi caso, cuando dejé la comunidad religiosa, en la que no encontraba mi lugar. Él supo integrarme de lleno en el equipo pastoral, ayudándome a encontrar el zapato que me venía a medida».
Además de por el sacerdocio, Toni Vadell sentía una auténtica pasión por comunicar el Evangelio, especialmente en el primer anuncio a los más alejados y a los jóvenes. En muchos de los chicos y chicas, el encuentro con Toni encendió en ellos la primera llama de la fe. Laura Fluxá lo conoció en una misa en el colegio. «Desde el primer día hizo que viera al Señor no como una historia preciosa narrada en la Biblia, sino como algo real, como compañía que me quiere y me acompaña siempre». Para Maria Magdalena Ripoll el lugar fue un campamento a los 15 años. «Fue una mirada que transformó algo dentro de mí». Y recuerda cómo les insistía: «no tengáis miedo de vivir a lo grande». Francesc Reynés añade una anécdota que ejemplifica muy bien cómo educaba a los jóvenes. «En un campamento, en una oración, me quedé más tiempo delante del Santísimo. Se acercó y me dijo: “sabes que te quiere mucho, ¿no?”. Le miré sin saber qué contestar y continuó: “yo también te quiero, vales mucho”. Me hizo la imposición de manos y se fue a dormir. Normal que después quisiera volver a estar con alguien así».
En los últimos tiempos, la forma en que afrontaba su enfermedad ha ayudado a Bernat Llabrés y su mujer Antonia. Él padece un cáncer cerebral. Periódicamente, antes de que la enfermedad se convirtiera en terminal, Toni enviaba un audio a los grupos parroquiales de Barcelona y Mallorca. De su propia voz explicaba su evolución, sin esconder su humanidad y debilidad. Pero sobre todo comunicaba serenidad y cómo se seguía sorprendiendo por el Señor día a día. En una ocasión dijo: «El Señor nos promete que secará las lágrimas de toda la humanidad, pero a la vez, no nos ahorra ninguna». Frases que Bernat y Antonia tienen muy presentes. «Cómo vivió su enfermedad ha sido de gran ayuda y apoyo para poder afrontar y vivir la enfermedad que ahora estamos pasando, haciendo que día a día sea un continuo decir “sí” y tener la mirada en Cristo crucificado como siempre la tenía él».
Estos testimonios que hemos recogido nos sirven para seguir cayendo en la cuenta de que no era el “hombre” Toni quien nos había cautivado, sino el Señor a través de su testimonio. A pesar de que humanamente notamos a faltar su presencia, no podemos dejarnos engañar. Es el Señor, y solo Él, quien puede llenar nuestra vida, quien nos promete la vida eterna. Por esto, como decía Toni, debemos alegrarnos siempre en el Señor. Ni siquiera ahora, después de su muerte, nos falta ningún don de gracia. Fue el Señor quien nos dio a Toni para que viéramos que sí, que se puede vivir de la fe. También en Mallorca. Fue el Señor quien capacitó a Toni para ser el impresionante testigo que ha sido. Si somos honestos sabremos que con su muerte el Señor nos está pidiendo a todos que demos un paso. Que tomemos el relevo y seamos ahora nosotros sus testigos. Toni, desde el cielo, intercederá para que así sea.
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