La película Llegaron de noche narra la masacre de seis sacerdotes jesuitas en El Salvador desde la mirada de Lucía, única testigo del asesinato. La actriz Juana Acosta nos cuenta cómo fue su encuentro con ella
«Si me matan de día sabrán que ha sido la guerrilla, pero si llegan de noche serán los militares los que me maten». Esa frase suena como una profecía en labios del padre Ignacio Ellacuría, sacerdote jesuita español que murió asesinado en El Salvador, tal como relata la última película de Imanol Uribe, Llegaron de noche, rodada entre España y Colombia, porque no era seguro rodar en El Salvador.
El film presenta la matanza de seis sacerdotes jesuitas en la UCA, la Universidad Centroamericana de San Salvador, a los que asesinaron junto a una empleada y su hija. El suceso tuvo lugar en el marco de un conflicto armado que sacudió al país centroamericano durante más de una década y se calcula que se cobró más de ochenta mil víctimas mortales, entre ellos varios mártires, como el ya canonizado monseñor Óscar Romero. La película vuelve a poner de actualidad el martirio de un grupo de hombres que decidieron luchar junto a su pueblo aun a riesgo de su propia vida, un caso que aún permanece impune. Esta última razón es la que ha movido a su creador, Imanol Uribe, que nació en El Salvador y se crio con los jesuitas, un doble vínculo que le ha movido desde el afecto a dar a conocer esta historia.
Pero lo que más impactó a Uribe fue la tenacidad de una mujer que fue testigo inesperado de aquella masacre. Se trata de la salvadoreña Lucía Barrera, madre de familia que fue acogida por los “padres”, como ella los llama, tras verse obligada a dejar su casa por el conflicto armado. Quiso la Providencia que la noche del 16 de noviembre de 1989 ella y su familia estuvieran durmiendo en la sede de la universidad, sin que nadie lo supiera. Al oír ruidos, ella despertó y fue a asomarse a la ventana, desde donde se convirtió en la única testigo que podría delatar a los autores de la masacre. Su testimonio la obligó a tener que abandonar su país para siempre, y treinta años después no solo no ha podido regresar, sino que vive «con el miedo metido en el cuerpo y con todas sus heridas abiertas». La actriz colombiana Juana Acosta da vida a Lucía, con la que pudo convivir durante largas jornadas, debido a que el confinamiento paralizó el rodaje, y eso le permitió preparar el guion, casi línea a línea, al lado del personaje al que iba a encarnar. Una convivencia que le ha impactado mucho y que nos cuenta en esta entrevista.
¿Conocías esta historia antes de que te llegara el guion?
No conocía la historia pero, desde que recibí el guion, no paraba de encontrarme con gente que sí conocía este suceso y entonces me empecé a dar cuenta de la repercusión que podía tener. Nunca agradeceré lo suficiente a Imanol Uribe por pensar en mí para interpretar a Lucía.
¿Cómo fue la relación con ella?
Si la historia me impactó sobre el guion, el personaje me impactó muchísimo. Me pareció una mujer de una valentía inmensa y al poco tiempo viajé a conocerla. Tenía muchas ganas de escuchar su testimonio y tanto ella como su marido, Jorge, fueron muy generosos conmigo. Me recibieron en su casa, me cuidaron, pasamos un fin de semana juntos, pero me impactó mucho que treinta años después seguían viviendo con el miedo en el cuerpo. Me sorprendió porque no quisieron que los invitara a comer a ningún restaurante. Pasaron mucho tiempo contándome todo lo que habían vivido, pero no querían hacerlo en ningún lugar público, tenía que ser en privado, incluso cerraban las persianas de su casa. Me impactó ver cómo tantos años después seguían teniendo tanto miedo a correr peligro por hablar de este tema. He visto que cuando pasas por algo tan traumático, cuesta mucho recuperarse, todavía les afecta mucho. Lo noté ya cuando los conocí, y también cuando estuvimos leyendo juntos el guion.
El confinamiento te permitió convivir más tiempo con ellos.
La película se tenía que haber rodado antes del confinamiento, incluso Imanol y los jefes de equipo ya estaban en Colombia preparando el rodaje y cuando nos confinaron tuvieron que volver en el último avión. Pero para mí fue muy valioso porque en esos tres meses leí todo el guion con ellos, aunque había momentos en que teníamos que parar porque ella se rompía. A veces yo le decía que no se preocupara si teníamos que dejarlo, pero ella me decía: «yo te voy a ayudar hasta el final». Y así lo hizo. Fue muy valioso para mí. No solo por escuchar su relato sino porque me iba contando cómo se sentía en cada momento del guion: «aquí tenía mucho miedo, aquí me sentía muy impotente, aquí no entendía nada de lo que estaba pasando…». Me permitió construir casi todo el hilo de pensamiento del personaje con ella y eso para mí fue un regalo.
La película narra un caso de martirio, pero describe sobre todo una lucha por la verdad.
Sin duda, para mí es importantísimo que a través de esta película la verdad salga a la luz. Esta es una película que habla de la verdad, de cómo ella defendió la verdad hasta el final, en una situación tan límite como la que le tocó vivir, que tuvo que salir de su país, irse de su casa, no poder volver nunca más, ir a un país que ni siquiera tenía el más mínimo interés en visitar, con otro idioma, otra cultura… Eso tiene que ser muy duro. Es terrible que ahora estemos viendo las mismas imágenes de la película en los telediarios y en los periódicos con la guerra en Ucrania. Familias enteras huyendo del horror de la guerra con lo puesto, con sus banderitas blancas, y con el pánico y el horror en el cuerpo y en la mirada. Es muy duro porque parece que el ser humano no avanza, no aprende, es terrible.
¿Qué lleva a Lucía a no renunciar a proclamar la verdad, a pesar de que sabe que le va a costar caro?
Un gran motor de Lucía fue el agradecimiento. Ha sido testigo de la masacre de estos curas que tanto la cuidaron y tanto la quisieron. Está dispuesta a jugarse la vida por gratitud a estos hombres, que también han dado la vida por la verdad, por ser honestos, por ayudar a los demás… Y a ella la ayudaron mucho. Ella me contó que no había tenido padre y a esos curas los quería como a sus verdaderos padres. Todavía este es el día en que sigue preguntándose por qué tuvieron que matarlos. Pero por una gran casualidad de la vida, a ella y a su marido les tocó estar justo esa noche en ese lugar para presenciar lo que vieron. Algo que la ha golpeado muy duro, pero que ella afronta con una gran certeza por lo que ha visto. Es hermoso ver en ella esa mezcla entre una gran fortaleza y entereza pero a la vez una gran fragilidad, una mujer sencilla, humilde y muy bondadosa. Lucía es una mujer buena de verdad.
Y, a pesar de la dureza de su lucha, no está sola.
Su marido es un gran apoyo en su vida. Es tan hermoso escucharlos y verlos, cómo se quieren, cómo se acompañan. Me ha encantado ver que con todos los años y cosas que han pasado, siguen juntos porque en esta película la fuerza de la familia es muy importante. Ves que ahí hay un núcleo que permanece fuerte y que se sostiene. Es también un motor para ella, es su gran apoyo, darse cuenta de que la vida de su familia corre peligro es lo que le lleva a dar un paso.
El paso que da Lucía va acompañado de una aparición de su querido padre Nachito, uno de los mártires asesinados en aquella masacre.
¡Esa aparición es real! Me la contó, le pasó, ella lo vivió y lo vio, siente que ese día estuvo con el padre Nachito, y que él le dijo que luchara por su familia. No fue una ensoñación, le sucedió y lo cuenta así. Cuando toma la decisión de ceder, se acuerda de ese momento. Ella no entiende por qué nadie la cree si sencillamente está contando lo que vio, lo que le pasó, con esa frase tan bonita que describe el tema de la película: «¡No soy yo, es la verdad, que pelea por salir!».
¿Impone más interpretar a personajes reales?
Siempre causan un poco de pudor, miedo, respeto, pero también suelen darte grandes satisfacciones. En el caso de Lucía, que aún vive, sentía la necesidad de no defraudarla, para mí era muy importante que se sintiera bien representada.
¿Qué le ha parecido la película?
Me encantó una cosa muy linda y muy tierna que me dijo: ¡que se sentía muy identificada conmigo! Lloró mucho y pidió verla una segunda vez. Con este personaje he podido dar un salto expresivo importante como actriz. Siendo ella tan diferente a mí en muchas cosas, me he atrevido a jugar con el acento, con los agudos, con otros andares, y creo que he conseguido algo que llevo mucho tiempo buscando, creo que en algunos momentos he logrado cambiar la mirada, que no es fácil y con Lucía veo que a veces aparece en mí otra mirada. Y eso es una gran alegría.
La vida de estos sacerdotes, la vida de Lucía, está marcada por la fe, ¿qué ha supuesto para ti encontrarte con una fe así?
Para mí, su fe coincide con su confianza. Es lo que les lleva a vivir. Yo no tengo fe, a mí me han enseñado siempre a creer en mí y a perseguir mis sueños, pero en cierto modo lo vivo también como una forma de fe, en el sentido de confiar en que, si el universo te pone aquí, es que tendrá preparado para ti algo más grande que tú.
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