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Huellas N.04, Abril 2022

PRIMER PLANO

Kazajistán. ¿Dónde acaba la guerra?

Davide Perillo

En varias ciudades el año empezó con protestas callejeras, represión y víctimas. Ahora el conflicto está muy cerca. Lyubov, responsable de un Centro para personas con discapacidad en Karagandá, nos muestra su esperanza

«Cuando escuché el discurso de Putin, dentro de mí resonaba una palabra: “¡Imposible! No puede ser…”. Pero me di cuenta de que todo eso era posible porque a menudo la guerra pasa por nuestras propias vidas, por la mía. Ahí empieza». Lyubov Khon, 64 años, una de las responsables de la comunidad de CL en Kazajistán, vive en Karagandá, ciudad con medio millón de habitantes en el corazón de un país tan grande como Europa occidental, que a principios de año vivió dos semanas dramáticas, con protestas callejeras y represión, cócteles molotov y muchas víctimas (más de 200 muertos, miles de heridos y detenidos). La causa desencadenante fue el aumento de los precios del gas y el pan. Pero la rabia mordió aún más fuerte. Por primera vez en años, las calles de Nursultán, la capital, se tiñeron de sangre, con blindados y escenas que anticipaban en parte las que ahora nos llegan desde Ucrania. Lyubov, que fue profesora y ahora es responsable de un Centro para jóvenes con discapacidad llamado Mayak (“El Faro”) –que merecería un artículo aparte–, tuvo que enfrentarse con sus amigos a una nueva tragedia que les tocaba muy de cerca. «Para nosotros es un dolor inmenso. En Kazajistán, por diversos motivos, viven mezclados todos los pueblos que vivían en la antigua URSS. Muchos ucranianos viven aquí y tienen familia allí. Pero el dolor se multiplica por diez porque muchos seres queridos –como algunos de mis antiguos alumnos, mi hermana y su familia– viven en Rusia».

¿Qué dicen allí de la guerra?
Muchas cosas. A veces con un único objetivo: encontrar tu posicionamiento y defenderlo a toda costa. Pero este tipo de confrontación es muy triste. Tengo claro que la guerra acaba allí donde el corazón se abre en busca de la verdad. Solo entonces puedes mirar al otro no como enemigo, sino como hermano.

¿Has visto algún ejemplo en estas semanas?
Una amiga vino a trabajar el primer día de guerra con un gran sufrimiento por su hermana, que vive en Ucrania, y discutió duramente con un compañero que justificó el ataque ruso. Esa noche, varios amigos rezamos juntos el rosario. Al día siguiente, mi amiga llegó al trabajo y le dio un abrazo a este compañero, sin decir una palabra. Otro hecho que me impactó fue ver, también los primeros días, cómo vivían esta situación otra compañera y una amiga protestante que había conocido la experiencia del movimiento. No dejaban de llorar, era como si en ellas se hubiera apagado la chispa de la vida. Pero al mismo tiempo se daban cuenta de que necesitaban una vía para salir de ese estado. Una de ellas decidió participar en nuestra oración comunitaria y la otra –inesperadamente– aceptó la invitación a un encuentro del obispo con madres de niños con discapacidad. La primera vino luego a darme un abrazo diciendo: «Cuánto bien has traído a mi vida, por fin empiezo a respirar». La segunda, al salir del encuentro, no solo llevaba en su corazón la esperanza de nuestros chavales, sino sobre todo su propia esperanza. Era evidente en sus ojos y en su sonrisa.

¿Y a ti, qué te provoca todo esto?
He conocido algo que me permite mirarlo todo sin miedo. Después del primer shock, retomas el camino. Hace falta tiempo para que la memoria se ponga a trabajar, para que Jesús se encarne y venga de nuevo a mí, a darme palabras de vida. No siempre es automático. La guerra empieza muchas veces en nuestro interior.

¿En qué sentido?
Alguien a quien quiero mucho está pasando un momento complicado con su mujer, que le ha traicionado. Está viviendo la experiencia de una guerra llena de antipatía, odio, abandono… Yo misma durante este tiempo he repasado honestamente la relación con mi marido, que durante casi un mes ha estado plagada de rechazos y pretensiones. Me he dado cuenta de que vivía con un corazón frío y duro. La guerra empieza muchas veces dentro de mí. He aprendido que se trataba de una decisión de mi libertad, vivir como en una guerra o vivir sin perder la vida. He sentido tal pobreza, tanto dolor por mí misma, por los que tengo cerca y los que tengo lejos, tanta necesidad de Jesús, que por primera vez en mi vida, llorando, me puse a rezar el rosario en el silencio matutino. En aquel momento estaba delante de Cristo con toda mi necesidad. Le pedí que venciera la guerra que había estallado en mi interior. Entonces, lo que estaba pasando en Ucrania entró en mi corazón. Le pedí a Jesús que se hiciera carne en mi vida porque tomar conciencia de que Él no me abandona me ayuda a mirar todo lo que sucede. Me acordé de lo que Carrón nos decía siempre de Giussani: «El gran problema del mundo de hoy ya no es una pregunta teórica, sino una pregunta existencial. No “¿quién tiene razón?”, sino “¿cómo se puede vivir?”». Ahí comienza mi responsabilidad. He recibido gratuitamente la esperanza para compartirla con otros. Ha sido un primer paso de conciencia que tiene su origen en el trabajo personal de la Escuela de comunidad. Me sorprende la manera en que el texto de Dar la vida por la obra de Otro lleva dentro todas las respuestas a mi dolor, que deja de ser un obstáculo para convertirse en una compañía en el camino, en la ocasión de ir hasta el fondo de lo que he encontrado.

¿Qué te parece más decisivo en esta situación?
Este corazón que grita. Necesita encontrar un sentido a todo. Las respuestas que oigo por todas partes no me bastan. Son como un ruido de fondo. La primera ayuda consiste en que la libertad y la necesidad ponen en marcha mi memoria y mi razón. También me ayuda la comunidad. El papa Francisco, con su dolor, compartiendo el dolor de otros y de la Iglesia; Carrón, que en 2014, en un encuentro en San Petersburgo donde también se habló de Ucrania, daba unos juicios luminosos. Y esas palabras de don Giussani sobre Iraq en 2003: «La salvación viene de seguir a Cristo, de identificarse con el sentimiento sobre el hombre que él tiene, y de invocar la gracia de que el hombre haga con su libertad lo que hizo Cristo con la suya: confiar su propia debilidad mortal en manos de la misericordia del Padre». Pero también son de gran ayuda los testimonios que llegan de los amigos de Ucrania.

Estos meses vosotros también habéis vivido un periodo muy complicado. ¿Qué aprendiste esos días?
Descubrí una necesidad urgente de verdad y de una fe razonable. En esta compañía me siento libre porque es un lugar de verdad. Aquí eso no es tan fácil. Durante muchos años nos hemos escondido tras esquemas ideológicos. Era más fácil atrincherarse en el silencio, en una especie de auto-engaño o indiferencia pasiva. En cambio, en este lugar puedo hacer preguntas, correr riesgos y plantear las cuestiones más incómodas. El 12 de enero, antes del fin del estado de emergencia, ya retomamos las clases en nuestro centro. Fue una gran alegría para los niños y para sus padres. Esa misma noche le envié una foto a un amigo y me respondió que nuestro centro era el signo de que Dios quiere abrazar a Kazajistán entero. Cuando lo leí, pensé que exageraba. En ese momento la situación todavía era demasiado complicada. Pero más tarde, releyendo el libro de Crear huellas en la historia del mundo, me parecía evidente que no hay una postura que me corresponda más que la de Giussani. El apartado “Educar en la vida social” me ayudó a entender las palabras de mi amigo. Nuestro trabajo, que sirve para responder a las necesidades de uno, se caracteriza por la conciencia del valor que tiene una persona para todos. «Por medio del trabajo la realidad resulta modulada y modelada por el hombre (…) a partir de la amistad humana que se establece entre quienes se reúnen en nombre de Cristo y que se llama Iglesia». Solo su misericordia hace nacer la vida. Todo lo demás es guerra y dolor.

Has escrito a varios amigos diciendo: «Estoy segura de que lo que estamos viviendo ahora es una gran oportunidad para todos para reconquistar una posición abierta, libre y marcada por lo que hemos encontrado». ¿Por qué? ¿Qué te da esa certeza?
Mi corazón, mi camino de estos años y mi experiencia. Lo que me convence no son palabras, sino lo que se expresa y aclara en la experiencia. Solo tengo hambre de “palabras” que me ayuden a levantar la mirada del suelo. Y la voz que puede pronunciarlas pertenece a Alguien que siempre me da confianza porque su amor por mí es tan totalizante que vence y abraza toda mi fragilidad. Solo delante de Él puedo arrodillarme con toda mi sed de ser amada en este mundo tan loco. Me he dado cuenta de una cosa. Durante el día me olvido de rezar, olvido que hay una guerra en marcha, olvido el dolor… me olvido de Él. ¿Cómo me doy cuenta? Porque Dios no deja de venir a buscarme, de llamar a mi puerta diciendo: «Despierta, mira alrededor, abre los ojos… Estoy aquí». El camino que hago en compañía de ciertos amigos me despierta y cura mi inconsciencia. Y ver la necesidad que tienen todos de Algo que yo he encontrado gratis. Puse en las redes sociales una foto con don Giussani: «Este es mi gran amigo, encontrarme con él me cambió la vida». En los comentarios, una madre del Faro escribió: «Gracias a ti he aprendido a leer las cosas a otro nivel». Le respondí: «Sin este encuentro no existiría ni ese nivel de lectura ni nuestro Faro». A los pocos días nos vimos y lo primero que me dijo fue: «Tienes que contarme quién es don Giussani. Quiero saberlo todo de él».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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