«Cuanto más se niega nuestro tiempo a ver el rostro entero del mundo para no mirar más que una pequeña parte de su piel, tanto más me inquieto al considerar ese rostro en su ritmo entero, y tanto mas quiero ir en contra de esa corriente general.
¿Hablo así porque, conforme se avanza en la vida, los reflejos se hacen cada vez más claros a nuestro alrededor y más trágicamente claro aparece el horizonte? Creo que las líneas y colores brotan de mis ojos siendo así que no estoy llorando. No penséis que hablo de este modo por una especie de debilidad, -muy al contrario-; cuanto más avanzo en edad, mejor sé lo que quiero y lo que digo. Sé que el camino de la vida es eterno y corto. Y cuando estaba en el vientre de mi madre, supe que este camino se recorría mejor con amor que con odio. Hace ya muchos años, yo reflexionaba de este modo, preparándome a crear estos grabados para la Biblia. ( ... ) He visto las montañas de Sodoma y el Negeb, de sus cuevas brotan las sombras de nuestros profetas; en sus vestidos amarillentos, de color de pan seco, he escuchado sus antiguas palabras. ¿Acaso no han dicho exactamente cómo caminar por la tierra y con qué ideal vivir?
Oh Dios, Tu que te ocultas en las nubes, o detrás de la casa del zapatero, haz que aparezca mi alma dolorosa de rapaz qué balbucea, muéstrame tu camino. No querría ser semejante a los demás; quiero tener un mundo nuevo.»
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