El mundo ha acogido con respeto y tristeza la muerte del que, según Picasso, era el último pintor que entendía realmente el color. Con la muerte de Marc Chagall, ocurrida a los 97 años, en Saint Paul de Vence, el 28 de marzo de este año, se nos va un artista impresionante; un hombre cuya riqueza plástica era reflejo de un irresistible deseo de encontrarse consigo mismo y, a la vez, abrirse a la grandeza del infinito.
«El hombre siempre busca algo nuevo: pero debe redescubrirse la originalidad de su propio lenguaje. Un lenguaje idéntico al de los primitivos, al de esos hombres que cuando se han puesto a hablar, han hablado únicamente de su verdad».
LOS PRIMEROS PASOS
Nacido el 7 de julio de 1887 en Vitebsk (Rusia), nos lo describían como un hombre pequeño, ligero, proporcionado, persuasivo y dulce y, al mismo tiempo, preciso y agudo como la hoja de una espada. Hijo de un humilde trabajador y de una mujer sensible e imaginativa, Marc Chagall pasó sus primeros años en una casita junto a la calle que va por detrás de las prisiones en la periferia de Vitebsk, donde vivían los judíos pobres. Allí, en el estudio de un pintor local, iniciaría sus contactos en el arte que más tarde habría de darle fama universal. Y ese ambiente hecho de iglesias, de tiendecitas, de techos de madera y calles estrechas, el mundo poético de su pueblo, de sus primeros amores, le acompañó siempre.
El pintor se traslada a París en 1916 gracias a la ayuda de un mecenas que le mantendría durante cuatro años. Atrás quedaba su novia Bella Rosenfeld, Rusia, las isbas, las sinagogas, los mercaderes, las cabras y las barracas. En París encuentra a sus maestros «a cada paso, en cada casa. Los encontré entre pequeños vendedores del mercado semanal al aire libre, entre los camareros de los cafés, las porteras, los campesinos y los obreros. Yo había traído mis objetos de Rusia; París les ha echado encima su luz».
Este revolucionario de la pintura, ruso de nacimiento, francés de adopción, generoso con el país que le acogió y con sus amigos, no pudo nunca olvidar sus orígenes de niño y adolescente judío en un pueblo a las orillas de Dvine. «En mi casa se trabajaba mucho y en silencio. Todo estaba impregnado de amor, pero sin palabras».
UNA ACTITUD EXISTENCIALMENTE RELIGIOSA
Esta actitud amorosa frente a todas las cosas es lo que permite despertar en Marc Chagall sus propias exigencias originarias. Toda su humanidad encuentra espacios donde desarrollarse; y la poesía, como canto existencial, constituye para el artista el modo más pleno de expresar esas exigencias, ese deseo profundo, esa tensión frente a la naturaleza, frente al mundo que le rodea.
«Me gustaría ser consciente de la trascendencia de no estar más tiempo solo entre criaturas silenciosas cuyas opiniones sobre nosotros sólo Dios es capaz de conocer. Estos animales, caballos, vacas, cabras en bosques y colinas, permanecen todos en silencio. Nosotros murmuramos, cantamos, escribimos poemas y dibujamos, que ellas ni leen, ni ven, ni entienden. Me gustaría subir hasta esa amazona que cabalga a pelo, sonriendo; su traje, un ramo de flores. Quisiera abarcarle con mis años floridos y no floridos. Sobre mis rodillas le expresaría deseos que no son de este mundo.
Me agradaría correr tras su caballo para preguntarle cómo vivir, cómo escapar de sí mismo, del mundo; a quién seguir y a dónde dirigirse».
Y esta tensión, este deseo inmenso de ver colmadas sus exigencias, confieren a Marc Chagall una actitud etimológicamente «religiosa»; es decir que tiende a «re-ligar» al hombre con aquella raíz que constituye la respuesta a esas exigencias. «El arte, en general, es un acto religioso, pero el arte creado por encima de los intereses, gloria o cualquiera otro bien material, es sagrado».
En este mundo, Chagall conecta perfectamente con lo Divino; con aquello que trasciende a todo lo que él es y desea, y da sentido a lo que hace. E impone, por tanto, una función espiritual muy precisa a su obra: dar lugar visible al diálogo con Dios. Cada cuadro está organizado alrededor de un encuentro entre el hombre y la divinidad; rodeado éste por la muchedumbre que acompaña dulcemente a sus héroes. La humanidad es, con claridad, el actor esencial de toda su pintura.
«Día y noche he trabajado como para mí mismo; he buscado y dudado. Pero este «yo» se divide frecuentemente y se multiplica entre toda la gente que siento alrededor de mí. Mientras trabajo me planteo estas cuestiones: ¿Por qué pinto?, ¿De dónde vengo?».
EL «MENSAJE BIBLICO»
La fuente de inspiración, de color y luz, de poesía, es para Marc Chagall, desde su juventud, la Biblia: «Desde mi más temprana juventud fui cautivado por la Biblia. Siempre me ha parecido, y todavía me sigue pareciendo, la fuente de poesía más grande de todos los tiempos (...) En el mundo hay dos grandes poemas: La Biblia y Shakesperare». La Biblia como expresión de sus exigencias radicales - como fuente, por tanto de donde mana esa necesidad de expresión de sus exigencias radicales- se convierte en el punto de referencia en torno al cual se estructura toda su obra. Y como fruto de esta tendencia surge el Mensaje Bíblico, ocupando un lugar excepcional: éste, abarca toda índole de trabajos, pinturas y dibujos relacionados, más o menos directamente, con los diecisiete grandes cuadros que componen la espina dorsal de esta gran obra. El Mensaje Bíblico constituye una aproximación a los misterios del mundo, cuyo método no puede ser otro que la poesía y cuyo destinatario no puede ser otro que la humanidad entera: «Para mí, estos cuadros no representan el sueño de un pueblo, sino el de toda la humanidad». Este afán de universalidad que el artista tiene sobre su obra es lo que le permite mantenerse al margen de las corrientes pictóricas del siglo XX. En ello se intuye cómo esta batalla ha sido ganada no sólo contra los «ismos» de todo tipo -impresionismo, realismo, cubismo, simbolismo, surrealismo-, sino también a contrapelo de la misma evolución del arte que continuamente vive nuevas etapas.
«Personalmente, no creo que la tendencia científica sea un bien para el arte. Impresionismo y cubismo me son extraños. El arte me parece una situación anímica por encima de todo»
EL ARTE COMO TRASCENDENCIA
Frente al lienzo, Chagall se encuentra rotalmente asombrado ante la riqueza de la vida; es la maravilla de contemplar la naturaleza como expresión de algo más grande. Dios está en rodo; se encuentra presente en los más mínimos detalles de la creación: «ni un grano de arena, ni una pluma de pájaro se mueve sin que Dios lo sepa y quiera que sea así».
La omnipresencia de lo Divino, como factor esencial de juicio frente a todo lo que acontece, es la constante en la vida y obra del artista: «tanto en el arte como en el orden social, los cambios serán posiblemente más dignos de confianza si proceden de nuestra alma y de nuestra inteligencia».
Por otra parte, la maduración (1959-1967) del Mensaje bíblico va acompañada de toda suerte de expresión artística: mosaicos, vidrieras, tapices, pinturas monumentales y decoraciones de teatro. Obras todas que manifiestan una única preocupación estética: multiplicar los matices, conseguir cualquier tipo de técnica de modo que la obra adquiera relieve y se anime hasta desorientar la mirada. Lo imaginario toma vida; la fantasía se convierte en realidad. «Todo nuestro mundo interior, es realidad; seguramente. más real que el mundo aparente. Denominar fantasía o cuento de hadas a lo que parece ilógico es admitir que no se entiende la naturaleza». La pintura de Chagall es una provocación al mundo para que vuelva a sus misterios. Para que entronque con aquello que constituye intrínsecamente al hombre. «Hay que trabajar la pintura con la idea de que algo de nuestra alma penetra en ella y le da sustancia. Un cuadro debe hacer y florecer como algo vivo, debe abrazar algo inabarcable, confuso; el encanto y el sentido profundo de lo que os concierne».
EL MUSEO TEMPLO
Desde la capilla de Vence se le rinde homenaje y se conviene construir el primer museo nacional consagrado por el estado francés a la obra de un artista vivo: el Museo Nacional de Niza.
El Mensaje Bíblico ha sido concebido en función del edificio actual que lo alberga. Es un deseo de unir pintura y espacio construido. Así pues, este edificio, consagrado como santuario, necesita de una actitud propiamente religiosa ( del mismo modo que la capilla del rosario de Henri Matisse o la de la Guerra y Paz, de Picasso, si bien esta última, de un modo distinto) para entender el arte que allí se recoge.
Pues, como el mismo arrisca dice: «¿Puede haber algo más emocionante en nuestra comunidad terrestre que prestar oído al corazón humano, y percibir en él las palpitaciones de un mundo, con sus nostalgias y sus sueños».
Ni sinagoga, ni iglesia, ni quizá museo, el Mensaje Bíblico como obra y como deseo constituye un auténtico testamento espiritual y plástico de un pintor y de un hombre; se trata de un templo construido para acoger y proteger todo lo que a él acude buscando un sentido a la vida.
«Negamos toda divinidad; hablamos incluso de su decadencia, pero estamos equivocados. Buscamos algo que pueda reemplazar este sentido divino. Nos preocupamos fría y calculadamente de mejorar la situación material del hombre y su destino. Pero de este modo destruimos frecuentemente en nosotros mismos y en los demás el amor y lo divino».
NOTA: Todas las frases en cursiva y entrecomilladas son palabras textuales de Marc Chagall, y han sido obtenidas en su mayoría del libro de Provoyeur: Chagall; El Mensaje Bíblico, publicado en España por Ediciones Encuentro.
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