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Huellas N.9-10, Junio 1985

ARTE

Marc Chagall: el color de la vida

Javier Ortega

El mundo ha acogido con respeto y tristeza la muerte del que, según Picasso, era el último pintor que entendía realmente el color. Con la muerte de Marc Chagall, ocurrida a los 97 años, en Saint Paul de Vence, el 28 de marzo de este año, se nos va un artista impresionante; un hombre cuya riqueza plástica era reflejo de un irresistible deseo de encontrarse consigo mismo y, a la vez, abrirse a la grandeza del infinito.

«El hombre siempre busca algo nuevo: pero debe redescubrirse la originalidad de su propio lenguaje. Un lenguaje idéntico al de los primitivos, al de esos hombres que cuando se han puesto a hablar, han hablado únicamente de su verdad».

LOS PRIMEROS PASOS
Nacido el 7 de julio de 1887 en Vitebsk (Rusia), nos lo describían como un hombre pequeño, ligero, proporcionado, persuasivo y dulce y, al mismo tiempo, preciso y agu­do como la hoja de una espada. Hi­jo de un humilde trabajador y de una mujer sensible e imaginativa, Marc Chagall pasó sus primeros años en una casita junto a la calle que va por detrás de las prisiones en la periferia de Vitebsk, donde vi­vían los judíos pobres. Allí, en el estudio de un pintor local, inicia­ría sus contactos en el arte que más tarde habría de darle fama univer­sal. Y ese ambiente hecho de igle­sias, de tiendecitas, de techos de madera y calles estrechas, el mun­do poético de su pueblo, de sus pri­meros amores, le acompañó siem­pre.
El pintor se traslada a París en 1916 gracias a la ayuda de un me­cenas que le mantendría durante cuatro años. Atrás quedaba su no­via Bella Rosenfeld, Rusia, las isbas, las sinagogas, los mercaderes, las ca­bras y las barracas. En París encuen­tra a sus maestros «a cada paso, en cada casa. Los encontré entre pe­queños vendedores del mercado se­manal al aire libre, entre los cama­reros de los cafés, las porteras, los campesinos y los obreros. Yo había traído mis objetos de Rusia; París les ha echado encima su luz».
Este revolucionario de la pintu­ra, ruso de nacimiento, francés de adopción, generoso con el país que le acogió y con sus amigos, no pu­do nunca olvidar sus orígenes de ni­ño y adolescente judío en un pue­blo a las orillas de Dvine. «En mi casa se trabajaba mucho y en silen­cio. Todo estaba impregnado de amor, pero sin palabras».

UNA ACTITUD EXISTENCIALMENTE RELIGIOSA
Esta actitud amorosa frente a todas las cosas es lo que permite despertar en Marc Chagall sus pro­pias exigencias originarias. Toda su humanidad encuentra espacios donde desarrollarse; y la poesía, co­mo canto existencial, constituye pa­ra el artista el modo más pleno de expresar esas exigencias, ese deseo profundo, esa tensión frente a la naturaleza, frente al mundo que le rodea.
«Me gustaría ser consciente de la trascendencia de no estar más tiem­po solo entre criaturas silenciosas cuyas opiniones sobre nosotros só­lo Dios es capaz de conocer. Estos animales, caballos, vacas, cabras en bosques y colinas, permanecen to­dos en silencio. Nosotros murmu­ramos, cantamos, escribimos poe­mas y dibujamos, que ellas ni leen, ni ven, ni entienden. Me gustaría subir hasta esa amazona que cabal­ga a pelo, sonriendo; su traje, un ramo de flores. Quisiera abarcarle con mis años floridos y no floridos. Sobre mis rodillas le expresaría de­seos que no son de este mundo.
Me agradaría correr tras su ca­ballo para preguntarle cómo vivir, cómo escapar de sí mismo, del mundo; a quién seguir y a dónde dirigirse»
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Y esta tensión, este deseo in­menso de ver colmadas sus exigen­cias, confieren a Marc Chagall una actitud etimológicamente «religio­sa»; es decir que tiende a «re-ligar» al hombre con aquella raíz que constituye la respuesta a esas exi­gencias. «El arte, en general, es un acto religioso, pero el arte creado por encima de los intereses, gloria o cualquiera otro bien material, es sagrado».
En este mundo, Chagall conec­ta perfectamente con lo Divino; con aquello que trasciende a todo lo que él es y desea, y da sentido a lo que hace. E impone, por tanto, una función espiritual muy precisa a su obra: dar lugar visible al diálogo con Dios. Cada cuadro está organi­zado alrededor de un encuentro en­tre el hombre y la divinidad; rodeado éste por la muchedumbre que acompaña dulcemente a sus héroes. La humanidad es, con claridad, el actor esencial de toda su pintura.
«Día y noche he trabajado co­mo para mí mismo; he buscado y dudado. Pero este «yo» se divide frecuentemente y se multiplica en­tre toda la gente que siento alrede­dor de mí. Mientras trabajo me planteo estas cuestiones: ¿Por qué pinto?, ¿De dónde vengo?».

EL «MENSAJE BIBLICO»
La fuente de inspiración, de co­lor y luz, de poesía, es para Marc Chagall, desde su juventud, la Bi­blia: «Desde mi más temprana ju­ventud fui cautivado por la Biblia. Siempre me ha parecido, y todavía me sigue pareciendo, la fuente de poesía más grande de todos los tiempos (...) En el mundo hay dos grandes poemas: La Biblia y Sha­kesperare». La Biblia como expre­sión de sus exigencias radicales - como fuente, por tanto de donde mana esa necesidad de expresión de sus exigencias radicales- se convierte en el punto de referencia en torno al cual se estructura toda su obra. Y como fruto de esta tenden­cia surge el Mensaje Bíblico, ocu­pando un lugar excepcional: éste, abarca toda índole de trabajos, pin­turas y dibujos relacionados, más o menos directamente, con los dieci­siete grandes cuadros que compo­nen la espina dorsal de esta gran obra. El Mensaje Bíblico constituye una aproximación a los miste­rios del mundo, cuyo método no puede ser otro que la poesía y cuyo destinatario no puede ser otro que la humanidad entera: «Para mí, es­tos cuadros no representan el sue­ño de un pueblo, sino el de toda la humanidad». Este afán de uni­versalidad que el artista tiene sobre su obra es lo que le permite man­tenerse al margen de las corrientes pictóricas del siglo XX. En ello se intuye cómo esta batalla ha sido ga­nada no sólo contra los «ismos» de todo tipo -impresionismo, realis­mo, cubismo, simbolismo, surrea­lismo-, sino también a contrape­lo de la misma evolución del arte que continuamente vive nuevas etapas.
«Personalmente, no creo que la tendencia científica sea un bien pa­ra el arte. Impresionismo y cubis­mo me son extraños. El arte me pa­rece una situación anímica por en­cima de todo»

EL ARTE COMO TRASCENDENCIA
Frente al lienzo, Chagall se en­cuentra rotalmente asombrado an­te la riqueza de la vida; es la mara­villa de contemplar la naturaleza como expresión de algo más gran­de. Dios está en rodo; se encuen­tra presente en los más mínimos de­talles de la creación: «ni un grano de arena, ni una pluma de pájaro se mueve sin que Dios lo sepa y quiera que sea así».
La omnipresencia de lo Divino, como factor esencial de juicio fren­te a todo lo que acontece, es la constante en la vida y obra del ar­tista: «tanto en el arte como en el orden social, los cambios serán po­siblemente más dignos de confian­za si proceden de nuestra alma y de nuestra inteligencia».
Por otra parte, la maduración (1959-1967) del Mensaje bíblico va acompañada de toda suerte de ex­presión artística: mosaicos, vidrie­ras, tapices, pinturas monumenta­les y decoraciones de teatro. Obras todas que manifiestan una única preocupación estética: multiplicar los matices, conseguir cualquier ti­po de técnica de modo que la obra adquiera relieve y se anime hasta desorientar la mirada. Lo imagina­rio toma vida; la fantasía se convier­te en realidad. «Todo nuestro mun­do interior, es realidad; seguramente. más real que el mundo aparen­te. Denominar fantasía o cuento de hadas a lo que parece ilógico es ad­mitir que no se entiende la natura­leza». La pintura de Chagall es una provocación al mundo para que vuelva a sus misterios. Para que entronque con aquello que constitu­ye intrínsecamente al hombre. «Hay que trabajar la pintura con la idea de que algo de nuestra alma penetra en ella y le da sustancia. Un cuadro debe hacer y florecer como algo vivo, debe abrazar algo inabar­cable, confuso; el encanto y el sentido profundo de lo que os concierne».

EL MUSEO TEMPLO
Desde la capilla de Vence se le rinde homenaje y se conviene cons­truir el primer museo nacional con­sagrado por el estado francés a la obra de un artista vivo: el Museo Nacional de Niza.
El Mensaje Bíblico ha sido con­cebido en función del edificio ac­tual que lo alberga. Es un deseo de unir pintura y espacio construido. Así pues, este edificio, consagrado como santuario, necesita de una ac­titud propiamente religiosa ( del mismo modo que la capilla del ro­sario de Henri Matisse o la de la Guerra y Paz, de Picasso, si bien esta última, de un modo distinto) para entender el arte que allí se recoge.
Pues, como el mismo arrisca di­ce: «¿Puede haber algo más emo­cionante en nuestra comunidad te­rrestre que prestar oído al corazón humano, y percibir en él las palpi­taciones de un mundo, con sus nos­talgias y sus sueños».
Ni sinagoga, ni iglesia, ni qui­zá museo, el Mensaje Bíblico como obra y como deseo constituye un auténtico testamento espiritual y plástico de un pintor y de un hom­bre; se trata de un templo construi­do para acoger y proteger todo lo que a él acude buscando un senti­do a la vida.
«Negamos toda divinidad; ha­blamos incluso de su decadencia, pero estamos equivocados. Busca­mos algo que pueda reemplazar es­te sentido divino. Nos preocupa­mos fría y calculadamente de me­jorar la situación material del hom­bre y su destino. Pero de este mo­do destruimos frecuentemente en nosotros mismos y en los demás el amor y lo divino».

NOTA: Todas las frases en cursiva y en­trecomilladas son palabras textuales de Marc Chagall, y han sido obtenidas en su mayo­ría del libro de Provoyeur: Chagall; El Men­saje Bíblico, publicado en España por Edi­ciones Encuentro.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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