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Huellas N.9-10, Junio 1985

PALABRA DEL PAPA

Carta Apostólica a los jóvenes

Jóvenes, estad «siempre atentos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere»

Carta Apostólica de Juan Pablo II a los jóvenes del mundo

Han sido muchísimos los momentos y las oca­siones en que Juan Pablo Il, a lo largo de todo el espacio de su pontificado, se ha dirigido a los jó­venes; tanto, que esta preocupación paterna se ha convertido en uno de los ejes fundamentales de su catequésis y de su empeño pastoral para la reno­vación de la Iglesia en el mundo al final de este segundo milenio cristiano.
Con la ocasión del Año Internacional de la Juventud no podía desde luego faltar una «palabra significativa» del Papa. Después del discurso de principio de año con el lema «La paz y los jóvenes caminan juntos» (cfr. el n.º 7 de nuestra revista), he aquí esta «carta» que el Papa ha escrito a todos los jóvenes del mundo (el 31 de marzo con ocasión del encuentro mundial en Roma) el Domingo de Ramos.
Presentamos un resumen de los 16 puntos de que se compone esta carta, con la invitación apasionada a que todos -jóvenes y menos jóvenes­- lean la versión íntegra (que se puede encontrar en cualquier librería católica) de este documento tan extenso.

1. La Iglesia atribuye especial importancia a la juventud como momento clave de la vida de cada hombre: en efecto el futuro perte­nece a los jóvenes y los jóvenes al futuro. Por eso el deseo con que la carta empieza es que los jóvenes es­tén siempre atentos «para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere» (cfr. 1P 3,15).
( ... ) Si el hombre es el camino fundamental y cotidiano de la Igle­sia, entonces se comprende bien por qué la Iglesia atribuye una es­pecial importancia al período de la juventud como una etapa clave de la vida de cada hombre. Vosotros, jóvenes encarnáis esa juventud. Vo­sotros sois la juventud de las nacio­nes y de la sociedad, la juventud de cada familia y de toda la humani­dad. Vosotros sois también la ju­ventud de la Iglesia. Todos mira­mos hacia vosotros porque todos nosotros en cierto sentido volvemos a ser jóvenes constantemente gra­cias a vosotros. Por eso, vuestra ju­ventud no es sólo algo vuestro, al­go personal o de una generación, sino algo que pertenece al conjun­to de ese espacio que cada hombre recorre en el itinerario de su vida, y es a la vez un bien especial de to­dos. Un bien de la humanidad misma.
En vosotros está la esperanza, porque pertenecéis al futuro, y el futuro os pertenece. En efecto, la esperanza está siempre unida al futuro, es la espera de los «bienes futuras» ( ... ).
En esta dimensión, el primer y fundamental voto que la Iglesia, a través de mí, formula para vosotros, jóvenes, en este Año dedicado a la Juventud es que estéis «siempre atentos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere».

2. El diálogo entre Cristo y el joven rico constituye el episodio evangélico más representativo de la atención de Cristo hacia los jóvenes; en ello está toda la verdad sobre la juventud humana.
( ... ) Cristo habla así con un jo­ven, con un muchacho o mucha­cha; conversa en diversos lugares de la tierra en medio de las diversas na­ciones, razas y culturas. Cada uno de vosotros es un potencial interlo­cutor en este coloquio ( ... ).
Permitidme, por ello, que co­mo línea de fondo relacione mis re­flexiones en esta Carta con ese encuentro y con ese texto evangélico. Quizá de esta manera será más fá­cil para vosotros desarrollar el pro­pio coloquio con Cristo, un colo­quio que es de importancia funda­mental y esencial para un joven»

3. La juventud es de por sí una riqueza singular, es una potencialidad en la que está inscrito el pro­yecto de la vida futura. Esa «rique­za» no puede alejar de Cristo: Él, en efecto, atrae a la juventud hacia sí porque es la respuesta plena a la necesidad de valores y de un signi­ficado total.
( ... ) A la vista interior de la per­sonalidad en desarrollo de un joven o de una joven se abre gradual y sucesivamente aquella específica -en cierto sentido única e irrepetible- ­potencialidad de una humanidad concreta, en la que está como ins­crito el proyecto completo de la vi­da futura. La vida se delinea como la realización de tal proyecto, como «autorrealización» ( ... ).
Pero hemos de preguntarnos: esa riqueza que es la juventud ¿de­be acaso alejar al hombre de Cris­to? El Evangelio no dice esto cier­tamente; el mismo examen del tex­to permite concluir más bien en sentido opuesto. En la decisión de alejarse de Cristo han influido en definitiva sólo las riquezas exterio­res, lo que el joven poseía ( «la ha­cienda»). No lo que él era. Lo que él era, precisamente en cuanto jo­ven -es decir, la riqueza interior que se esconde en la juventud- le había conducido a Jesús.

4. La respuesta que Cristo da es que sólo Dios es el fundamento úl­timo de todos los valores, sólo Él da el sentido definitivo a la existencia humana, y sin referencia a Él el mundo entero de los valores se que­da suspendido en el vacío. Y esto porque Dios es amor. El camino que Cristo indica al joven para que él se comprenda a sí mismo es, pues, hacer referencia en cada cosa a Dios.
( ... ) Este es el núcleo, el punto esencial de la respuesta a las pre­guntas que vosotros, jóvenes le ha­céis a Él mediante la riqueza que hay en vosotros y que está arraiga­da en vuestra juventud. Ésta abre ante vosotros diversas perspectivas, os ofrece como tarea el proyecto de una vida plena. De ahí la pregun­ta sobre los valores; de ahí la pre­gunta sobre el sentido, sobre la ver­dad, sobre el bien y el mal. Cuan­do Cristo al responderos os manda referir todo esto a Dios, os indica a la vez cuál es la fuente de ello y el fundamento que está en voso­tros. En efecto, cada uno de voso­tros es imagen y semejanza de Dios por el hecho mismo de la creación. Tal imagen y semejanza hace pre­cisamente que os surjan estas pre­guntas que os debéis plantear. Ellas demuestran hasta qué punto el hombre sin Dios no puede com­prenderse a sí mismo ni puede tam­poco realizarse sin Dios. Jesucristo ha venido al mundo ante todo pa­ra hacer a cada uno de nosotros conscientes de ello.

5. Toda pregunta sobre el sentido de la vida implica la cuestión sobre la vida eterna. Sin ella la vi­da terrenal, incluso la mejor, al fi­nal llevará al hombre sólo a la ine­vitabilidad de la muerte.
( ... ) Todo aquello con que el hombre supera en sí mismo al mundo -aún estando enraizado en él- se explica por la imagen y semejanza de Dios que está inscri­ta en el ser humano desde el principio. Y todo esto con lo que el hombre supera al mundo no sola­mente justifica el interrogante so­bre la vida eterna, sino que incluso lo hace indispensable. Esta es la pregunta que los hombres se plan­tean desde hace tiempo, y no sólo en el ámbito del mundo cristiano, sino también fuera de él. Vosotros debéis tener también el valor de ponerla como el joven del Evange­lio. El cristianismo nos enseña a comprender la temporalidad desde la perspectiva del Reino de Dios, desde la perspectiva de la vida eter­na. Sin ella, temporalidad, incluso la más rica o la más formada en to­dos los aspectos al final lleva al hombre sólo a la inevitable necesi­dad de la muerte.

6. Cristo habla al joven de la ley moral. Ella está grabada de mo­do imborrable en la conciencia hu­mana; ha sido dada en el Decálo­go que Moisés recibió de Dios y es­tá inscrita en el Evangelio. La con­ciencia moral, despojada de todo utilitarismo y relativismo, permite al hombre la continua superación de sí mismo en la perspectiva de la eternidad.
( ... ) ¡Queridos jóvenes amigos! La respuesta que Jesús da a su in­terlocutor del Evangelio se dirige a cada uno y a cada una de vosotros. Cristo os interroga sobre el estado de vuestra sensibilidad moral y pregunta al mismo tiempo sobre el es­tado de vuestras conciencias. Es és­ta una pregunta clave para el hom­bre; es el interrogante fundamen­tal de vuestra juventud, válida pa­ra todo el proyecto de vida que, precisamente, ha de construirse du­rante la juventud. Su valor es el que está más estrechamente unido a la relación que cada uno de vosotros tiene respecto al bien y al mal mo­ral. El valor de este proyecto depen­de en modo esencial de la autenti­cidad y de la rectitud de vuestra conciencia. Depende también de su sensibilidad.

7. Una sólida conciencia moral es la mayor contribución al desarro­llo de la personalidad para la construcción de la comunidad. La nor­ma objetiva encuentra su funda­mento en la mirada de Cristo llena de amor -«Jesús poniendo en él los ojos, le amó»-. Al hombre le es necesaria la conciencia de ser amado eternamente, para poder vi­vir el culmen de la ley moral que es el «mandamiento del amor».
( ... ) La personalidad moral así formada constituye a la vez la con­tribución más esencial que vosotros podréis aportar a la vida comuni­taria, a la familia, a la sociedad, a la actividad profesional y también a la actividad cultural o política, y, finalmente, a la comunidad misma de la Iglesia con la que estáis o po­dréis estar ligados un día ( ... ).
Os deseo que experimentéis, tras el discernimiento de los proble­mas esenciales e importantes para vuestra juventud, para el proyecto de toda la vida que se abre ante vo­sotros, aquello de que habla el Evangelio: «Jesús, poniendo en él los ojos, le amó» ¡Deseo que expe­rimentéis una mirada así! ¡Deseo que experimentéis la verdad de que Cristo os mira con amor!

8. «Sígueme». El diálogo entre Jesús y el joven presenta un ulte­rior pasaje: es la aspiración a la per­fección. Esa aspiración se explica co­mo donación de sí a través del se­guimiento de los consejos evangé­licos (pobreza, castidad y obedien­cia) en el camino del sacerdocio mi­nisterial o de la vocación religiosa.
( ... ) De hecho preguntó: «¿Qué me falta aún?» Esta pregunta es muy importante. Indica que en la conciencia moral del hombre, y concretamente del hombre joven, que forma el proyecto del toda su vida, está escondida la aspiración a «algo más» ( ... ) .
Cuando el joven pregunta sobre el «algo más»: «¿Qué me falta aún?». Jesús lo mira con amor y es­te amor encuentra aquí un nuevo significado. El hombre es conduci­do interiormente por el Espíritu Santo desde una vida según los mandamientos a otra vida conscien­te del don, y la mira plena de amor por parte de Cristo expresa este «pa­so» interior. Jesús añade: «Si quie­res ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme».
¡Sí, mis queridos jóvenes! El hombre, el cristiano, es capaz de vi­vir conforme a la dimensión del don. Más aún, esta dimensión no sólo es «superior» a la de las meras obligaciones morales conocidas por los mandamientos, sino que es también «más profunda» y funda­mental. Esta dimensión testimonia una expresión más plena de aquel proyecto de vida que construimos ya en la juventud. La dimensión del don crea el perfil maduro de toda vocación humana y cristiana, como se dirá después.

9. La exigencia de concebir la vida como un don de sí mismo im­plica la perspectiva de la existencia como vocación. El hombre es una criatura que debe proyectar su vi­da como respuesta a una llamada, confiada por Dios como una tarea. El reconocimiento, con libertad, de ese proyecto, permite al hombre llegar a ser lo que debe ser, para sí mismo, para los demás hombres y para Dios. Esta responsabilidad fue subrayada por el Concilio no sólo frente al Destino final, sino inclu­so en la perspectiva de la transfor­mación del mundo.
( ... ) Se podría hablar aquí de la vocación «de vida», que se identi­fica en cierto modo con el proyecto de vida, que cada uno de vosotros elabora en el período de su juven­tud. Sin embargo, «la vocación» di­ce todavía algo más que el «proyecto». En el segundo caso es uno mis­mo el sujeto de elabora, y esto co­rresponde mejor a la realidad de la persona como sois cada una y cada uno de vosotros. Este «proyecto» es la «vocación», en cuanto en ella se hacen sentir los diversos factores que llaman. Estos factores compo­nen normalmente un determinado orden de valores (llamado también «jerarquía de valores»), de los que brota un ideal a realizar, que es atractivo para un corazón joven. En este proceso, la «vocación» se con­vierte en «proyecto», y el proyecto comienza a ser también vocación
( ... ). Así, pues, deseo confiar a todos vosotros, jóvenes destinatarios de la presente Carta, este trabajo mara­villoso que se une al descubrimien­to, ante Dios, de la respectiva vo­cación de vida. Este es un trabajo apasionante. Es un compromiso in­terior entusiasmante. Vuestra hu­manidad se desarrolla y crece en es­te compromiso mientras vuestra personalidad joven va adquiriendo la madurez interior. Os arraigáis en lo que cada uno y cada una de vo­sotros es, para convertirse en lo que debe llegar a ser: para sí mismo, pa­ra los hombres y para Dios.

10. En la juventud se asoma a la conciencia humana la experien­cia nueva del amor; es un llama­miento que viene directamente de Dios que es amor. Empezar el ca­mino de la vocación matrimonial, esto es, aprender de Cristo el amor de esposo, es una aventura y una tarea frente a la cual es preciso te­ner en cuenta los principios de la moral cristiana en oposición a la do­minante mentalidad materialista.
( ... ) La juventud es el período en el que este gran tema invade, de forma experimental y creadora, el alma y el cuerpo de cada mucha­cho o muchacha, y se manifiesta en­ el interior de la joven conciencia junto con el descubrimiento funda­mental del propio «yo» en toda su múltiple potencialidad. Entonces, también en el horizonte de un co­razón joven se perfila una experien­cia nueva: la experiencia del amor, que desde el primer instante pide ser esculpido en aquel proyecto de vida, que la juventud crea y forma espontáneamente ( ... ).
Por lo tanto, os pido que no in­terrumpáis el diálogo con Cristo en esta fase extremadamente impor­tante de vuestra juventud; más aún, os pido que os empeñéis to­davía más. Cuando Cristo dice «sí­gueme», su llamada puede signifi­car: «te llamo aún a otro amor»; pe­ro muchas veces significa: «sígue­me» a Mí, que soy el esposo de la Iglesia, mi esposa... ; ven, conviér­tete tú también en el marido de tu mujer..., conviértete en la esposa de tu marido. Convertíos ambos en participantes de aquel misterio, de aquel sacramento, del cual en la Carta a los Efesios se dice que es grande: grande «referente a Cristo y a la Iglesia» (cfr. Ef. 5,32) ( ... ).
No tengáis miedo del amor, que presenta exigencias precisas al hombre. Estas exigencias -tal co­mo las encontráis en la enseñanza constante de la Iglesia- son capa­ces de convertir vuestro amor en un amor verdadero.

11. La histona humana pasa a través de la realidad de la familia. Al abandonar su propia familia de procedencia para formar la nueva, los jóvenes llevan consigo una he­rencia: la de ser hombres en cami­no hacia el futuro, asumiendo la continuidad de una historia, vivi­da en una «patria». Esa herencia del pasado debe ser desarrollada creativamente.
( ... ) A través de la educación familiar participáis en una cultura concreta, participáis también en la historia de vuestro pueblo o nación. El vínculo familiar significa la per­tenencia común de la comunidad más amplia que la familia, y a la vez otra base de identidad de la persona. Si la familia es la primera educadora de cada uno de vosotros, al mismo tiempo -mediante la familia- es un elemento educati­vo de la tribu, el pueblo o la na­ción, con la que estamos unidos por la unidad cultural, lingüística e histórica.
Este patrimonio constituye tam­bién una llamada en el sentido éti­co. Al recibir la fe y heredar los va­lores y contenidos que componen el conjunto de la cultura de su so­ciedad, de la historia de su nación, cada uno y cada una de vosotros re­cibe una dotación espiritual en su humanidad individual. Tiene apli­cación aquí la parábola de los ta­lentos que recibimos del Creador a través de nuestros padres, de nues­tras familias y también de la comu­nidad nacional a la que pertenece­mos. Respecto a esta herencia, no podemos mantener una actitud pa­siva o incluso de renuncia, como hi­zo el último de los siervos que men­ciona la parábola de los talentos.
Debemos hacer todo lo que es­té a nuestro alcance para asumir es­te patrimonio espiritual, para con­firmarlo, mantenerlo e incremen­tarlo.

12. Los talentos que los jóvenes reciben como herencia deben ser multiplicados por medio del traba­jo (fatiga creativa) y de la instruc­ción (cultura, búsqueda de la verdad).
( ... ) Si hacemos referencia al Evangelio, se puede decir que la ju­ventud es el tiempo del discerni­miento de los talentos. Y es a la vez el tiempo en el que se entra en los múltiples caminos, a través de los cuales se han desarrollado y siguen desarrollándose toda la actividad humana, el trabajo y la creatividad.
Deseo a todos vosotros que os descubráis a vosotros mismos a lo largo de estos caminos. Os deseo que entréis en ellos con interés, di­ligencia y entusiasmo. El trabajo -toda clase de trabajo- está uni­do a la fatiga: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan» (cfr. Gén. 3, 19), y esta experiencia de cansan­cio es participada por cada uno y ca­da una de vosotros desde los prime­ros años. Sin embargo el trabajo, a la vez, forma al hombre de modo específico y en cierto modo lo crea. Por lo tanto, se trata también de una fatiga creativa (...).
Cuando nos planteamos el pro­blema de la instrucción, del estu­dio, de la ciencia y de la escuela, surge un problema de importancia fundamental para el hombre y es­pecialmente para el joven. Es el problema de la verdad, la verdad es la luz de la inteligencia huma­na. Si desde la juventud la inteli­gencia humana intenta conocer la realidad en sus distintas dimensio­nes, esto lo hace con el fin de po­seer la verdad: para vivir de la ver­dad. Tal es la estructura del espíri­tu humano. El hambre de verdad constituye su aspiración y expresión fundamental.

13. El joven, además de los es­tímulos externos, forma su propia personalidad también a través de la autoeducación, que se desarrolla entre los dos polos de la verdad y de la libertad. Estas dos dimensio­nes humanas están hoy amenazadas por el criticismo exasperado, por el escepticismo, por el cinismo y por el mercado de la diversión. Es la an­títesis profunda entre bien y mal, virtud y pecado lo que constituye el esqueleto fundamental de esa educación.
( ... ) Las palabras de Cristo: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres», vienen a ser un pro­grama esencial. Los jóvenes -si nos podemos expresar así- tienen un congénito «sentido de la verdad». Y la verdad debe servir a la liber­tad: los jóvenes tienen también un espontáneo «deseo de libertad». ¿Qué significa ser libre? Significa saber usar la propia libertad en la verdad, ser verdaderamente libres significa usar la propia libertad pa­ra lo que es un bien verdadero ( ... ).
No podéis taparos los ojos ante las amenazas que os acechan duran­te el período de la juventud. Tam­bién ellas pueden dejar su señal en toda la vida. Quiero aludir, por ejemplo, a la tentación del criticis­mo exasperado que pretende discu­tir todo y revisar todo, o del escep­ticismo respecto de los valores tra­dicionales de donde fácilmente se puede desembocar en una especie de cinismo desaprensivo cuando se trata de afrontar los problemas del trabajo, de la carrera o del mismo matrimonio. Y ¿cómo callar ante la tentación que representa el difun­dirse -sobre todo en los países más prósperos- de un mercado de la diversión que aparta de un compro­miso serio en la vida y educa a la pasividad, al egoísmo y al aisla­miento? Os amenaza, amadísimos jóvenes, el mal uso de las técnicas publicitarias, que estimula la incli­nación natural a eludir el esfuerzo, prometiendo la satisfacción inme­diata de todo deseo, mientras que el consumismo, unido a ellas, su­giere que el hombre busque reali­zarse a sí mismo, sobre todo en el disfrute de los bienes materiales.

14. La juventud es un creci­miento «en edad, en sabiduría y en gracia» (cfr. Lc 2,52), es decir una constante acumulación de todo lo que es verdadero, bueno y bello. Los instrumentos para ese creci­miento son la realización con la na­turaleza (que ha sido dada al hom­bre como objeto de contempla­ción), con las obras del hombre, con los «hombre vivos» (son de fun­damental importancia las compa­ñías y las amistades) y con Dios. Las asociaciones y los movimientos, ca­da uno guiado por su propio mé­todo, son ámbitos y camino para es­te crecimiento que constituye al de­finición evangélica de la juventud.
( ... ) Os deseo este «crecimien­to» mediante el contacto con Dios. Puede ayudar para ello -indirectamente- también el contacto con la naturaleza y con los hombres; pe­ro de modo directo ayuda en ello especialmente la oración. ¡Orad y aprended a orar! Abrid vuestros co­razones y vuestras conciencias ante Aquel que os conoce mejor que vo­sotros mismos. ¡Hablad con É! Profundizad en la Palabra de Dios vivo, leyendo y meditando la Sagra­da Escritura.
Estos son los métodos y medios para acercarse a Dios y tener con­tacto con la más «gratuita entrega de sí mismo», don que en el len­guaje bíblico se llama «gracia». ¡Tratad de vivir en gracia de Dios!
Esto por lo que se refiere al te­ma del «crecimiento», del que es­cribo señalando solamente los principales problemas; cada uno de ellos es susceptible de una discusión más amplia. Espero que esto tenga lugar en los diversos ambientes ju­veniles y grupos, en los movimien­tos y en las organizaciones, que son tan numerosas en los distintos paí­ses y en cada continente, mientras cada uno es guiado por su propio método mismo de trabajo formati­vo y de apostolado. Estos organis­mos, con la participación de los pas­tores de la Iglesia, desean indicar a los jóvenes el camino de aquel «cre­cimiento» que constituye, en cier­to sentido, la definición evangéli­ca de la juventud.

15. Los Jóvenes, esperanza de la Iglesia, tienen una misión en el mundo. Ellos están frente a un de­safío: ¿por qué el progreso se diri­ge en muchos aspectos en contra del hombre? ¿Qué es lo que se puede hacer para contrarrestar la in­justicia universal? La victoria que ha vencido el mundo es la fe. Los hombres, sólo en el descubrimien­to de la paternidad divina, pueden reencontrar su propia fraternidad y sólo en la fe se puede reencontrar la fuerza para luchar contra el mal y su raíz, el pecado. No se pueden separar el mundo y el hombre de Dios, sería algo que va en contra de la verdad profunda que constituye la realidad misma.
( ... ) El Apóstol dice: «Jóvenes, sed fuertes»; hace falta solamente que «la Palabra de Dios permanez­ca en vosotros». Entonces, sed fuer­tes. Así podréis llegar a los meca­nismos ocultos del mal, a sus raí­ces, y así conseguiréis cambiar el mundo gradualmente, transfor­marlo, hacerlo más humano, más fraterno, y al mismo tiempo, más según Dios. En efecto no se puede separar al hombre de Dios y con­traponerlo a Dios. Esto sería con­tra la naturaleza del mundo y con­tra la naturaleza del hombre, con­tra la verdad intrínseca que consti­tuye toda la realidad. Verdadera­mente el corazón del hombre está inquieto, hasta que no descansa en Dios. Estas palabras del gran Agus­tín nunca pierden su actualidad.

16. El voto y la invitación final de Juan Pablo II están expresadas con las mismas palabras que María pronunció en las bodas de los jóve­nes casados de Caná: «Haced lo que Cristo os diga» (cfr. Jn 2,5).
( ... ) Es María, la de Caná de Galilea, que intercede por los jóve­nes, por los recién casados, cuando en el banquete de bodas falta el vi­no para los invitados. Entonces la Madre de Cristo dirige a los hom­bres, presentes allí para servir du­rante el banquete, estas palabras: «Haced lo que Él os diga». Él, Cristo.
Yo repito estas palabras de la Madre de Dios y las dirijo a voso­tros, jóvenes, a cada uno y a cada una: «Haced lo que Cristo os diga». Y os bendigo en el nombre de la Trinidad Santísima. Amén.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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