Jóvenes, estad «siempre atentos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere»
Carta Apostólica de Juan Pablo II a los jóvenes del mundo
Han sido muchísimos los momentos y las ocasiones en que Juan Pablo Il, a lo largo de todo el espacio de su pontificado, se ha dirigido a los jóvenes; tanto, que esta preocupación paterna se ha convertido en uno de los ejes fundamentales de su catequésis y de su empeño pastoral para la renovación de la Iglesia en el mundo al final de este segundo milenio cristiano.
Con la ocasión del Año Internacional de la Juventud no podía desde luego faltar una «palabra significativa» del Papa. Después del discurso de principio de año con el lema «La paz y los jóvenes caminan juntos» (cfr. el n.º 7 de nuestra revista), he aquí esta «carta» que el Papa ha escrito a todos los jóvenes del mundo (el 31 de marzo con ocasión del encuentro mundial en Roma) el Domingo de Ramos.
Presentamos un resumen de los 16 puntos de que se compone esta carta, con la invitación apasionada a que todos -jóvenes y menos jóvenes- lean la versión íntegra (que se puede encontrar en cualquier librería católica) de este documento tan extenso.
1. La Iglesia atribuye especial importancia a la juventud como momento clave de la vida de cada hombre: en efecto el futuro pertenece a los jóvenes y los jóvenes al futuro. Por eso el deseo con que la carta empieza es que los jóvenes estén siempre atentos «para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere» (cfr. 1P 3,15).
( ... ) Si el hombre es el camino fundamental y cotidiano de la Iglesia, entonces se comprende bien por qué la Iglesia atribuye una especial importancia al período de la juventud como una etapa clave de la vida de cada hombre. Vosotros, jóvenes encarnáis esa juventud. Vosotros sois la juventud de las naciones y de la sociedad, la juventud de cada familia y de toda la humanidad. Vosotros sois también la juventud de la Iglesia. Todos miramos hacia vosotros porque todos nosotros en cierto sentido volvemos a ser jóvenes constantemente gracias a vosotros. Por eso, vuestra juventud no es sólo algo vuestro, algo personal o de una generación, sino algo que pertenece al conjunto de ese espacio que cada hombre recorre en el itinerario de su vida, y es a la vez un bien especial de todos. Un bien de la humanidad misma.
En vosotros está la esperanza, porque pertenecéis al futuro, y el futuro os pertenece. En efecto, la esperanza está siempre unida al futuro, es la espera de los «bienes futuras» ( ... ).
En esta dimensión, el primer y fundamental voto que la Iglesia, a través de mí, formula para vosotros, jóvenes, en este Año dedicado a la Juventud es que estéis «siempre atentos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere».
2. El diálogo entre Cristo y el joven rico constituye el episodio evangélico más representativo de la atención de Cristo hacia los jóvenes; en ello está toda la verdad sobre la juventud humana.
( ... ) Cristo habla así con un joven, con un muchacho o muchacha; conversa en diversos lugares de la tierra en medio de las diversas naciones, razas y culturas. Cada uno de vosotros es un potencial interlocutor en este coloquio ( ... ).
Permitidme, por ello, que como línea de fondo relacione mis reflexiones en esta Carta con ese encuentro y con ese texto evangélico. Quizá de esta manera será más fácil para vosotros desarrollar el propio coloquio con Cristo, un coloquio que es de importancia fundamental y esencial para un joven»
3. La juventud es de por sí una riqueza singular, es una potencialidad en la que está inscrito el proyecto de la vida futura. Esa «riqueza» no puede alejar de Cristo: Él, en efecto, atrae a la juventud hacia sí porque es la respuesta plena a la necesidad de valores y de un significado total.
( ... ) A la vista interior de la personalidad en desarrollo de un joven o de una joven se abre gradual y sucesivamente aquella específica -en cierto sentido única e irrepetible- potencialidad de una humanidad concreta, en la que está como inscrito el proyecto completo de la vida futura. La vida se delinea como la realización de tal proyecto, como «autorrealización» ( ... ).
Pero hemos de preguntarnos: esa riqueza que es la juventud ¿debe acaso alejar al hombre de Cristo? El Evangelio no dice esto ciertamente; el mismo examen del texto permite concluir más bien en sentido opuesto. En la decisión de alejarse de Cristo han influido en definitiva sólo las riquezas exteriores, lo que el joven poseía ( «la hacienda»). No lo que él era. Lo que él era, precisamente en cuanto joven -es decir, la riqueza interior que se esconde en la juventud- le había conducido a Jesús.
4. La respuesta que Cristo da es que sólo Dios es el fundamento último de todos los valores, sólo Él da el sentido definitivo a la existencia humana, y sin referencia a Él el mundo entero de los valores se queda suspendido en el vacío. Y esto porque Dios es amor. El camino que Cristo indica al joven para que él se comprenda a sí mismo es, pues, hacer referencia en cada cosa a Dios.
( ... ) Este es el núcleo, el punto esencial de la respuesta a las preguntas que vosotros, jóvenes le hacéis a Él mediante la riqueza que hay en vosotros y que está arraigada en vuestra juventud. Ésta abre ante vosotros diversas perspectivas, os ofrece como tarea el proyecto de una vida plena. De ahí la pregunta sobre los valores; de ahí la pregunta sobre el sentido, sobre la verdad, sobre el bien y el mal. Cuando Cristo al responderos os manda referir todo esto a Dios, os indica a la vez cuál es la fuente de ello y el fundamento que está en vosotros. En efecto, cada uno de vosotros es imagen y semejanza de Dios por el hecho mismo de la creación. Tal imagen y semejanza hace precisamente que os surjan estas preguntas que os debéis plantear. Ellas demuestran hasta qué punto el hombre sin Dios no puede comprenderse a sí mismo ni puede tampoco realizarse sin Dios. Jesucristo ha venido al mundo ante todo para hacer a cada uno de nosotros conscientes de ello.
5. Toda pregunta sobre el sentido de la vida implica la cuestión sobre la vida eterna. Sin ella la vida terrenal, incluso la mejor, al final llevará al hombre sólo a la inevitabilidad de la muerte.
( ... ) Todo aquello con que el hombre supera en sí mismo al mundo -aún estando enraizado en él- se explica por la imagen y semejanza de Dios que está inscrita en el ser humano desde el principio. Y todo esto con lo que el hombre supera al mundo no solamente justifica el interrogante sobre la vida eterna, sino que incluso lo hace indispensable. Esta es la pregunta que los hombres se plantean desde hace tiempo, y no sólo en el ámbito del mundo cristiano, sino también fuera de él. Vosotros debéis tener también el valor de ponerla como el joven del Evangelio. El cristianismo nos enseña a comprender la temporalidad desde la perspectiva del Reino de Dios, desde la perspectiva de la vida eterna. Sin ella, temporalidad, incluso la más rica o la más formada en todos los aspectos al final lleva al hombre sólo a la inevitable necesidad de la muerte.
6. Cristo habla al joven de la ley moral. Ella está grabada de modo imborrable en la conciencia humana; ha sido dada en el Decálogo que Moisés recibió de Dios y está inscrita en el Evangelio. La conciencia moral, despojada de todo utilitarismo y relativismo, permite al hombre la continua superación de sí mismo en la perspectiva de la eternidad.
( ... ) ¡Queridos jóvenes amigos! La respuesta que Jesús da a su interlocutor del Evangelio se dirige a cada uno y a cada una de vosotros. Cristo os interroga sobre el estado de vuestra sensibilidad moral y pregunta al mismo tiempo sobre el estado de vuestras conciencias. Es ésta una pregunta clave para el hombre; es el interrogante fundamental de vuestra juventud, válida para todo el proyecto de vida que, precisamente, ha de construirse durante la juventud. Su valor es el que está más estrechamente unido a la relación que cada uno de vosotros tiene respecto al bien y al mal moral. El valor de este proyecto depende en modo esencial de la autenticidad y de la rectitud de vuestra conciencia. Depende también de su sensibilidad.
7. Una sólida conciencia moral es la mayor contribución al desarrollo de la personalidad para la construcción de la comunidad. La norma objetiva encuentra su fundamento en la mirada de Cristo llena de amor -«Jesús poniendo en él los ojos, le amó»-. Al hombre le es necesaria la conciencia de ser amado eternamente, para poder vivir el culmen de la ley moral que es el «mandamiento del amor».
( ... ) La personalidad moral así formada constituye a la vez la contribución más esencial que vosotros podréis aportar a la vida comunitaria, a la familia, a la sociedad, a la actividad profesional y también a la actividad cultural o política, y, finalmente, a la comunidad misma de la Iglesia con la que estáis o podréis estar ligados un día ( ... ).
Os deseo que experimentéis, tras el discernimiento de los problemas esenciales e importantes para vuestra juventud, para el proyecto de toda la vida que se abre ante vosotros, aquello de que habla el Evangelio: «Jesús, poniendo en él los ojos, le amó» ¡Deseo que experimentéis una mirada así! ¡Deseo que experimentéis la verdad de que Cristo os mira con amor!
8. «Sígueme». El diálogo entre Jesús y el joven presenta un ulterior pasaje: es la aspiración a la perfección. Esa aspiración se explica como donación de sí a través del seguimiento de los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia) en el camino del sacerdocio ministerial o de la vocación religiosa.
( ... ) De hecho preguntó: «¿Qué me falta aún?» Esta pregunta es muy importante. Indica que en la conciencia moral del hombre, y concretamente del hombre joven, que forma el proyecto del toda su vida, está escondida la aspiración a «algo más» ( ... ) .
Cuando el joven pregunta sobre el «algo más»: «¿Qué me falta aún?». Jesús lo mira con amor y este amor encuentra aquí un nuevo significado. El hombre es conducido interiormente por el Espíritu Santo desde una vida según los mandamientos a otra vida consciente del don, y la mira plena de amor por parte de Cristo expresa este «paso» interior. Jesús añade: «Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme».
¡Sí, mis queridos jóvenes! El hombre, el cristiano, es capaz de vivir conforme a la dimensión del don. Más aún, esta dimensión no sólo es «superior» a la de las meras obligaciones morales conocidas por los mandamientos, sino que es también «más profunda» y fundamental. Esta dimensión testimonia una expresión más plena de aquel proyecto de vida que construimos ya en la juventud. La dimensión del don crea el perfil maduro de toda vocación humana y cristiana, como se dirá después.
9. La exigencia de concebir la vida como un don de sí mismo implica la perspectiva de la existencia como vocación. El hombre es una criatura que debe proyectar su vida como respuesta a una llamada, confiada por Dios como una tarea. El reconocimiento, con libertad, de ese proyecto, permite al hombre llegar a ser lo que debe ser, para sí mismo, para los demás hombres y para Dios. Esta responsabilidad fue subrayada por el Concilio no sólo frente al Destino final, sino incluso en la perspectiva de la transformación del mundo.
( ... ) Se podría hablar aquí de la vocación «de vida», que se identifica en cierto modo con el proyecto de vida, que cada uno de vosotros elabora en el período de su juventud. Sin embargo, «la vocación» dice todavía algo más que el «proyecto». En el segundo caso es uno mismo el sujeto de elabora, y esto corresponde mejor a la realidad de la persona como sois cada una y cada uno de vosotros. Este «proyecto» es la «vocación», en cuanto en ella se hacen sentir los diversos factores que llaman. Estos factores componen normalmente un determinado orden de valores (llamado también «jerarquía de valores»), de los que brota un ideal a realizar, que es atractivo para un corazón joven. En este proceso, la «vocación» se convierte en «proyecto», y el proyecto comienza a ser también vocación
( ... ). Así, pues, deseo confiar a todos vosotros, jóvenes destinatarios de la presente Carta, este trabajo maravilloso que se une al descubrimiento, ante Dios, de la respectiva vocación de vida. Este es un trabajo apasionante. Es un compromiso interior entusiasmante. Vuestra humanidad se desarrolla y crece en este compromiso mientras vuestra personalidad joven va adquiriendo la madurez interior. Os arraigáis en lo que cada uno y cada una de vosotros es, para convertirse en lo que debe llegar a ser: para sí mismo, para los hombres y para Dios.
10. En la juventud se asoma a la conciencia humana la experiencia nueva del amor; es un llamamiento que viene directamente de Dios que es amor. Empezar el camino de la vocación matrimonial, esto es, aprender de Cristo el amor de esposo, es una aventura y una tarea frente a la cual es preciso tener en cuenta los principios de la moral cristiana en oposición a la dominante mentalidad materialista.
( ... ) La juventud es el período en el que este gran tema invade, de forma experimental y creadora, el alma y el cuerpo de cada muchacho o muchacha, y se manifiesta en el interior de la joven conciencia junto con el descubrimiento fundamental del propio «yo» en toda su múltiple potencialidad. Entonces, también en el horizonte de un corazón joven se perfila una experiencia nueva: la experiencia del amor, que desde el primer instante pide ser esculpido en aquel proyecto de vida, que la juventud crea y forma espontáneamente ( ... ).
Por lo tanto, os pido que no interrumpáis el diálogo con Cristo en esta fase extremadamente importante de vuestra juventud; más aún, os pido que os empeñéis todavía más. Cuando Cristo dice «sígueme», su llamada puede significar: «te llamo aún a otro amor»; pero muchas veces significa: «sígueme» a Mí, que soy el esposo de la Iglesia, mi esposa... ; ven, conviértete tú también en el marido de tu mujer..., conviértete en la esposa de tu marido. Convertíos ambos en participantes de aquel misterio, de aquel sacramento, del cual en la Carta a los Efesios se dice que es grande: grande «referente a Cristo y a la Iglesia» (cfr. Ef. 5,32) ( ... ).
No tengáis miedo del amor, que presenta exigencias precisas al hombre. Estas exigencias -tal como las encontráis en la enseñanza constante de la Iglesia- son capaces de convertir vuestro amor en un amor verdadero.
11. La histona humana pasa a través de la realidad de la familia. Al abandonar su propia familia de procedencia para formar la nueva, los jóvenes llevan consigo una herencia: la de ser hombres en camino hacia el futuro, asumiendo la continuidad de una historia, vivida en una «patria». Esa herencia del pasado debe ser desarrollada creativamente.
( ... ) A través de la educación familiar participáis en una cultura concreta, participáis también en la historia de vuestro pueblo o nación. El vínculo familiar significa la pertenencia común de la comunidad más amplia que la familia, y a la vez otra base de identidad de la persona. Si la familia es la primera educadora de cada uno de vosotros, al mismo tiempo -mediante la familia- es un elemento educativo de la tribu, el pueblo o la nación, con la que estamos unidos por la unidad cultural, lingüística e histórica.
Este patrimonio constituye también una llamada en el sentido ético. Al recibir la fe y heredar los valores y contenidos que componen el conjunto de la cultura de su sociedad, de la historia de su nación, cada uno y cada una de vosotros recibe una dotación espiritual en su humanidad individual. Tiene aplicación aquí la parábola de los talentos que recibimos del Creador a través de nuestros padres, de nuestras familias y también de la comunidad nacional a la que pertenecemos. Respecto a esta herencia, no podemos mantener una actitud pasiva o incluso de renuncia, como hizo el último de los siervos que menciona la parábola de los talentos.
Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para asumir este patrimonio espiritual, para confirmarlo, mantenerlo e incrementarlo.
12. Los talentos que los jóvenes reciben como herencia deben ser multiplicados por medio del trabajo (fatiga creativa) y de la instrucción (cultura, búsqueda de la verdad).
( ... ) Si hacemos referencia al Evangelio, se puede decir que la juventud es el tiempo del discernimiento de los talentos. Y es a la vez el tiempo en el que se entra en los múltiples caminos, a través de los cuales se han desarrollado y siguen desarrollándose toda la actividad humana, el trabajo y la creatividad.
Deseo a todos vosotros que os descubráis a vosotros mismos a lo largo de estos caminos. Os deseo que entréis en ellos con interés, diligencia y entusiasmo. El trabajo -toda clase de trabajo- está unido a la fatiga: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan» (cfr. Gén. 3, 19), y esta experiencia de cansancio es participada por cada uno y cada una de vosotros desde los primeros años. Sin embargo el trabajo, a la vez, forma al hombre de modo específico y en cierto modo lo crea. Por lo tanto, se trata también de una fatiga creativa (...).
Cuando nos planteamos el problema de la instrucción, del estudio, de la ciencia y de la escuela, surge un problema de importancia fundamental para el hombre y especialmente para el joven. Es el problema de la verdad, la verdad es la luz de la inteligencia humana. Si desde la juventud la inteligencia humana intenta conocer la realidad en sus distintas dimensiones, esto lo hace con el fin de poseer la verdad: para vivir de la verdad. Tal es la estructura del espíritu humano. El hambre de verdad constituye su aspiración y expresión fundamental.
13. El joven, además de los estímulos externos, forma su propia personalidad también a través de la autoeducación, que se desarrolla entre los dos polos de la verdad y de la libertad. Estas dos dimensiones humanas están hoy amenazadas por el criticismo exasperado, por el escepticismo, por el cinismo y por el mercado de la diversión. Es la antítesis profunda entre bien y mal, virtud y pecado lo que constituye el esqueleto fundamental de esa educación.
( ... ) Las palabras de Cristo: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres», vienen a ser un programa esencial. Los jóvenes -si nos podemos expresar así- tienen un congénito «sentido de la verdad». Y la verdad debe servir a la libertad: los jóvenes tienen también un espontáneo «deseo de libertad». ¿Qué significa ser libre? Significa saber usar la propia libertad en la verdad, ser verdaderamente libres significa usar la propia libertad para lo que es un bien verdadero ( ... ).
No podéis taparos los ojos ante las amenazas que os acechan durante el período de la juventud. También ellas pueden dejar su señal en toda la vida. Quiero aludir, por ejemplo, a la tentación del criticismo exasperado que pretende discutir todo y revisar todo, o del escepticismo respecto de los valores tradicionales de donde fácilmente se puede desembocar en una especie de cinismo desaprensivo cuando se trata de afrontar los problemas del trabajo, de la carrera o del mismo matrimonio. Y ¿cómo callar ante la tentación que representa el difundirse -sobre todo en los países más prósperos- de un mercado de la diversión que aparta de un compromiso serio en la vida y educa a la pasividad, al egoísmo y al aislamiento? Os amenaza, amadísimos jóvenes, el mal uso de las técnicas publicitarias, que estimula la inclinación natural a eludir el esfuerzo, prometiendo la satisfacción inmediata de todo deseo, mientras que el consumismo, unido a ellas, sugiere que el hombre busque realizarse a sí mismo, sobre todo en el disfrute de los bienes materiales.
14. La juventud es un crecimiento «en edad, en sabiduría y en gracia» (cfr. Lc 2,52), es decir una constante acumulación de todo lo que es verdadero, bueno y bello. Los instrumentos para ese crecimiento son la realización con la naturaleza (que ha sido dada al hombre como objeto de contemplación), con las obras del hombre, con los «hombre vivos» (son de fundamental importancia las compañías y las amistades) y con Dios. Las asociaciones y los movimientos, cada uno guiado por su propio método, son ámbitos y camino para este crecimiento que constituye al definición evangélica de la juventud.
( ... ) Os deseo este «crecimiento» mediante el contacto con Dios. Puede ayudar para ello -indirectamente- también el contacto con la naturaleza y con los hombres; pero de modo directo ayuda en ello especialmente la oración. ¡Orad y aprended a orar! Abrid vuestros corazones y vuestras conciencias ante Aquel que os conoce mejor que vosotros mismos. ¡Hablad con É! Profundizad en la Palabra de Dios vivo, leyendo y meditando la Sagrada Escritura.
Estos son los métodos y medios para acercarse a Dios y tener contacto con la más «gratuita entrega de sí mismo», don que en el lenguaje bíblico se llama «gracia». ¡Tratad de vivir en gracia de Dios!
Esto por lo que se refiere al tema del «crecimiento», del que escribo señalando solamente los principales problemas; cada uno de ellos es susceptible de una discusión más amplia. Espero que esto tenga lugar en los diversos ambientes juveniles y grupos, en los movimientos y en las organizaciones, que son tan numerosas en los distintos países y en cada continente, mientras cada uno es guiado por su propio método mismo de trabajo formativo y de apostolado. Estos organismos, con la participación de los pastores de la Iglesia, desean indicar a los jóvenes el camino de aquel «crecimiento» que constituye, en cierto sentido, la definición evangélica de la juventud.
15. Los Jóvenes, esperanza de la Iglesia, tienen una misión en el mundo. Ellos están frente a un desafío: ¿por qué el progreso se dirige en muchos aspectos en contra del hombre? ¿Qué es lo que se puede hacer para contrarrestar la injusticia universal? La victoria que ha vencido el mundo es la fe. Los hombres, sólo en el descubrimiento de la paternidad divina, pueden reencontrar su propia fraternidad y sólo en la fe se puede reencontrar la fuerza para luchar contra el mal y su raíz, el pecado. No se pueden separar el mundo y el hombre de Dios, sería algo que va en contra de la verdad profunda que constituye la realidad misma.
( ... ) El Apóstol dice: «Jóvenes, sed fuertes»; hace falta solamente que «la Palabra de Dios permanezca en vosotros». Entonces, sed fuertes. Así podréis llegar a los mecanismos ocultos del mal, a sus raíces, y así conseguiréis cambiar el mundo gradualmente, transformarlo, hacerlo más humano, más fraterno, y al mismo tiempo, más según Dios. En efecto no se puede separar al hombre de Dios y contraponerlo a Dios. Esto sería contra la naturaleza del mundo y contra la naturaleza del hombre, contra la verdad intrínseca que constituye toda la realidad. Verdaderamente el corazón del hombre está inquieto, hasta que no descansa en Dios. Estas palabras del gran Agustín nunca pierden su actualidad.
16. El voto y la invitación final de Juan Pablo II están expresadas con las mismas palabras que María pronunció en las bodas de los jóvenes casados de Caná: «Haced lo que Cristo os diga» (cfr. Jn 2,5).
( ... ) Es María, la de Caná de Galilea, que intercede por los jóvenes, por los recién casados, cuando en el banquete de bodas falta el vino para los invitados. Entonces la Madre de Cristo dirige a los hombres, presentes allí para servir durante el banquete, estas palabras: «Haced lo que Él os diga». Él, Cristo.
Yo repito estas palabras de la Madre de Dios y las dirijo a vosotros, jóvenes, a cada uno y a cada una: «Haced lo que Cristo os diga». Y os bendigo en el nombre de la Trinidad Santísima. Amén.
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