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Huellas N.8, Abril 1985

CARTAS

Una universidad individualista

Enrique Arroyo

Vivir el movimiento supone la realización de una experiencia humana que poco a poco va moldeando tu vida, que te hace capaz de cambiar, y que te des­pierta tus exigencias más auténticas de modo que pue­das afrontar todas las circunstancias de la vida de un modo más humano y pleno.
Por eso, desde que comencé la universidad, siem­pre tuve una cosa clara: la universidad es, ante todo, el lugar de confrontación donde se pone de manifies­to para mí la autenticidad con que está viviendo esta experiencia... Porque si no se es capaz de mirar autén­tica y sinceramente la vida en las circunstancias que nos toca vivir, tampoco se es capaz de mirar con auten­ticidad la razón de la vida, el motivo que nos mueve y nos da esperanza.
La universidad vive hoy un momento de gran de­sorientación y de crisis sobre su verdadera identidad. La universidad cumple hoy la única función de pre­parar futuros profesionales para las pocas plazas que va ofreciendo la sociedad. Por eso se ha convertido en lugar de paso, donde el único interés es la consecu­ción de un título. De ahí la exhortación a la seriedad, que no es otra cosa que la seriedad en el estudio. Esta es una seriedad sin objetivo, ya que la seriedad no es un valor en sí. La seriedad se define con relación a un fin: la formación del hombre, el crecimiento de su per­sonalidad global. Una universidad programada para esterilizar al hombre (nada de propuestas con exigen­cias profundas y humanas, nada de manifiestos pú­blicos, iniciativas culturales escasas y vacías de vida, etc.), para eludir la pregunta de comprensión y de sen­tido que cada uno tiene respecto a la vida, una uni­versidad así no es seria. Seria quiere decir que conquista la conciencia del fin que rápidamente la caracteriza: educar, ofrecer la posibilidad de aprender a afrontar la vida según una medida más humana.
La universidad cambiará si en ella se impone algo nuevo y humanamente significativo. Nuestra experien­cia nos ofrece esto, y es por ello una posibilidad con­creta de la vida nueva y esperanza para la pregunta por el significado de la vida que cada estudiante lleva ine­vitablemente consigo. Esto es algo que hemos podido
experimentar ya, y no sólo a través de gestos tales co­mo el panfleto de comienzo de curso o el de Navidad, sino a través del contacto diario con nuestros amigos de universidad.
Pero esta realidad queda muchas veces oculta ante la evidencia del gran problema que subyace dentro del ambiente estudiantil: un profundo individualismo que tiene como lema inconfesado «mors tua vita mea» (tu muerte es mi vida). Un informe sobre la educación de los jóvenes aparecido en El País del pasado 22 de ene­ro señala: «ante este horizonte áspero, ayuno de pro­mesas, los jóvenes españoles, arrinconadas las rebelio­nes del pasado, han ido optando gradualmente por clausurar el mundo de las utopías, se han cerrado a la política y consagran sus esfuerzos a amueblar y con­solidar aburguesadamente su mundo propio y perso­nal, el único que en bonita teoría nadie puede inva­dir y trastocar. Un mundo obsesionado por el bienes­tar integral del único personaje que de verdad le inte­resa en el drama social: su yo».
La reciente protesta estudiantil que ha vuelto a apa­recer con el gobierno socialista y que tiene como mo­tivos fundamentales, entre otros, la subida de tasas aca­démicas y la política de becas no han hecho más que evidenciar este individualismo. No existe una imagen amplia de qué universidad se quiere, y no puede bas­tar una posición reivindicativa, aunque sea justa y le­gítima. La sola reivindicación se presta a manipulacio­nes y a instrumentaciones políticas, como se ha demos­trado en la reunión de representantes estudiantiles en Barcelona.
El descontento es creciente; es el descontento de una generación sin perspectivas para su vida ni siquiera desde el punto de vista del trabajo. Entonces, a fal­ta de cualquier otro ideal, lo único que queda es la defensa desesperada de lo privado, un espíritu de auto­defensa donde -como decíamos en uno de nuestros panfletos- cada uno se queda encerrado en la jaula de su propio individualismo mostrándose incapaz de manifestar una simpatía, una cierta apertura hacia las cosas y hacia los demás, hacia otras propuestas.
Esta gran dificultad es algo que he podido sufrir y que ciertamente, en muchas ocasiones, me ha he­cho caer en un conformismo a la hora de afrontar la universidad, hasta el punto de que incluso acabas tú también optando por vivir de un modo privado y re­duccionista, sin hacer el esfuerzo de comunicar, y de­dicándote a tus propias actividades, ya sea el estudio o ciertas actividades dentro del movimiento.
Pero el encuentro con el movimiento es el encuen­tro con algo mayor que nosotros mismos, y más fuerte que nuestra capacidad de banalizar y reducir nuestra vida, más fuerte que nuestro límite, algo que te per­mite vivir las circunstancias superándolas, pasando por encima de ellas. Es el tener a tu lado una compañía que te asegura un camino, la duración del encuentro, una compañía de gentes concretas a la que, pese a to­do, te sientes pertenecer. Por eso te das cuenta de que no es posible sustituir la responsabilidad personal de toda la vida, la fidelidad a un encuentro, por la acti­vidad en ciertas cosas, y por eso, gracias al estímulo y la provocación de otros que viven más auténticamente que tú, continuamente vuelves a intentar arriesgar per­sonalmente, a querer verificar lo que has encontrado allí donde te ha tocado vivir.
En esta situación de ''esterilización'', de individua­lismo, de falta de perspectivas, la distracción aparece como una salida más o menos generalizada. Si no es en la mencionada seriedad, la juventud se para en nue­vos «ideales»: se desea el placer, la comodidad, el ocio, lo bello, la música, lo personal, la paz, la vuelta a lo natural, etc. Todo ello en base a lo que es la última gran conquista de la juventud: una libertad mal interpretada, y como consecuencia una postura sentimen­tal a la hora de afrontar las cosas, -actúo en función del sentimiento que me produce una cosa, y no en fun­ción de lo que la razón cree justo-. Se crece en la incapacidad de saber dar razones adecuadas para la pro­pia humanidad y ello genera un miedo al futuro, miedo a construir, a tomar responsabilidades, a no encon­trar trabajo, etc.
Incluso si la universidad está estructurándose mal, la preocupación que nos tiene que mover ante la po­bre situación que caracteriza el ambiente estudiantil (lo cual es ya una provocación, sobre todo en la medi­da en que nos abarca a nosotros) es el deseo de que en el ambiente exista un lugar de esperanza, un lugar en el que esté presente una tensión ideal (como nos han testimoniado los encuentros con Buttiglione y For­migoni), una tensión que no es ninguna utopía, ni nin­guna idea, sino que nace por la atracción de la huma­nidad ya presente, el ideal cristiano, un hecho exis­tencial y humanamente constatable.



¡Oh, los espíritus limitados, las personas sentadas en la cátedra, en la tribuna, en sus poltronas, las personas satisfechas, los inteli­gentes, los universitarios!
Mira, es absolutamente necesario que demos un sentido a nues­tra vida. No lo que otros ven y admiran, sino el tour de force que consiste en imprimir el aliento del Infinito. 19 de enero de 1928
Emanuel Mounier

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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