«Al oír, que Pablo hablaba de la resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: -sobre esto ya te oiremos otra vez-. Así salió Pablo de enmedio de ellos». (Hechos de los Apóstoles, 17)
- Personajes: un tío de un pueblecillo de la provincia de Ávila, que se llama Pajares de Adaja: un universitario-filósofo de la «Autónoma» de Madrid: un cura ítalo-español.
- Lugar: Uno de los bares más «progres» de Madrid, el «Gijón». Los tres están sentados alrededor de una mesa, el de Pajares saboreando una coca-cola con ron, el cura un martini-dry con hielo y el otro nada porque nunca tiene un duro para beber en compañía.
Acaban de venir, como ocurre a menudo, de una cena en «El Carmen», que, a su vez, estuvo precedida por una reunión bastante interesante sobre el tema de la Pascua cristiana.
- Una noche imaginaria, pero no demasiado.
Él de Pajares: Han pasado ya casi dos mil años y nada igual ha sucedido. El hecho de que un hombre resucite es una noticia de primera página, llenaría un periódico por entero, pero no de crónicas ni tampoco de historias, sino de eternidad.
Sin embargo yo creo que la resurrección es un acontecimiento de la modernidad, es decir, de ahora, contemporáneo. Pues precisamente cuando uno no cree ya poder ser hombre, cuando uno se siente solo -y yo muchas veces me siento solo allí en el pueblo donde trabajo- precisamente en ese momento, la resurrección de Cristo te anuncia: el mundo es tuyo, Dios te ha abierto el camino a lo imposible y ahora el fin de tu vida es transfigurar el cosmos.
El universitario: Yo conozco a un cura, no es de Madrid, estuve en su pueblo algunos días por Navidad (¡estuviste tú también!), que me dijo hace algunos días que para él la Pascua fue sobre todo la experiencia del viernes santo, la experiencia del abandono de Cristo, de la cruz...
El cura (interrumpiéndole): ¡Pero no se puede soportar la cruz! Non si puó. Si Cristo no hubiese resucitado, habría sido un hombre excepcional, pero no el Salvador. El moralismo del esfuerzo personal desconfía de la potencia de Dios, mientras que habría que empezar precisamente por lo que Dios ha hecho por el hombre: allí es donde se revelan las posibilidades humanas de transfiguración. Uno puede permanecer lleno de errores, estar en la soledad física más total, pero vive lleno de la alegría de una certeza, la victoria de Cristo sobre el mal, sobre el mundo y sobre el tiempo. Entonces el mal tuyo y el del mundo no es suprimido pero ya no es lo definitivo, es más bien una condición a través de la cual Dios nos hace pasar para que sea más grande y más fuerte la experiencia de la resurrección.
Sin la resurrección, la vida (de los cristianos, sobre todo de ellos) sería desesperada: sin embargo la vida puede ser triste (porque uno siente que no ha alcanzado todavía la plenitud total), pero mejor que sea triste, pues si no sería desesperada, banal o trágicamente.
El problema es que a los cristianos de hoy les falta la conciencia de esta certeza, la certeza de la victoria de Cristo.
El universitario: Es cierto. Lo que dices me ha recordado un hecho formidable que leí (no me acuerdo dónde) hace tiempo. En Rusia, después de la revolución, los cristianos aún podían hablar. Un día llega a un pueblo un propagandista revolucionario para demostrar científicamente que Dios no podía existir. Después de haber hablado un largo rato dice: «Bien, si alguien tiene objeciones que lo diga». Entonces se levanta un viejo y dice: «¡Hermanos, Cristo ha resucitado!» Con estas palabras todos se levantan y contestan en voz alta: «¡En verdad Cristo ha resucitado!». Estos cristianos ortodoxos tienen en la sangre este acontecimiento, para ellos la resurrección anima la esperanza de todos los días.
El de Pajares: Sin embargo los cristianos de hoy, y los de aquí en España, han cambiado la certeza y la esperanza de la resurrección por la pseudocerteza de sus propios análisis, de la eficacia de su organización pastoral. Hacen reuniones para encontrar la estrategia más inteligente y no se dan cuenta de que sus análisis y sus instituciones son igual que un «biombo» que ellos levantan para esconder la nada que son y la nada que tienen alrededor suyo.
El universitario: Oye, para volver a nuestro tema: ¿qué es lo que Cristo ha vencido, en nosotros, en mí? Pues es verdad que ha vencido la muerte, sin embargo esta idea a veces me resulta un poco abstracta, lejana. ¿Y ahora? ¿En mí?
El cura: Ha vencido la muerte, pero sobre todo yo creo que ha vencido el miedo a la vida, que hoy es temida quizá tanto como la muerte. Hoy en la gente no existe la esperanza de una vida más llena y más intensa. La gente está casi totalmente resignada. La otra noche estuve hablando con una amiga nuestra muy maja, que no es cristiana y no ha tenido una vida nada fácil. Me decía que ahora le va mejor, en el estudio, con los amigos, aunque en su familia sigue habiendo problemas. Sin embargo, añadió que tiene miedo, miedo a comprometerse con una experiencia nueva, tiene miedo a ella misma. Es precisamente ese miedo lo que Cristo ha vencido. Para la mayoría se trata de una resignación (lo que es peor, pues es llegar a un ajuste, a un arreglo con el miedo; es el miedo convertido en banal «compañero» de lo cotidiano), aquella resignación que inconscientemente te hace decir: es imposible una novedad, yo no puedo cambiarme a mí mismo, podría ser bonito... pero (algo parecido a lo que les ocurrió a los discípulos de Emaús, en el evangelio). Pero daos cuenta de que esto de la resignación es incluso una tentación nuestra, de nosotros aquí y de nuestra compañía: a veces me parece notar a ciertas personas que entraron en nuestra compañía porque presintieron la grandiosa fascinación de una promesa para su vida y que, luego, con el pasar del tiempo, se quedan en la compañía sólo porque ya se encuentran allí. ¡Esto es vivir como si Cristo no hubiese resucitado, como si sólo hubiera muerto y todavía estuviera en el sepulcro!
¡Sin embargo Cristo resucitado es una fuerza inagotable, te hace recobrar energía siempre, en cada acto, no re deja resignado! Nosotros tenemos que testimoniarnos esto, en la vida.
El de Pajares: Creo entender. Cristo ha vencido el tiempo, pero no en abstracto, sino en el tiempo concreto que vivo ahora. Yo tengo un sobrino de siete años que a veces se pregunta cómo seremos después de haber resucitado, si vamos a ser guapos o feos, altos o bajos; y a mí me nace espontáneamente la pregunta de si permanecerán los afectos humanos de ahora: ¿se van a perder los amigos?, ¿y cierta música maravillosa que me fascina? ¿la belleza de ciertos momentos que hemos pasado juntos? y ¿la intensidad de un amor profundo...?
El universitario: Yo en estos días he escuchado con atención los evangelios que hablan de Cristo resucitado. Y creo de verdad que lo que aconteció a Cristo va a acontecer también para nosotros: la Resurrección no ha hecho perder nada de la vida humana de Cristo; Él se aparece a sus amigos con las heridas, con las llagas de la crucifixión, come pescado con ellos, les acompaña en el camino. La Resurrección no borra ni su vida de antes ni su muerte: reconquista todo, pero todo lo transfigura. Es el mismo que antes, pero nuevo, más verdadero, definitivo.
El cura: Es la experiencia de la eternidad. La eternidad ( o el paraíso) -dicen los teólogos- es la posesión simultánea de la vida, en su plenitud, con la exclusión del mal.
Después de la resurrección final no seremos jóvenes ni viejos, pues poseeremos toda la vida.
Mas la resurrección no es sólo la vida del mañana: es la transfiguración ya posible ahora. Vivir en plenitud es ya resucitar. Menos mal que existe una compañía que ya es signo de todo esto, que nos lo recuerda y nos ayuda en este camino.
Explicación de algunos términos:
- Transfiguración: quien afronta el mundo en Cristo percibe y maneja las cosas de tal manera (como signo de Cristo) que estas se presentan como el alba de un nuevo día, es decir, como un principio misterioso de la manifiestación de Cristo. Este elemento ha sido degradado en Occidente a «modo de decir» de una cierta teología mística que nos podemos permitir no tomar demasiado en serio (como si el místico fuese un tipo algo chalado y no alguien que va más al fondo del misterio que encierra en sí la vida de todos). El uso de las cosas bajo esta luz, es como la alborada real de la experiencia de la humanidad nueva en el mundo nuevo («nuevos cielos y nueva tierra»); es la manifestación inicial (auroral) de la plenitud de la verdad y de belleza que remite el signo. Pues, en efecto, el mundo nuevo ya ha comenzado con la resurrección de Cristo y a nosotros (los cristianos) nos es dado experimentarlo.
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