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Huellas N.8, Abril 1985

ENSAYO

Esperanza de una vida intensa

Mauro Vandelli

«Al oír, que Pablo hablaba de la resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: -sobre esto ya te oiremos otra vez-. Así sa­lió Pablo de enmedio de ellos». (Hechos de los Apóstoles, 17)

- Personajes: un tío de un pueblecillo de la provincia de Ávila, que se lla­ma Pajares de Adaja: un uni­versitario-filósofo de la «Autó­noma» de Madrid: un cura íta­lo-español.
- Lugar: Uno de los bares más «progres» de Madrid, el «Gijón». Los tres están sentados alrededor de una mesa, el de Pajares saboreando una coca-cola con ron, el cura un martini-dry con hie­lo y el otro nada porque nun­ca tiene un duro para beber en compañía.
Acaban de venir, como ocurre a menudo, de una cena en «El Carmen», que, a su vez, estu­vo precedida por una reunión bastante interesante sobre el tema de la Pascua cristiana.
- Una noche imaginaria, pero no demasiado.


Él de Pajares: Han pasado ya casi dos mil años y nada igual ha suce­dido. El hecho de que un hombre resucite es una noticia de primera página, llenaría un periódico por entero, pero no de crónicas ni tam­poco de historias, sino de eternidad.
Sin embargo yo creo que la resu­rrección es un acontecimiento de la modernidad, es decir, de ahora, contemporáneo. Pues precisamen­te cuando uno no cree ya poder ser hombre, cuando uno se siente solo -y yo muchas veces me siento so­lo allí en el pueblo donde trabajo­- precisamente en ese momento, la resurrección de Cristo te anuncia: el mundo es tuyo, Dios te ha abier­to el camino a lo imposible y ahora el fin de tu vida es transfigurar el cosmos.

El universitario: Yo conozco a un cura, no es de Madrid, estuve en su pueblo algunos días por Navidad (¡estuviste tú también!), que me di­jo hace algunos días que para él la Pascua fue sobre todo la experien­cia del viernes santo, la experien­cia del abandono de Cristo, de la cruz...

El cura (interrumpiéndole): ¡Pero no se puede soportar la cruz! Non si puó. Si Cristo no hubiese resuci­tado, habría sido un hombre excep­cional, pero no el Salvador. El mo­ralismo del esfuerzo personal des­confía de la potencia de Dios, mientras que habría que empezar precisamente por lo que Dios ha hecho por el hombre: allí es donde se revelan las posibilidades huma­nas de transfiguración. Uno puede permanecer lleno de errores, estar en la soledad física más total, pero vive lleno de la alegría de una cer­teza, la victoria de Cristo sobre el mal, sobre el mundo y sobre el tiempo. Entonces el mal tuyo y el del mundo no es suprimido pero ya no es lo definitivo, es más bien una condición a través de la cual Dios nos hace pasar para que sea más grande y más fuerte la experiencia de la resurrección.
Sin la resurrección, la vida (de los cristianos, sobre todo de ellos) se­ría desesperada: sin embargo la vi­da puede ser triste (porque uno siente que no ha alcanzado todavía la plenitud total), pero mejor que sea triste, pues si no sería desespe­rada, banal o trágicamente.
El problema es que a los cristianos de hoy les falta la conciencia de es­ta certeza, la certeza de la victoria de Cristo.

El universitario: Es cierto. Lo que dices me ha recordado un hecho formidable que leí (no me acuerdo dónde) hace tiempo. En Rusia, des­pués de la revolución, los cristianos aún podían hablar. Un día llega a un pueblo un propagandista revo­lucionario para demostrar científicamente que Dios no podía existir. Después de haber hablado un lar­go rato dice: «Bien, si alguien tie­ne objeciones que lo diga». Enton­ces se levanta un viejo y dice: «¡Her­manos, Cristo ha resucitado!» Con estas palabras todos se levantan y contestan en voz alta: «¡En verdad Cristo ha resucitado!». Estos cristia­nos ortodoxos tienen en la sangre este acontecimiento, para ellos la resurrección anima la esperanza de todos los días.

El de Pajares: Sin embargo los cris­tianos de hoy, y los de aquí en Es­paña, han cambiado la certeza y la esperanza de la resurrección por la pseudocerteza de sus propios aná­lisis, de la eficacia de su organiza­ción pastoral. Hacen reuniones pa­ra encontrar la estrategia más inte­ligente y no se dan cuenta de que sus análisis y sus instituciones son igual que un «biombo» que ellos le­vantan para esconder la nada que son y la nada que tienen alrededor suyo.

El universitario: Oye, para volver a nuestro tema: ¿qué es lo que Cris­to ha vencido, en nosotros, en mí? Pues es verdad que ha vencido la muerte, sin embargo esta idea a ve­ces me resulta un poco abstracta, le­jana. ¿Y ahora? ¿En mí?

El cura: Ha vencido la muerte, pe­ro sobre todo yo creo que ha venci­do el miedo a la vida, que hoy es temida quizá tanto como la muer­te. Hoy en la gente no existe la es­peranza de una vida más llena y más intensa. La gente está casi to­talmente resignada. La otra noche estuve hablando con una amiga nuestra muy maja, que no es cris­tiana y no ha tenido una vida nada fácil. Me decía que ahora le va me­jor, en el estudio, con los amigos, aunque en su familia sigue habien­do problemas. Sin embargo, aña­dió que tiene miedo, miedo a com­prometerse con una experiencia nueva, tiene miedo a ella misma. Es precisamente ese miedo lo que Cristo ha vencido. Para la mayoría se trata de una re­signación (lo que es peor, pues es llegar a un ajuste, a un arreglo con el miedo; es el miedo convertido en banal «compañero» de lo cotidiano), aquella resignación que inconscientemente te hace decir: es imposible una novedad, yo no pue­do cambiarme a mí mismo, podría ser bonito... pero (algo parecido a lo que les ocurrió a los discípulos de Emaús, en el evangelio). Pero daos cuenta de que esto de la resignación es incluso una tentación nuestra, de nosotros aquí y de nues­tra compañía: a veces me parece no­tar a ciertas personas que entraron en nuestra compañía porque pre­sintieron la grandiosa fascinación de una promesa para su vida y que, luego, con el pasar del tiempo, se quedan en la compañía sólo porque ya se encuentran allí. ¡Esto es vivir como si Cristo no hubiese resucita­do, como si sólo hubiera muerto y todavía estuviera en el sepulcro!
¡Sin embargo Cristo resucitado es una fuerza inagotable, te hace re­cobrar energía siempre, en cada ac­to, no re deja resignado! Nosotros tenemos que testimoniar­nos esto, en la vida.

El de Pajares: Creo entender. Cris­to ha vencido el tiempo, pero no en abstracto, sino en el tiempo con­creto que vivo ahora. Yo tengo un sobrino de siete años que a veces se pregunta cómo sere­mos después de haber resucitado, si vamos a ser guapos o feos, altos o bajos; y a mí me nace espontá­neamente la pregunta de si perma­necerán los afectos humanos de ahora: ¿se van a perder los amigos?, ¿y cierta música maravillosa que me fascina? ¿la belleza de ciertos mo­mentos que hemos pasado juntos? y ¿la intensidad de un amor pro­fundo...?

El universitario: Yo en estos días he escuchado con atención los evan­gelios que hablan de Cristo resuci­tado. Y creo de verdad que lo que aconteció a Cristo va a acontecer también para nosotros: la Resurrec­ción no ha hecho perder nada de la vida humana de Cristo; Él se apa­rece a sus amigos con las heridas, con las llagas de la crucifixión, co­me pescado con ellos, les acompa­ña en el camino. La Resurrección no borra ni su vida de antes ni su muerte: reconquista todo, pero to­do lo transfigura. Es el mismo que antes, pero nuevo, más verdadero, definitivo.

El cura: Es la experiencia de la eternidad. La eternidad ( o el paraí­so) -dicen los teólogos- es la po­sesión simultánea de la vida, en su plenitud, con la exclusión del mal.
Después de la resurrección final no seremos jóvenes ni viejos, pues poseeremos toda la vida.
Mas la resurrección no es sólo la vida del mañana: es la transfigura­ción ya posible ahora. Vivir en ple­nitud es ya resucitar. Menos mal que existe una compañía que ya es signo de todo esto, que nos lo re­cuerda y nos ayuda en este camino.

Explicación de algunos términos:
- Transfiguración: quien afron­ta el mundo en Cristo percibe y ma­neja las cosas de tal manera (como signo de Cristo) que estas se presen­tan como el alba de un nuevo día, es decir, como un principio miste­rioso de la manifiestación de Cris­to. Este elemento ha sido degrada­do en Occidente a «modo de decir» de una cierta teología mística que nos podemos permitir no tomar de­masiado en serio (como si el místi­co fuese un tipo algo chalado y no alguien que va más al fondo del misterio que encierra en sí la vida de todos). El uso de las cosas bajo esta luz, es como la alborada real de la experiencia de la humanidad nueva en el mundo nuevo («nue­vos cielos y nueva tierra»); es la ma­nifestación inicial (auroral) de la plenitud de la verdad y de belleza que remite el signo. Pues, en efec­to, el mundo nuevo ya ha comen­zado con la resurrección de Cristo y a nosotros (los cristianos) nos es dado experimentarlo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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