El movimiento y su carisma. Una profundización que parte del discurso del Papa en el XXX aniversario de CL.
En treinta años de historia, el fenómeno más importante del movimiento es la unidad. La unidad (suprema característica del ser) que persiste en la vida del movimiento es documento y verificación de su consistencia real; su capacidad de contenidos y de afrontar la realidad surge de su capacidad de unidad. «Regnum in se divisum, exterminabirur», dice el evangelio: Un reino dividido será exterminado.
El discurso que el Papa ha dirigido a Comunión y Liberación en la Audiencia del 29 de septiembre ilumina una profunda reflexión sobre este fenómeno.
I
«Mirando vuestros rostros, tan abiertos, tan felices en esta ocasión de fiesta, experimento un profundo sentimiento de alegría y de deseo de manifestaros mi cariño por vuestra decisión de fe y de ayudaros a ser cada vez más adultos en Cristo, compartiendo su amor redentor por el hombre».
Educar adultos en la fe es el objetivo de CL. Una decisión de fe deriva de una madurez de fe y ésta opera «compartiendo el amor redentor de Cristo por el hombre». Estas indicaciones, ¿tienen solamente relación, quizás, con la misa del domingo o con el momento de la oración cotidiana? No. Tienen que ver con toda la vida de la persona, el compromiso del trabajo, la convivencia y la relación con los demás hombres, la participación en responsabilidades sociales y políticas; constituyen el objetivo, de acuerdo con el cual, seremos juzgados. Entonces lo esencial, lo que unifica la vida y le da valor, no puede dejarse a la interpretación personal. Sería una infravaloración de nuestra compañía que por el contrario, es el origen de nuestra postura; sin la compañía no entenderíamos el objetivo de la vida y el dinamismo de su aplicación sino de una manera más desproporcionada y fragmentaria.
II
«Nosotros creemos en Cristo muerto y resucitado, en Cristo presente aquí y ahora, que sólo puede cambiar y cambia, transfigurándolos, al hombre y al mundo».
No podemos quitar la densidad de la afirmación considerándola, como muchos exegetas y teólogos han hecho después del Concilio con las palabras de San Pablo, un «modo de hablar». Transformando: no eliminando, por consiguiente, el hombre y el mundo; no añadiéndoles nada sino cambiándolos desde dentro, convirtiéndolos en una realidad nueva.
La razón de ser del movimiento, lo que nos hace ser una sola cosa, es la certeza de Cristo muerto y resucitado, y por esto presente, el cuál solo «cambia transfigurándolos, al hombre y al mundo».
Esta certeza es la que cimienta el dinamismo de la experiencia del movimiento como semilla que se desarrolla y se convierte en planta, flor, fruto para comunicar. Miles pueden ser las buenas ocasiones que la providencia nos ha hecho encontrar, pero la razón de ser de una permanencia en la amistad y en la caridad es esta certeza.
III
«El Espíritu, para continuar con el hombre de hoy d diálogo iniciado por Dios en Cristo y continuado en el curso de toda la historia cristiana, ha suscitado en la Iglesia contemporánea múltiples movimientos eclesiales. Estos son un signo de la libertad de formas en los que realiza la única Iglesia, y representan una clara novedad, que todavía espera ser adecuadamente entendida en toda su positiva eficacia para el Reino de Dios en la obra de la historia de hoy».
El movimiento es, por tanto, una modalidad segura en la cual la relación entre Dios y el hombre, que se llama Cristo, se realiza en el presente. Es decir, la modalidad con la cual el hecho de Cristo y su misterio en la historia -la Iglesia- han encontrado tu vida de forma evocadora, persuasiva, facilitadora, educativa, revelándose como existencialmente verdadero, es decir, como significado de la vida y como forma posible de ella. Si uno está en el movimiento es porque, por lo menos como acento o presentimiento, lo que se ha encontrado casualmente ha calado en su vida como promesa de conocimiento y de concreción de la fe.
Se llama carisma a esta modalidad de encuentro, en virtud del cual el contenido de la fe aparece como capaz de persuadir y de movilizar la vida, de comenzar a realizar una vida nueva.
Entonces justamente el carisma, siendo comunicativo por naturaleza, genera una consanguineidad de fe y de percepción, un sentir común, una fraternidad operante, en una palabra, un movimiento.
Es el hecho cristiano que se revela como movimiento y no simplemente como palabras abstractas, ritos que hay que cumplir y leyes que hay que aplicar, sino como acontecimiento que empuja a la vida; como un niño sigue las grandes reglas que le permiten convertirse en hombre no porque sus padres le enseñen las teorías que debe aprender de memoria sino por que él está unido y es empujado por la realidad familiar.
Mientras más participa una persona conscientemente en el movimiento, más comprende y ama la Iglesia y es feliz del movimiento de los demás porque hay una raíz común, un objetivo igual para todos: que la fe en Cristo viva y el mundo cambie por esta fe.
IV
«Proseguid con empeño en este camino para que, también a través vuestro, la Iglesia sea cada vez más el ambiente de la existencia redimida del hombre».
La Iglesia es el mundo ya redimido, inicio -alba, dice la liturgia- de lo que se manifestará completamente al final; ya ahora ambiente fascinante en el que la vida humana se convierte en más auténtica, más deseable, más afable y útil; donde cada hombre encuentra la respuesta a la pregunta del significado de su vida. «Quien me sigue tendrá la vida eterna y el ciento por uno en este mundo». El hombre adhiere, en el fondo, por la verdad de las palabras de San Pedro: «Maestro, si te abandonamos, ¿dónde iremos? Sólo tú tienes palabras que nos hacen vivir».
Es la fascinación del significado total que es Cristo. Cristo, centro del cosmos y de la historia. Cristo, aquél en quien todo está hecho y consiste, principio interpretativo del hombre y de la historia. Adherirse a Cristo significa afirmarle humildemente pero tenazmente como motivo y principio del realizar y del vivir, de la conciencia y de la acción, para hacer presente más expresamente su victoria sobre el mundo. Así, la acción se modificará porque será un sujeto diferente quien la desarrolle.
Trabajar para que el contenido de la fe se convierta en inteligencia y pedagogía de la vida es la tarea cotidiana del creyente. En esto está la riqueza de nuestra participación en la Iglesia: en que el movimiento sea un método educativo a la fe, tal que la fe incida en la vida del hombre y de la historia; y se afirme el principio de que Cristo es el centro interpretativo de todo y el inicio de un mundo nuevo en la familia, en la universidad, en el trabajo, en la compañía de amigos.
V
«Id por el mundo es, lo que Cristo dijo a sus discípulos. Y yo os lo repito a vosotros: id por todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo redentor».
Verdad, belleza, paz: he aquí la existencia verdadera. Verdad, belleza, paz: el movimiento debe cultivar esta dignidad.
Y no existe una posibilidad de interpretación del hecho del movimiento si no es el seguimiento. El movimiento, el carisma, es una historia que se ha introducido en tu vida a través de ciertas personas, de un cierto grupo, de una serie de implicaciones. Pero, en cuanto carisma, el movimiento es una totalidad, una experiencia totalizadora. No tiene necesidad de que se sobreañada ninguna cosa «más» -fruto de la inteligencia o de la experiencia personal-; al contario, es precisamente la grandeza del carisma lo que implica tu inteligencia y tu experiencia y la convierte en más humana. No hay que añadir sino convertir en testimonio. Así cuanto más, sigue uno a quien tiene la responsabilidad de un organismo -la vida es un organismo- tanto más crece, su inteligencia se valorizará y su experiencia será iluminada y así dará testimonio.
La unidad del movimiento no está en la convergencia sino en el seguimiento: está en el origen. El valor del seguimiento está fuertemente solicitado por la responsabilidad que los 30 años pasados nos otorgan, y por la novedad del ímpetu misionero que el Papa ha vuelto a proponer. Diferentes pueden ser en la comunidad la sensibilidad debida al temperamento o a las condiciones con que uno ha empezado en el movimiento, pero debe ser común el anhelo y la voluntad de ser discípulo, de seguir la experiencia original.
Teniendo en cuenta que tal experiencia tiene sus puntos de referencia objetivos: ante todo, aquellos que tienen la responsabilidad última (también de cara a la Iglesia, definitivamente serio a raíz del reconocimiento de la Fraternidad) y, en segundo lugar, las implicaciones o funciones que están unidas a tal responsabilidad.
Así como todo esto, a su vez, debe vivir el seguimiento de la autoridad de la Iglesia como tal. El subrayar el valor del seguimiento no es secundario. El movimiento es un cierto anuncio de la fe, una colaboración a la construcción de la Iglesia y por eso, el lugar de una conversión personal y de la existencia redimida. Si la dinámica de la existencia redimida se llama conversión, el seguimiento es el test, el factor primario e ineliminable. Sin el seguimiento, queda la pura afirmación de sí. Por el contrario sólo cambio y me convierto afirmando algo de otro distinto de mí, y movilizo de forma distinta toda la humanidad que tengo y realizo.
El valor del seguimiento se aplica también a los distintos instrumentos educativos que el movimiento elige para realizar y desarrollar el carisma originario y para mantener el camino de educación a la fe (comenzando por la escuela de comunidad).
En cuanto a todas las expresiones generadas por personas que participan en la compañía del movimiento en el interior del tejido mismo de los intereses de la vida está claro que ellos son responsabilidad de quien las ha creado, pero es igualmente claro que deben tener como objetivo último el testimonio. Es necesaria, pues, una atención, una referencia a quien tiene una responsabilidad educativa, una disponibilidad a la mortificación cuando ésta sea necesaria para afirmar un valor unitario en la vida social.
El futuro del movimiento está ligado a la sencillez y al coraje de este seguimiento, que San Pablo llama «obediencia a Cristo». No es una obediencia de formas, es una obediencia a la experiencia -forma del sujeto que se documenta en las normas de acción.-
Una frase que ciertamente expresa el dinamismo de la conversión es la del Papa: «que la fe se convierta en cultura». La conversión es el fenómeno de la fe que se convierte en cultura, un modo de concebir las cosas según un ideal. Siguiendo una luz que abre una perspectiva de cambio. La cultura es una visión en base a la cual las cosas buscan cambiar. Y éste es el concepto de conversión, que no se puede delimitar entre los confines de los pensamientos internos del hombre, sino que se dilata en todas sus acciones incluso en las más clamorosamente sociales.
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