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Huellas N.8, Abril 1985

VIDA DE CL

Ambiente de vida redimida

El movimiento y su carisma. Una profundización que parte del discurso del Papa en el XXX aniversario de CL.

En treinta años de historia, el fenómeno más importante del mo­vimiento es la unidad. La unidad (suprema característica del ser) que persiste en la vida del movimiento es documento y verificación de su consistencia real; su capacidad de contenidos y de afrontar la realidad surge de su capacidad de unidad. «Regnum in se divisum, extermina­birur», dice el evangelio: Un reino dividido será exterminado.
El discurso que el Papa ha diri­gido a Comunión y Liberación en la Audiencia del 29 de septiembre ilumina una profunda reflexión so­bre este fenómeno.

I
«Mirando vuestros rostros, tan abiertos, tan felices en esta ocasión de fiesta, experimento un profun­do sentimiento de alegría y de de­seo de manifestaros mi cariño por vuestra decisión de fe y de ayuda­ros a ser cada vez más adultos en Cristo, compartiendo su amor re­dentor por el hombre».

Educar adultos en la fe es el ob­jetivo de CL. Una decisión de fe de­riva de una madurez de fe y ésta opera «compartiendo el amor re­dentor de Cristo por el hombre». Estas indicaciones, ¿tienen so­lamente relación, quizás, con la mi­sa del domingo o con el momento de la oración cotidiana? No. Tienen que ver con toda la vida de la per­sona, el compromiso del trabajo, la convivencia y la relación con los demás hombres, la participación en responsabilidades sociales y políti­cas; constituyen el objetivo, de acuerdo con el cual, seremos juzga­dos. Entonces lo esencial, lo que unifica la vida y le da valor, no pue­de dejarse a la interpretación per­sonal. Sería una infravaloración de nuestra compañía que por el con­trario, es el origen de nuestra pos­tura; sin la compañía no entende­ríamos el objetivo de la vida y el dinamismo de su aplicación sino de una manera más desproporcionada y fragmentaria.

II
«Nosotros creemos en Cristo muerto y resucitado, en Cristo pre­sente aquí y ahora, que sólo pue­de cambiar y cambia, transfigurán­dolos, al hombre y al mundo».

No podemos quitar la densidad de la afirmación considerándola, como muchos exegetas y teólogos han hecho después del Concilio con las palabras de San Pablo, un «mo­do de hablar». Transformando: no eliminando, por consiguiente, el hombre y el mundo; no añadién­doles nada sino cambiándolos des­de dentro, convirtiéndolos en una realidad nueva.
La razón de ser del movimien­to, lo que nos hace ser una sola co­sa, es la certeza de Cristo muerto y resucitado, y por esto presente, el cuál solo «cambia transfigurándo­los, al hombre y al mundo».
Esta certeza es la que cimienta el dinamismo de la experiencia del movimiento como semilla que se desarrolla y se convierte en planta, flor, fruto para comunicar. Miles pueden ser las buenas ocasiones que la providencia nos ha hecho encon­trar, pero la razón de ser de una permanencia en la amistad y en la caridad es esta certeza.

III
«El Espíritu, para continuar con el hombre de hoy d diálogo iniciado por Dios en Cristo y con­tinuado en el curso de toda la his­toria cristiana, ha suscitado en la Iglesia contemporánea múltiples movimientos eclesiales. Estos son un signo de la libertad de formas en los que realiza la única Iglesia, y representan una clara novedad, que todavía espera ser adecuada­mente entendida en toda su posi­tiva eficacia para el Reino de Dios en la obra de la historia de hoy».

El movimiento es, por tanto, una modalidad segura en la cual la relación entre Dios y el hombre, que se llama Cristo, se realiza en el presente. Es decir, la modalidad con la cual el hecho de Cristo y su misterio en la historia -la Iglesia­- han encontrado tu vida de forma evocadora, persuasiva, facilitadora, educativa, revelándose como exis­tencialmente verdadero, es decir, como significado de la vida y como forma posible de ella. Si uno está en el movimiento es porque, por lo menos como acento o presenti­miento, lo que se ha encontrado ca­sualmente ha calado en su vida co­mo promesa de conocimiento y de concreción de la fe.
Se llama carisma a esta modali­dad de encuentro, en virtud del cual el contenido de la fe aparece como capaz de persuadir y de mo­vilizar la vida, de comenzar a reali­zar una vida nueva.
Entonces justamente el carisma, siendo comunicativo por naturale­za, genera una consanguineidad de fe y de percepción, un sentir co­mún, una fraternidad operante, en una palabra, un movimiento.
Es el hecho cristiano que se re­vela como movimiento y no simple­mente como palabras abstractas, ritos que hay que cumplir y leyes que hay que aplicar, sino como acontecimiento que empuja a la vi­da; como un niño sigue las gran­des reglas que le permiten conver­tirse en hombre no porque sus pa­dres le enseñen las teorías que de­be aprender de memoria sino por que él está unido y es empujado por la realidad familiar.
Mientras más participa una per­sona conscientemente en el movi­miento, más comprende y ama la Iglesia y es feliz del movimiento de los demás porque hay una raíz co­mún, un objetivo igual para todos: que la fe en Cristo viva y el mundo cambie por esta fe.

IV
«Proseguid con empeño en es­te camino para que, también a tra­vés vuestro, la Iglesia sea cada vez más el ambiente de la existencia re­dimida del hombre».

La Iglesia es el mundo ya redimido, inicio -alba, dice la liturgia- de lo que se manifestará completamente al final; ya ahora ambiente fascinante en el que la vi­da humana se convierte en más auténtica, más deseable, más afa­ble y útil; donde cada hombre en­cuentra la respuesta a la pregunta del significado de su vida. «Quien me sigue tendrá la vida eterna y el ciento por uno en este mundo». El hombre adhiere, en el fondo, por la verdad de las palabras de San Pe­dro: «Maestro, si te abandonamos, ¿dónde iremos? Sólo tú tienes pa­labras que nos hacen vivir».
Es la fascinación del significado total que es Cristo. Cristo, centro del cosmos y de la historia. Cristo, aquél en quien todo está hecho y consiste, principio interpretativo del hombre y de la historia. Adhe­rirse a Cristo significa afirmarle hu­mildemente pero tenazmente como motivo y principio del realizar y del vivir, de la conciencia y de la ac­ción, para hacer presente más ex­presamente su victoria sobre el mundo. Así, la acción se modifica­rá porque será un sujeto diferente quien la desarrolle.
Trabajar para que el contenido de la fe se convierta en inteligencia y pedagogía de la vida es la tarea cotidiana del creyente. En esto es­tá la riqueza de nuestra participa­ción en la Iglesia: en que el movi­miento sea un método educativo a la fe, tal que la fe incida en la vida del hombre y de la historia; y se afirme el principio de que Cristo es el centro interpretativo de todo y el inicio de un mundo nuevo en la fa­milia, en la universidad, en el tra­bajo, en la compañía de amigos.

V
«Id por el mundo es, lo que Cristo dijo a sus discípulos. Y yo os lo repito a vosotros: id por to­do el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo redentor».

Verdad, belleza, paz: he aquí la existencia verdadera. Verdad, be­lleza, paz: el movimiento debe cul­tivar esta dignidad.
Y no existe una posibilidad de interpretación del hecho del movi­miento si no es el seguimiento. El movimiento, el carisma, es una his­toria que se ha introducido en tu vida a través de ciertas personas, de un cierto grupo, de una serie de im­plicaciones. Pero, en cuanto caris­ma, el movimiento es una totalidad, una experiencia totalizadora. No tiene necesidad de que se sobrea­ñada ninguna cosa «más» -fruto de la inteligencia o de la experien­cia personal-; al contario, es pre­cisamente la grandeza del carisma lo que implica tu inteligencia y tu experiencia y la convierte en más humana. No hay que añadir sino convertir en testimonio. Así cuan­to más, sigue uno a quien tiene la responsabilidad de un organismo -la vida es un organismo- tanto más crece, su inteligencia se valori­zará y su experiencia será ilumina­da y así dará testimonio.
La unidad del movimiento no está en la convergencia sino en el seguimiento: está en el origen. El valor del seguimiento está fuerte­mente solicitado por la responsabi­lidad que los 30 años pasados nos otorgan, y por la novedad del ím­petu misionero que el Papa ha vuelto a proponer. Diferentes pue­den ser en la comunidad la sensi­bilidad debida al temperamento o a las condiciones con que uno ha empezado en el movimiento, pero debe ser común el anhelo y la vo­luntad de ser discípulo, de seguir la experiencia original.
Teniendo en cuenta que tal ex­periencia tiene sus puntos de refe­rencia objetivos: ante todo, aque­llos que tienen la responsabilidad última (también de cara a la Igle­sia, definitivamente serio a raíz del reconocimiento de la Fraternidad) y, en segundo lugar, las implicacio­nes o funciones que están unidas a tal responsabilidad.
Así como todo esto, a su vez, debe vivir el seguimiento de la autoridad de la Iglesia como tal. El subrayar el valor del seguimiento no es secundario. El movimiento es un cierto anuncio de la fe, una colaboración a la construcción de la Iglesia y por eso, el lugar de una conversión personal y de la existen­cia redimida. Si la dinámica de la existencia redimida se llama conver­sión, el seguimiento es el test, el factor primario e ineliminable. Sin el seguimiento, queda la pura afir­mación de sí. Por el contrario só­lo cambio y me convierto afirman­do algo de otro distinto de mí, y movilizo de forma distinta toda la humanidad que tengo y realizo.
El valor del seguimiento se apli­ca también a los distintos instru­mentos educativos que el movi­miento elige para realizar y desarrollar el carisma originario y para mantener el camino de educación a la fe (comenzando por la escuela de comunidad).
En cuanto a todas las expresio­nes generadas por personas que participan en la compañía del mo­vimiento en el interior del tejido mismo de los intereses de la vida es­tá claro que ellos son responsabili­dad de quien las ha creado, pero es igualmente claro que deben tener como objetivo último el testimo­nio. Es necesaria, pues, una aten­ción, una referencia a quien tiene una responsabilidad educativa, una disponibilidad a la mortificación cuando ésta sea necesaria para afir­mar un valor unitario en la vida social.
El futuro del movimiento está ligado a la sencillez y al coraje de este seguimiento, que San Pablo llama «obediencia a Cristo». No es una obediencia de formas, es una obediencia a la experiencia -forma del sujeto que se documenta en las normas de acción.-
Una frase que ciertamente ex­presa el dinamismo de la conversión es la del Papa: «que la fe se convier­ta en cultura». La conversión es el fenómeno de la fe que se convierte en cultura, un modo de concebir las cosas según un ideal. Siguiendo una luz que abre una perspectiva de cambio. La cultura es una visión en base a la cual las cosas buscan cambiar. Y éste es el concepto de conversión, que no se puede deli­mitar entre los confines de los pen­samientos internos del hombre, si­no que se dilata en todas sus accio­nes incluso en las más clamorosa­mente sociales.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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